Ghost Rider: El espíritu de la venganza

Imagen de Kaplan

Reseña de los cómics de Mackie, Saltares y Texeira recopilados por Panini

 

 

Es cierto, los noventa fueron unos años difíciles para los superhéroes. Una mala digestión de los conceptos expuestos por Miller y Moore derivó en hipertrofia muscular, rechinar de dientes, rabia y fotofobia. Mal diagnóstico. Tan malo que la cura tardó casi una década en llegar. No obstante, reconozcamos la fina frontera entre el odio y el amor. El alivio que produce lamer una llaga. Las lágrimas de Eros. Asumamos ya, libres de complejos y prejuicios, que entre toneladas de tebeos lamentables hubo algunos con los que, aún hoy, nos lo pasamos bien.

El Motorista Fantasma, aunque surgió décadas atrás, era una estrella hecha para los noventa. Ya quisieran los Liefeld, Lee y McFarlane de turno haber tenido la idea de diseñar un personaje así. Marvel, que lo había tenido en el desván los últimos años, decidió darle un nuevo aire. Esta actualización, todo hay que decirlo, fue un acierto estético; tanto el vestuario con una dosis extra de componente macarra como la moto a medio camino entre vehículo futurista y cráneo equino.

La elección de un nuevo anfitrión para la entidad del Motorista, así como la forma en que se une a ella quizás sean un poco peregrinas, pero también hay que decir en favor de Howard Mackie que, si se obvia este desencadenante, las tramas que desarrolla son muy interesantes, así como los personajes que aparecen en ellas. Apagón, el sádico vampiro, o Velatorio, el mafioso demoniaco, son dos villanos con mayor miga de la que parece y sostuvieron por sí solos el desarrollo dramático de la serie en sus inicios. Mackie, además, no escatima en detalles desagradables y violentos que parecen extraídos de las películas de justicieros de los ochenta. De hecho, que el Motorista comparta en este tomo una aventura con Punisher es muy sintomático (si bien la temática de esta historia, que tiene al extraño Sin Banderas como antagonista, resulta más superheroica de lo deseable y, quizás, lo menos interesante de la recopilación).

No obstante, si por algo destacó ese relanzamiento fue por su aspecto gráfico. Javier Saltares y Mark Texeira supieron dar un tono sucio y de indudable atractivo a los guiones de Mackie, acercándolo a la estética Vertigo que implantaron gente como John Ridgway. Su Motorista Fantasma, ataviado con tachuelas y cadenas, es imponente y transmite una fiereza de la que carecía la encarnación original. No es de extrañar que ambos dibujantes tuvieran mucho que ver en el relanzamiento del personaje hace más o menos un lustro, aunque trabajaran con los guiones del siempre rutinario e insulso Daniel Way y no pudieran disfrutar de la muy superior y desvergonzada etapa posterior de Jason Aaron.

Sí, es posible que los números incluidos en este volumen de Ghost Rider no inventaran la rueda. Pero Mackie, quién sabe si a sabiendas o no (su posterior paso por las colecciones de Spiderman nos hace pensar lo peor), hizo de la tosquedad de la propuesta una virtud, convirtiendo al Motorista en una bestia parda que no se andaba con miramientos a la hora de luchar con mafiosos demoniacos (hagamos hincapié en este concepto). Las excusas que nos llevan hasta ahí (la moto en el cementerio de coches, la hermana moribunda) son eso, excusas, y lo que queda es diversión vasta y basta. ¿Que no es un plato para todos los gustos, que no es nouvelle cuisine? Anda, claro, ni falta que hace.

 

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