La importancia de leer un buen libro

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Vagaba por las bibliotecas y me dije “¿quién me guiará por este minoico laberinto hasta la bestia oculta, hasta la solución del misterio?” Así que, a modo suplica, decidí escribir este artículo para pedir mi hilo de Ariadna.

Últimamente se habla por el foro de literatura, como es normal, de la importancia de leer el libro adecuado en el momento adecuado. Si es importante crear el hábito de lectura poniendo al alcance de los niños pequeños libros entretenidos y sugerentes, no es menos importante conseguir que, llegados a cierta edad, estos mismos niños tengan como libro adecuado las joyas literarias.

 

Se deduce de todo ello que el buen libro es aquél que es adecuado para el momento del lector y que, así, le ayuda a continuar su camino por el fabuloso bosque de hojas encuadernadas.

 

Un lector con pocos libros a sus espaldas caerá fácilmente en el desánimo si le ponemos delante un libro demasiado complejo, con demasiadas referencias, con una prosa demasiado elaborada. Un lector con muchos libros en su haber se aburrirá solemnemente, o se desesperará, con un libro insulso, por muy ágil que éste sea. Al menos, en determinados momentos.

 

Porque es cierto que la lectura también tiene su momento y su lugar. Si un libro sobre Pompeya te impide mirar las ruinas que te rodean, aspirar el aroma de la historia entre sus muros, un flaco servicio te está portando. Si un libro te da las claves del espíritu humano, pero te roba todo el tiempo que tuvieras para ponerlas en práctica, se convertirá en la paradoja que devora tu tiempo, pero no en auténtico saber. No olvidemos que hasta el compañero de viaje más válido puede volverse un estorbo si no permanece en el sitio que debe.

 

Por el contrario, si cuando intentamos que nuestras neuronas descansen, que nuestra alma encuentre reposo, y tomamos un libro que estimula nuestro espíritu, le abre nuevas puertas, le atormenta con grandes cuestiones, también es posible que aborrezcamos lo que en otro momento hubiéramos llamado maná.

 

Así que una vez nos hemos parado a pensar en que el libro ideal cambia con la edad, con el bagaje literario, con el momento en que se aborda su lectura, con el estado de ánimo del lector y, sobre todo, sin descartar que hay libros que seguirán siendo más recomendables aun con todos los elementos adversos frente a otros que les sople viento a favor, no nos queda más que aceptar que la excelencia de los libros es relativa.

 

Así, ¿cómo guiarnos a través de las interminables estanterías que el mundo pone a nuestro alcance?

 

Podemos emprender la senda del lobo solitario. Contemplar las cubiertas, intentar escrutar en la mente del diseñador que las creó, leer entre las letras del título, destilar de la contraportada el verdadero contenido del libro, hojearlo, ojearlo, tal vez dejarnos en manos del azar... A veces las sorpresas son grandes, e incluso gratas.

 

Sin embargo, uno no deja de pensar que la vida es demasiado breve para las grandes obras que están por leer. Entonces, movido por este sentimiento, nos podemos acercar al bibliotecario y preguntarle. Éste, ignorante de los manejos editoriales y del banal comercio del libro, nos podrá aventurar una opinión docta sobre tal o cual ejemplar de su bienamado rebaño. Sin conocernos. ¿Acertará este bienintencionado ser a guiarnos cuando no conoce nuestro momento, nuestro bagaje?

 

Tal vez sería mejor volverse hacia nuestro círculo más próximo: amigos y familiares. Sí, es cierto, a veces ni siquiera ellos nos conocen. En muchos casos, además, tampoco tienen conocimientos muy amplios para dar peso a sus argumentos. Sin embargo, tienen una importante ventaja: los tenemos cerca.

 

No es una cuestión de holgazanería, sino de pragmatismo: al segundo libro que nos recomienden sabremos ya de qué pie cojearon con el primero. Así, nos resultará más fácil valorar su opinión y contrastarla con nuestro momento. El mayor inconveniente que tienen, por el contrario, es su parquedad en palabras. “Está bien” o “entretenido” pocas veces nos sirven como sentencias para tomar una decisión.

 

Volvamos entonces nuestras miras a la opinión desarrollada.

 

En las revistas en general podemos encontrar opiniones sobre libros. En muchas ocasiones vienen escritas por el propio servicio de marketing de la editorial que publica la obra. Su validez, por lo tanto, es relativa. Sirven tanto como los comentarios de un vendedor de coches sobre su mercancía.

 

El caso es que, a día de hoy, hay lugares en los que puedes encontrar opiniones vertidas con la única contaminación del enfoque personal. Si son lo suficientemente largas, podrás darte cuenta de si coincides con el razonamiento de quien la escribió o si por el contrario su necedad es tan patente que hay que leerlas al revés.

 

Es por ello que en el proceloso mar de la red, prefiero recalar en puertos como éste. Aquí se da la información suficiente para crearme una idea del próximo libro a pescar. Aunque existan iniciativas tan loables como la de crear una nueva biblioteca de Alejandría virtual, éstas quedan contaminadas por el aspecto económico o por su poco pragmatismo: dos líneas sobre un libro pueden dejar constancia de su existencia, pero poco pueden hablar de él.

 

Sin embargo, no es de gente de bien tomar sin dar nada a cambio, y es por ello que me he propuesto ir escribiendo en mi vagar reseñas de los libros que más me han impactado. Ansío convertirme en un nuevo faro para los que navegan, para que encuentren los puertos adecuados para el tamaño de sus naves y para los tesoros que rastrean. Lejos del bueno o malo, intentaré decir “aquí brilla, aquí quedó opaco”.

 

Así, mientras yerro, sentiré que el polvo que levanto deja una estela, como de polvo de hada. Y sonreiré perdido entre anaqueles.

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Alexgodmir
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Es el típico escrito que me arranca una sonrisa de complicidad involuntaria. Es inevitable.

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