El kraken que anidaba en mis cómics de aventuras

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Un artículo de la Biblioteca Fosca

El kraken, como monstruo, representa el horror que inspiran las profundidades ignotas del océano. Es por ello que seguirle el rastro por el mundo del cómic es una tarea tan vasta como inabordable. Al mismo tiempo, sería injusto dejar de lado este medio de expresión, y es por ello que, a falta de que otros colaboradores se animen a escribir sobre el tema, me he lanzado a esta disertación sobre el kraken en el cómic de aventuras.

De aventuras, sí, porque krakens conceptuales o bien concretos (como el de la saga de Las extraordinarias aventuras de Adèle Blanc-Sec, del maestro Tardi, una serie que merecería un número propio dentro de la Biblioteca Fosca por su enfoque) vamos a encontrar unos cuantos; teniendo en cuenta lo amplio que resulta el concepto, a fin de cuentas, y lo obscuro de su origen, no cabía esperar otra cosa. Pero, modestamente, creo que es dentro de este género de aventuras donde el kraken brilla con auténtica fuerza y donde se explota mejor su figura.

¿Por qué? Dentro de la morbosa atracción del ser humano por las fatalidades y las catástrofes naturales —y el kraken es, en parte, las dos cosas, aunque a veces se le dé forma de ballena y a veces de pulpo o calamar gigante— brilla siempre un detalle que permite tener fe en nuestra especie: parece que lo importante no es imaginarse cuantos modos posibles sean de destruir al prójimo o a nuestra propia civilización, sino de ver cómo el ser humano es capaz de batirse con la adversidad (como Odiseo) y vencerla o caer con el honor propio de los que ponen toda la carne en el asador.

De este modo, la historieta de aventuras se desmarca como la más adecuada para mostrarnos un par de ejemplos de esta lucha contra la naturaleza desatada o el horror del destino que llama a la puerta, encarnados, cómo no, en kraken, o horror ignoto de las profundidades.

En primer lugar, me gustaría nombrar un cómic emblemático: El Príncipe Valiente de Hal Foster. Al comienzo de su andadura, el autor no tuvo problemas en introducir elementos fantásticos dentro de la narración. La cosa tenía su lógica: una historia de caballería en la que prima el realismo termina planteando cuestiones espinosas que acaban por distraer al lector de lo que realmente interesaba a Foster, es decir, la aventura, el honor y el sacrificio. Al mismo tiempo, tengo la impresión de que El Príncipe Valiente nunca tuvo vocación de desfile de criaturas fantásticas.

Es por ello que, finalmente, Foster opta por una solución sorprendentemente acertada. Por un lado, mantiene algunos cánones del mundo imaginario, como la localización en un tiempo brumoso (del cual las islas Misty serían paradigmáticas) que lo mismo vale para sacar caballeros medievales totalmente pertrechados que una invasión de hunos o la caída del Imperio Romano. Este Camelot no solo da una flexibilidad muy cómoda al cómic, sino que lo sitúa en un estrato que permite a Foster desarrollar sus historias en la profundidad que desea.

A este respecto no deja de ser interesante cómo los seres mágicos van dando paso, gradualmente, a los conflictos mundanos y los trucos y fuegos de artificio. Es una decisión muy inteligente que ya se adivina al principio de la saga. Si bien en dichos comienzos vimos incluso dinosaurios, pronto los dragones no son otra cosa que cocodrilos de dimensiones extraordinarias; toda una declaración de principios. En este preparo es normal que el kraken tuviera su espacio, sobre todo teniendo en cuenta que el protagonista se sitúa en la tradición escandinava, cuyos marineros —piratas les llamaban otros— fueron grandes avistadores de estos seres (¿Quién dijo ballenas cuando eran islas que desaparecían a traición?).

De este modo, cuando Val -el Príncipe Valiente- se ve cara a cara con el kraken, este no deja de ser un pulpo sobrealimentado y encerrado en un pozo marino, pero sigue siendo igualmente aterrador y muestra de lo que la criatura encarna: el temor a lo que las profundidades del océano pueden depararnos a pesar de nuestro aparente poder sobre la creación y nuestra devoción a la lógica frente a la superstición.

Cabría comentar que el Capitán Trueno, siempre cercano seguidor de la estela de este otro caballero, también tuvo su encuentro con el kraken aunque, no por denostar el patrimonio patrio, sino por agilizar las cosas, pasaré directamente a otro gran matador de criaturas de los abismos que sí que nos plantea una visión diferente sobre el monstruo. En este caso se trata de un asunto de nostalgia, y también de reconocimiento a un cómic que puso en el candelero la fantasía heroica en viñetas cuando primaban los supertipos en mallas. Hablo de Conan el bárbaro y su número 12, en el cual el bárbaro destripa (primero de una larga serie) a su primer kraken, cortesía de Barry Smith y Roy Thomas.

¿Por qué tendría un interés particular esta historia dentro de la larga trayectoria de héroes que consiguen conjurar el peligro de las profundidades con el simple sistema de mostrar su valor —o la fuerza de sus bíceps?—. Por un detalle muy inocente que, al mismo tiempo, resulta toda una declaración de principios: Barry Smith dotó a la criatura abisal —en este caso resultado de un sortilegio, y no únicamente ser ignoto de las profundidades— de rasgos cuasihumanos, recurso que terminó de apuntalar el guionista/narrador, Roy Thomas, para añadir frases tan escalofriantes como “no concebida [su garganta] para el lenguaje humano”.

Este simple detalle añade un refuerzo extra que ha devenido clásico dentro del género con el paso del tiempo, pero que no es tan obvio como pudiera parecer en una primera instancia: el monstruo que tenemos delante, por horrible y tentacular que sea, bien puede ser el sujeto de nuestra ecuación, el protagonista.

De este modo, Smith y Thomas consiguen algo que se convirtió en tradición dentro de sus primeros cómics —esos mismos que ahora nos parecen algo inocentes—, y es dotar al monstruo de la historia de aventuras (llámese ésta espada y brujería o fantasía heroica) de una dimensión que lo lleva más allá del simple obstáculo para el héroe, dando una riqueza mucho más amplia tanto a sus propias historias como al género en sí.

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