El guardián

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Un relato de Maundevar

Adeline apareció por el arco de entrada de la sala, localizando como hábil batidor de cacería a la escultura lítica que en tantas fotografías había contemplado. Avanzó decidida hasta situarse frente a ella. Un hormigueo recorrió sus entrañas, invadiendo su corazón de una emoción desbocada.

Hacía ya un año que había emprendido su tesis doctoral sobre el arte turdetano. Aquel proyecto la había llevado a España, al Museo Arqueológico de Córdoba, donde se encontraba uno de los ejemplos de escultura ibérica mejor conservado de la figura sedente de un león. Tanto tiempo analizando sus formas geométricas, y ahora estaba ante él.

Rebuscó nerviosa en su bolso, extrayendo un pequeño cuaderno de cubiertas de cartón rojo, y tirando de la punta de su capuchón, agarró un bolígrafo aprisionado por la espiral metálica del bloc. Al levantar la mirada de nuevo, su cuerpo quedó paralizado, como hechizada por la mirada amenazante de aquella talla de caliza blanca. Por un instante, su mente, su ser, se vio sorbido por el influjo de aquellas pupilas pétreas.

Fuertes golpes metálicos retumbaron en la cabeza de Adeline. Asustada, intentó mover sus brazos para protegerse, pero no respondieron a sus órdenes. Su cuerpo entero estaba estático e inmóvil. Se había transmutado en la fría roca del león ibérico del museo, en el momento de su creación.

 

Luxinio, escultor avezado y apreciado por las élites y la aristocracia del sur peninsular, piqueteaba finamente con su uñeta la piedra del guardián leonado, dando forma a una pequeña oreja. Adeline lo observó extasiada. ¿Era ensoñación o había sido embrujada por aquel celador lítico de ultratumba?

El tallista dejó la uñeta a su diestra, y sopló y frotó con delicadeza la sección de caliza que había trabajado. La joven historiadora notó en su oreja izquierda el áspero y cálido contacto de las manos del artista. Se estremeció al pensar que durante ese instante sus almas se habían enlazado. El tejido de sus tiempos, sus eras tan alejadas y remotas, se fusionaron por un momento.

De repente, notándose desprendida de los grilletes de su composición pétrea, exhaló un leve gemido por una falta de resuello que la asaltó de imprevisto. Enmudeció sobrecogida al captar el espasmo de retracción de la mano del escultor que había captado su aliento. Su corazón se desbocó en sonoros latidos al restaurarse de imprevisto su naturaleza mortal. El artista cayó de espaldas por la sorpresa y confusión. Adeline, con un esfuerzo sobrehumano, comenzó a erguir su cuerpo dejando su solemne y estática postura sedente mientras sus zarpas se transformaban de nuevo en manos y sus cuatro patas en brazos y piernas. Pero alguien la cogió del hombro, que ya surgía como un muñón desde su torso felino, arrastrando su espíritu a través de los hilos del tiempo y retornándola a la sala del museo.

 

—Señorita inquirió una voz. Cerramos en cinco minutos.

Adeline, absorta aún por el embrujo, sólo tuvo fuerzas para un leve cabeceo de asentimiento. El vigilante, complacido e ignorante de su papel como liberador de almas, dejó a la estudiante en su éxtasis durmiente de transmutación.

Allí estaba el león ibérico: guardián de templos y tumbas, muestra de los contactos de Oriente y Occidente, y esculpido con la boca abierta, mostrando la lengua fuera, y con pliegues de un labio superior retraído, exhibiendo filas de temibles dientes afilados.

«“¿Cuántos personajes se habrán detenido ante esta figura sedente?”, pensó Adeline. “Turdetanos, cartagineses, romanos, visigodos... Tantas culturas, tantas vidas y vivencias. Muchas perdidas o fundidas en la inmensidad del tiempo.”»

Un sentimiento de pesar sobrecogió el espíritu de la joven. Posó su mano sobre la cabeza de la figura, pero sólo captó el frío contacto de la caliza inerte.

—Hijo de griegos, nieto de fenicios, descendiente de hititas pronunció Adeline solemne. Algunos te encuadran en la Historia, pero tú eres Historia completa en cada relieve, curva geométrica u oquedad. Tú has vivido lo que los demás solo podemos imaginar.

La joven se encorvó enfrentando su semblante al de la estatua.

—Gracias susurró besando con ternura su tez pétrea. Gracias por dejarme ver con tus ojos.

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LCS
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Quizá sea un poco corto. Te quedas con ganas de algo más.

 

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Maundevar
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jejeje... no tenía otra... ...era el tope del concurso.... Y me costó lo suyo comprimir la idea. La verdad es que últimamente calibro mejor las limitaciones de páginas, y me adapto sobre la marcha.

Esta semana que viene tengo ganas de comentar los últimos relatos que se han colgado... ...Creo que tú tienes uno porai, así que le echaré un ojo.

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L. G. Morgan
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Pues opino como LCS, le falta extensión.

Es una muy buena idea que no ha podido ser desarrollada como merece. Una experiencia de ese calibre, sentirte transmutado en piedra y escultura, otear otra época tan remota... necesita más espacio. Además, tratas de incluir la reflexión sobre el arte y el paso del tiempo y de los distintos pueblos... y aún se queda más comprimido, con lo que deja al lector algo frustrado. Mi opinión es que merece que lo retomes algún día y le des el estatus que le corresponde.

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