Los girasoles ciegos

Imagen de Manuel Fernando Estévez Goytre

Reseña de la obra de Alberto Méndez publicada por Anagrama

 

Los girasoles ciegos es un libro formado por cuatro relatos que giran alrededor de las inmediatas consecuencias de la guerra civil española. Cuatro derrotas. Escrito en un tono suave, fino y cargado de matices, emplea un lenguaje directo y claramente descriptivo que va dejando una estela de encantamiento llevado con una maestría y delicadeza difíciles de encontrar en otros autores. A lo largo de toda la obra se respira un aire caótico y decadente que refleja la lucha por una supervivencia que no permite fijar un horizonte de vida de más de unas cuantas horas, en un tiempo difícil y en un estado roto por una contienda cruel e injusta –a fin de cuentas es el mensaje claro y conciso que el autor desea reflejar en todos y cada uno de sus relatos-. Todo en esta extraordinaria obra es efímero, volátil e inestable. Su lectura da una idea muy acertada –por no decir exacta- de lo que supuso o pudo suponer la posguerra para un porcentaje importante de la población española de la época. La originalidad, frescura y lucidez a las que el autor se agarra obligan a un análisis profundo e ininterrumpido del texto. Hay que leerlo con los ojos muy abiertos. Cada párrafo, cada frase, cada palabra encaja perfectamente en el contexto que lo rodea, y cada personaje juega un papel totalmente excluyente del resto.

Primera derrota: “1.939, o Si el corazón pensara dejaría de latir”. Narra la historia del Capitán Alegría, un hombre derrotado que, aun habiendo luchado en el bando vencedor, se niega a ganar la guerra el mismo día de la victoria. Puede interpretarse como un sabroso aperitivo para introducirse en la lectura del resto de relatos que están aún por llegar; una introducción digna de una pequeña gran obra como es Los girasoles ciegos. Durante su lectura, da la extraña sensación de que el autor pretende que el principal lector sea el mismísimo protagonista; dicho de otra forma, una lectura hacia el interior, como si el personaje se estuviese leyendo a sí mismo. El capitán Alegría repudia la guerra, sufre con ella mientras otros disfrutan matando y extorsionando. Desde su posición de vencedor, se declara vencido, cosa que llama extremadamente la atención y da mucho que pensar. Se porta como si tuviera que pedir perdón por pertenecer al bando ganador. Se apoya en su novia, Inés, y en sus padres, a los que envía algunas cartas. Sin embargo, vuelve a nacer después de fusilado. Sorprende el final, cuando les dice a los soldados nacionales: soy de los vuestros (y se pega un tiro). El autor usa un lenguaje lacónico que no necesita de grandes parrafadas para explicar con exactitud lo que pretende decir en cada momento. Una maravilla difícil de olvidar.

Segunda derrota: “1.940, o Manuscrito encontrado en el olvido”. Este relato cuenta, en un tono decadente y apagado, los avatares de un joven escritor que se ve forzado a huir con su esposa embarazada por la represión de la posguerra. A través de un supuesto manuscrito escrito por él, el autor teje una tela de araña alrededor del ingenio que el muchacho tiene que reinventar día a día para alimentar y sacar adelante a su hijo recién nacido con el crudo invierno en una sierra como telón de fondo. Es un relato a veces macabro, a veces demoledor, pero que, a pesar de todo, conserva la sinceridad y, sobre todo, esos retazos de docilidad y mansedumbre con los que Alberto Méndez pretende impregnar toda su obra. Genial a todas luces.

Tercera derrota: “1.941 o El idioma de los muertos”. Un tribunal militar formado por el teniente Alonso, el capitán Martínez, el alférez Rioboo y el Coronel Eymar, juzga a Juan Senra, un soldado republicano que en sus obligaciones en plena guerra civil había coincidido con el hijo del coronel Eymar, supuestamente del bando contrario, y lo había tratado con medicamentos. Pero el coronel quiere saber más sobre su hijo. Su esposa, mujer dominante donde las haya, lo presiona en cada uno de los interrogatorios. El hijo del coronel es un delincuente habitual, de poca monta, si bien sus padres lo ignoran completamente, algo que Juan Senra quiere ocultarles para evitar que la venganza recaiga sobre su espalda. La esposa del coronel, a escondidas de su marido, le lleva regalos a cambio de información sobre su hijo, pero no consigue sino engaños e historias que no llevan a ninguna parte. En este relato en particular aparecen una serie de personajes que dan un matiz de especial frescura a la historia, como Eduardo López (preso decidido que reparte tareas a los demás); Eugenio Paz (un muchacho de sólo dieciséis años, con el que el protagonista llega a trabar una gran amistad); Espoz y Mina; Cruz Salido… Llama la atención, sobre todo, la aparición del capitán Alegría, protagonista del primer relato. El intento de Juan Senra de escribir a su hermano es una constante durante todo el relato. Sin embargo, el cura de la cárcel censuraba las cartas y se las devolvía. Cuando un amanecer escucha el nombre de Eugenio Paz, decaído, decide contarles al coronel y a su mujer la verdad sobre su hijo. Así se asegura su propio fusilamiento. Una historia fulminante que hace recapacitar sobre la represión de la posguerra.

Cuarta derrota: “1.942 o Los girasoles ciegos”. En este relato se detalla cómo tiene que salir a flote una familia cuyo padre (escritor) vive escondido en una habitación oculta en una casa por miedo a que el régimen franquista lo descubra, y cuya esposa es, pese a todo, fuerte y a veces optimista. Todo lo aguanta. Sobre ella recae el peso de la familia, teniendo que soportar la mala imagen y el escarnio al que se sometía en aquellos días a las viudas de los republicanos, máxime a las que vivían solas con un niño. Escrito a tres bandas, es una muestra fehaciente de la genialidad de Alberto Méndez, que viene a culminar el compendio de relatos que el autor nos ofrece en este libro. La primera parte la narra un cura (profesor del hijo de la supuesta viuda), cuya lascivia le lleva a perseguir a la mujer hasta tal punto de pretender mantener relaciones sexuales con ella, poniendo como excusa de sus visitas la necesidad de tratar la trayectoria escolar del muchacho; sin embargo, llega a sorprender que habla como si estuviese arrepentido de lo que hacía. La segunda la cuenta un hombre que desde el futuro recuerda sus tiempos de niño, en la que, pese a todo, se adivina cierto aire nostálgico por el lejano recuerdo de su infancia. La tercera está escrita en tercera persona, sin más narrador que el propio autor del libro. Curiosamente, la hija de la protagonista es la esposa del joven escritor que protagoniza el segundo relato que, como en aquél, en éste también aparece por omisión, es decir, aunque se conoce su existencia, no está presente en la trama. Se puede decir que es una historia en la que se pone sobre la bandeja el control que el clero y el nuevo régimen esgrimían sobre la población española y el terror al que la tenían sometida. Está cargada de altas dosis de realismo y de tristeza al mismo tiempo, una auténtica lucha por la supervivencia capaz de sacar al lector, como las anteriores, las más profundas emociones, en la que resalta la fuerza que la esposa se ve obligada a buscar por cielo y tierra con objeto de sacar adelante a su familia. Encantadora.

En definitiva, Los girasoles ciegos es una obra maestra de esas que sólo se encuentran unas cuantas veces en la vida y, por ende, se recuerdan siempre. Una historia de las que hacen mella y no dejan indiferente a nadie con un mínimo de sensibilidad, se tenga la ideología que se tenga. Un libro delicioso, para leer una y otra vez, entero o por derrotas, en el que los relatos, aun siendo independientes, se cruzan en momentos cruciales de la obra. Aun sabiendo que es imposible, tengo que decir que como lector de Alberto Méndez me habría encantado una nueva obra con su firma.

 

Granada, Enero de 2.011

Manuel Fernando Estévez Goytre

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