Obsesión y manía persecutoria en Halloween

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Un relato de Rubén Ramírez para Monstruos de cine

 

Jonás llevaba varias semanas encerrado en un sótano. Pasaba las horas muertas entre cuatro paredes como si fuera un presidiario o un ermitaño sumido en la miseria. Los escasos veinte metros en los que se movía estaban llenos de desperdicios e inmundicia, el ambiente estaba corrompido y sólo se oía el goteo de agua sucia y los chillidos de las ratas.

Era un hombre joven, alterable y enfermizo; las circunstancias le habían destrozado los nervios. Apenas dormía unas pocas horas atiborrándose de pastillas. Había llegado a un punto peligroso en el que confundía la realidad y los desvaríos de su mente: se sobresaltaba al distinguir luces que no estaban allí y captar movimientos imposibles en la soledad que lo protegía y torturaba.

Pero lo peor de todo era el rostro enfurecido que le atormentaba en sueños, la imagen de aquel que había sido un amigo y confidente antes de que todo se torciera de forma irreparable. Maldecía para sus adentros los últimos meses y su indigna cobardía, pero no podía hacer otra cosa que aceptar su debilidad y las consecuencias de sus actos. Al menos había hecho lo correcto por una vez en su vida, a pesar de haberse condenado al mismo tiempo.

La plomiza monotonía que le rodeaba había agudizado sus sentidos, de tal modo que no dudó de ellos cuando percibió un sonido cadencioso. Llegaba intermitentemente, muy amortiguado aunque suficientemente claro para tener la certeza de que algo estaba sucediendo. Llevaba mucho tiempo asustándose de su propia sombra, pero ese tímido sonido era tan auténtico como el de su mismo pulso. El corazón le latía desbocado sin paliar el gélido escalofrío que le calaba hasta los huesos: alguien se acercaba a la puerta.

“¿Cómo es posible? ¡No ha podido encontrarme!” Se repetía mentalmente incapaz de ordenar sus pensamientos. Había visto tantas cosas que desafiaban la lógica, cosas perversas, que instintivamente se ponía en la peor situación. Agarró la pequeña pistola que había comprado a unos traficantes y trató de apuntarla hacia la puerta. No era un asesino, su reacción natural era pacífica; era la pura enajenación lo que le hacía imprevisible y peligroso.

Durante unos segundos no oyó nada. Su enemigo debía estar preparándose para entrar. ¿Cómo podía detener él a un hombre tan poderoso y corrompido que había perdido ya las pasiones y debilidades propias de la carne mortal? ”Ha ido demasiado lejos, le vaciaré el cargador en el corazón”, pensaba. ¿Y si seguía en pie? ¿Qué haría entonces? ¡Si al menos pudiera comportarse como un hombre!

Entonces oyó tres golpes rápidos y tres lentos, y ni la música celestial habría conseguido aliviarlo tanto. Era la señal convenida, habían pasado las tres semanas. Bajó la pistola y se acercó a la puerta.

—¿Quién eres?

—Soy yo, Roberto. ¿Quién más sabe que estás aquí?

—¿Cuál es la frase?

—¡Ya he hecho la puta señal!

—¡Di la frase!

—Todos esos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia

Ni siquiera en los peores momentos olvidaba la teatralidad que le caracterizaba y su carácter mitómano. Giró el picaporte aún tembloroso. Roberto estaba allí, vestido con un elegante traje negro y una capa negra de interior escarlata sobre los hombros. Era un joven de treinta años, aseado y de porte atlético. Poseía una mirada inquieta que le volvía disperso. De hecho, su falta de atención le había costado muchos dolores de cabeza, aunque esta vez no apartó la vista del hombre que se erguía precariamente a escasos centímetros.

—¡Dios santo! Este agujero apesta como un matadero abandonado, o algo peor. ¡Y mírate! Estás hecho un asco, pareces treinta años más viejo y cien veces más miserable. Darías pena a un mendigo tullido, no puedes seguir así.

—No me importa si te repugno o si te doy lástima, ¿tienes algo para mí? No traes ninguna bolsa… ya casi no me queda comida.

—Traigo algo mucho mejor: noticias. Concretamente la que estás esperando.

—¿Estás seguro? respondió Jonás agarrándole tan fuerte que le hundió sus uñas negras en los brazos.

—Sí. Lo vi con mis propios ojos.

—¿No estarás tratando de engañarme?

—Sabía que dirías eso, así que los chicos me dejaron traerte un regalito – le pasó una foto arrugada con una sonrisa en los labios. Mostraba un cadáver con el tétrico aspecto que proporcionan unos cuantos miles de voltios y un traje de presidiario.

—¿Le tomaron el pulso?

—Claro. Estaba bien muerto, créeme.

—¿Qué han hecho con el cadáver? ¿Dónde lo han enterrado?

—¡Y eso que más da! Está muerto, no tienes nada que temer. Ahora tienes que cumplir tu parte del trato y recuperar tu vida. No de golpe, pero has de dar el primer paso.

Jonás trató de asimilar la noticia sin apartar los ojos de la fotografía. No se veía a salvo pese a la evidencia. El miedo había calado hondo. De cualquier forma, si no reaccionaba ahora no lo haría nunca.

—No sé qué decir… ¿Qué me sugieres?

—Lo primero, una buena dosis de aseo personal en mi apartamento mientras preparo algo de cenar.

La idea de salir le aterraba a la vez que resultaba tentadora. No sabía si podría volver a quedarse sólo y encerrado otras tres semanas. ¿Cuántas llevaba ya?

—¿Cuándo ha sido?

—¿La ejecución? Hace tres días, pero he esperado a que se cumpla el plazo para volver.

—Está bien, iré contigo y que pase lo que tenga que pasar, pero me llevaré esto.

—Eso es ilegal, sólo causará problemas.

—Tú no sabes de lo que es capaz, si aparece tengo que estar preparado.

—Si consigue reaparecer tras la silla eléctrica, ¿crees que seis balas de nueve milímetros van a detenerlo? Sé que hizo cosas horribles, pero era una persona, no un demonio inmortal o algo así suspiró—. Está todo en tu cabeza. Puede que usará un truco o dos, cualquier ilusionista pude hacerlo. Lo único cierto es que el muy cabrón mató a esa chica y ha pagado por ello. Fin de la historia.

—Puede que tengas razón… y ya no aguanto más. Esto no es vida.

—Así se habla. Vamos, no hay tiempo que perder.

Incluso el aire polucionado de la ciudad permitió que Jonás respirara mejor; el frescor le resultó igualmente agradable. La sensación de liberación le hizo olvidar sus temores por un breve instante. El barrio era laberíntico y desagradable; a la oscuridad matizada por los viejos faroles no le faltaba reminiscencias de otros tiempos. Asemejaba los suburbios de Londres de las películas de Jack el destripador o la Ipswich de la quema de brujas. Los edificios destartalados tenían personalidad propia y eran hostiles. Jonás lo había pensado las pocas veces que pasó por el barrio, aunque ahora parecía agradable tras salir de su madriguera.

Apenas recorrieron un par de calles y se encontraron con toda la representación del lugar. Las prostitutas les miraron descaradas y los camellos fugazmente. Ellos no eran mercado para ninguno de los dos. Las bandas de jóvenes marginados les escrutaron como si decidieran sobre la vida y la muerte. Hasta un niño podía disparar una pistola y un adolescente imberbe clavarte una navaja de cinco dedos. La gente decente no aparecía por allí, si bien la policía mantenía el orden con relativa eficacia.

Paradójicamente, fue al llegar a una zona residencial mucho más respetable cuando los miedos regresaron. La gente pasaba continuamente a su lado, haciendo imposible controlar lo que sucedía. Instó a su amigo a acelerar el ritmo y éste accedió con desgana. No tardaron más de diez minutos en llegar al apartamento.

El invitado se metió a la ducha mientras Roberto ejercía de anfitrión afanándose a los fogones. Jonás tardó un buen rato en quitarse toda la suciedad de encima; después se afeitó con la navaja y salió con un aspecto mucho más humano, pero con la angustia aún marcada en sus rígidas facciones.

—¿Tienes algo de ropa?

—Te he traído una muy especial. Está en el sofá sonrió—. Espero que te guste.

Jonás vio una camisa y un pantalón blancos, unos tirantes grises como la ropa interior y zapatos, bastón y bombín negros como complementos. Habría sido un atuendo excéntrico para cualquiera, aunque él lo identificó inmediatamente.

—¿Qué significa esto?

—¿Tienes que preguntarlo? respondió con una media sonrisa—. ¿Cuántas veces me has visto con traje? Por no hablar de la capa. Hoy es la noche de Halloween y vamos a celebrarla como merece.

—No lo recordaba… no creo que sea buena idea. Es demasiado pronto.

—¡Oh, vamos! Sé que es tu día favorito del año, el único en el que pasas desapercibido. Además, vamos a una fiesta privada. Habrá mucha gente y todos ellos serán de fiar.

—Pero exponerme tan claramente…

—Esa fiesta es el lugar más seguro. ¿Quién intentaría nada allí? No tiene sentido.

—¿Estarás a mi lado?

—Claro, no te preocupes por eso.

Los dos cenaron con avidez. Roberto siempre lo hacía y su invitado llevaba demasiado tiempo sin probar comida caliente y elaborada. El estofado de carne con patatas y zanahoria era una autentica delicia que remojaron con un buen vino.

Roberto monopolizó la conversación mientras que Jonás hacía verdaderos esfuerzos por prestarle atención. Todo parecía tan tranquilo y agradable y aún así… ¿Por qué no podía aceptar la evidencia? Era libre para hacer lo que quisiera.

Quizá debería ver a un psicólogo o un psiquiatra. Roberto se lo había propuesto varias veces, puede que fuera el momento de tenerlo en cuenta; aunque tenía miedo de ser tomado por loco y encerrado de por vida. ¿Cómo podía un simple médico tener la capacidad de juzgar a los demás? ¿Unas pocas conversaciones le convertían en juez y jurado? No. No tenía que pasar nada malo. Al fin y al cabo los psiquiatras estaban para ayudar y él no había hecho nada ilegal. Así no tendría que seguir auto medicándose; conseguiría las sustancias más apropiadas a su estado. Él sabía bien que una buena dosis de química podía hacer milagros. Estaría drogado pero mucho más tranquilo. Se sentiría levemente reconfortado, al menos.

—¿Dónde es esa fiesta? interrumpió sin importarle la brusquedad.

—En una discoteca cerrada exclusivamente para nosotros. “La Parada nocturna”. No es que sea muy popular, pero es todo un derroche para mi amigo Jon.

—¿Quién es ese Jon?

—Ya te lo he dicho, es un amigo.

—¿Es de fiar?

—Le he visto un par de veces, la verdad. Congeniamos: a mí me gusta su dinero y a él mi sentido del humor o quién sabe qué. Es un tipo bastante popular en el mundo de las finanzas y es realmente desprendido.

—¿Habrá seguridad?

Por supuesto. Dos guardas de cien kilos impedirán el paso al que no lleve esto- le enseñó dos invitaciones que parecían muy elaboradas- Marcharemos a eso de las once. Mientras tanto, podemos relajarnos con alguna de las películas que aún conservo. Las habrás visto, pero sé que eso no es un problema.

Acabaron viendo Seven. La empatía no era el fuerte de Roberto, o quizá fue obra de su humor negro y su ligero carácter sádico. El caso es que Jonás apenas despegó los ojos de la pantalla, incluso murmuró algunos de los diálogos. Conocía demasiado bien el film como para sobrecogerse por lo que veía, ni siquiera en su vulnerable estado. Es más, consiguió abstraerse de sus miedos por segunda vez ese día. Estaba progresando.

Llegó la hora de acudir a su cita. Se afanaron en los últimos retoques del disfraz, como eran los colmillos de vampiro y la pestaña pintada que distinguía al personaje de Alex. Roberto contó los billetes de la cartera y extendió un par a Jonás, quien los aceptó mecánicamente.

La Luna llena brillaba apropiadamente en un cielo sin estrellas, la contaminación impedía verlas casi todos los días del año. Los recién llegados tardaban semanas en acostumbrarse al aire corrompido y se pasaban ese tiempo tosiendo a la vez que juraban malhumorados. La pareja que recorría las calles llevaba tanto tiempo allí que eran inmunes a esos inconvenientes, si bien su capacidad pulmonar se había reducido tanto como su esperanza de vida.

El joven vampiro estaba ansioso por codearse con mujeres despampanantes y despreocupadas. Gesticulaba y sonreía como un adolescente.

—Las mujeres vienen a estas fiestas dispuestas a todo. Nada las excita más que el glamur y todas esas chorradas. Con unas pocas frases ingeniosas y un par de botellas de champan te llevas a la cama a la que te apetezca.

A Jonás no se le pasaban esas ideas por la cabeza. Se conformaba con tomarse dos copas sin incidentes y dormir a pierna suelta. Rogaba que así fuese, aunque se había traído las pastillas. La paranoia había disminuido pero seguía en su subconsciente como una sombra que amenazaba con engullirle.

Llegaron a una zona concurrida que era el hábitat natural de los que pasaban de la treintena. Algunos salían de vez en cuando para recordar viejos tiempos o separarse temporalmente de sus parejas, los solitarios buscaban su última oportunidad.

A simple vista todo parecía muy tranquilo. La gente se amontonaba en los bares y éstos cumplían severas medidas referidas al ruido: tenían paredes y puertas tan gruesas que la música que ahogaba las conversaciones ni se intuía desde fuera. Jonás siempre decía que eran una trampa mortal, pero que las fuerzas del orden no intervendrían mientras no se molestase a los vecinos.

“La parada nocturna” tenía un aspecto algo más aceptable que el resto de locales. Las paredes lucían un color violeta que se había apagado con el tiempo, el letrero luminoso era discreto y no llamaba demasiado la atención. Parecía claro que su momento de gloria había pasado. Al menos tenía carácter y no estaba pintarrajeado con colores vivos ni infestado de focos. Nadie entraría ahí de manera casual; o ibas buscando el local o simplemente lo ignorabas.

Los porteros no pesaban cien kilos, pero eran lo suficientemente corpulentos para disuadir a los maleantes. Tenían el rostro duro y el gesto malhumorado de quién realiza su trabajo a disgusto. Los clientes les caían mal y no trataban de disimilarlo.

No había demasiada gente en la cola porque los gorilas no se complicaban la existencia. Cuando les tocó su turno, Roberto saludó educadamente y extendió los pases. Uno de los porteros comprobó fugazmente los papeles, el otro abrió la cinta de forma mecánica. Entraron sin mediar palabra.

—Ni siquiera nos han cacheado protestó Jonás—. Es muy fácil meter un arma, incluso una pistola.

—Quizá. De todos modos, nadie podría salir de aquí después de usarla. Relájate y disfruta.

Abrieron la segunda puerta y fueron recibidos por una machacante música electrónica y un barullo de voces producto de las esforzadas gargantas del gentío. Varias luces rojas y verdes iluminaban el local intentado crear un ambiente festivo e intimo a la vez. A Jonás le pareció lúgubre.

Todo el mundo vestía disfraces de lo más comunes: muertos vivientes, vampiros, fantasmas, momias y frankensteins se mezclaban con uno o dos trajes especiales. Como cabía esperar, todos ellos eran muy elaborados, parecían recién salidos de las mejores tiendas. “El dinero no compra la originalidad” pensó Roberto sin aplicarse la autocrítica.

La sala era más grande de lo que parecía desde el exterior. La pista de baile estaba abarrotada y la gente se peleaba por conseguir su consumición en la barra. Seis camareros se afanaban en mantener a los clientes borrachos y contentos, ellos sí lucían la mejor de sus sonrisas.

Se abrieron paso a duras penas. Tras dos temas machacones e interminables consiguieron hacerse con sus bebidas. Jonás pidió su Gintonic habitual y Roberto no pudo resistir la tentación de tomar un Bloody Mary.

—Vamos a la pista, quiero explorar el terreno.

—Quédate un rato en la barra. No puedo hacer un cambio tan radical en unas horas. Al menos necesito un poco de alcohol.

—Está bien, la noche es larga.

Iba por la mitad de su bebida cuando comenzó a pelearse por la segunda. Tuvo suerte, una Hiedra Venenosa de lo más eficiente hizo caso de sus aspavientos. Vació el vaso de un trago mientras observaba como la camarera hacía su trabajo. Echó los hielos, aplicó la cáscara de limón y se mostró generosa con la ginebra. Jonás pagó gustoso con uno de los billetes.

Roberto se impacientó en unos escasos veinte minutos, llevaba demasiado tiempo esperando una oportunidad como aquella. No encontraba sentido a acudir a una fiesta para quedarse de brazos cruzados, gritando para hablar con gente con la que podía estar en cualquier otro momento.

—Ya hemos esperado suficiente.

—Espera que saque otra bebida.

—Pues date prisa. No quiero conformarme con los deshechos de los demás.

Volvieron a servirle rápidamente, aunque esta vez no hizo grandes esfuerzos. La camarera estaba muy atenta a su parcela de la barra.

Llegaron a la pista y fueron empujados por unos cuantos exaltados. Roberto no tardó en empezar a bailar y en fijarse en las mujeres. Se desgañitaba para darse a conocer cuando cinco minutos antes no había cruzado palabra con su amigo.

El alcohol empezó a hacer efecto y Jonás tuvo dificultades para seguir a Roberto. Cada vez se sentía más ignorado. Le enfurecía ser relegado por un montón de desconocidas y era aún peor ver la actitud babeante de alguien razonablemente intelectual. Verle perder la dignidad era patético. ¡Qué podía hablar él de dignidad! Pensó de repente. Él la había perdido toda en unos pocos meses, quizá nunca llegara a recuperarla.

En un instante salió de su ensimismamiento y se dio cuenta de que había perdido de vista a Roberto. La gente ondulaba como un mar viviente y parecía evidente que pasaría el resto de la noche sin su amigo.

La inquietud creció instantáneamente, como si los muros que la contenían se hubieran resquebrajado. Volvía a estar solo, o lo que es peor: rodeado de extraños. Intentó comportarse y mantener un mínimo de serenidad, no iba a ser tarea fácil.

A su alrededor nadie parecía prestarle atención, todos estaban como en trance moviéndose al son de una música más simple que la de los tambores de la noche primigenia. Sufrió innumerables empujones que le obligaron a girarse asustado esperando un ataque.

El miedo y el alcohol formaban una mezcla peligrosa. Se sintió mareado y trató de salir de la pista. Se veía rodeado de una jauría de monstruos que no le atacaban, sino que jugaban con él. Lo cierto es que esa gente ni siquiera le conocía. Él no era importante, era sólo un tipo disfrazado, borracho e inestable.

Sus pensamientos volvieron unos años atrás, a los días en que comenzó todo. Entonces creyó que sería divertido participar en las sesiones. Empezaron como un juego inocente, un mero entretenimiento.

Víctor era un apasionado de los temas esotéricos, uno de esos tipos retraídos, con mirada perdida, destinados a la soledad. Al menos esa impresión le dio cuando coincidió con él en una convención sobre el origen del terror en la cultura popular.

La camaradería propia de los asistentes a eventos tan peculiares había hecho que comenzaran a hablar. Jonás sintió interés por los estudios del otro. Parecía muy bien informado sobre los brujos de la antigüedad, los monstruos de las leyendas, el vudú y toda clase de superchería propia de las historias que entusiasmaban a Jonás.

Habían quedado frecuentemente desde entonces, y llegaron a recopilar gran cantidad de información. La cosa cobró tal proporción que alquilaron un pequeño trastero en el que continuar su estudio.

A partir de aquel momento, los recuerdos de Jonás eran confusos. No podía saber si fue de forma gradual o si simplemente las largas conversaciones revelaron la verdad: Víctor creía realmente en la magia negra, en los monstruos de la antigüedad, en otras dimensiones.

Parecía obsesionado con unos extraños libros que hablaban de invocaciones y puertas a otras dimensiones. Había uno que cuidaba de manera especial y estudiaba una y otra vez. Su nombre era impronunciable y Víctor se refería a él como “Cultos sin nombre”. En las pocas ocasiones que pudo ojearlo, Jonás no entendió nada, pues estaba escrito en alemán; lo único que sacó en claro es que era de mediados del siglo XIX, que lo había escrito un tal Von Juntz y que lo acompañaban imágenes de monstruos y artefactos desconocidos.

Consultando otras fuentes se enteró de que el autor era un alemán que había dedicado su vida a la investigación de los conocimientos prohibidos. No era una obra de ficción, al menos no intencionadamente, sino una suerte de desvaríos sin fundamento.

Nadie debería dar crédito a textos como ese. Su amigo lo hacía y por ello sintió miedo, Víctor se había convertido en un Don Quijote siniestro. Cada día que pasaba parecía más desquiciado: diseccionaba animales o los ofrecía como sacrificio a antiguos dioses. Su mirada se volvió turbia. Por momentos, después de un ritual o cuando hablaba con él, Jonás llegaba a creer que su amigo llegaría a comunicar con alguna suerte de deidad maligna. Incluso dudó si algún ente no había tomado posesión del cuerpo de Víctor.

Sus peores temores se consumaron la noche que decidió quemar todos los libros y los utensilios que con tanto esmero habían reunido. Diría que algún accidente había provocado el incendio; nadie podría culparle.

Era demasiado tarde. El rostro de Jonás languideció otra vez al recordar el cadáver de la muchacha y las manos de su amigo empapadas en sangre. Cantaba en una lengua irreconocible mientras agitaba un cuchillo goteante.

Al principio, su mirada su clavó en la víctima y creyó sufrir un colapso nervioso. La pobre chica estaba cubierta de tajos que formaban símbolos extraños o letras de un alfabeto que no podía entender. Pensó en la meticulosidad con la que su amigo había trazado esas macabras líneas; la mujer aún debía estar viva mientras Víctor se afanaba en su tortura, a juzgar por la cantidad de sangre que llenaba el suelo. Después debía haber limpiado las heridas dejando únicamente el trazo del cuchillo enfatizado por una línea reseca de sangre.

¿Por qué iba alguien a cometer semejante atrocidad? La muchacha estaba amordazada y atada de pies y manos a unos postes que salían de una pieza de madera que Jonás no había visto nunca. La muchacha debía haber estado consciente mientras sufría durante horas, completamente indefensa. ¿Por qué si no estaría atada a aquel extraño artilugio?

Entonces su vista dio con un objeto que le resultó familiar: era un pequeño medallón con la forma de un repugnante sapo, y recordó que representaba una de las llaves de las que hablaba Von Juntz. Cómo había dado Víctor con él era un misterio.

Aún paralizado por el shock, Jonás creyó distinguir una enorme sombra que asemejaba el engendro del medallón. Los murmullos extasiados de Víctor se vieron acompañados de un leve gorgoteo. Una brisa artificial hizo bailar la llama del candil que iluminaba la estancia.

Debido a la conmoción, las manos de Jonás soltaron la lata de gasolina y su amigo se giró clavándole unos ojos ardientes iluminados por la locura.

Aquel rostro era la antítesis del que había conocido. El gesto apocado y soñador se había tornado en una espeluznante pesadilla, en una representación deleznable de la degeneración. Todas las cualidades racionales y empáticas del hombre se habían borrado dejando la parte más perversa, más despreciable. En unos pocos segundos de contemplación, la imagen se había incrustado en la mente de Jonás para perseguirlo noche tras noche.

Él había luchado con todas sus fuerzas para reaccionar porque sabía que algo más que su vida estaba en juego. Por fin rompió las cadenas de la parálisis y huyó de forma frenética y caótica; no paró de correr hasta que le fallaron las fuerzas.

La policía había detenido a Víctor días después. La declaración de Jonás fue decisiva para declararle culpable de asesinato. Ni siquiera los médicos de la defensa pudieron probar enfermedad mental alguna.

Antes de ser encarcelado había jurado vengarse, pero había muerto sin cumplir su amenaza. ¿Podía haber llegado a tal conocimiento como para volver de la muerte? ¿Acaso no vio Jonás el monstruo que estuvo a punto de invocar? ¿O fue aquello el primer indicio de su paranoia?

Tras lo que pareció una eternidad, aparcó sus pensamientos e hizo acopio de fuerzas para volver a la barra. Su conciencia estaba peligrosamente alterada y su cuerpo apenas le respondía, aunque consiguió alejarse de la muchedumbre a duras penas.

En menos de una hora bebió tantas copas como pudo comprar. Lejos de mejorar, su situación era cada vez más preocupante. Estaba insanamente pálido y sudaba como si estuviera en el desierto. Se le cruzó esta idea y lamentó no estar en un sitio vacio. Al menos no tendría que vigilar a cada desconocido que se cruzaba.

Llegaban incesantemente. Cualquiera de ellos podía esconder un asesino, Víctor estaría oliendo el miedo de su nueva víctima. En la mente desordenada de Jonás, su enemigo había saboreado la satisfacción de hacer daño a la gente hasta el último extremo. Había perdido su humanidad pactando con el diablo o alguno de los dioses obscenos que nunca debieron existir.

Un inocente Freddy Krueger podía llevar unas cuchillas de verdad, incluso algún anónimo Jason podía meter una sierra ante la indolencia de los gorilas de la puerta. ¡Qué estúpido había sido al acudir allí! Estaba dando a Víctor la oportunidad perfecta, como un insecto que se para debajo del grifo. No podría reconocer a su asesino, tenía que estar alerta a cualquier movimiento, por inofensivo que pareciese.

Su paranoia se volvió insoportable, hasta un niño le habría sobresaltado con sólo rozarle. La insoportable música se mezcló con las luces estroboscópicas: todo el mundo se movía a saltos creando una sensación irreal y desagradable. Cualquier otro ambiente habría sido más propicio para un hombre en su estado. Jonás no veía ninguna salida. La fiesta duraría toda la noche, lo único que estaba haciendo era prolongar su agonía.

Si se marchaba, sería una víctima más encontrada en un callejón. Al menos su asesinato debía ser contemplado, alguien tenía que detener al monstruoso Víctor. Al menos la gente debía conocer la verdad. Sería tan fácil tragarse todos sus somníferos… pero de esa manera moriría demostrando su egoísmo y su cobardía.

Al cabo de un tiempo, menos gente pasó por su lado, aunque aún era demasiada para el joven. La barra ya no estaba tan abarrotada y no hacía falta pelear por un sitio. Ahora, cada persona que se arrimaba suponía un peligro mucho mayor. ¿Por qué iba a acercarse nadie a aquella esquina de la barra?

Entonces localizó la amenaza. Su corazón pareció agarrotarse y sus manos temblorosas buscaron un arma. No tuvo ninguna duda al ver un hombre vestido de negro y oculto tras una máscara victoriana. ¡El máximo exponente de la venganza! El personaje cuya alocada vendetta apasionaba tanto a su antiguo amigo.

¡Qué otra forma podría haber elegido! Tras su máscara sonriente, el rostro de Víctor debía mostrar una satisfacción incomparable. Jonás derribó varios vasos con sus frenéticos aspavientos hasta que consiguió hacerse con un botellín medio vacío. ¡Qué estúpido se sentía! Armado con un ridículo botellín contra aquel que había burlado a la muerte.

El enigmático V estaba muy cerca cuando el azar quiso que su capa se moviera revelando un puñal. El desgraciado clímax fue tan rápido que nadie pudo ver lo que sucedió. Jonás rompió el botellín y lo clavó en la garganta del otro. El hombre cayó hacia atrás sin que una sola palabra brotara de sus labios.

Jonás no sabía qué pensar. ¿Había conseguido matarlo, era así de fácil? Arrancó la máscara del hombre con el vidrio ensangrentado todavía asido en la otra mano. Languideció al ver a un desconocido cuya vida se escapaba débilmente; gorgoteaba de forma estúpida sin comprender la causa de su muerte.

Mientras la gente trataba de ayudar al hombre que agonizaba, unos pocos redujeron a Jonás. No opuso resistencia. La lucidez le golpeó de forma dramática: se había convertido en un asesino, Víctor había cumplido su venganza de forma involuntaria. ¿O tal vez aquel había sido un plan? Podía haber pagado a un pobre desgraciado para que se disfrazara y pasara a su lado. Ni siquiera había tenido que mancharse las manos, los miedos de Jonás habían sido suficientes.

Las macabras formas que lo rodeaban no eran ya sino gente corriente con el rostro contraído por el horror. No podía culparles, ¿qué justificación podía explicar su espantoso acto? Si ni siquiera podría perdonarse a sí mismo, ¿quién le iba a entender?

En aquel momento, la única certeza que cruzaba su mente era que se pudriría en una cárcel o un sanatorio mental; allí, sus compañeros serían la culpa, la pena… y el horrible rostro de Víctor con sus ojos escrutadores.

 

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Raelana
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Me ha resultado un relato demasiado largo para lo que cuenta, la trama realmente comienza cuando empieza a hablar de Victor y todo lo anterior se hace demasiado largo, creo que el relato habría ganado acortando toda esa primera parte para entrar antes en la trama. También creo que el personaje de Roberto te sobra, no aporta realmente nada a la historia, aparte de sacar al protagonista de casa. No explicas quién es, ni es realmente parte de la trama.

Otro punto que no me termina de convencer es dónde está situada la historia. Por los nombres parecen españoles, pero luego hablas de pena de muerte que en España no hay, pero no llegas a centrar realmente la acción en ningún sitio.

Lo que si me ha gustado mucho es la prosa, de ritmo va muy bien y la sensación de misterio está muy conseguida.

 

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FAGLAND
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Gracias por comentar Raelana,

Tienes razón en que es demasiado largo y que buena parte del relato no hace falta. Es algo que me ha pasado hasta ahora y que he solucionado para la próxima convocatoria (creo).

El personaje de Roberto es secundario, aunque creía interesante ver la opinión del uno sobre el otro. Mi fuerte no son los diálogos, pero los de éste relato me gustan. Roberto era prescindible, pero ayudaba a no convertir el relato en un monólogo interno del protagonista.

¿Dónde está ambientado? No lo sé... y cuándo tampoco, realmente. No me gusta demasiado hablar de sitios o situaciones reales. Es una cosa mía que no tiene un motivo especial.

La sensación de misterio o la atmósfera era lo que más me preocupaba, además de incluir alguna buena frase. Corto, que me estoy enrollando. MUY interesante tu opinión, de verdad.

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Aldous Jander
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Coincido con Raelana; un paisano mío decía que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Con esto no quiero decir que tu relato sea demasiado largo, sino que no está lo bastante condensado. No recuerdo qué escritor decía (poco más o menos): "Todas las palabras de un texto deben estar ahí por un motivo; si una sola de ellas es prescindible, elimínala".

Tu redacción es buena, así que en cuanto mejores en ese aspecto estoy seguro de que escribiras muy buenos relatos.

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Darkus
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Bueno, me toca a mí:

En general, me ha gustado. Coincido con los dos compañeros que han comentado el relato en muchas cosas.

Por ejemplo, la sensación de misterio está muy conseguida. Vale, el final se ve venir "minutos" antes de que llegue, pero antes de que se vea llegar, todo parece envuelto en un enigmatico halo de misterio que me ha gustado mucho.

El principio también me ha molado y creo que es lo mejor del relato. Todo cambia muy "repentinamente" pero es algo que destaca el mismo protagonista, así que no me parece algo negativo ni mal llevado.

En cuanto a lo largo que es, a mi no me ha molestado. El autor se toma su tiempo, explica esto, aquello, y se nota que disfruta desarrollando a los personajes y, en especial, escribiendo sus dialogos (que son de lo mejorcito).

Y, por supuesto, es un relato que se lee bastante bien. Llevadero, muy bien redactado, y con alguna que otra frase la mar de eficaz.

En lo negativo, es cierto que hay partes que sobran (aunque no soy el más apropiado para hablar de esto xD). Igual si fuese una novela no diría lo mismo, pero siendo un relato...

Y el final no me ha dejado demasiado satisfecho. Lo que pasa es que, toda la primera parte del relato es bastante buena, por lo que, la última parte, parece que flojea un pelín.

Lo dicho, en general me ha parecido un buen relato, con cositas por pulir (como todos), pero bueno, al fin y al cabo.

"Si no sangras, no hay gloria"

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Tienes razón, Darkus, en que todo cambia repentinamente. Es algo que puede suceder cuando tu estado mental está muy delicado, no me preocupó la brusquedad y tampoco habría sabido hacerlo de otro modo.

Me alegra que te gustara el principio y ya tengo muy claro que sombran un montón de partes,me dejé llevar.

No estoy acostumbrado a escribir relatos con un objetivo concreto o un final sorpresa, pero todo se andará. Muchas gracias por el comentario

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Raelana
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Realmente, el problema de Roberto no es tanto que esté, como que desaparezca de pronto y no parezca que sea parte de la trama. Podría haberse mencionado en algún momento en la parte donde habla de Victor, aunque fuera de forma muy secundaria, para entender por qué ayuda al personaje.

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En general me ha gustado. El problema que le veo, importante en este caso, es que le falta una relación directa con el cine, los "monstruos" están contemplados, aunque demasiado marginalmente, pero no son en absoluto cinematográficos, el tema clave del relato es otro.

La primera parte me ha encantado, la del sótano y el "rescate" por parte de Roberto. Creo que introduces magistralmente las emociones y las pistas, los datos sobre la situación terrorífica que vive Jonás. En mi opinión, lo que sobra es el viaje al apartamento y los preparativos, también algo del comienzo de la discoteca. Creo que deberían haber sido apuntes mucho más leves ya que no van a ser demasiado relevantes y ya estamos en situación, por lo contado antes.

El final me parece bueno, pero yo cortaría justo después de ver la cara del desconocido. Solo para que quede más dramático o más intenso y porque creo que se entiende bien lo que ha pasado.

Enhorabuena por el relato, nos seguimos leyendo.

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FAGLAND
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Muchas gracias por el comentario, Zabbai Zainib.

Ya tengo claro que el viaje al apartamento y los preparativos sobran, porque está claro que no son relevantes para la historia. Me alegra que te gustara el comienzo, es algo interpretable, por lo que veo. A algunos les ha gustado y otros lo ven innecesario. Se podrían acortar otras cosas.

El final quedaría más impactante como tú has dicho, ya que no se esconde ni es ninguna sorpresa, buen apunte.

Nos leemos :)

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Félix Royo
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Yo veo bien que esté todo lo de apartamento y el amigo del protagonista pero lo que no entiendo es quiénes son los que han "vigilado" al protagonista para que esté seguro. Es decir, al amigo le dan una foto, se ve que tiene contactos... bien, pero ¿quién está ahí detrás? Realmente no sabemos nada del amigo y creo que la relación entre ambos debería figurar cuando se relata toda la parte de las investigaciones esotéricas.

Por otro lado, el giro del final era lo más obvio del mundo. De hecho, como no recuerdo si se dice cómo va disfrazado el amigo, un giro sorprendente hubiese sido que el amigo fuese el disfrazado de V y el otro estuviese tan borracho e ido que ya ni se acordase de eso (además se podrían meter con antelación detalles ocultos como que su amigo se queje de la capa de su disfraz o que busque su sombrero o algo así, pero sin revelar qué tipo de disfraz es realmente).

En cambio la forma de narrarlo me ha parecido un buen guiño a Lovecraft (que se extendía normalmente un montón en detalles iniciales de la vida del protagonista) y tiene un par de frases que me han parecido brillantes:

—¡Dios santo! Este agujero apesta como un matadero abandonado, o algo peor. ¡Y mírate! Estás hecho un asco, pareces treinta años más viejo y cien veces más miserable. Darías pena a un mendigo tullido, no puedes seguir así.

y

Todo el mundo vestía disfraces de lo más comunes: muertos vivientes, vampiros, fantasmas, momias y frankensteins se mezclaban con uno o dos trajes especiales. Como cabía esperar, todos ellos eran muy elaborados, parecían recién salidos de las mejores tiendas. “El dinero no compra la originalidad” pensó Roberto sin aplicarse la autocrítica.

 

El genio se compone del dos por ciento de talento y del noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación ¦

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