Alicia en el País de las Maravillas
Reseña de la archiconocida novela de Lewis Carroll
Como suele pasar con las novelas de literatura fantástica (sobre todo con aquellas sospechosas de dirigirse a un público joven, que son la gran mayoría), se suele hablar de Alicia en el País de las Maravillas con una cierta condescendencia. Se presenta como un libro alocado, divertido, ligero, que a lo más que puede aspirar es a un momento de entretenimiento. No obstante, si bien es cierto que el entretenimiento es su pilar fundamental, no hay que llevarse a engaño con el mismo: en esta novela Carroll despliega sus dotes magistrales con la palabra con una lucidez envidiable.
No hay duda de que el primer elemento que nos impacta en Alicia en el País de las Maravillas es su rico imaginario. Este tiene mucho del absurdo de las propias fantasías infantiles, como el repertorio de animales parlantes, la incongruencia espacial y temporal (que no es más que un reflejo de la dificultad que tienen los niños a la hora de ubicarse) o la débil, quizás sería mejor decir “críptica”, relación causa-efecto de los acontecimientos. Este ambiente, que resulta tan misterioso como onírico, está muy conseguido, lo que ya es un gran logro.
En un segundo nivel, muchos críticos se han sentido cómodos señalando los guiños a la política y la sociedad de la época que se permitió el autor. Sí, aun siendo una obra dedicada a los niños, el espíritu burlón de Carroll no pudo dejar de meter crítica, sátira y simples bromas a lo largo del texto, que se ven reflejadas en determinados personajes y que al lector contemporáneo, sobre todo extranjero, se le escapan en gran medida.
Y este es, seguramente, el motivo por el que es un tercer elemento el que hace que Alicia en el País de las Maravillas siga siendo una joya para los lectores adultos: el hábil uso de la palabra que el autor hace a lo largo de toda la novela. Sea de un modo obvio, como en el caso del sombrerero y la liebre, sea de un modo más sutil, Carroll da la vuelta a expresiones hechas, refranes populares, equívocos gramaticales, homofonías y cuantos resquicios le deja el lenguaje para dotar de una dimensión nueva a su obra.
Si bien es cierto que esto es más fácil de apreciar en el original, hay traducciones muy meritorias (porque no es tarea simple) al castellano que permiten hacerse una idea de cómo fondo de la historia y forma y estilo se dan cita para crear un mundo de absurda ultralógica. Las reglas alteradas de la realidad, tamizada por el sueño de una niña, encuentran su privilegiado reflejo en una prosa que se dedica a zarandear al lector.
Una novela, en definitiva, de la que se pueden aprender muchas cosas mientras se disfruta con su lectura.
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