Miracleman 1: El sueño de volar

Imagen de Kaplan

Por fin reaparece una de las grandes obras de Alan Moore

 

De todos los líos editoriales en los que ha andado involucrado Alan Moore en los últimos veinte años, el de Miracleman es la madre del cordero, así que resumámoslo antes de entrar en materia. Un trasvase de derechos de personajes que empieza en Quality Communications y acaba en las manazas de Todd McFarlane, aficionado al béisbol, dibujante retirado y enemigo de todo lo bello que hay en el mundo. Su deseo por amasar un puñado de billetes más le llevó a recurrir al personaje de Miracleman sin permiso de Neil Gaiman, que era quien poseía sus derechos tras la cesión realizada por Alan Moore. El conflicto entre Gaiman (que además había creado para Image un buen puñado de personajes) y McFarlane fue largo y costoso. Por suerte, la Marvel de Joe Quesada acudió en ayuda de Gaiman: le ofreció crear una serie -1602- cuyos beneficios serían destinados a ganar el juicio a McFarlane. La intención de Marvel no era del todo altruista: por un lado acababan de reclutar en sus filas a una leyenda como Gaiman y, por otro, se morían de ganas de desatascar el conflicto de Miracleman y partir desde una posición privilegiada de cara a hacerse con la posible reedición del material clásico del título. El desenlace fue feliz y Marvel no tardó en anunciar no solo la ansiada reedición, sino también que concluiría la etapa de Neil Gaiman. ¿Y Alan Moore? A pesar de la tenacidad de Joe Quesada en sus primeros años como editor de Marvel por levarse al redil al legendario guionista, Moore siguió en sus trece e impidió que en esta reedición apareciera su nombre. Por ello, en estos nuevos volúmenes solo se referirán a él como "El escritor original".

Miracleman - El sueño de volarEs una pena que esto ocurra, ya que, a pesar del estupendo trabajo realizado por la mayor parte de los dibujantes de la colección, Miracleman es, ante todo, una obra de Alan Moore, fundamental por sí sola, pero también para entender mejor el conjunto de su creación narrativa y la evolución de sus inquietudes. Por ello, que en los textos que acompañan a esta edición no aparezca una sola mención a su guionista supone un empeño ortopédico y terco, un tiro en el pie que solo impide que aquellos lectores que quieran indagar un poco más en la intrahistoria de la colección tengan que esforzarse un poco más en encontrar lo que buscan.

En efecto, Miracleman es un compendio de los recursos en los que se basarían muchos de sus trabajos coetáneos y posteriores: Moore reinterpreta un antiguo cómic británico de superhéroes como haría con los personajes de Charlton en Watchmen y, además, añade una reescritura de sus orígenes como en el famosísimo Lección de anatomía de La Cosa del Pantano. Además, realiza un primer estudio de las consecuencias que supondría trasladar el prototipo superheroico a un ámbito de crudo realismo social, alejado de las onomatopeyas y la verborrea grandilocuente. Este último punto es quizás el más característico de Miracleman y en el que el guionista centra más sus esfuerzos: los problemas de pareja, los daños colaterales, el antiguo sidekick convertido en trastornadísimo villano con unas ansias de poder terroríficamente humanas, la crueldad sin límites de oscuros departamentos gubernamentales... De hecho, en las historias de complemento dibujadas por Steve Dillon, más afectadas por el componente fantástico, el interés se reduce.

Hemos mencionado antes la parte gráfica. Una de las mayores cualidades de Alan Moore como abrumador guionista de cómics es lo bien que ha sabido siempre adaptarse a sus dibujantes, aun manteniendo sus inconfundibles señas autorales. En este caso, el primer volumen de Miracleman es imposible de describir sin la pulcritud y la robustez del dibujo de Gary Leach. Él fue quien supo traer a un personaje luminoso como el original Marvelman a la sombría Gran Bretaña de los ochenta. Gracias a Leach, un villano de opereta como Big Ben nunca ha resultado tan ridículo y desubicado como aquí. Su trabajo, frío y perfecto, como un Bolland dotado de energía cinética, provoca siempre una tremenda inquietud. Steve Oliff aporta a esta nueva edición un coloreado francamente bueno y respetuoso, consciente de la importancia que tenían las tintas de Leach en el tono general de la serie.

A pesar de la obligada ausencia de un texto que hable de los aspectos más importantes del guión, este primer volumen de Panini incluye una cantidad obscena de extras: un artículo sobre la colección original creada por Mick Anglo y una entrevista de Joe Quesada a dicho autor, montañas de bocetos y comentarios de Leach y dibujos de autores de la talla de Neal Adams, Mark Buckingham, Skottie Young, John Cassaday, Jerome Opeña o Leinil Francis Yu.

Remarquemos lo obvio: esta reedición de Panini, más completa no puede ser, salda una cuenta pendiente de la industria del cómic con una generación entera de lectores. En el caso español, la de todos aquellos que no pudieron echar un ojo a aquellos tebeos de Fórum de hace casi veinticinco años. Si perteneces a ella, no puedes prescindir de un título así. Y ahora, a ver si alguien desatasca el problema con 1963...

Miracleman - El sueño de volar - Alan Moore

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