Daredevil: Amor y Guerra

Imagen de Kaplan

Reseña de la novela gráfica de Frank Miller y Bill Sienkiewicz

 

Frank Miller y Bill Sienkiewicz formaron una de las más adecuadas parejas artísticas de la historia del cómic. Miller ya era un autor consagrado que había sacudido a Batman y DC con El regreso del señor de la noche y volvía a Marvel con todos sus recursos estilísticos a pleno rendimiento. Como guionista, la miniserie crepuscular del hombre murciélago le había servido para desarrollar a la perfección sus siempre reconocibles, parodiables y soberbios monólogos interiores como auténticos motores narrativos.

Lo primero que hizo al volver a Marvel fue realizar junto a David Mazzucchelli Born Again, la miniserie de Daredevil a la que siguen peregrinando hoy en día los guionistas de la colección de Matt Murdock en busca de inspiración. En ella todo es perfecto y todo está medido, el sentido es pleno, Miller fumaba Ducados mientras la escribía. Sin embargo, a continuación se encargó de Daredevil: Amor y Guerra junto con Bill Sienkiewicz, un estudio previo de lo que después sería Elektra: Asesina.

Aquí encontramos al Miller desatado, el del sentido del humor extrañísimo, burdo y machacón, el de los personajes histriónicos y la chorrada argumental, más preocupado por la construcción de personajes (el Wilson Fisk atormentado, el secuestrador grillado) que otra cosa. No nos confundamos: nada de lo anterior es baladí. Mazzucchelli, un genio demasiado intelectual, no habría sido capaz de responder a semejante patochada. Sienkiewicz, en cambio, que en ocasiones se ha visto sobrepasado por la efervescencia de su propio talento, sí supo ofrecer una réplica adecuada. El dibujante de Los Nuevos Mutantes entró al trapo e incluso acentuó los excesos de Miller en un delicioso puré estilístico en el que lo mismo metió a Norman Rockwell que a Neal Adams o Tex Avery.

Hay aficionados que siempre miran con desdén al Miller más frívolo, mientras que aquellos que disfrutan de sus juegos pasados de rosca son también admiradores de su faceta más seriota y testosterónica. Lo cierto es que imposible entender a Frank Miller sin aceptar su vertiente excesiva, esa que a menudo le ha llevado a ser tachado de reaccionario o macarra. Que sus personajes sean muchas veces unidimensionales no debe llevarnos a creer que estamos ante un creador simplista. A Miller le gusta el choque, el polemizar y el ser él mismo fuente de polémica con su ambigüedad discursiva.

En cuanto al continente, estamos un poco en las mismas. En Daredevil: Amor y Guerra nos encontramos con un relato liviano, en realidad un boceto de una obra mayor, que se mantiene en pie gracias a un armazón estilístico de primer orden construido por dos autores explosivos. Quizás sea solo una anécdota si la comparamos con otras obras de Miller o Sienkiewicz, pero, eh, una anécdota brillante.

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