De la montaña y el amor
Reseña de la novela de Javier Arruga ganadora del Premio Desnivel 2012
Existe mucha afición por la montaña. Desde tiempos inmemoriales el hombre ha sentido devoción por los colosos de la naturaleza, y hoy en día mucha gente es aficionada a las distintas variantes deportivas que se pueden ejercitar en ella: senderismo, escalada, esquí, trekking, ciclismo, barranquismo, etc. Por supuesto, hay una buena cantidad de escritores que, de un modo u otro, se ven atraídos por las cumbres, los grandes valles o los profundos desfiladeros, paisajes evocadores donde la imaginación y la espiritualidad se disparan. De manera que es una suerte que exista el Premio Desnivel para galardonar precisamente a aquellos autores que aúnan dos pasiones, en principio tan diferentes, pero tan ligadas desde siempre, como son la literatura y la montaña. En el año 2012 resultó ganador Javier Arruga, profesor de literatura y antropólogo, quien se confiesa escritor y apasionado de la montaña. El título de su novela, De la montaña y el amor, recoge y sintetiza bien cuanto alberga en sus páginas.
Esta es una novela con dos historias diferentes. La primera se asemeja a un cuaderno de viaje redactado por un montañero español que realiza un viaje por Nepal, recorriendo los valles que conducen al Annapurna, acompañado de su guía Shankar, un joven autóctono que le pone al día de la situación política y social del país. En este caso las descripciones son acertadas y profusas, muy ilustrativas, entremezcladas con multitud de conversaciones y las reflexiones del protagonista en torno a su conflicto interno, continuar con la libertad de la que ha gozado siempre o asumir las responsabilidades de una nueva vida adulta, con un hijo por venir.
Justo cuando esta narración comienza a hacerse algo pesada, el autor da un salto y comienza con la segunda historia, la que protagonizan dos cordadas, una aragonesa y otra vasca, en su ascenso al K-2. Aquí la narración se vuelve más ágil, pero el dramatismo comienza cuando uno de los montañeros sufre un edema cerebral. Es preciso bajar de altitud para intentar salvarlo, y ahí es cuando aparece la disyuntiva entre los compañeros, ya que unos anteponen la camaradería y el éxito del grupo en su conjunto, y otros necesitan culminar sus propios objetivos sin importarles tanto las consecuencias. En este tramo la narración se vuelve muy interesante, porque Arruga ha sabido transmitir la incertidumbre, la dureza física y el varapalo moral de los personajes con la verosimilitud necesaria. La muerte estará presente en adelante y eso conllevará nuevas reflexiones y conversaciones, aunque en un par de casos no me parecieron acertadas. No por el tono de los personajes y su lenguaje coloquial, que siempre son creíbles, sino porque algunos diálogos se alargan demasiado y no contribuyen mucho a la historia, ya que buscan transmitir sensaciones parecidas. Algunos momentos como la historia de Garbiñe, por ejemplo, que de forma independiente podrían tener su valor, no sumaban mucho a la novela y podían haberse evitado o minimizado. Se advierte en el autor la necesidad de cerrar cada historia particular y narrar al menos una herida del pasado de cada uno de los personajes, algo que se me antoja innecesario y creo que resta fuerza al final.
Una de las mejores partes del libro, quiero resaltarlo, es el emocionante descenso vivido por el testarudo Kokus tras llegar a la cumbre. Llegó a emocionarme, y eso no me sucede a menudo. Tanto por ese momento sobresaliente, como por la tensión transmitida durante el conflicto de las cordadas y por las generosas descripciones del inicio del libro, esta novela me parece una buena manera de viajar cómodamente al Himalaya y sentir un poquito de ese sentimiento montañero que hace más libres a los seres humanos.
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