El desbordamiento de la ría

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Un relato de FAGLAND para Catástrofes naturales

La gente suele decir que en el norte hace mal tiempo, que siempre está lloviendo y que la humedad se masca y cala hasta los huesos. Yo me río de esa gente: caen cuatro gotas. La gente se pone a correr y buscan cobertura en los soportales. ¡Estúpidos! Yo sé bien cuándo hay que correr. 

Recuerdo los viejos tiempos, cuando el humo de los altos hornos hacía de Bilbao una cuidad gris y el museo de bellas artes se llenaba los miércoles. Ahora está el reluciente Guggenheim con el perro de flores y los chinos sacando fotos. La ría ya no huele mal, incluso han organizado una prueba de natación. ¡Qué será lo siguiente!

Veo a los chavales que se jactan de ser bilbaínos de toda la vida, pero ellos no han conocido las penurias que enfrentamos los viejos: las pelotas de goma de la policía, las prohibiciones, el toque de queda… y la riada.

Ese fue el punto culminante en mi vida, la maldita riada. Hasta entonces era un chaval feliz que no tenía nada, pero que podía subir al Gorbea y llenarse de barro, darse un baño, tomar unos potes y vender mis queridos televisores de tubo radiante. Cada vez que veo una tele plana me entran náuseas.

Han pasado treinta años y sigo con mis eternas costumbres. ¡Vaya ruina la mía!

El primer día de las inundaciones, el hombre del tiempo avisó de fuertes lluvias; el nivel de la ría subió algo, pero nadie podía esperar que se desbordara. ¿Por qué  iba a hacerlo?

Al tercer día, todos los medios locales hablaban de lo mismo. Yo no daba crédito a aquellos periodistas de pacotilla.

La policía vino a mi tienda y me aconsejó que desalojara la lonja, pero yo no quería abandonar mi pequeña tienda de electrodomésticos. Muchísima gente estaba en la misma situación. En poco tiempo todo el Casco Viejo quedó desierto.

Como yo era muy testarudo me mantuve en mis trece. Eso sí, compré un montón de provisiones y cerré la persiana por precaución, más por las personas que por el agua.

Nunca fui agorero, pero reconozco que en esos lejanos días me revolvía inquieto con el sonido de los truenos. Cuando la gente habla de la famosa riada y los locales muestran el nivel que alcanzó el agua, yo me río: hubo cosas mucho peores que el agua.

Bueno, la cosa empeoró al quinto día. Un hilillo de agua se coló por las rendijas de la persiana y el suelo acabó por ensuciarse, pero las baldosas son muy fáciles de fregar. Para mí lo más importante era salvar los televisores, así que los apilé sobre el mostrador y precinté los que estaban de exposición. Recuerdo que me faltaba plástico de embalaje, pero ni pensé en salir a comprarlo.

En los medios hablaban de pillaje en las tiendas, así que no subí la persiana en dos días. Desgraciadamente la situación fue a peor. El agua se acumuló y tuve que recogerla con el cubo y echarla por el váter.

Entonces pensé que mis padres estarían nerviosos. Seguro que se acercarían a mi casa a ver si estaba bien. Yo tenía una pequeña casita ya entonces, la sigo conservando. El trauma que sufrí me obligó a vivir solo. Al menos entonces hablaba con mi madre cada día; era un buen chico.

La cosa fue a peor, tanto que pensé en abandonar la tienda. ¡Ojalá lo hubiera hecho!

La ciudad está muy bonita ahora, pero me gustaría ver si las alcantarillas aguantarían algo como aquello. Entonces el drenaje fue insuficiente, y eso que el clima no era semidesértico. Odio el calor pegajoso de hoy en día.

Cuando la situación parecía insostenible, yo me limité a sentarme con los brazos cruzados. Estaba resignado. Era mala suerte que la cuidad fuera un puñetero valle y yo estuviera en la parte baja de la uve. Así son las cosas.

Entonces llegó lo peor.

Recuerdo los toquecitos en la persiana y la voz preocupada de la muchacha.

“Necesito ayuda”, dijo. “Mi hijo se ha perdido y no sé qué hacer.” “¿Alguien me escucha?, por favoor”. Sí, enfatizó el por favor.

En esos tiempos  yo era muy sensible a los llantos de las mujeres, así que abrí la persiana. ¿Qué mal podía hacerme una chica? Tenía que ayudar.

Allí estaba ella, gorda y fea como el demonio; quién me mandaría a mí meterme en ese embrollo. La mujer no era un problema, lo peor estaba a su derecha. Y a su izquierda: dos encapuchados con bates me miraban fijamente.

Ahora hablan de delincuencia callejera, lo mío fue tan brutal como esos videos que se graban con el móvil y se ponen en las noticias a la hora de comer. Yo no conseguí tanta repercusión, había problemas mayores.

“Apártate, imbécil,” me dijo uno de los macarras. “¿Qué tienes en este chamizo? Nos vendrá bien cualquier cosa.”

Sí, llamó chamizo a mi tienda y encima pretendía robarme. No iba a quedarme de brazos cruzados mientras un pordiosero me amenazaba. ¡Qué error cometí! No debí empujarle, aunque tampoco lo lamento; siempre me he creído capaz de defenderme.

Bueno, aquellos chacales me cosieron a batazos: se cebaron con mi espalda hasta que caí de rodillas. Las piernas no me respondían y estuve a punto de ahogarme. ¡Qué agonía!

EL agua corría negra por las calles; había desperdicios por todas partes.

Lo más humillante fue aguantar allí tirado, peleando por mantenerme a flote mientras esos delincuentes sacaban las mejores piezas. Después se regodearon destrozando lo que no podían llevarse.

Ella me miró con cara de pena; debían carcomerle los remordimientos, pero no movió un pelo para salvarme. Me dejó ahí tirado como un perro, sufriendo en silencio y boqueando como un idiota.

Creí que iba a morir allí tirado. Ahogado entre agua sucia y ratas, llovía a mares.

Peleé por mantenerme consciente, no porque sea un héroe, sino porque no me quedaba más remedio. Eso sí, no soy ningún mojigato, aunque me pase la vida pegado a una silla de ruedas y una sudamericana tenga que acompañarme al baño. ¡Ay! Ni siquiera puedo darme un baño en condiciones. ¡Qué vergüenza!

Bueno, el caso es que mis padres me encontraron allí tirado, tembloroso y desvalido como un bebé.
Conseguí sobrevivir. Mucha otra gente tuvo menos suerte.

El Arenal se convirtió en una ciénaga; pasaron años antes de que el Arriaga recuperase su esplendor, ahora luce mucho más blanco. Los montes llenaron las casas de lodo y no hubo luz ni agua corriente para nadie.

De aquella tragedia lo que más recuerdo es a aquellos vándalos. Salieron impunes, pero espero que ya estén criando malvas.

Ahora, las calles son más anchas y  los bordillos están rebajados, hay zonas residenciales como en las películas; los supermercados son gigantescos y los centros comerciales monstruosos.

Sin embargo, mi mayor ocupación de cada día es mirar las esquelas en busca de aquel rostro fofo que ya estará sembrado de arrugas.

Los jóvenes preguntan por qué los viejos miramos las esquelas. En mi caso es sencillo, pues busco venganza de la única forma que sé: la justicia divina.

Ella tenía rostro, pero los otros fueron aún más cobardes. Al menos no me atormentan sus caras cuando me voy a la cama.

La sudamericana se pasa el tiempo diciendo que soy un gruñón, “¡qué sabrá ella! Pienso yo, más vale que se haya aplicado en la cocina”.

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magnus scheving
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Bueno, para empezar yo diría que la catástrofe del protagonista no es natural, es torrefacta.

El relato en sí me ha parecido bastante soso, sinceramente. No me malinterpretes, no estoy opinando sobre la calidad del mismo, sino sobre la sensación que me queda después de leerlo. Como cuando ves los anuncios en la tele, sabes que era de un coche pero no te acuerdas de la marca porque no ha dejado huella en tu atención.

Una cosa más: micasa se ha inundado de verdad, y te puedo asegurar que no se puede tirar el agua por el váter, más bien sale de él.

Sólo es una opinion, no quiero que nadie se mosquee, sólo escribir ya tiene su mérito, el 98% de la población es incapaz de hilar más de diez frases. Ánimo, seguro que nos quedan por leer cosas tuyas muy buenas.

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FAGLAND
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Gracias por el comentario y los ánimos, Magnus. No estoy muy satisfecho con el relato, lo escribí rápidamente y no pasa de ser anectdótico. Muy bueno el apunte del water, no lo sabía.

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Easton
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Para mi gusto le falta un poco más de fuerza... tienes un par de elementos que pueden crear tensión, como son la riada y luego el asalto a la tienda. Al estar en primera persona pierdes el elemento de qué pasará con el protagonista, pues ya sé que está vivo. Con respecto al asalto, es justo lo que le deja secuelas al protagonista, no la ría; por lo que la catástrofe natural en sí no cobra la importancia que quizás debiera al ser la temática.

Sí que es ligero y fácil de leer. Lo principal para mí es eso...le falta fuerza en cuanto a catástrofe natural (el que haya sufrido una riada seguro que quiere matarme :P).

Acabo de leer el comentario que te han hecho. Te han puntualizado bien. En casa también hemos tenido inundaciones y el agua sale por el retrete.

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 Es corto, tiene un buen ritmo y presenta una situación con cierto potencial… pero para mi gusto  falla a la hora de sacarle partido.

El protagonista por ejemplo, a las pocas líneas me deja con la sensación de estar aguantando una de las historias del “abuelo Cebolleta” con continuos “en mis tiempos…”, “antiguamente todo era más mejor (o peor) y no como ahora” eso hace que mi empatía con el narrador no sea muy alta.

Luego está el meollo del relato (el asalto), queda un tanto light “me cosieron a batazos”… hombre es una expresión que me suena un tanto extraña, me suena “cosido a puñaladas” o incluso “cosido a tiros” pero a batazos le pegaría quizás algo más como “molido”. En cualquier caso a ese suceso le falta chicha y tensión. Yo hubiera optado quizás porque le violaran analmente mientras le  metían una rata muerta en la boca… algo que le hubiera marcado, traumatizado y le hubiera convertido en un ser retorcido y ávido de ajustar cuentas.

Luego está el final con el tipo leyendo esquelas… no sé, no me impacta, me deja igual. Quizás si todo eso se lo estuviera explicando a la hija de la gorda a la que mantienen inmovilizada sobre un mugriento colchón lleno de manchas oscuras diciendo algo así como:

-          La vacaburra de tu madre murió antes de que pudiera dar con ella, pero supongo que ya conocerás eso de que los pecados pasan de padres a hijos (por decir algo o cualquier frase de ese estilo)

Mientras  un par de esbirros desnudos salvo por una especie de taparrabos confeccionado con alambre de espinos (por decir algo bizarro) empiezan a manipular herramientas de bricolaje… entonces la cosa ya me podría haber impactado algo más.

En cualquier caso ya te digo que eso es para mi gusto (que suele ser un tanto bizarro y particular) pero  pienso que el relato tiene potencial, quizás jugando un poco más con la angustia de la espera y metiéndole bastante más mala leche en los momentos “cumbre” la cosa podría ganar muchos enteros.

 

 

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Gracias por comentar, Easton y Korvec.

Tienes razón en que el relato no tiene fuerza y la idea de poner una venganza al final hubiera mejorado mucho el texto. Quería hacer algo corto y la inundación de Bilbao venía bien, pero le hace falta algún gancho. Lo escribí dejándome llevar y eso se nota. Los relatos hay que trabajarlos mas.

Precisamente he escrito uno para Empresas que me gusta bastante, aunque no sé si es todo lo fosco que el certámen requiere.

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Yo estoy peleándome con el segundo para empresas (quería haberlo terminado esta mañana pero va a ser para el fin de semana lo más pronto).

Con lo de las prisas te entiendo perfectamente, el que yo he enviado para Empresas no me ha dejado satisfecho. Lo leo y me quedo con la sensación de que le falta algo, de que quizás por acortarlo tanto para mejorar su ritmo lo he "descafeinado" en demasia... pero me pasa que cuanto más releo mis relatos menos me gustan, así que opté por mandarlo antes de que terminara por descartarlo y empezar con otro.

Vamos que muchas veces me digo: "mejor lo mando ya antes de que me arrepienta".    y quizás eso es poco más o menos lo que te ha pasado a ti en este relato.

 

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