Flex Mentallo

Imagen de Crocop

Reseña del cómic de Vertigo publicado por ECC

 

¿Por qué no hay superhéroes? Si pueblan la ficción, es porque llenan un vacío en la realidad. Existen desde hace más de setenta años y los cómics en los que aparecen siguen actualizándose para adecuarse a los lectores que no pueden prescindir de sus aventuras. Esos burdos personajes que actualizan arquetipos con rasgos ultracomerciales y habitan un mundo exactamente igual al nuestro salvo por su presencia, ahora, han invadido también novelas, videojuegos y están reventando las taquillas de todo el mundo. Puede que haya relación entre su éxito y esa sensación de que falta algo en nuestras vidas. Puede que sean una sublimación de ideas, o bien que lo que falte en el mundo real sean, precisamente, ellos, sin metáfora de por medio. La noción se ha explotado en películas como El Protegido, novelas como La fortaleza de la soledad de Jonathan Lethem, cómics como Wanted, de Millar/Jones o, en cierto modo, Matrix, con el reconocimiento explícito de los Wachowsky de la gran influencia que les supuso la saga Los Invisibles escrita por el guionista de Flex Mentallo, en la que sigue siendo su mejor película.

Grant Morrison afrontó el enigma antes de que nadie lo hiciera en este cómic, iniciando en sus páginas la colaboración, ya habitual, con el gran dibujante Frank Quitely. Como si fuera cosa de magia (del caos), la obra se perdió entre despachos y leyes durante quince años mientras sus creadores revolucionaban el género partiendo de las franquicias tradicionales más populares. Solo después de eso, Flex Mentallo se ha dignado a aparecer de nuevo en las librerías secundando a la dupla de creadores.

Flex Mentallo es un superhéroe en grado superlativo. Un culturista vestido con tanga de leopardo cuyo habilidad sobrehumana consiste en alterar la realidad cuando flexiona los músculos: la fantasía de poder homoerótica y adolescente definitiva. Además es, realmente, un superhéroe, no una falsificación del concepto. Es decir, no fue creado inicialmente para este libro, sino para la serie Doom Patrol, por el mismo guionista, en la familia de títulos DC, compartiendo universo creativo con, entre otros, Superman y Batman, nada menos. Esto no le resta a la obra carácter autorial, ni autocontención, al contrario, su elección parece una decisión lógica que empasta perfectamente con el concepto del cómic. No obedece en absoluto a mandatos comerciales, sino a exigencias narrativas que dotan de mayor profundidad a la historia, sin que sea necesario, ni siquiera recomendable, conocer nada anterior de los personajes. Salvando las distancias, podría considerarse una elección similar a la que tomó Chris Ware en su imprescindible Jimmy Corrigan haciendo aparecer a Superman en sus viñetas como alegoría del padre perdido pese a tratarse de una obra, completamente, de creación individual. El relato es, precisamente, una deconstrucción de la historia del género superheroico, repleta de paralelismos con el mundo real cada vez más inquietantes.

Desde que Morrison enunciase sus inquietudes en la primeriza pero excelente Animal man, su trabajo ha tomado dos caminos paralelos y absolutamente reconocibles. Por un lado, cuando las grandes editoriales le encargan un trabajo alimenticio, el guionista escocés explora el concepto original, llega a su esencia y la sublima en series que hacen parecer todo lo anterior tosco y anticuado por comparación. Así, ha reinventado personajes olvidados en libros como Seven Soldiers o Kid Eternity y también se ha encargado de ofrecer una visión tan respetuosa como rupturista de los buques insignia de las grandes compañías, con trabajos como New X-Men, All Star: Superman o Batman: Arkham Asylum. Cuando se trata de eso, el escritor se pone el mono de trabajo, acepta lo establecido y a partir de ahí crea tramas coherentes con amenazas imaginativas y diálogos brillantes sin transigir las normas impuestas por la idiosincrasia de la editorial o las convenciones narrativas.

Paralelamente, también publica su trabajo más personal, ya sin franquicias de por medio, creando títulos propios en los que se ocupa, como si se tratara de una misión divina, de explorar la naturaleza de la realidad. En esta vertiente, su obra más extensa y reconocida es la citada Los invisibles, pero no la mejor. Los problemas editoriales, los largos hiatos entre unas y otras etapas y la falta de un dibujante regular capaz de poner ojos y cara a los desaforados conceptos esbozados por el escritor, hacen de esta macro saga un título errático, abstruso y bastante difícil de asimilar en el que parece que incluso su autor perdió el hilo.

Si bien existen cómics más accesibles en su bibliografía, como el redondo We3 en el que repite colaboración con Quitely, el mejor libro para adentrarse en el desquiciado mundo de Morrison es quizá El Asco, donde el escocés despliega todo su imaginario con la ayuda del dibujante Chris Weston en una obra demencial, pero relativamente coherente. El Asco es tan experimental como las mejores novelas posmodernas de Vonnegut o Pynchon y tan rica visualmente como la superproducción más cara que haya salido de Hollywood. En ella se explotan, por tanto, todas las ventajas del cómic, cuando se entiende, como escribió Jordi Costa, como un arma narrativa cargada de futuro en la que se puede dar rienda suelta a las películas que nadie se atrevería a producir o las novelas que ningún editor publicaría.

Según declaraciones de Morrison, Flex Mentallo puede considerarse como parte de una trilogía temática junto a Los Invisibles y El Asco, sin embargo, se hace difícil encontrar relaciones entre los tres trabajos. La trilogía, de haberla, más bien parece estar compuesta por otras tres obras del genio escocés: Joe el bárbaro, Flex Mentallo y El misterio religioso.

Las tres cuentan con un protagonista traumatizado por la realidad e incapaz de asumirla que, con las facultades psíquicas alteradas, alimenta en su interior la ficción hasta materializarla en su propia mente o, quizá, en su mundo. En ellas se explora la necesidad de las creencias para afrontar los problemas del mundo y cómo estas pueden tener tanto o más peso que los hechos chatos y fríos. El marco referencial, los recursos narrativos utilizados y la plasmación estética de cada uno de estos cómics remite a las tres etapas fundamentales del ser humano. Respectivamente, infancia, adolescencia y madurez. De hecho leyéndose en orden, pueden servir como una de las visiones más completas y complejas que se hayan hecho en cualquier medio sobre la naturaleza de la ficción.

Flex Mentallo es visualmente impactante, el relato admite infinitas lecturas e interpretaciones, resulta coherente aún abriendo más interrogantes de los que cierra. No se termina en una sola tanda de lectura, sino que es uno de esos cómics que nunca acaban de explorarse y enriquece a cada nueva revisión.

Sage Wagner ha ingerido una sobredosis de pastillas para acabar con todo. Cuenta su vida por teléfono a alguien desconocido para el lector hasta las últimas páginas mientras la droga hace su efecto y, en su historia, se van dibujando paralelismos cada vez más evidentes con la otra trama del cómic, en la que Flex Mentallo, personaje creado por el propio Sage Wagner en su adolescencia, investiga una conspiración para acabar con el universo tal y como lo conocemos. Todo ello para explicar por qué necesitamos superhéroes. Por qué no están entre nosotros. Cómo pueden volver e, incluso, cómo sin necesidad de existir fuera de la imaginación, su mundo de fantasía extrema puede ayudarnos a dar sentido al nuestro.

Sin duda, uno de los imprescindibles de este Saló.

 

Crocop, 2012

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