Un día vi a Indiana Jones en un cómic

Imagen de Anne Bonny

Últimamente nos hemos parado a pensar –es inevitable- en las adaptaciones que se hacen de los cómics para la gran pantalla, pero, ¿qué pasa cuando es un personaje del cine el que invade el terreno de los cómics?

Creo que es un sentimiento natural de los aficionados el querer ver más de sus personajes preferidos. Una nueva novela gráfica de Sin City, qué tal quedará Constantine con la cara de Reaves –que no se parece en nada a Sting-, dará la talla Depardieu como Obelix…

 

Y creo que es un impulso natural de las empresas el querer sacar unas perras con este sentimiento natural del aficionado. Así, si la novela es buena se dicen: ¿y si sacamos una película? Y si el cómic es bueno se dicen: ¿y si sacamos una película? Y si la serie de dibujos animados es buena se dicen: ¿y si sacamos una película? Entonces, el aficionado, siguiendo el sentimiento natural del que hablábamos previamente, pica y va dando dinero a las empresas –que no hacen otra cosa más que seguir sus impulsos naturales-.

 

Es en este momento en el que alguien cae del guindo y dice: oye, con lo bien que queda Lobezno en la pantalla, ¿qué tal si sacamos un cómic oficial de la película? Porque este es uno de los quid más importantes del que podríamos denominar efecto ping pong, que el cómic tiene que ser oficial: después de todo, los cómics que debieron instigar a las productoras a hacer la película no deben considerarse del todo oficiales… quién sabe por qué.

 

Sea como fuere, el cómic nace, o renace, como producto de merchandising, y hasta aquí todos contentos. Y solemos estarlo porque la cosa es de Perogrullo: un cómic oficial es como una chapita de X-men 3, un capricho al que sólo se le exige que se adapte al guión de la película. Y aunque la cosa raye a veces la crutez más absoluta –los cómics oficiales de las primeras películas de La guerra de las galaxias parecían fotogramas resumidos de los largometrajes-, a veces se puede ir incluso más allá. Lo digo porque, un día, vi a Indiana Jones en un cómic.

 

Bueno, hubiera sido difícil que no lo viera porque me compré los primeros números de la serie –quién no se haya comprado nunca un cómic pufo que tire la primera piedra-. El tema vino porque después de esperar muchos años a que hubiera cuarta película, nos engañaron con que llegaba la famosa Indiana Jones en Atlantis. Y digo nos engañaron porque sólo los de mi generación conocerán el cómic del que hablo y, hasta donde yo sé, Indiana Jones en Atlantis sigue sin haberse estrenado.

 

El caso es que la cosa no estuvo mal en sí, no que Indiana Jones se nos colara de rondón en el mundo del cómic. Es cierto que siempre resulta un poco inquietante reconocer los rasgos de Harrison Ford en un personaje dibujado, pero ya lo habíamos visto en la serie de Forum de Star Wars con resultados más que buenos. Sin embargo, en aquella ocasión, había algo de desesperante.

 

Es comprensible que tengamos ganas de ver a un personaje cinematográfico en un cómic, pero hay que respetar el modo narrativo de este formato. Cuando abres las páginas de ese Indiana Jones –que además costaba más que las series regulares de otros temas- y te empiezas a encontrar un refrito de nazis, ciencia ficción barata que tiende a obviar el “ciencia”, unos argumentos planos y cuatro guiños a las películas, la sensación de haber comprado un pastiche es incómoda.

 

Seguramente la de Star Wars funcionaba mucho mejor porque, salvados los resúmenes de la primera trilogía, se abordaban, con mayor o menor acierto, argumentos propios (y algunos, también hay que decirlo, absolutamente memorables). Y supongo que la de Indiana Jones se fue al demonio porque de tanto no querer tocar el personaje y su mundo, aquello acabo siendo una grotesca caricatura. Vaya paradoja.

 

Soy consciente de que los grandes genios del cómic no suelen estar ahí para hacer merchandising –que, a fin de cuentas, es lo que son los cómics adaptaciones de otros medios, como los mismísimos Conan-, pero cabría preguntarse por qué, y si no valdría más la pena ir a fondo con el asunto o directamente no abordar el tema.

 

Las excepciones, como los cómics realizados sobre los Mitos de Cthulhu, han dado resultados que hacen resaltar todavía más la pésima calidad de algunos de estos productos. Después de leer “Los mitos de Cthulhu” de Breccia uno se pregunta si era necesario que el pobre Howard viera a su personaje mutilado de tal modo frente al respecto con el que se tratan las creaciones de su amigo Lovecraft.

 

Probablemente, no habría por qué darle tantas vueltas al asunto. Los buenos autores de cómics no han necesitado recurrir a otros medios para tomar al pie de la letra personajes –del mismo modo que pasa en literatura- y no siempre que un personaje de cómic se lleva al cine es con acierto. Siendo esto así, no es lógico que se pretendan buenos cómics adaptación. Al menos, así podríamos aceptarlo.

 

Sin embargo, al ver una mala película sobre un héroe del cómic no tengo tanta desazón como tras leer un mal cómic sobre un personaje de cine. Quizá sea, después de todo, porque el cómic, malo o bueno, sigue sobre mi mesa después de haberlo leído. Quizá, simplemente, debería aprender a abandonar en un cajón profundo esos cómics de merchandising, o incluso a llevarlos al contenedor de reciclaje. Supongo que, en el fondo, sigo dando más valor a este trozo de papel barato que, incluso, a un DVD.

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