Silencio

Imagen de HPLovecraft

Hector Woollie es un peligroso psicópata cuya enfermiza obsesión son los niños pequeños. Dice protegerlos de sus padres haciéndolos desaparecer… para siempre. Los pequeños cadáveres son enterrados en los cimientos de casas en construcción, donde desaparecerán como si nunca hubieran existido.

Sinopsis

Había una vez un hombre que amaba a los niños. En su opinión, cualquier enfado o el más leve indicio de que no se estuviese prestando suficiente atención a un niño era motivo para que los padres perdieran a ese hijo. Por desgracia, Hector Woollie no trabajaba para el Servicio de Protección de Menores.

Había una vez una mujer llamada Leslie que antes tenía una vida feliz, pero ahora está divorciada y enfrascada en interminables batallas con su ex marido. Cuando su hijo Ian y Charlotte, su hermanastra menor, desaparecen, Leslie teme que su hijo haya huido, pero no puede entender por qué se iba a llevar con él a la niña.

 

Sobre el autor

John Ramsey Campbell nació en Merseyside, Liverpool, el 4 de enero de 1946. Es escritor de relato corto, novelista y editor. Está considerado por la crítica especializada como uno de los grandes maestros del terror actual. Su precocidad en la escritura, así como su cuidado estilo, le llevó ser publicado por vez primera en 1964 por Arkham House. Aconsejado por su editor, August Derleth, reescribió sus relatos cambiando las localizaciones típicamente de Lovecraft por otras, igualmente imaginarias, de su Inglaterra natal. De escritor de pastiche pasó a convertirse en un autor de estilo propio que mostraba, y aún muestra, una facilidad inusitada para asumir el punto de vista de mentes enfermizas quizá no vista desde el gran maestro del terror Edgar Allan Poe. Esta evolución puede observarse en Demonios a la Luz del Día (1973), algunos de cuyos relatos contienen elementos de los Mitos, aunque ya mencionados vagamente. Desde entonces Campbell ha publicado gran número de libros, siendo muy recomendable Solo entre los Horrores (1993).

Su obra puede dividirse en dos grupos, principalmente: novelas realistas y sobrenaturales. Entre las primeras destacan El Rostro que Debía Morir (1983) sobre un asesino en serie de tendencias homófobas, La Cuenta de Once (1991) con un asesino obsesionado con el número once y El Único Lugar Seguro (1995) acerca de la crueldad y el horror en el día a día (sin duda, su gran especialidad) Entre las segundas destacan Encarnado (1983) que difumina las fronteras entre sueño y realidad, Sol de Medianoche (1990) donde una entidad extraterrestre trata de penetrar en la Tierra a través de la mente de un escritor de cuentos infantiles y Fantasmas Necesitados (1990) una fantasía que mezcla el horror y la comedia. Dentro de su faceta de editor Campbell ha sacado a la luz un gran número de antologías, entre las que se cuenta Nuevos Cuentos de los Mitos de Cthulhu (1980) publicada por Ediciones Valdemar dentro de su línea Valdemar Gótica.

 

La Idea

El tema de la corrupción/posesión/destrucción del inocente es central en su obra; desde El Muñeco que se comió a su Madre", pasando por El Parásito", Los Sin Nombre, y Ultratumba hasta llegar a la reciente Silencio. Campbell es consciente de que un protagonista adulto puede restar efectividad a la sensación de aislamiento total ante lo desconocido, que siempre es captado por el inconsciente como una amenaza, por lo que decide emplear personajes infantiles para los que esto supone aún la mayor parte de un mundo de adultos que no comprenden. Como es obvio, todo lector tiene aún claros recuerdos de sus temores infantiles y ese punto es uno de los mejores para enraizar el miedo y transmitirlo.

El terror en esta historia concuerda, en muchos aspectos, con el que se hizo popular en los años setenta y principios de los ochenta antes de la invasión de los psico-killers inmortales: esto le podría pasar a usted. Este subgénero de terror, carente de elementos fantásticos y con multitud de situaciones tomadas de la vida real, se hizo un hueco entre el público con títulos como La Última Casa a la Izquierda, de la que se ha estrenado una nueva versión en 2009 y que, en cierta medida, ya está actualizada en Los Extraños (2008) que, como prueba del regreso de este tipo de cine, está basada en un hecho real. Anteriormente la película Rescate (1996), igualmente basada en hechos reales, narra las vicisitudes que tiene que pasar Tom Mullen (interpretado por actor estadounidense Mel Gibson) para rescatar a su hijo, secuestrado por un grupo bien organizado en el que el cabecilla es un agente de policía. El padre se niega a pagar el rescate, ofreciéndoselo en cambio a quien le entregue al secuestrador y aumentando el dinero del rescate semana a semana. La película tiene un final feliz que, por desgracia, no se dio en la vida real.

 

Asesinos de Niños

Y es que los niños han sido, tristemente, el blanco de multitud de asesinos perturbados. Ya el Nuevo Testamento narra la Matanza de los Inocentes llevada a cabo por Herodes el Grande en Belén y sus alrededores para asesinar al Mesías. Para ser fiel a la verdad histórica hay que reconocer que este relato no ha sido recogido por ninguno de los historiadores de la época. Seguramente, pues, nos encontramos ante una historia mítica de las muchas que contiene la Biblia. De hecho, en la historia hindú del nacimiento de Krishna en Mathura podemos leer cómo su tío, el rey Kamsa, hizo degollar a todos los niños del país para impedir que se cumpliera la profecía por la se decía que su sobrino le mataría y ocuparía su puesto. Parece ser, por tanto, que matar niños es una constante en tradiciones, leyendas, relatos y películas.

No obstante, existen una infinidad de casos en los que las muertes han sido lamentablemente reales. Como repugnante ejemplo, tenemos los macabros crímenes cometidos por dos auténticos monstruos separados por seis siglos: Gilles de Rais y Andrei Chikatilo.

 

Gilles de Rais

Gilles de Montmorency-Laval, barón de Rais, llamado Gilles de Rais (1404- 1440) fue un noble francés del siglo XV que luchó en los años finales de la Guerra de los Cien Años, convirtiéndose en mariscal y llegando a amasar una gran fortuna, y que conoció a Juana de Arco. Quedó fascinado por su mensaje y su belleza y la siguió en su lucha contra los ingleses, salvando su vida en numerosas ocasiones. Dadas sus tendencias homicidas, la guerra le sirvió como forma de aplacar su sed de sangre. A la muerte de Juana de Arco, comenzó un ritmo de vida dilapidador y hedonista, basado en los mayores excesos que se puedan imaginar. Cuando se aproximó a la bancarrota más absoluta, decidió conseguir riquezas por medio de la alquimia, la magia negra y los sacrificios humanos. Entre 1432 y 1440 se contabilizaron hasta mil desapariciones de niños de entre 8 y 10 años de edad a los que torturaba, vejaba y asesinaba de las más crueles maneras que podía concebir. Y no eran pocas. Fue llevado a juicio, interrogado y, en uno de los múltiples cambios de personalidad, que sufría acabó confesando todas las atrocidades que había realizado. Fue condenado por asesinato, sodomía y herejía. Rechazó la gracia real (por ser Par de Francia) y fue decapitado en el prado de la Madeleine en Nantes.

Llegó a confesar: Yo soy una de esas personas para quienes todo lo relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo… si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla.

 

Andrei Chikatilo:

Andrei Romanovich Chikatilo (1936-1994), también conocido como el carnicero de Rostov, fue el más sanguinario asesino en serie de la antigua Unión Soviética con, al menos, cincuenta y tres asesinatos. Como todos los psicópatas, llevaba una doble vida: por lado era un hombre casado, trabajador y miembro del Partido. Por otro era un sádico asesino que se ganaba la confianza de los niños y descargaba sobre ellos sus pulsiones asesinas, de índole sexual. Vivía en Rostov del Don, una ciudad situada a unos 800 kilómetros de Moscú, en cuyas estaciones de ferrocarril y autobuses llevaba a cabo la mayor parte de sus crímenes. Sus disfunciones sexuales, especialmente la impotencia, unido a sus profundos trastornos mentales, le llevaron a destripar, mutilar y canibalizar a sus víctimas además de todo tipo de enfermizos actos de naturaleza sádica. Durante doce años actuó impunemente, pese a que ya se sospechaba de él. Cuando fue capturado, los psiquiatras del Instituto Serbsky determinaron que, pese a sus actos de naturaleza inusitadamente cruel, no sufría ningún trastorno que le impidiese diferenciar el bien del mal y que sus crímenes eran premeditados. En octubre de 1991 fue declarado legalmente cuerdo, se le juzgó entre abril y octubre de 1992 y fue sentenciado a la Pena Capital que se cumplió de un disparo en la nuca en la prisión de Moscú en febrero de 1994.

En un momento del juicio comentó: Yo soy un error de la naturaleza, una bestia enfadada.

 

A partir de este punto, se incluyen detalles explícitos de la trama y el argumento.

 

Análisis

Durante las últimas décadas, Ramsey Campell se ha distinguido por un estilo narrativo basado en atmósferas asfixiantes y tenebrosas, pero cercanas a la realidad cotidiana del lector, que logra sentir como propios muchos de los horrores descritos en sus novelas. En esta ocasión, el elemento escogido no ha sido una casa infestada de criaturas diabólicas que pueblan más o menos figuradamente sus muros, como en Nazareth Hill, sino un peligroso psicópata, un asesino en serie de niños.

Hace tiempo, Leslie y Roger eran un joven y feliz matrimonio con un hijo, Ian. Pasados unos años, Roger se divorció de ella para casarse con Hilene, dos años menor, y con la que tuvo a Charlotte. En el presente, Ian es un adolescente rebelde de trece años que se escapa de clase para ir a fumar con sus amigos y Charlotte es una niña de ocho años tan lista como consentida. Tras otra de sus fugas del colegio, la madre de Ian encuentra al chico con la mirada ausente en el interior de la antigua casa de Jericho Close, a donde confiesa que le gustaría regresar. Campbell nos presenta una familia desestructurada con un protagonista, Ian, que es aún un niño. El punto de partida es muy similar a Nazareth Hill en ese sentido; un trauma de partida que se encuentra tanto en los personajes (como era el caso de Amy en la anterior novela) como en el escenario: Nazareth Hill estaba encantada y Jericho Close ha sido testigo mudo de un asesinato. Nuevamente aparece una figura paterna ausente (el padre en este caso que, pese a no estar muerto, su divorcio de Leslie deja un gran vacío para Ian) y la rehabilitación de una casa antigua como excusa para el cambio de domicilio de la familia protagonista.

La casa, que pertenecía a una tía de Roger que se la legó al fallecer, quedó en manos de Leslie en el momento del divorcio junto con el dinero suficiente como para reformarla y abrir una tienda de discos. Fue entonces cuando entró en escena Hector Woollie, encargado de la reforma, y cuya esposa trabajaba en un hospicio para personas con alguna enfermedad mental que le ayudaban en sus obras. El hombre es un perverso asesino de niños que usa los cimientos de hormigón de las casas en las que trabaja para sepultar los pequeños cuerpos de sus víctimas. En su último crimen, la niña no estaba aún muerta cuando la arrojó a la masa para el encofrado y pudo sacar un diminuto dedo que quedó a la vista de todo el mundo, aunque fue Terence, un joven enfermo mental, el que lo vio. Woollie le llevó a navegar por el mar en una barca con la intención de fingir un accidente y ahogarlo pero cambia sus planes cuando el chico le confiesa que se lo ha contado a más gente. Así, el asesino hace zozobrar el barco y se arroja al agua haciendo creer a todos, incluyendo a las autoridades, que ha muerto ahogado en el mar. Siguiendo con los paralelismos, Campbell dota a la casa de un pasado truculento y marcado por la muerte. La Casa de las Arañas de Nazareth Hill había conocido un sanatorio psiquiátrico, entre otros muchos horrores entre sus muros. Jericho Close es la tumba de hormigón que causó la muerte de una niña y, a pesar de que sus restos fueron extraídos, todos piensan en el suelo de la cocina de la casa como si aún albergara su diminuto cuerpo.

Tras la confesión de Ian respecto a sus deseos de regresar a la casa de Jericho Close y teniendo en cuenta que la madre de Leslie es agobiantemente sobreprotectora e insoportable, deciden regresar a la casa. Retorno que el periódico local da cuenta como el regreso a la Casa de los Horrores, lo que suscita una marea de cartas por parte de preocupados ciudadanos que consideran que debiera quedar vacía, como el resto de las casas donde se encontraron cadáveres de los crímenes de Woollie, o venderla y donar el dinero a la familia de la última víctima. Anecdóticamente, todas las casas de Campbell parecen estar bautizadas con varios nombres: Nazaret Hill era Nazaril y La Casa de las Arañas. La presente Jericho Close es también La Casa de los Horrores. El terror de la ausencia de los nombres en los objetos o monstruos puede ser también transformado en el terror de aquello que tiene muchos nombres diferente. Bien lo sabía Lovecraft y su Círculo cuando dotaron a Nyarlathotep de mil aspectos y nombres y Campbell, a menor escala, hace lo propio con las casas, dotándolas de una personalidad propia.

Leslie decide hacer una visita a la tumba de la niña, pero allí se cruza con la madre de la pequeña que la increpa intentando hacer que se sienta culpable de lo sucedido y prohibiéndole que se acerque al lugar de reposo de su pequeña. Este hecho se une a la hostil visita de Verity Drew, la periodista que dio la noticia del regreso a la Casa de los Horrores, que se convierte en asidua cada vez que sucede algo siempre dispuesta a deformar la realidad en aras de la espectacularidad periodística y dejar por los suelos a la pequeña familia de Leslie. El personaje de Verity Drew precisa de silla de ruedas para poder desplazarse pero, a pesar de ello, su altivez, frialdad y falta de piedad hace que todos (puedo asegurar que el amable lector incluido) deseen arrojarla escaleras abajo sin el más mínimo miramiento. Su odio hacia los ocupantes de la casa es palpable desde el primer momento y no tiene el menor reparo en hacer los comentarios más hirientes y desagradables que se le ocurren.

Leslie, harta de la soledad, decide alquilar una habitación. Jack Lamb, un escritor norteamericano de terror, se ofrece a vivir en la casa. Pronto logra congeniar tanto con Ian, que le admira como figura paterna y mentor en la escritura, como con Leslie, que encuentra en él a un amigo, compañero y apoyo para todo lo que le está ocurriendo. Desde que Jack llega a la casa, se suceden los hechos desagradables: llamadas de teléfono anónimas, pintadas en las puertas de los dormitorios de la madre y el hijo por parte de alguien que irrumpe en la casa y el acoso de los vecinos y la prensa. Y cuando parece que las cosas no pueden empeorar, Hector Woollie lee el periódico con la noticia de las pintadas y la fotografía de Jack y siente que debe regresar de nuevo a Jericho Close.

Si normalmente las novelas de Ramsey Campbell tardan en arrancar, Silencio no sólo no resulta una excepción sino que reafirma esta idea. Aproximadamente hacia la mitad del libro se produce el secuestro de Charlotte e incluso hay que esperar bastantes páginas más hasta que el lector es testigo de su primera interacción con Woollie. Quizá en aras del realismo, Campbell dedica demasiadas páginas a las reacciones y conversaciones vacías de contenido de los protagonistas adultos que continuamente retoman una y otra vez las subtramas de la novela ocupando un espacio que merma el suspense en favor de una mayor aproximación a la psicología de los personajes. Y es que ese es el verdadero plato fuerte de esta novela, que está presente en todos los trabajos de Ramsey Campell: el realismo con el que dota a sus personajes de una vida casi real y una psicología propia que los hace inconfundibles. Así, Leslie es una mujer necesitada de afecto que aparenta ser más fuerte de lo que es, George (su ex marido) es un egoísta que considera a su mujer una histérica, Hilene (la actual pareja de George) es insoportable y superficial con complejo de Barrio Sésamo, Ian es un rebelde con la falta de un referente masculino, Charlotte es una niña pequeña tan insufrible como sólo saben serlo las niñas pequeñas (y los niños, sí, no empecemos), Jack Lamb es el típico norteamericano de las películas: simpático, de vuelta de todo, carismático y atractivo, y luego está Hector Woollie, claro.

La descripción que hace Campbell en uno de los primeros capítulos del libro nos proporciona una imagen patética de Woollie que contrasta con su letal comportamiento: Pelo marchito y greñudo, ojos de chiflado por ver demasiadas cosas, mejillas hundidas y arrastradas hacia abajo por una barba de semanas. Sólo a su boca le vendría bien estar más hundida. Se secó un último hilillo de sangre con la manga de su impermeable, pasó la lengua por sus encías doloridas y luego levantó el labio superior y movió el inferior. No era de extrañar que no hubiese impresionado a las niñas: la visión fugaz de los dientes que le quedaban en su mandíbula inferior arruinaba el efecto. Hector Woollie es un cruel asesino, totalmente perturbado, cuyas terribles atrocidades fueron cometidas en el pasado, al que actualmente se le da por muerto y por tanto pareciera que asistimos a la segunda parte de una primera novela nunca escrita. Quizá una novela llena de infanticidios donde los cuerpos fueran enterrados en hormigón, víctima tras otra, alegando que lo hace por el bien de esos pobre niños. Y es que Hector Woollie se considera un alma caritativa que trata de evitarles a los niños el sufrimiento de unos padres malvados, una madurez complicada y una vejez llena de penurias. Y para evitarles ese dolor, ha optado por la más cruel y expeditiva de las vías: su asesinato.

Existen determinados asesinos en serie que consiguen despertar en el lector, o en el espectador en el caso del cine, un cierto sentimiento de empatía. De alguna forma podemos entrar en sus mentes y comprender las razones que les empujan a actuar como lo hacen porque son las que todos podríamos tener en un momento dado y que a causa de la moral, el sentimiento de culpa o el temor al castigo, reprimimos convenientemente. Uno de los casos más famosos de la ficción es Hannibal Lecter, doctor en Psiquiatría. El personaje de Thomas Harris, que apareció por vez primera en la novela El Dragón Rojo (1981) y posteriormente en El Silencio de los Corderos (1988), Hannibal (1999) y Hannibal: el Origen del Mal (2007) que fue adaptada al cine, despierta tantos temores como pasiones. Es un individuo de mirada escrutadora, caballeroso, inteligente, culto, refinado, cortés y un peligroso psicópata homicida con tendencias caníbales. Por el atractivo que despierta el peligro, lo misterioso y lo oscuro, el buen doctor suscita simpatías en el público en general.

Pero nada de esto sucede con Hector Woollie que, desde el primer capítulo donde se narra la escena de la barca en el mar con el joven Terence que estaba bajo su tutela y la de su esposa, consigue que su presencia resulte repugnante, su forma de hablar desagradable y su mezquina sagacidad insoportable. Naturalmente, cuando se descubre que las víctimas que ha escogido para sus macabros crímenes son inocentes niños, consigue de forma definitiva la mayor repulsión del lector. No tiene nada de extraordinario salvo su sentido distorsionado de la piedad y su maligna sagacidad. La historia, una vez la niña es secuestrada y se desencadena el núcleo del relato, mantiene una tensión continua en todas aquellas escenas en las que Ian y su hermanastra Charlotte intentan escapar del secuestro de Woollie. La espada de Damocles que pende sobre sus cabezas va descendiendo lentamente porque, aunque se supone que el secuestrador dice querer lo mejor para los niños, todos ellos tienen el mismo macabro final. Como en cualquier thriller cinematográfico, el lector es capaz de anticipar en los intentos de fuga que en el peor de los momentos el asesino abrirá los ojos, aparecerá por la puerta o escuchará algún ruido, dando al traste con los planes de los niños.

A lo largo del libro aparecen una serie de expresiones y juegos de palabras que, al igual que el mismo título de la novela, se han perdido en la traducción. Incluso uno de ellos, el más importante quizá (los apellidos de Hector y Jack), resultará también invisible para aquellos que no hablen inglés. Las diferencias entre el inglés británico y el americano, que Ian trata de emular durante buena parte la novela, quedan totalmente anuladas en la versión en castellano. La labor en este sentido del traductor Óscar Díaz es impecable, advirtiendo al lector cada vez que se produce este hecho.

 

Dentro de la Colección

El título escogido en la versión en castellano Silencio destroza ligeramente el original inglés Silent Children, dado que se pierde buena parte del significado en la traducción. De adjetivo calificativo, Niños Silenciosos o Niños Mudos (en tanto están muertos), pasa a ser un sustantivo, Silencio. Como podremos observar en posteriores reseñas de los libros de Solaris Eclipse, es bastante frecuente que la política editorial de marketing predomine sobre la fidelidad al título de la obra obra. Afortunadamente para los admiradores del arte fosco, la portada del libro es bastante descriptiva acerca de la trama y, sin duda, una de las más perturbadoras de toda la colección junto con Un Coro de Niños Enfermos, que ya analizaremos en su momento.

Si ya de por sí Nazareth Hill era complicada de englobar como una novela del más puro terror, Silencio resulta aún más inadecuada a este respecto. Tiene ciertas cualidades como novela de suspense e incluso, para ser justos, tiene una legión de seguidores dispuestos a afirmar que es una de las mejores novelas de Ramsey Campbell, pero es una afirmación con la que no puedo estar de acuerdo. Los Sin Nombre (The Nameless) o El Segundo Nombre (Pact of the Fathers) son libros que resultan mucho más absorbentes e imaginativos, como ya veremos.

Además, y en beneficio de aquellos lectores que busquen un relato de terror a la antigua usanza, con apariciones, criaturas sobrenaturales y revelaciones del más allá, hay que advertir que no lo encontrarán en Silencio, que se basa en el terror psicológico, en la ansiedad de la incertidumbre y el terror de la indefensión que produce el secuestro de los dos chicos por parte de Hector Woollie (aspectos que Campbell consigue reflejar perfectamente y los que es un verdadero maestro) Quizá conscientes de este particular, en los diez primeros volúmenes de la Colección Solaris Eclipse se alternó un libro de autor único con recopilatorios de relatos cortos basados en los llamados Mitos de Cthulhu.

 

Calificación: 75

Título: Silencio

Autor: Ramsey Campbell

Editorial: La Factoría de Ideas

Edición: Rústica, 344 páginas

Lo mejor: La tensión en las escenas de los niños secuestrados con el asesino.

Lo peor: La novela tarda bastante en arrancar.

Sinopsis: Hector Woollie es un hombre que ama a los niños. Tanto, que antes que verlos llorar, prefiere asesinarlos…

 

 

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