Carne muerta

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Reseña de la novela de David Mateo publicada por Dolmen

 

No hay cosa que más me reviente que hacer limpieza en el trastero de casa de mis padres. Siempre es lo mismo. Comenzamos con unas ansias enormes, dispuestos a deshacernos de todos aquellos cachivaches que hemos ido acumulando durante años de romántico Síndrome de Diógenes Familiar, para acabar otorgándoles a las cajas una nueva ubicación en el puzle de cartón que empapela las estanterías. Nunca tiramos nada.

El caso es que uno de los embalajes que me dispuse a desplazar (que no tirar) rezaba “Cuentos”. No mentía el letrero; dentro encontré varias decenas de libros que, salvo por la capa de polvo, eran los mismos cuentos infantiles que mi madre me leía en mi niñez y que tras superar mi párvulo analfabetismo pude disfrutar sin intermediarios.

Recordé las aventuras, lo fácil que era diferenciar los malos malísimos de los héroes. Donde los roles estaban definidos perfectamente y repartidos por el sexo, raza y religión. Y mi nostálgica sonrisa se fue transformando en un rictus de preocupación.

Me di cuenta que el libro que acababa de leer, ahora que ya soy un adulto (como jode decir eso), rompe completamente con la visión edulcorada de mis primeros años de existencia. Carne muerta de David Mateo me hace contemplar con sonrojo aquellas primeras lecturas. Y con razón.

Nada tiene que ver. Cruda, directa y preocupante.

Y es que esta novela ha barrido mis nostálgicos posos donde los estereotipos de mujer delicada, indefensa y cándida se diluían en segundo plano tras los enérgicos varones, valerosos y siempre dispuestos a salir en socorro de una dama en apuros.

En esta obra no. No puedo asegurar que sea una historia para mujeres, pero sí es una historia de mujeres, únicas supervivientes de un ataque biológico programado para tal fin donde los hombres han sido eliminados del planeta, han sido convertidos en monstruos donde tan solo prima el instinto de alimento.

Y ese, bajo mi punto de vista, es el gran mérito de esta novela. Desaparecen los estereotipos que cualificaban a un personaje por su naturaleza de género. La realidad toma consciencia de su alrededor y nos enseña que tanto los actos miserables como las grandes proezas de la humanidad no dependen de la condición de una persona si no de la persona en sí misma.

Reminiscencias de la Condesa Bathory nos empujan violentamente hacia recuerdos de Brian K. Vaughn, nadando en dos corrientes que supongo acabarán confluyendo (digo “supongo” porque el final abierto de la novela deja en el aire algunas cuestiones). Ambas llenas de sentimientos encontrados, de ritmos distintos y frenéticos; destilando sexualidad y erotismo propio de los disturbios de Stonewall o sacados de la pluma de Christa Winsloe,

Una novela que tranquilamente podríamos encontrar en las estanterías de un aficionado al género zombi como sobre la mesilla de noche de un lector apasionado de las aventuras y de la acción.

Yo, personalmente, me he dado cuenta de lo mucho que han cambiado mis gustos literarios desde aquellos días que acompañaba mis lecturas de buenos y malos con un bocadillo de tulipán con azúcar.

La caja sigue estando en el trastero de mis padres. Nunca se sabe.

 

Senén Lozano

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