La marca del hombre lobo

Imagen de Jack Culebra

Revisitamos este clásico de Enrique López Eguiluz estrenado en 1968

 

 

La marca del hombre lobo se ha convertido con el tiempo en una de las películas más emblemáticas del fantaterror, y no es de extrañar, no solo por los elementos argumentales que contiene y el reparto encabezado por Paul Naschy (en su primera interpretación de Waldemar Daninsky), sino también por sus grandes aciertos estéticos.

Bajo la perspectiva actual es difícil considerarla una película de terror propiamente dicha. Es más bien un filme de monstruos con una ambientación espeluznante y efectista. Más que inquietud en el espectador o auténtico temor, parece buscar que este se recree en los ambientes propios del género, en los cuales encontramos reminiscencias de películas clásicas de la Hammer. El argumento es tan evidente en algunos momentos que parece claro que no se contaba con la sorpresa del espectador tanto como con su complicidad.

La marca del hombre lobo - fantaterrorLa acción se sitúa en un territorio indeterminado de la Europa del Este y está protagonizada, primordialmente, por familias aristocráticas que se ven envueltas en una inesperada conjura al ser reavivada la llama de una antigua maldición. El argumento implica la licantropía a la que alude el título y, también, a devotos del Maligno y vampiros. Hay una querencia absoluta por la tramoya del cine de monstruos más clásico: abadías en ruinas, casas señoriales, gitanos en carromato, vampiros vestidos de rigurosa etiqueta, bibliotecas impías, esqueletos, telarañas...

La trama en sí es algo ingenua en algunos momentos, pero al mismo tiempo se muestra sólida dentro de su lógica y coherente en conjunto. La suspensión de la incredulidad del espectador se supedita a la mencionada complicidad: es la que nos permite aceptar que a la vuelta de la esquina haya hombres lobo atrapados en sarcófagos, cartas polvorientas que harán avanzar la trama o congregaciones enteras de monjes diabólicos olvidados por el tiempo. A fin de cuentas, La marca del hombre lobo es, ante todo, un espectáculo estético. Y este es una delicia con momentos absolutamente sobresalientes.

Más allá de las inevitables secuencias de erotismo vampírico que cabía suponer y de los ya mencionados escenarios generales diseñados para los amantes del fosco, hay escenas que resultan fascinantes por su enfoque y su belleza: los estilizados bosques tubulares durante la cacería, que forman un paisaje casi alienígena, o la extraña danza mesmérica del vampiro en la confrontación final, con los juegos de luces expresionistas mientras evoluciona por el monasterio en ruinas (que recuerda al de El sabueso de los Baskerville de la Hammer) se cuentan entre mis preferidos. En combinación con la fabulosa música de Ángel Arteaga, la fotografía la fotografía de Emilio Foriscot son un regalo.

La marca del hombre lobo no es (ni era) una película para todo tipo de espectador. Aun con algunos traspiés, es un filme lleno de hallazgos, buen ritmo y con una estética muy cuidada y llena de sabor. También es una narración que abraza con alevosía cientos de tópicos y que pone por detrás de su efectismo aspectos argumentales. No es de extrañar que suscite pasiones aun a día de hoy.

La marca del hombre lobo - fantaterror - Paul Naschy

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