Veraspada IX

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Noveno capítulo de esta novela de fantasía de Capitán Canalla

Amanecía, y ella no había dormido.

Aunque muchos lo dudasen, Meral amaba a sus hijos e hijas, intentaba que fueran felices en la medida de lo posible aunque para ello tuviese que ayudarles a satisfacer estúpidas fantasías que no tenían lugar en el mundo moderno. La visión del cuerpo maltrecho pero victorioso de Seete le llenaba de alivio, odio (hacia esas asquerosas ratas de escombros y ella misma) y amor maternal, aquellas emociones ardían en sus entrañas con hierro fundido.

Necesitaba liberarlas.

Por eso había convocado a los magos y a los brujos en la torre que era el hogar de su hijo; poco le importaba que la viesen con mala cara sentada al lado de su niño. No estaba sola, Mesal les hacía compañía: de su boca surgían tranquilas y terribles promesas de venganza para aliviar el dolor y acelerar la recuperación de Seete; también preparaba ungüentos medicinales que aparentemente ayudaban al herido. La reina se sintió algo extraña, como siempre le pasaba con él. ¿Dónde, cuándo y de quién había aprendido aquello? ¿Qué le movía a cuidar de su hermano? Sabía que no sentía ni pensaba como la gente normal, que todas sus muestras de humanidad eran puro teatro. Dudaba que pudiese sentir afecto por alguien.

Tenía que saber más de su más extraño vástago.

Vaum, un eunuco de piel dorada comprado en la Hegemonía, entró en la habitación; llevaba la cabeza rapada y repleta de tatuajes rojos, vestía una túnica azulada con triángulos en las mangas y a la altura del pecho. Se humilló a diez pasos de su dueña y esperó a que le diese permiso para hablar.

—Di.

—Los invitados de mi ama ya están aquí, y están discutiendo sobre quién debe entrar antes.

“Por todos los demonios.”

—Que lo echen a suertes.

—Sí, mi ama. También han llegado noticias de la República de Ebator. —Sacó de la manga derecha un cilindró y se lo entregó con ambas manos; la reina lo recogió con un rápido gesto y comenzó a leerlo; las noticias no pudieron ser peores.

 

Zaelek entró el primero. Pese a su mal aspecto parecía confiado. Posiblemente pensase que la relación que había estado manteniendo los últimos meses con la reina le iba a ser de ayuda en su guerra con los magos; era un necio.

Detrás del brujo iba Maw Ossor, un espigado albino que protegía sus ojos con gruesas lentes oscuras y que vestía una extraña túnica decorada con triángulos y círculos. El Gran Maestro de la Colonia era un mago de extraordinario talento y muy orgulloso, y por eso le había castigado hacía unos meses escogiendo como nuevo protector arcano a un brujo. Tenía que aprender que nadie era insustituible en Veraspada.

Ambos se arrodillaron ante ella.

—Os he hecho llamar por dos razones; la primera es obvia: hay que hacer algo con las ratas de la Escombrera después del ataque de hace unos días. Matarlos a todos estaría bien pero aquello iba a ser muy difícil, pues la Escombrera era tan grande como la propia ciudad—; por otro lado, el Alto representante Ux Peri de la República de Ebator me ha comunicado que la Hegemonía comenzó hace un mes ha prepararse para expandirse hacia el sur tras su fracaso hace dos años con los jelkiren. Antes de consultar a los señores quiero saber si podéis ayudar en esta cuestión.

La actual Legisladora de la Fe había sido elegida tras el sacrificio de su predecesor en la Gran Pira y había sido la vocal de la facción más fanática de la Hegemonía; aquella mujer tenía la intención de superar las conquistas de Ahret “El tres veces sagrado” hacía treinta años cuando conquistó el enorme Imperio Sykram y las Cincuenta Ciudades de Llanetlá antes de fallecer en el Gran Gris en un estúpido intento de llegar Xur Vadal para erigir un templo al Dios Hegemónico.

Si no iba de nuevo a por los jelkiren solo le quedaba una cosa: intentar tomar el sur, incluido el Dominio de Veraspada. Pocas zonas del continente eran tan ricas.

Maw'Ossor sonrió.

“La idea de hacer daño a la Hegemonía le encanta.”

—Creo, majestad, que tengo una solución a ambos problemas. —Se levantó y le miró directamente a los ojos; Zaelek parecía nervioso ante la nueva jugada de su contrincante—. Supongo que mi señora sabrá de los fundidos con almas de Xur Vadal.

“Esto puede estar bien”, el brujo de pronto estaba visiblemente alterado.

—Claro; gracias a ellos los magos dominasteis durante 2.000 años todo el continente hasta la Noche del Estallido.

Durante años Ossor le había regalado muchos libros sobre la largo tiempo pasada gloria de los magos. Ninguno era un original.

—Exacto, hace exactamente 1.008 años, cinco meses y tres días de aquella noche; desde entonces no se han creado nuevos fundidos con almas. Podemos poner fin a eso dentro de una semana gracias a los tres recursos más importantes de Veraspada: sus fábricas, sus minas y sus habitantes.

Zaelek se levantó de golpe, sonreía como un zorro.

—Eso es falso, mago; quizás vosotros os hayáis quedado anquilosados como las reliquias del nefasto pasado que sois, pero nosotros hemos desentrañado vuestros secretos para replicarlos y mejorarlos. Se giró hacia la reina—. Durante siglos los brujos hemos creados cientos de fundidos con almas por encargo.

Sin dignarse a mirar al brujo, Ossor soltó un bufido lleno de desprecio.

—Mi señora estará al tanto de los peligros y limitaciones que afectan a esas burdas copias —no, Meral no tenía ni la menor idea, ¿qué se pensaban? Tenía que gobernarcomo que explotan cuando la energía que los mueve, que suele perderse al cabo de unos pocos años debido a ineficaces sellos, se libera al sufrir desperfectos.

—Si, si; ya veo que esa es la solución que planteas para afrontar a la Hegemonía. —La idea de que Veraspada tuviese su propio ejército de guerreros de metal poderosos como treinta hombres y leales cual sabuesos era... irresistible; pero no podía mostrarse excesivamente interesada—. ¿Y en qué puede ayudar con nuestro otro problema?

—¿Su majestad sabe algo sobre el proceso de creación de los fundidos con almas?

 

La paloma mensajera llegó antes de la comida. Krin llevaba muy nervioso dos días tras el desastre de su noche de lucha y tardó bastante en entrar en el palomar. Le temblaba el pulso. ¿Sería una nota de desafío de Tiwon Dux por la muerte de su hija? ¿La reina le despojaba de sus títulos y poderes?

¿Sería otra burla?

Entró en el palomar, pisando las heces con paso firme imaginándose que eran sus enemigos, y agarró al ave. Reconoció aquella letra sinuosa: era la de su reina.

Le mandaba saludos y nuevas instrucciones a la hora de tratar a los criminales. Se acabaron las ejecuciones. Aquello le extraño.

Aquello no tenía demasiado sentido pero obedecería.

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