Madrid en la Guerra Civil

Imagen de Óscar Bribián

Reseña de la obra de Pedro Montoliú

El objetivo de este libro, según declara el autor, era narrar cómo Madrid y sus habitantes sufrieron la guerra durante todo el período bélico, que se prolongó durante 983 días nada menos. A mi juicio, desde luego, lo consigue muy merecidamente. Con una prosa acertada, la narración está llena de datos precisos que sumergen al lector de lleno en el ambiente urbano.

En realidad, el libro comienza desde el día 1 de enero de 1936, con las doce campanadas del reloj de la Puerta del Sol que anunciaban la llegada de un año aciago. Montoliú repasa brevemente las principales características de la capital española. Habla del número de habitantes, de sus cines y teatros, los recientes escándalos en los que se había vuelto envuelto el Partido Radical de Lerroux, el aumento del parque automovilístico, los problemas de tráfico, las obras de construcción de los Nuevos Ministerios, los sueldos medios de los habitantes, incluso de los anuncios que proliferaban en los periódicos, los precios de los alquileres y de las esquelas. Después habla del cargo como Presidente de la República que ocupa Manuel Azaña, el triunfo del Frente Popular en las elecciones y la presidencia de Gobierno por parte de Casares Quiroga. No tarda mucho en comentar el asesinato del teniente de asalto José del Castillo, simpatizante comunista, a manos de supuestos falangistas, lo que provoca la reacción de sus compañeros, sintetizada en el ajusticiamiento de Calvo Sotelo. Así, entre crónicas de pistoleros y entierros engalanados con banderas comunistas y falangistas, el autor nos sumerge en el crítico panorama madrileño, aportando datos precisos sobre el ingente número de huelgas y el incremento de las acciones callejeras violentas.

Tras este preludio, comienza la narración de la etapa bélica, resultando muy interesante comprobar en sus páginas el ambiente de relativa tranquilidad que se vivía en la ciudad mientras la sublevación daba comienzo. Después, los apresurados cambios de gobierno, la toma de los cuarteles a manos de pueblo y de las fuerzas de guardias civiles y de asalto leales al gobierno, los desfiles de milicianos exultantes, etc. En definitiva, la transformación de Madrid en núcleo de resistencia. El autor detalla los calibres de los cañones que se disponían en la capital, las octavillas que Indalecio Prieto mandó imprimir para ser lanzadas sobre el Cuartel de la Montaña, los grupos de mirones que se agolpaban para presenciar el espectáculo de los asaltos, el empleo de tranvías como parapetos, el número de disparos de artillería que se produjeron contra determinados edificios, el peso y tamaño de los distintos tipos de proyectiles, las ametralladoras instaladas en las azoteas, la quema de iglesias y la creación de lo que resultaría el Quinto Regimiento.

El libro cuenta con algunas fotografías que ilustran perfectamente los distintos momentos y peculiaridades de la contienda (barricadas en las calles, carteles colocados en las fachadas, mítines en el teatro Monumental o el embalaje de obras de arte del museo del Prado para su conservación y traslado).

Tras los primeros capítulos, se adentra en los innumerables asesinatos y registros llevados a cabo en la capital. Habla de la represión contra los militares afectos a la sublevación o sobre las clases adineradas o simpatizantes de derechas. Menciona los distintos lugares de los fusilamientos, los continuos “paseos” y las “checas”, los variopintos nombres de las diversas milicias encargadas de controlar, por ejemplo, las estaciones de trenes, la vida y la alimentación en las prisiones, los sobrenombres de algunos milicianos como “Papá pistolas” o “el gonococo”, famosos por lo que podemos imaginar, la incautación de los conventos y las difíciles relaciones con embajadas y consulados extranjeros. Muestra muchos ejemplos de manipulación periodística y hace hincapié en la propaganda comunista que se extendió en las calles y salas de cine. Enumera las películas y documentales que se estrenaron en ese periodo, relata la euforia inicial del pueblo madrileño tras vencer a los indecisos militares acantonados en la ciudad, la progresiva desmoralización con la llegada de nuevas noticias, el inicio de los bombardeos y el cerco de los nacionales, la ingente labor de recuperación por la Junta del Tesoro Artístico de cientos de miles de obras de arte y libros, los muros de sacos terrenos que protegían las calles comerciales, ventanas y algunas esculturas y fuentes como la Cibeles, la llegada e intervención de las brigadas internacionales y la creación del Ejército Popular en detrimento de las milicias. Tienen mención especial, por ejemplo, personajes como el general Miaja o Durruti, y las actividades de la Junta de Defensa para repeler los ataques y hacerse cargo de la complicada situación en la capital tras la retirada del gobierno a Valencia. Los asaltos a Madrid por parte de los sublevados son también narrados pormenorizadamente, así como los combates en la sierra madrileña y en los distintos puntos de la capital. En concreto, se transcriben algunos partes de guerra totalmente contradictorios según el bando que emitía el comunicado en las distintas emisoras.

Con todo, lo que más sorprende es la cantidad de anécdotas respecto a la hambruna que sufrió la mayor parte de la población. Resultan sorprendentes las optimistas cantidades reflejadas en las primeras cartillas de abastecimiento, cuyo reparto estaba cargado de picaresca y lucraba al nutrido mercado negro. Dichas cantidades eran imposibles de cumplir, y fueron disminuyendo a medida que avanzaban los meses. Pueden encontrarse anécdotas curiosas como la utilización de cáscaras de cacahuete molidas para sustituir la sacarina o la búsqueda de madera en los edificios derruidos para conseguir la leña con que combatir el duro invierno.

En los últimos capítulos Montoniú termina aportando nuevos datos sobre el número total de víctimas de ambos bandos. Lo cierto es que, según sus fuentes, minimiza mucho la cantidad total cifrada en otros libros, aunque no deja de ser enorme (en torno a 300.000), aporta también datos sobre el número de presos y exiliados, según el país de destino, y otras relaciones documentales interesantes.

Alejándose de los partidismos, Pedro Montoliú se preocupa intensamente por contar las vicisitudes de los madrileños en aquellos años, y se centra en aportar datos concretos, a la vez que narra con amenidad el ambiente de la urbe, plagado de peculiaridades. En esta acertada profundización, logra transmitir al lector los intensos cambios que se produjeron allí y el sufrimiento de las víctimas. Es un libro muy recomendable para quienes deseen sentarse en primera fila y descubrir durante unas horas la larga tragedia de la capital. No les defraudará.

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