Sweeney Todd

Imagen de Jack Culebra

Una declaración de principios por Tim Burton

 

Sweeney Todd es, desde mi punto de vista, la película que marca la madurez de este creador tan fascinante que es Tim Burton. No es su mejor película, ni la más transgresora. Tampoco la más impactante o la que más aceptación tendrá por parte del público. Sin embargo, en ella encontramos unas cuantas claves que ponen de manifiesto dos pilares del artista: carácter propio y madurez. Son dos virtudes que, lamentablemente, no están todo lo presentes que deberían en la industria del cine.

 

El comienzo de la película es una declaración de principios en sí. A vista de pájaro, nos desplazamos por un Londres decimonónico, oscuro, bañado por la lluvia, compuesto por una estética y una luminosidad tétrica muy propia de Burton. No es un alarde de técnica, ni un uso indiscriminado de los efectos especiales. Muy al contrario, es la primera pauta que marca Burton en su película: ésta no va a estar al servicio de los avances tecnológicos, sino al contrario. El espectador no tarda en darse cuenta de que el Londres que visitamos es un Londres de cartón piedra (o de dibujos y retoques digitales, si se prefiere), como tampoco tarda en constatar que da igual: vamos a entrar en la narración que el artista nos tiene preparada, en su mundo fantástico, y ni la posibilidad real de haber ido a grabar al siglo XIX nos transmitirá mejor lo que él quiere.

 

Acto seguido, volamos hasta un barco en el que Jamie Campbell Bower juega a ser, por un momento, Johnny Depp. No soy un buen fisionomista, y confundo a actores que no tienen nada que ver, pero no fui el único que tuvo esa impresión. El fenómeno se repite con el reparto femenino. ¿Burton se encasilla o no tiene complejos en admitir la cara con la que había soñado? Personalmente, creo que elige, sin más, los rostros que necesita para su historia, y viendo cómo es capaz de dirigirlos, sólo queda alabarle el gusto. Pensando sobre el tema me hizo gracia recordar que Big Fish no fue protagonizada por Depp ni nadie que se le pareciera. Quizás es un aspecto que se reserve al mundo que, como Alicia, visita al otro lado del espejo.

 

Superado el primer equívoco, el auténtico Depp salta a escena -para brillar, todo sea dicho, a lo largo del resto de la película-, y de nuevo se constata que Tim Burton está dispuesto a sacudirse el yugo de Hollywood. ¿Una superestrella interpretando la generación “vieja” de su historia? ¿Dientes mellados y torcidos para todo el reparto? Alguien podría pensar que es porque la película está ambientada en el siglo XIX, pero en mitad de una constelación de estrellas con los pellejos estirados y en la que las viejas glorias siguen encarnando veinteañeros, creo que hay algo más. A mi parecer, una bolsa de aire fresco donde los actores rebasan el molde de maniquíes para moverse como auténticos artistas.

 

Yendo a por todas, Burton no se queda en estos simples llamamientos de atención hilvanados tan correctamente en su historia que tocan más el subconsciente que la propia retina. No, avanza un paso más y se salta el tabú más terrible de todo Hollywood: ignora la receta mágica. Sweeney Todd es una historia sin moralina, donde el protagonista, un ser llevado al extremo hasta convertirse en un monstruo, atrae al espectador únicamente por su carisma. Los personajes que componen el cuadro principal son despreciables a distintos niveles, y los que se salvan terminan cayendo en la perdición o sus historias se ven, simplemente, ignoradas.

 

Sweeney Tood, además, no busca la empatía del público. A pesar de ser una historia folletinesca hasta el extremo (más que beber de “El conde de Montecristo”, se emborracha con su esencia), Burton deja de lado, con aparente desprecio, una y otra vez, los recursos que le hubieran brindado con total seguridad el aplauso y las lágrimas del público. Pensar que no ha sido capaz de encontrarlos es absurdo -sobre todo viendo su filmografía-, así que el motivo ha de ser otro.

 

Un musical cómico y gore donde los personajes desfilan sin pretender acercarse al público, un reparto de actores sobresalientes que cumplen con lo exigido sin complejos, demostrando que no hay que claudicar ante los gustos del público para bordar su peliagudo oficio, un filme que parece parodiarse a sí mismo y a sus hermanos (con un Depp casándose cual Eduardo Manostijeras y un Juez Turpin que echa la bronca a los marineros cual profesor Snape dirigiendo a un Bamford con dientes de rata); una obra, en definitiva, que no da lo que el público espera, pero que ofrece otras cosas que no por inesperadas revisten menos calidad.

 

Desde luego, Sweeney Todd no es mi película preferida de Burton, ni creo que sea su mejor trabajo. El resultado no es el que yo hubiera querido, y no porque no me gusten los musicales -éste, curiosamente, sí que me ha tocado en ese aspecto-. Y, a pesar de todo, sólo me queda descubrirme. Bravo. Ojalá sigan apareciendo cineastas con criterio propio, arte y, sobre todo, integridad para seguir creando originalmente.

 

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