Revisitamos El almanaque de mi padre

Imagen de Kaplan

Una de las obras más importantes de Jiro Taniguchi

Pongamos el modo duermemocismo en ON: Planeta DeAgostini animó el mercado editorial español en 2002 con el nacimiento de dos nuevas líneas. La primera, Trazado, se centró en obras de temática variada, prestigio contrastado y muy demandadas por el lector español como From Hell, Gorazde, Adolf o el mismísimo Maus. La segunda línea editorial se llamó Pachinko y ofreció un lado del manga diferente al que por aquel entonces se publicaba en nuestro país. En origen se trataba de tomitos pequeños y de tapas blandas que contenían historias de autores apenas vistos aquí. Inauguraron la línea el Monster de Urasawa y El almanaque de mi padre de Taniguchi.

A Taniguchi apenas lo conocían quienes habían leído algunas de las contemplativas historias de El caminante que se publicó en el recordado El Víbora. Lo suficiente, no obstante, para hacerse una idea muy aproximada del universo creativo del autor. El almanaque de mi padre fue, por tanto, el espaldarazo de Taniguchi, que se concretaría en los años siguientes con la publicación de un importante número de obras suyas (la ya mentada El caminante, Barrio lejano, La montaña mágica, Los años dulces…). Sin embargo, así como Urasawa siguió siendo publicado por Planeta, el caso de Taniguchi fue diametralmente distinto: el resto de ediciones en español han sido publicadas por otras editoriales (principalmente Ponent Mon) salvo un par de títulos que ya habían visto la luz antes de El almanaque de mi padre (Hotel Harbour View y Sobrevivir a la nueva era glacial). Aún así, el éxito de El almanaque de mi padre ha sido tal durante estos años que se ha reeditado dos veces, la última de las cuales -que es la que nos ocupa- ya dentro de la línea Trazado, recopilada con acierto en un solo tomo y sin más novedades que unas pocas páginas que recuperan el color que tenían en el original. Poco más necesita una obra tan elocuente como ésta.

Duermemocismo OFF. El almanaque de mi padre es quizás una de las obras más redondas de Taniguchi. Oscila entre los dos grandes temas del autor, el recuerdo y la contemplación, sin caer en ningún momento en la autocomplacencia con la que a menudo parece coquetear. Se trata de una narración concisa, lejos de la abstracción discursiva de El caminante. Como en Barrio lejano o Los años dulces, su protagonista comienza vacío y va llenándose gracias a lo que se cuenta en la propia obra. Si en la primera era un viaje a la infancia y en la segunda un romance otoñal, el mecanismo que vertebra la acción de El almanaque de mi padre es la reconstrucción del pasado. Los afectos injustificados, los distanciamientos aleatorios y los egoísmos cotidianos son los que provocan que Yôichi haya pasado demasiado tiempo ausente de una vida que tuvo al alcance de su mano y que ahora, con el fallecimiento de su padre, amenaza con escapársele de forma definitiva. El enfoque con el que Taniguchi aborda sus obras -ésta también- es benévolo, alejado de sainetes: no hay culpables ni inocentes, sino sólo personas que hacen lo que pueden con la vida que les ha tocado en suerte. También evita el autor caer en lo almibarado: cada revelación descubierta por Yoîchi tiene un poso de amargura inherente al hecho de que es inevitable comportarse como un cretino hasta que ya estás bien crecidito. El resultado es una obra sutil, destinada a perdurar en el recuerdo, con una parte gráfica que Taniguchi aún mejoraría en obras posteriores, pero que en lo literario se sitúa entre lo mejor del autor.

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