Capitán América: Servir y Proteger

Imagen de Kaplan

Reseña del tomo recopilatorio publicado por Panini

 

Uno de los desmanes más importantes que causó Onslaught en Marvel (tanto en los cómics como en las oficinas) fue el cierre que se echó en la serie del Capitán América a una etapa francamente interesante a cargo de Mark Waid y Ron Garney. El que parecía un equipo creativo destinado a permanecer en esa cabecera durante mucho tiempo tuvo que hacer hueco a la versión -casi- blasfema que idearon Rob Liefeld y, no lo olvidemos, Jeph Loeb -un extraño caso de guionista que sale indemne e incluso promocionado de todos los nefastos trabajos que le encargan-. El contraste entre la etapa anterior a Heroes Reborn y ésta fue tan enorme (más que en ninguna de las otras cabeceras implicadas) que, a la hora de intentar solucionar el tropiezo, se pensó en recurrir de nuevo a Waid y Garney para que contaran todas aquellas historias que se les había quedado en el tintero.

Steve Rogers consigue escapar del universo creado por Franklin Richards y llega a su realidad doce meses después de que se le diera por muerto, como al resto de héroes. No obstante, su figura es la más recordada, y no sólo en los Estados Unidos. De hecho, en Tokyo, donde reaparece, se ha levantado una estatua en su nombre. Este estatus de leyenda renacida, junto con la pronta desaparición del que era su símbolo más reconocible, el escudo, es el que marcará el argumento de todos los números incluidos en este tomo.

Entre medias, enemigos tan heterogéneos como Dama Mortal, Hydra, skrulls (pre-Invasión Secreta, claro), kree o Pesadilla intentarán tambalear la sociedad debilitando ese apoyo al que todos se aferran ahora que ha vuelto de la muerte. Son todas ellas historias trepidantes, de acción continua y desarrollo no tan dilatado como en la actualidad, que, sin embargo, no revisten el mismo empaque que le está consiguiendo dar en la actualidad Ed Brubaker. No obstante, tampoco lo pretenden, ya que suponen un contrapunto perfecto al desaguisado de Loeb y Liefeld. Waid y Garney consiguieron olvidar aquello con una habilidad y simpleza envidiables.

De hecho, el propósito de enmienda por parte de Marvel fue tal que decidieron crear una serie paralela del Capitán América -Centinela de la Libertad-, que estaría ambientada en distintos momentos de la vida de Steve Rogers, desvelando historias hasta ese momento inéditas. Para poder dedicarse a la nueva serie, Garney abandonó Capitán América para ser sustituido primero por Dale Eaglesham (en ese momento aún sin madurar como dibujante y que, curiosamente, ha acabado realizando junto a Brubaker la reciente Steve Rogers: Super Soldier) y después por el siempre espectacular Andy Kubert, que realizó aquí algunas de las páginas más impresionantes de toda su carrera.

Sin embargo, Centinela de la Libertad acabó cerrando sólo un año después (Garney se había marchado al sexto número) y Mark Waid acabaría marchándose de Capitán América en el número 23, sin llegar a igualar los niveles de frescura y diversión que podemos encontrar en este tomo recopilatorio o en la etapa pre-Onslaught.

Lo que se encontrará, pues, en este tomo, es el canto del cisne de uno de los ciclos más importantes del Capitán América, en el que se pasó página a la longeva etapa de Mark Gruenwald y se olvidó el desastre de Heroes Reborn por medio de la sencillez, la diversión y la coherencia de sus responsables. Por el módico precio al que lo presenta Panini, es una oportunidad clara para (re)descubrir un buen cómic de los noventa. Que sí, que también los hubo.

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