Elvián en la Ciudad Perdida: El reencuentro

Imagen de Gandalf

Tercera entrega de la novela de fantasía de Gandalf

 

El viejo Mago le observaba fijamente, pero él se sentía incapaz de reaccionar. Las piernas le temblaban y sentía una especie de mezcla entre alegría y temor. Astral sonrió y abandonó la formación de hechiceros para acercarse al indeciso príncipe. Su rostro se mostraba fatigado, pero su expresión todavía era afable.

–Saludos, Elvián –dijo con voz serena y con una amplia sonrisa dibujada en sus labios–. Me alegro mucho de verte de nuevo.

–Astral… –musitó Elvián, todavía sin saber qué hacer–. Al final se ha cumplido lo que me dijiste en sueños. Yo también me alegro de verte.

–Veo que no te expresas de una manera tan formal como antes –replicó el Mago–. Eso está bien, como está que hayas llegado aquí tan pronto, pese a las adversidades del camino.

–Sir Astral, ¿es que no piensas presentarnos? –preguntó alguien.

Detrás de Astral, otro anciano se acercaba a ellos. Vestía de una forma similar al amigo de Elvián, pero su túnica era grisácea en lugar de azulada y su sombrero picudo estaba menos arrugado y no disponía de ninguna pluma clavada en la copa como sí tenía el de Astral. Elvián lo reconoció al instante gracias a los comunicados que le transmitía su amigo a través de sus sueños.

–¡Ah, señor Rashmond! –exclamó Astral–. ¡Qué descortés por mi parte! Le presento al príncipe Elvián de Parmecia.

–Así que este es el muchacho del que tanto me has hablado –dijo el otro hechicero–. Tu descripción es exacta. Se le ve un joven saludable y valiente. No temas, hijo. Sir Astral me contó tu caso y me dijo que piensa que eres inocente, y yo siempre confío en su intuición. Yo soy…

–Usted es el señor Rashmond –se apresuró a contestar Elvián–, el más alto miembro del Concilio de Magos. Lo he reconocido por los mensajes que me enviaba Astral a través de mis sueños. Y supongo que el enano es Rötar.

–Estás en lo cierto –replicó Rashmond mirando hacia el enano que observaba la escena con interés–. Ven, Rötar, acércate.

Rötar se atusó la barba, que el sol de la tarde teñía de un tono rojizo, e hizo lo que el Mago le pedía. Posó los ojos en la espada del príncipe, que todavía asía con una mano sudorosa.

–El acero de esa espada –murmuró–. Es del mismo color que el de mi hacha.

–Sí, tienes razón –dijo Rashmond tras fijarse también en el filo–. Y si mis sentidos no me fallan, es también mágico. Tal vez el metal sea de la misma veta.

–Ah, esa es la espada que encontraste en aquella ocasión –intervino Astral–- ¿Por qué la tienes desenvainada?

Elvián miró con extrañeza la mano que asía la empuñadura y recordó el incidente que había tenido lugar poco antes.

–¡Se me había olvidado! –exclamó–. Fui atacado por un zombi poco antes de que llegaseis. De hecho, huyó al sentir vuestra magia. Se refugió en aquel edificio de allí. Le ataqué con la espada, pero no sufrió el menor daño. Fue muy raro.

–Creí que te había hablado en clase de los zombis –dijo Astral–. Veo que no recuerdas la lección…

–Pero no es así –protestó Elvián–. ¡Incluso llegué a decapitarlo, pero de su cabeza salió otro cuerpo!

–¿Y no murió? –replicó Rashmond–. Tienes razón, es muy raro. Sería buena idea capturarle. Bueno, te voy a presentar a los otros.

–Según lo que me dijo el zombi no debemos quedarnos mucho rato en la calle –dijo Elvián–. Al parecer habita un terrible monstruo que podría aparecer en medio de la calzada. Él le llama “Eso”.

–No te preocupes por el monstruo, estoy al corriente –dijo Rashmond–. Su verdadero nombre es Hildavar, y es un demonio enviado por el Señor de la Oscuridad para vigilar la ciudad. Puedo detectar su presencia si se acerca. Primero te presentaré a mi querida Midna.

La anciana que viajaba con el séquito se acercó a ellos con una agilidad que sorprendía para la edad que tenía. Miró un instante al Mago que la había presentado y le sonrió con afecto. Luego se giró hacia el príncipe y le tendió una mano. Elvián la estrechó con la suya y se sorprendió al notar que, pese a lo arrugado de su piel, esta era suave al tacto. Luego Rashmond indicó al resto que se aproximara. Uno por uno fueron presentándose. Lan de túnica roja, Dalmar de túnica verde, Melmac de túnica amarilla, Valdekät de túnica blanca y Runuc, que vestía por completo de negro. Rashmond reservó para el final, no sin cierta desgana, al joven de mirada orgullosa, que iba ataviado con una túnica de aprendiz típica. Las estrellas amarillas destacaban en medio del violeta de la tela.

–Este es Zeon, mi aprendiz –dijo Rashmond, y miró a su alumno–. Compórtate, estás hablando con un miembro de la realeza.

–Así que eres el príncipe de Parmecia –dijo el joven sin dignarse a tenderle la mano–. Se supone que eres el legítimo heredero al trono de tu país, pero yo solo veo el rostro de un asesino.

–¡Zeon! –replicó Rashmond, irritado–. ¡Te he dicho que te comportes! ¡Ya has oído a Astral! ¡Él no piensa que sea el culpable!

–¿Pero y si sir Astral se equivoca? –repuso Zeon–. Ya sé que tiene una gran intuición y todo eso, pero alguna vez tiene que fallar.

–Saldremos de dudas en cuanto tenga en su poder el Espejo de la Verdad –dijo Astral, cansado de las palabras cargadas de veneno del aprendiz–. Ahora deberíamos ponernos en marcha y averiguar todo lo posible sobre ese zombi que atacó a Elvián.

Rashmond asintió, totalmente de acuerdo con su compañero, mientras que Zeon se limitó a encogerse de hombros, indiferente. Los tres, seguidos de los otros Magos, se dirigieron hacia el edificio que les había señalado el príncipe. Este se quedó parado un instante, observando con creciente malestar al aprendiz. No le gustaba, y no solo por su altivez. Su forma de ser y la malicia y superioridad que se dibujaban en sus ojos le recordaban terriblemente a Zelius. Con un suspiro, echó a andar para alcanzar a los otros.

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