Una breve pataleta

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Consideraciones sobre el clasismo implícito que se percibe en las denominaciones de los géneros literarios.

El otro día, revisando fallos de concursos literarios -y podéis mofaros de mi perspicacia cuanto queráis- reparé en un detalle que desató, irremediablemente, una sorda ira en mi interior. La sorda ira, que también podríamos denominar pataleta de mal perdedor, venía de constatar, una vez más, quiénes son los que ganan los premios literarios. Esta vez no se trata de personas en concreto, ya ni siquiera de sospechar que las cosas estén amañadas, sino de un problema endémico incluso cuando las reglas se respetan.

 

Cuando uno ve que por enésima vez gana un concurso una novela de corte realista y de actualidad se pregunta, ¿es que los buenos escritores sólo se dedican a ello? ¿Es que no hay ninguna buena novela que toque otro palo incluso en un certamen cuyo nombre se toma del de un autor que incluía fantasmas en sus historias? Y la respuesta -obvia, por otra parte- es la que termina por reconcomer al que escribe estas líneas.

 

Al final se reduce a una cuestión muy simple, aunque no menos hiriente, que tiene sus excepciones como toda regla: cuando en un concurso literario dice tema libre se sobreentiende que quiere decir realismo actual. Hay matices, claro, pero mejor que no mandéis nada de terror, ni de fantasía, ni de ciencia ficción. Nada tampoco de novela histórica, ni policíaca, ni romántica, ni infantil, ni juvenil. Porque en la literatura, como en todo, hay clases y clases.

 

El tema queda muy bien retratado en una conversación que tuve con mi madre -y que nadie se la imagine como a la madre de Almodóvar, que la mía es una gran lectora, mujer de gran cultura y uno de los principales motivos de que yo haya desarrollado las inquietudes culturales que me hacen escribir hoy este artículo-. Hablábamos de El retrato de Dorian Gray, una novela que nos había impresionado a todos por igual y que no dudábamos a la hora de tildar de “obra maestra”. Y en el calor de la conversación, con el ardor y la precipitación que sólo una madre puede condensar, me dijo que cuando yo hubiera vivido lo suficiente dejaría de escribir historias fantásticas y me acercaría más a obras como la que nos ocupaba, a obras “de verdad”. Obviamente, tardó poco en darse cuenta de su error, pues El retrato de Dorian Gray es una historia indiscutiblemente fantástica.

 

Como muestra de la situación es una anécdota perfecta: las obras de género -del que sea- son menores hasta que el tiempo, mucho tiempo, convenza de lo contrario. Mientras, tienen vetado el acceso a los concursos literarios de tema libre (entre otras consideraciones), pues no son literatura de primera. De nada ha valido el trabajo de miles de genios de la literatura que han trabajado géneros que se siguen considerando de segunda, porque con el prisma actual los tamizamos y, en caso de duda, los agrupamos bajo denominaciones menos “peyorativas”, como realismo mágico.

 

Como decía, hasta aquí no he descubierto nada nuevo y, desengañémonos, tampoco lo haré en lo que queda de artículo. Entonces, ¿para qué demonios seguir escribiendo sobre mojado? Porque la desconfianza no discrimina, simple y llanamente.

 

Los autores de fantasía, o de cualquier otro género “menor”, estamos de vuelta de estas cosas, y nos importan un pito (cabreos momentáneos y esporádicos a parte). Cuando uno tiene una buena novela de fantasía la manda al Minotauro, no al Planeta, porque son habas contadas. Y porque discutir es estéril -los que organizan los concursos tienen siempre la razón-. Y se acepta tácitamente que tema libre implica que nos quedamos fuera, por paradójico que resulte. Pero esto trae un problema: la desconfianza, ésa que no discrimina y, por lo tanto, nos emponzoña a todos.

 

Cuando las etiquetas sirven para marcar fronteras en vez de para guiar al lector, éste se vuelve desconfiado. Así, mucha gente que haya disfrutado con las historias de Laura Gallego o de Roald Dahl, y las haya visto tildadas de juveniles como si eso fuera algo malo, desconfiará cuando tenga que tomar un libro “de adultos”. ¿Será bueno eso que se contrapone a lo que yo sé ya que es bueno? Y el que disfrute con una buena historia de fantasía de, por ejemplo, León Arsenal o de Ursula LeGuin, puede que piense que El retrato de Dorian Gray no va a causarle la misma sensación. Un paralelismo similar podríamos encontrar con Edgar Allan Poe, al cual tardé tiempo en poder abordar como un autor, y no como a una especie de hornacina de literatura mohosa y sacralizada. Y así mil más, porque, como digo, la desconfianza no discrimina.

 

De este modo, me temo, pocos lectores aficionados a los llamados géneros menores se ven atraídos por los títulos ganadores de los “temas libres”, y viceversa, y, desde luego, si la literatura sale perdiendo, más perjudicados quedan los propios lectores. Y es sólo por esto que creo que es importante que reflexionemos sobre el tema, y que cuando digamos tema libre sea de verdad libre, y que seamos honestos con los planteamientos e intentemos escapar de los prejuicios intrínsecos, por muy cotidianos que sean. Después de todo, y esto es lo más importante, no siempre seremos nosotros los que miremos las bases de los concursos, o los que veamos las líneas editoriales desde el otro lado del escaparate. Algún día nosotros las redactaremos, y las configuraremos, y será nuestra oportunidad de ser consecuentes. Tendremos nuestras neuras, como todas las generaciones, y nos parecerán más interesantes, de un modo arbitrario, determinados temas (como ahora ocurre, por ejemplo, con la transición); la gracia estará no en ser perfectos, sino en dar, al menos, el beneficio de la duda a ese “género” que nunca creímos poder apreciar. Aunque sea novela rosa.

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LCS
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Es curioso lo que escribes, porque hace unos días escribí algo con un fondo muy similar:

 

Sobre el snobismo en la literatura:

 

Me ha gustado Oscar Wilde desde que leí por primera vez El retrato de Dorian Gray. Después fui profundizando más en su obra y conociendo poco a poco su vida privada.
Estuvo en la cárcel condenado a dos años de trabajos forzados por sodomía. En el juicio se declaró culpable y manifestó que "No hay libros morales o inmorales. Los libros están bien escritos o no lo están ".
Siempre me ha fascinado esa frase. Me ha servido como consigna a la hora de imponerme límites a lo que escribo. Me permite sentirme prácticamente libre. El único límite que me impongo es que me parezca que está bien escrito.
En los tiempos en que vivimos, ya no se trata tanto de moralidad o inmoralidad. Hemos superado cualquier tabú y ahora se puede escribir prácticamente de casi todo.
El único rechazo que a veces siento cuando hablo con otros escritores es contra la literatura de género. Si alguien pretende ser un escritor serio, de esos que escriben Literatura con mayúscula, no te puede gustar la literatura de género. Llamo literatura de género a la literatura de terror, fantástica, la ciencia-ficción, la erótica, la novela negra.
En determinados círculos eso es literatura de segunda. Además se considera practicamente un anatema hablar de Pérez Reverte, reconocer que te ha gustado La sombra del viento o que dentro de tus mitos eróticos están las vampiresas que acompañaban a Dracula.
Me temo que es hora de reformular la frase de Oscar Wilde y afirmar que no existe Literatura con mayúsculas o con minúsculas, sino libros bien escritos o que no lo están.

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Patapalo
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Totalmente de acuerdo. Y esa frase de Wilde, por cierto, me encanta

Gracias por los comentarios.

ps.- Guybrush, ¿para cuando un artículo sobre concursos literarios?

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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