La Cosa del Pantano 3

Imagen de Kaplan

Reseña del último tomo recopilatorio de la obra de Alan Moore

 

Tras un cambio de editorial que nos hizo temer lo peor, es imposible no abrazar un poquito el tercer tomo de La Cosa del Pantano de Alan Moore. Esta reedición, comenzada por Planeta DeAgostini y terminada por ECC, es la mejor de todas las que se han hecho en nuestro país de este material. Se salda así una cuenta pendiente con una de las obras más emblemáticas de Alan Moore, que hasta ahora no gozaba de una edición canónica como las de V de Vendetta, From Hell o Watchmen (la anterior de Norma, en blanco y negro, siempre se nos antojó algo caprichosa para una obra que juega tanto con la forma como esta).

La edición en tres tomos también resulta idónea. Tras el primero, en el que se redefinía por completo al personaje y se daba a la colección esa atmósfera inigualable, en el segundo, entre otras cosas, se desarrollaba la trama de John Constantine y se plantaba la semilla de lo que sería la línea Vertigo. En el tercero asistimos, por fin, a la llegada de Rick Veitch a los lápices de la colección (aunque Totleben y Bissette seguirán colaborando de forma esporádica). Este cambio artístico tiene mucha más importancia en la colección de la que a menudo provoca en situaciones similares. Y no nos referimos a la cuestión estética (de hecho, las tintas de Alfredo Alcalá hacen todo lo posible por que no haya una ruptura radical en este aspecto), sino al propio concepto de la serie.

Tras un primer arco de amores imposibles, con Abigail presa en Gotham y rematado por un número doble fabuloso dibujado por Totleben, Veitch y Moore plantean una insólita saga de ciencia ficción con la Cosa perdida por el cosmos, un género mucho más acorde con los gustos del dibujante. Salvo en contadas ocasiones, Moore ha estado respaldado por dibujantes excepcionales y, contrariamente a su fama de autor absolutista, se ha adaptado a la perfección a las fortalezas (y debilidades) de estos. Veitch plantea las páginas de forma más clásica que Totleben, que aquí volvería solo en Amando al alienígena, un número en el que realiza un dibujo a página completa que lo mismo remite a Moebius que a las estridencias cromáticas de los 60. También ha de destacarse Mi cielo azul, en el que Tatjana Wood realiza una labor excepcional a cargo de los colores y que dota al episodio de un sentido que la edición de Norma obviaba por completo.

Lo que queda es una etapa con la que bien podría haberse dado carpetazo al personaje, incomparable a cualquier otra gracias a la inspiración y el constante empeño por innovar de todos sus responsables: es Moore pleno de lirismo poniendo patas arriba todo, pero también el estilo orgánico de Totleben y Bissette. En definitiva, un auténtico clásico, de los de llenársele a uno la boca al afirmarlo. Hay quien intenta parir una obra así de solemne y solo provoca tedio o sonrojo. No es, ni por asomo, el caso.

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