Aracnion, o de los regalos peregrinos

Imagen de Destripacuentos

Aquí tenéis el resultado de mis últimos experimentos en el terror en materia de masilla horneable. Espero que, aunque el texto no resulte didáctico, sea entretenido

Esto de la masilla debe ser adictivo. Si no, no me explico que, cuando llegó el cumpleaños de mi cuñado, se me ocurriera lo de regalarle un juego de mesa propio. Y cuando digo propio, no me refiero a de mi propiedad, sino diseñado y -he aquí la cuestión- fabricado por mí.

 

Los comentarios sobre el juego en sí los dejo para cuando gane el concurso de juegos temáticos de Edge -sí, soñar es gratis-. Aprovecharé el artículo, por el contrario, para hablar de otro de los aspectos de la experiencia: el modelado. Fue, sin duda, uno de los más satisfactorios.

 

Creo que las técnicas de modelado y el conocimiento de la masilla de modelismo residen en la misma parte del cerebro que los relacionados con la plastilina y la creativa infancia feliz. Así como el pintado o el encolado de miniaturas han llegado a desesperarme como pocas cosas en este mundo, el zascandilear con masilla, por el contrario, siempre me ha resultado de lo más satisfactorio. No es que sea más o menos difícil -o al menos esa impresión tengo-, sino que, sencillamente, me sume en un estado más zen. Ir dando forma a los elementos que tienes en la cabeza es fascinante. Ver que la materia prima no responde como quieres, pero que va amoldándose, hasta dar formas tal vez mejores que las que habías concebido, es increíble.

 

Como las imágenes de los resultados acompañan al artículo, ninguno se llevará a error sobre la magnitud de la tarea, pero, como muchos habréis descubierto con este hobby, la satisfacción no siempre va ligada a la dificultad superada.

 

En el proyecto había dos premisas básicas a resolver, y desde el principio me pareció obvio que la masilla era una buena elección para cumplirlas. Por un lado, necesitaba un buen número de peones distintos y de distintos colores (al final hice seis equipos de catorce peones, con cuatro tipos distintos cada uno, y los antagonistas). Hacer esto con dibujos, cartón o madera, además de laborioso, hubiera sido, en mi caso, de mal gusto. No me quiero ni imaginar los resultados.

 

Hacerlo con masilla no quitaba la segunda premisa: los peones tenían que ser fácilmente diferenciables, reproducibles y pequeños. De poco hubiera valido hacer una obra maestra si luego no podía imitarla en el resto de los peones. Fue así como nacieron los sectarios: tomando de modelo los capirotes de Semana Santa -bien conocidos por la inquietud internacional que generan tras su aparición en Misión: Imposible-, fui creando una serie de minitipos más bien minimalistas. Con un punzón se podían caracterizar los ojos, las capuchas y los hábitos, y la ausencia de brazos les daba un buen equilibrio y un aspecto de peón a mi parecer acertado y, sobre todo, robusto.

 

Esta primera fase fue de lo más simplona. Hacer conos frotando la masilla por la mesa y luego decorarlos con un punzón es de lo más sencillo. Para los antagonistas, los “arácnidos”, quería algo más de complejidad.

 

Por un lado, tenían que tener algo de arañas. Por otro, había que poner algún apéndice amenazador para que tuvieran una posición más agresiva, para que dieran la impresión de que perseguían por el tablero a los nazarenos. Al principio me los imaginé como a los comecocos, o incluso como a los fantasmas del mismo videojuego, pero no pegaban tanto con la ambientación. Así que hice lo que hace todo buen artista a la caza de la inspiración: enredar con las herramientas.

 

De este modo, el cono fue alargándose hacia delante, y fue entonces cuando me acordé de aquel ser de “El viaje de Chihiro” que va comiéndose todo indiscriminadamente -que era el concepto buscado-. Forzando un poco la postura del cono, redondeándole la punta, abriéndole una gran boca y perforándole unos cuantos ojos, tuve una buena base de trabajo. Sobre ella monté los ocho brazos de rigor –naturaleza arácnida, como decíamos-, haciendo cuatro pequeñas salchichillas cuyo centro uní, por simple presión, al tórax de las peculiares criaturas. El resultado final, unos seres algo cómicos pero que transmiten bien la sensación de malos que persiguen.

Satisfecho con estos primeros pasos, abordé a Aracnion, la Gran Araña, un ser entre diabólico y divino que, entre otras cosas, estaría en el juego para devorar a los cultistas. Por este motivo, tenía que ser más grande que éstos. Por otro igualmente obvio -la complejidad de la miniatura- había que ir en esa dirección. Sin excesos, la araña tiene un cuerpo de un diámetro de unos 3 - 4 centímetros, que no es una talla modesta pero tampoco demasiado cómoda para las manos de un adulto modelando.

 

No es ningún misterio que el cuerpo fue la parte más fácil de hacer. Unir la cabeza sin perder el contorno redondeado de la miniatura sólo requirió algo de cuidado. Las tenazas a modo de boca consistieron en una simple salchichilla algo gruesa y bien unida a la testa. Los ojos, a mi parecer, tenían que ser impresionantes. Las arañas que aparecen en los cómics, con grandes globos oculares, lo son. Hacer dichos globos oculares fue algo más complicado, pero tampoco demasiado: diminutas esferas insertadas a presión en el cráneo.

 

Al principió valoré incluir un aguijón, una especie de huso para el hilo que, ciertamente, generaría Aracnion. Sin embargo, mi asesora técnica -mi chica- me lo desaconsejó: podía darle más aspecto de escorpión que de araña. Después de todo, ambos son arácnidos.

 

Así, “sólo” quedaba por resolver la parte más complicada: las patas. Por coherencia estilística, tenían que ser ocho, pero insertarlas en un cuerpo tan pequeño no era sencillo sin hacerlas demasiado finas y, por lo tanto, demasiado frágiles -un juego de mesa no tiene gracia si no puedes jugar con él-.

 

Como solución se me ocurrió utilizar alambre metálico. Es algo que se puede meter en el horno -¡atención, no en el microondas!- y, al mismo tiempo, es maleable y resistente. El problema es su escasa adherencia a la masilla, que hace que, en vez de permanecer ésta pegada al mismo, se formen agujeros. Una vez cocida la masilla, el alambre no permanece bien fijado. Aunque esto no es un problema en un apaño puntual, con ocho alambres es determinante, ya que el conjunto se desmonta con facilidad.

 

Finalmente, opté por hacer unas patas gruesas pero terminadas en puntas estilizadas, como las que tienen algunas arañas muy gordas, uniéndolas por debajo del cuerpo, lo que me permitió hacer un acabado plano pero robusto y discreto. De ese primer diseño surgió la idea de darles un aspecto tentacular. Aquello me hacía pensar en Cthulhu y en Pyaray -ya sabéis, el Horror Tentacular que Murmura los Secretos Imposibles- y me pareció un buen punto. Si el resultado es bueno, a vosotros os toca juzgarlo. Mi cuñado, por lo menos, no protestó al recibir el regalo. Ahora sólo queda probarlo.

 

 

Sobre el tablero y las cartas no he incluido imágenes ni comentarios, puesto que fueron obra de mi chica, un buen trabajo de acuarelas y, cómo no, de recortar y pegar.

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Varagh
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Un buen regalo bien elaborado.

De todos modos, el modelado es siempre muy gratificante, además te obliga a estrujarte un poco las meninges y buscar soluciones sobre la marcha.

Eso si...nos dejas con la duda de las reglas del juego (y ya puestos...¿has pensado en colgarlas en el subforo de "Otros juegos"?)

“Quien vence sin obstáculos vence sin gloria”

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eximeno
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Ojalá te lo publiquen y podamos verlo en una hermosa caja en las tiendas :)

www.eximeno.com

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Destripacuentos
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Oye, pues viendo que suscita interés, le daré una vuelta y, por qué no, lo compartiré por estos lares, faltaría más. Gracias por los comentarios :-D

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