Samurai Champloo

Imagen de Anne Bonny

O de cómo recuperé la fe en el manga con un anime con un título ridículo

Ridículo en castellano, que lo de champloo en japonés tiene su significado -girasol, según he leído- y no tiene nada de peregrino, por mucho que aquí nos suene a otra cosa. Y supongo que ahí radica el problema que nos ha mantenido a algunos alejados de esta rica expresión artística: que oímos campanas, y muchas, y no sabemos muy bien dónde, ni a qué tocan.

 

En mi caso todo viene de Akira, una obra maestra indiscutible pero que hay que coger en el momento adecuado, especialmente en su versión manga, que la versión anime resulta corta, muy corta, en comparación con la original. Y es que por muy obra maestra que sea, pasa como con las películas del famoso director del que toma nombre este manga: que tienen su densidad, y su intensidad, y para poder apreciarlas hay que estar en forma y con el humor adecuado.

 

No es que me haya quedado en Akira y no haya vuelto a mirar el mundo del dibujo japonés, pero creo que por muchas películas -y muy buenas- que haya visto, como La princesa Mononoke, o El viaje de Chihiro, o porque haya leído otros mangas, que menos pero los he leído, nunca he vuelto a tener esa impresión de estar ante un manga “de verdad”. Supongo que la impresión primeriza de ver cómo el cómic (o el cine de animación) se podía enfocar de un modo totalmente distinto pero al mismo tiempo natural ha quedado ahí como un poso subconsciente. Y bastante impresionante.

 

De este modo, y aunque la oferta sea inagotable, nunca había franqueado el umbral. O, al menos, nunca había tenido la impresión de hacerlo. Lo reconozco, me agobia un poco el tema del manga. Me agobia por su productividad desatada que hace que cada serie medianamente exitosa tenga toneladas de tomos o decenas de capítulos. Me agobia porque me pierdo un poco entre tanta oferta y siempre me he sentido un poco extraño en esa sección de las tiendas especializadas.

 

Puede que se deba a que cuando era pequeño no me entusiasmé con Campeones, o con los Caballeros del Zodiaco (muy a mi pesar en este último caso, porque la idea en sí me atraía), o porque Chicho Terremoto me aturdía un poco, aunque lo encontrara gracioso. Así, estaba dispuesto a pasar de puntillas sobre el mundo manga en general, con mis tímidas incursiones a tiro seguro, y estaba especialmente satisfecho de la decisión después de ver el primer trozo del primer capítulo de Full Metal Alchemist, que me pareció un despropósito bastante cansino. Y entonces, cuando menos lo esperaba, llegó la redención: Samurai Champloo.

 

Sólo lo vi porque me fío de mi hermano, porque con un título así lo hubiera dejado correr. Y sólo pasé de la canción introductoria por una cuestión de fe (y porque tardé en reaccionar debido a la sorpresa). Y cuando terminé el primer capítulo, la sonrisa ya se había instalado en mis labios.

 

Aunque nunca he sido muy aficionado a los héroes imbatibles ni a las vaciladas en las peleas, reconozco que aquí están muy bien traídas. Será por el carisma de los personajes, cada uno muy distinto pero igualmente seductor, o por el tono humorístico implacable pero sutil que impregna cada capítulo. La verdad es que no lo sé ni me importa demasiado.

 

La serie me fascina. Me ofrece todo lo que hubiera querido encontrar y muchas cosas que hubiera pensado no querer, o que ni hubiera imaginado que pudieran existir, y todo me gusta. Me parece que retoma muy bien la tradición oriental de contar historias, y que la adecua a los tiempos actuales sin histrionismos ni esperpentos. Me parece -a pesar de mi poco conocimiento del tema- que abre nuevos horizontes al género con respeto a lo precedente, pero dándole una nueva dimensión. Y sobre todo me parece que voy a ver mucho más anime y a leer mucho más manga a partir de ahora.

 

En el fondo es algo que sospechaba: cuando una cosa tiene tanta variedad y, en principio, un enfoque positivo, es casi imposible que no tenga una vertiente, un modo de expresión, para cada persona. Finalmente parece que he encontrado el tono de lo que a mí me gusta. Sólo me queda seguir descubriendo algunas joyas más. Parece que hay mucho donde escarbar.

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