300

Imagen de Anne Bonny

Reseña de la obra de Frank Miller y Lynn Varley galardonada con dos premios Harvey, tres premios Eisner y un premio del salón del cómic de Barcelona 2000

 

 

La batalla de las Termópilas es un hito en la historia de la humanidad que ha dejado un eco permanente en el imaginario popular de la gente. Como suele ocurrir en estos casos, la historia se reinventa una y otra vez, según el momento actual, para amoldarla a los tiempos y extraer lo que al público le interesa oír. Valentía, honor, libertad, democracia… son valores que vuelan de boca en boca y que, más o menos, gustan siempre al populus.

 

Quizá sea por ello que 300, de Frank Miller, me haya impresionado especialmente, porque creo que el autor no ha querido darle una pátina de barniz para actualizarla, sino que ha querido presentarla con su crudeza y sus contradicciones. Por ello, me voy a permitir algunas divagaciones sobre el origen y el enfoque de esta obra.

 

El sistema social espartano nos puede resultar, según la mentalidad actual, bárbaro y escalofriante. Una polis de hombres duros, reputados por su valor en la batalla y su férrea disciplina, Esparta encarnaba el ideal del guerrero. Descendientes de Hércules se decían, y las frases lapidarias referidas a su valor (como ese terrible “espartano, vuelve con este escudo, o sobre él”) son tan conocidas como abundantes. Frank Miller ha sabido tirar de este recurso más allá del consabido mejor, así combatiremos a la sombra que supuestamente replicó Leónidas frente a la amenaza tácita de Jerjes y sus arqueros persas, y con ello ha tejido un escenario de gran viveza.

 

Pero el autor no se ha quedado en la anécdota, sino que ha explorado hasta el fondo la mentalidad de este pueblo, o, al menos, su vertiente mítica; después de todo, la obra de Miller reposa más sobre el terreno épico que sobre el histórico, como se deduce de sus encuadres expresionistas o del haber conservado la representación clásica de los guerreros desnudos, que era más un símbolo de valor –combatir sin armadura- que, supongo, una realidad histórica.

Así, Miller nos presenta ese orgullo de las falanges de Grecia, sublimado en las tropas espartanas. Pero, ¿qué son las falanges? Una nueva forma de combatir que igualó al pueblo con los nobles en materia bélica, la cual, al final, es la que manda. Así, todo ciudadano podía empuñar una lanza, un escudo y unas espinilleras –más asequible económicamente como equipo bélico- y derrotar a la caballería, parcela tradicionalmente ligada a la nobleza, a los que se podían permitir un caballo.

 

De este modo, el pueblo ya no necesitaba a los nobles para protegerse, y sobre ello se crea un nuevo modelo social. Por otro lado, el combate en falange requiere sus sacrificios: el individuo deja de contar en el campo de batalla para que todos los individuos puedan contar en la polis. En la espeluznante discusión entre Leónidas y el jorobado, esto se pone de manifiesto en toda su crudeza: la disciplina es indispensable, el sacrificio algo mundano; el héroe no tiene nada que ver con el de las leyendas medievales: aquí hasta el rey va a pie. En realidad, no es un sistema tan extravagante: también en Roma, siglos después, podías ser condenado a muerte por salirte de tu rango de batalla.

 

Obviamente, según nuestra concepción actual resulta repugnante que se sacrificasen niños al nacer por no ser lo suficientemente “rentables” para la polis por sus taras físicas, así como lo es que a los niños se les expulsase de la sociedad para que aprendiesen a sobrevivir, pero es que con nuestra concepción actual poco hubiéramos hecho en las Termópilas. Juzgar la obra de Miller desde esta óptica sería un error, porque él nos cuenta una historia de otro tiempo, con sus horrores y sus contradicciones.

 

¿Se puede disfrutar esta obra aunque no esté edulcorada? Por supuesto. En el fondo, el honor es algo que todos conocemos, así como la capacidad de sacrificio, o la inteligencia. El hombre es él y sus circunstancias, y si conocemos las de este episodio histórico, nos será imposible no sucumbir a la narración de Miller.

 

En ella hay épica, un tratamiento de la imagen que corta el aliento –ya desde la misma elección del formato panorámico- y una estructura narrativa sorprendente e intensa que pone de manifiesto la maestría de este autor. Sus representaciones no son clásicas, y a veces roza el simbolismo, pero no cabe duda de que, tanto a nivel gráfico como narrativo, es una obra hecha a conciencia. La crin del yelmo fundiéndose con el bosque de lanzas, la carga final ya en el recuerdo, los rostros hieráticos de los espartanos, la vertiginosidad de las batallas, los juegos de luces y sombras… una auténtica delicia para los amantes de los cómics y del género épico en particular.

 

Con su implacable presentación de las contradicciones del ser humano –la maquinaria bélica que absorbe al hombre para hacerle libre, el orgullo entremezclado con la vanidad, la violencia eterna para preservar la paz, el uniformarse para ser distinto-, Miller nos acerca el drama de las Termópilas en todo su esplendor. En este cómic se trasluce aquella máxima espartana que tanto me impresionó en su momento –y que, curiosamente, no aparece en la obra-: los espartanos no preguntan cuántos son, sino dónde están. ¿Quién no siente su corazón palpitar como un tambor cuando sueña con algo así?

 

Sinopsis

 

Aventuras históricas de corte épico. 300 es la recreación de un suceso histórico que ha pasado a la leyenda como prototipo del acto heroico. En el 489 a.C., apenas tres centenares de soldados espartanos, acaudillados por el rey Leónidas, frenaron el avance de decenas de miles de tropas persas bajo el madno del Emperador Jerjes, el monarca más poderoso del planeta.

 

Para conseguirlo, los espartanos entregaron sus vida en la defensa del estreho paso de las Termópilas, donde la superioridad numérica persa quedada reducida a su mínima expresión, pero con ello consiguieron una ventaja estratégica para el ejército griego que facilitaría la posterior derrota de los persas, preservando así la civilización occidental de los bárbaros asiáticos.

 

Autor

 

Frank Miller (27 de enero de 1957, Olney, Maryland). Desde muy joven se sintió atraído por los cómics, y así es como, con apenas 20 años marcha a Nueva York para entrar en la industria del cómic. Tuvo unos inicios titubeantes, pero a finales de 1978, un golpe de suerte le hace entrar como dibujante en la serie regular de Daredevil. La serie, de periodicidad bimensual, estaba a punto de ser cancelada. Las ventas habían ido descendiendo de forma imparable. Es precisamente cuando la continuidad pendía de un hilo que el guión recae sobre el que hasta ese momento era su joven dibujante: Frank Miller. Éste reconduce la serie con unos guiones más realistas y con unos personajes mucho más desarrollados. La serie enseguida volvió a enganchar al público y a la crítica, convirtiendo una serie desahuciada en uno de los bombazos más sonados del sector.

Con este éxito en su cartera, en 1982 se dirige a DC para realizar una obra muy personal: Ronin. Si bien cosechó un buen número de críticas positivas, la peculiar combinación de filosofía oriental con ciencia ficción no acabó de funcionar entre los lectores. Curiosamente, sus reediciones se agotaron con rapidez, lo que demuestra que, nuevamente, Frank Miller se adelantó a su tiempo.

De regreso a Marvel realiza la mejor saga de Daredevil escrita hasta la fecha, y que significó su despedida de la serie: Born Again. De forma casi paralela realiza para DC otra obra maestra: Batman: El regreso del señor de la noche.

Ambos títulos marcarían para siempre a sus respectivos personajes. Cuando parecía que no podía superarse, publica Batman: año uno, una miniserie de 4 números que no sólo supuso un éxito de ventas y críticas sino que sirvió como guía para los futuros guionistas de las aventuras del Señor de la Noche.

A principios de los 90 comienza a trabajar de forma regular para la editorial Dark Horse, donde los derechos recaen sobre los autores y no sobre la editorial como hasta ahora le había sucedido. Junto a Geoff Darrow crea Hard Boiled y Big Guy and Rusty the boy robot; con Simon Bisley, Bad Boy; y con Dave Gibbons, Marta Washintong, personaje que retomará en diversas ocasiones. Pero la serie con la que mayor reconocimiento tendría es Sin City. En sus diversas miniseries, todas ellas en blanco y negro, Frank Miller no parece estar muy interesado en crear una serie de personajes, sino en ver cómo distintos personajes de los bajos fondos reaccionan ante situaciones extremas en una ciudad repleta de pecado y corrupción.

Antes de que Troya, El rey Arturo o Alejandro Magno inundaran las pantallas cinematográficas de todo el mundo y pusieran de moda las grandes batallas con centenares de guerreros, Frank Miller nos presentó 300. Una magnífica historia en la que trescientos espartanos se enfrentan al ejército persa invasor dando muestras de crueldad y valor a partes iguales. Sin lugar a dudas se trata de un cómic histórico como pocas veces habíamos visto anteriormente.

En el 2000, tras innumerables peticiones de los lectores y la presión editorial, anuncia la esperada secuela de El regreso del señor de la noche: DK2. La miniserie de tres volúmenes en formato prestigio retoma los personajes que tanto éxito le dieron 15 años atrás. El éxito fue tal que superó las expectativas de ventas más optimistas de DC, convirtiéndose en un mega éxito editorial.

Pero no sólo la industria del cómic ha disfrutado de la presencia de Frank Miller. En 1990 realizó el guión de Robocop 2, personaje que retomaría 3 años más tarde. Miller también ha hecho unos breves cameos en Robocop 2 (en el papel de Frank el químico) y en Daredevil (como el hombre que es asesinado por Bullseye con un lápiz).

 

 

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Kaplan
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Con Frank Miller ocurre como con Mel Gibson. Hace tiempo que juegan en otra liga, en la que no necesitan depender de lo que nadie les diga a la hora de abordar nuevas creaciones. Esto no quiere decir que logren con ello de forma automática la excelencia (¿alguien dijo Spirit?)

Habrá quien se queje de que cada vez dibuja peor, pero yo más bien creo que su estilo ha evolucionado desde los tiempos de Daredevil hacia algo más pragmático, espartano -si se me permita el chiste-, al servicio de la historia (conviene recalcar que, de todas formas, Miller nunca ha sido un gran dibujante, sino, en todo caso, un gran planificador y estudioso de la página y la distribución en viñetas). Al mismo tiempo, y pese a contar siempre la misma historia, la caracterización de los personajes a nivel de guión también se ha despojado de artificios hasta llegar a su esencia misma (y es que Miller, por mucho que nos pongamos, sutil, lo que se dice sutil, no es). ¿Qué ocurre en 300 con la conjunción de estos aspectos? Que el protagonista (los 300) es bueno, pétreo, sin fisuras, cachas y bello; mientras que el malo oscila entre lo lascivo y demoniaco -Xerxes- y lo deforme y débil -Efialtes-.

En 300 hay mucho del peplum que tanto admira y añora Miller, unas gotas de documentación histórica y un buen chorrito de los hombres muy hombres que pueblan Sin City (leyendo los diálogos sin prestar atención al dibujo no sabes si el que habla es Leónidas ante Xerxes o Marv ante cualquier tipejo en un antro de perdición). Es revisionismo histórico pulp de muchos quilates. Es puro Miller.

 

Imagen de natxo
natxo (no verificado)

Tal vez te parezca que con los valores modernos no resulta agradable el tema espartano, pero es que en el siglo XX ha habido regimenes que pondrian en sus escuelas esta pelicula como ejemplo de los valores occidentales fascistas. El aristoi, que busca la vida peligrosa, siempre al frente de la batalla, eso es el buen fascista. El anticonservador, el antipolitico, el antidemocrata y homofobo.

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