Bruce J. Hawker

Imagen de Anne Bonny

Reseña de la obra de W. Vance y A.P. Duchâteau recopilada por Ponent Mon

Bruce J. Hawker es un cómic de aventuras de la vieja escuela: tiene sus malos de opereta, sus escenarios fascinantes, sus protagonistas brillantes y abnegados, sus romances de folletín... El marco elegido es la Inglaterra de comienzos del siglo XIX y, muy en concreto, su armada. En esta edición integral realizada por Ponent Mon en una impresionante tapa dura llena de calidad y acierto, nos encontramos con dos partes diferenciadas: una primera aventura más náutica, de guerra, que implica batallas y peripecias en España, y una segunda, más corta, que se desarrolla en el Londres más siniestro. El punto de unión es el protagonista que da título a la obra y algunos secundarios.

Bruce J, HawkerEn ambos casos, el apartado gráfico es impresionante. W. Vance embelesa con sus lápices y se muestra capaz de sumergirnos en todo tipo de escenario: vestimentas, barcos, rostros, callejuelas, tabernas, cubiertas, quebradas... todos los detalles están cuidados pero no por ello resultan fríos, sino que envuelven al lector y lo transportan. La atmósfera es uno de los grandes aciertos del cómic y toca palos tan dispares como los bailes de pueblo o las peleas de perros.

En cuanto al guión, habría que diferenciar entre las dos aventuras. La primera, desarrollada casi en solitario por W. Vance, es sencilla y pintoresca. Las batallas navales se resuelven con rapidez, los personajes apenas tienen tiempo de salir y entrar y se incide sobre lo folclórico como en una novela decimonónica anglosajona: soldados españoles muy flamencos, bailarinas gitanas con algo de hechiceras, sórdidas mazmorras a lo Poe... La trama, que gira en torno a una supuesta arma secreta sobre la que tampoco se concreta gran cosa es sencilla, una excusa para llevarnos por los escenarios.

La segunda, que cuenta ya con la participación completa de A.P. Duchâteau, es más compleja y peca de algo laberíntica: ocurren muchas cosas para volver siempre a los mismos puntos de partida. Los personajes tienen más espacio para desarrollarse y se ven influencias de la novela gótica: ambientes opresivos, antagonistas grotescos, gusto por la tramoya, conspiraciones diabólicas... En algunos momentos, tiene algo de Creepy. Al mismo tiempo, se da una dimensión adicional al toque folclórico precedente que funciona muy bien, desde los bandidos goyescos a los verdugos encapuchados dignos de una del Inspector Dan. En tono romanesco se impone.

En conjunto, queda la impresión de que el protagonista no ha llegado a ser utilizado en todo su potencial, pero tampoco importa demasiado: Bruce J. Hawker es una obra que, a día de hoy, se disfruta sobre todo por el placer estético, en ese estado hipnótico de dejarse llevar por una buena historia de aventuras. Algo precipitada en algunos momentos, sin giros que vayan a dejarnos sin habla, pero consistente y, sobre todo, fascinante en su recreación de los escenarios. Una buena oportunidad para visitar el Londres portuario del siglo XIX o lanzarse a una expedición suicida, cómo no, por las tierras de esos rudos e indómitos españoles que tanto gustaban a Washington Irving.

Bruce J. Hawker

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