Capítulo IX: El emisario de Rondor

Imagen de Gandalf

Novena entrega de Elvián en Las intrigas de la corte

Nada más acabar el juicio, Elvián y Astral comenzaron a investigar el caso. Tenían que encontrar una pista que inculpara tanto a Fleck como a Zelius, pero no encontraban nada. Tenían una coartada demasiado buena y no sería nada fácil desmontarla. El hermano de Elvián y el aprendiz de Mago habían sido muy astutos, pero Astral confiaba en que la estratagema de los dos despreciables compañeros cojeara por algún punto. Tenía que haber un fallo en el plan que tan cuidadosamente habían urdido, por el bien de Parmecia...

 

Mientras estaban meditando, un soldado de la Guardia Real se acercó a los dos amigos y esperó a que le permitiesen hablar. Astral y Elvián se miraron el uno al otro, sin comprender. No creían que el guerrero quisiese hablar con el joven príncipe, pues seguramente el centinela no esperaría a que el muchacho le dejase hablar: Elvián hacía ya tiempo que había perdido el respeto de la Guardia Real y sus miembros ya no se molestaban en seguir el protocolo con él.

 

-Habla -dijo finalmente Astral.

 

-Sir Astral, tiene usted una visita.

 

-¿Una visita? -inquirió el viejo Mago-. ¿Sabes de quién se trata?

 

-Sí, Sir Astral -respondió el soldado-. Es un hombre que dice ser emisario de Rondor.

 

-¿Rondor? -murmuró el hechicero-. Esto debe tener algo que ver con el Círculo del Ojo Rojo. Espero que no sean malas noticias.

 

-No, señor -dijo el guardia, esbozando una sonrisilla-. Según ese hombre, son noticias muy buenas.

 

-¿Sabes de qué se trata?

 

-Sí -dijo el centinela-. Bueno, algo oí, aunque no llegué a comprender bien. Dijo algo de que alguien encontró un hacha mágica o algo así.

 

Inmediatamente, al viejo Mago se le iluminó la cara. Esbozó una sonrisa de verdadera alegría pero, al mirar al joven príncipe, la borró de inmediato. Astral se volvió al soldado y le dijo:

 

-En verdad son buenas noticias. Puede que el reinado del Señor de la Oscuridad llegue a su fin. Llévame ante el emisario.

 

El guardia hizo una profunda reverencia y guió al hechicero hacia el recibidor del castillo, dejando solo a Elvián. Sin embargo, el muchacho no se quedó quieto mucho rato, sino que un minuto más tarde tomó la misma dirección por la que habían ido Astral y el centinela. Él también quería enterarse de las noticias que traía el emisario. El príncipe conocía muchos recovecos donde podría escuchar sin ser visto.

 

No tardó mucho en llegar al recibidor y allí encontró al hechicero junto a un extraño individuo. Iba vestido de pies a cabeza con una espléndida armadura de Mithril verde. El yelmo que le cubría la testa representaba la cabeza de un dragón, y los brazos eran como las escamas de uno de estos reptiles. Elvián miraba la escena boquiabierto. Aquel hombre era, indudablemente, un Guerrero del Dragón, perteneciente a una orden de caballería que había sobrevivido a la Primera Edad. Desde su escondite, el joven príncipe podía captar todos los detalles, y seguramente podría coger el mensaje entero.

 

Justo cuando el Guerrero del Dragón había empezado a hablar, éste calló de inmediato. Giró la cabeza hacia el lugar donde se ocultaba el muchacho y se le quedó mirando fijamente. Elvián podía sentir cómo esos profundos ojos verdes se posaban sobre él. Ahora fue capaz de contemplar el rostro del emisario. Tenía unos duros rasgos y largas cicatrices atravesaban su cara, pero no afectaban en absoluto sus facciones, que estaban curtidas a base de múltiples batallas contra el Señor de la Oscuridad. El Guerrero del Dragón sonrió y alzó su enfundada mano derecha. En ese momento, una misteriosa humareda azul rodeó al emisario y a Astral, borrándolos de la vista del príncipe e incluso de sus oídos. ¡Era una niebla mágica! Entonces, Elvián recordó que los Guerreros del Dragón eran unos maestros en el dominio de la magia, aunque no tanto como los Magos, por supuesto.

 

La reunión entre Astral y el emisario de Rondor duró media hora. Cuando el Guerrero del Dragón partió de nuevo hacia el que fuera el país del Rey Dragón, Astral fue a buscar a Elvián. Tenía el corazón dividido en dos. Por una parte, la noticia del embajador le había alegrado enormemente. Pero, por otra parte, lo que debía hacer a continuación le causaba una gran tristeza. Finalmente, encontró al joven príncipe en su cuarto. El muchacho se levantó de un salto del sillón que ocupaba y fue inmediatamente a recibir al viejo Mago. Cuando vio la mirada amarga del hechicero, lo contempló con severidad y le pidió que le contara lo que le había dicho el emisario de Rondor.

 

-Bueno -empezó a decir Astral-, en realidad esta reunión tenía carácter secreto, pero creo que a ti te lo puedo contar. Escucha: hay un pueblo, muy lejos al norte, llamado Rhöta. Está habitado por enanos granjeros. Allí, el gran Rashmond, el más grande de todos los Magos, notó una gran fuerza en uno de sus habitantes, el joven Ilmig, y sospechó que podría ser el elegido de una antigua profecía. Pues no se equivocaba, y al final Ilmig encontró y consiguió el Hacha de Kharadras, única arma que puede acabar con el Señor de la Oscuridad.

 

Se hizo un largo silencio cuando el hechicero acabó de hablar. De repente, Elvián rompió el silencio con una alegre carcajada.

 

-¿Y eso es malo? -exclamó sin dejar de reír-. Creo que ese emisario no podía haber traído mejores noticias.

 

-Sé que las noticias son buenas -dijo Astral con tono grave-, pero eso no es lo que me entristece. Elvián, amigo mío, debo partir esta noche a Rondor. Va a celebrarse el Concilio de los Magos, y debo estar presente.

 

-Y, ¿qué problema hay en eso? -replicó el príncipe.

 

-Se ve que aún no lo entiendes -insistió el hechicero-. Esos concilios pueden llegar a ser muy largos, durando incluso años. No te podré ayudar en tu investigación para desmontar la coartada de Fleck y Zelius.

 

Otro largo silencio se produjo en el cuarto. Una mueca extraña se empezó a formar en la boca de Elvián y la cara del muchacho palideció. Por un momento, el joven príncipe pensó que se iba a desmayar.

 

-P-pero -logró decir-, no puedes hacerme esto. Sin tu ayuda no podré detener ni a mi hermano ni a Zelius.

 

-Lo siento, Elvián -respondió Astral-, pero no puedo hacer nada. Tengo que ir a ese concilio, mi testimonio es imprescindible. Puede que no esté entre los más altos cargos, pero estoy en uno muy digno, y mi opinión deber ser tenida en cuenta. Lo entiendes, ¿verdad?

 

-Sí, lo entiendo -murmuró Elvián, dejándose caer sobre el sillón, abatido-, pero eso no me consuela. Fleck recibirá la corona en su día, y no podré demostrar que en realidad él mató a mi padre.

 

Astral se quedó unos momentos pensando, con sus ojos grises mirando a ninguna parte. Distraídamente, arrancó la pluma clavada en su sombrero picudo y jugueteó un poco con ella.

 

-Hay una manera -dijo al fin-, pero es algo muy arriesgado y no es seguro que triunfes.

 

-¿De qué se trata? -preguntó ansioso Elvián.

 

-Hay muy lejos de Parmecia, al este, las ruinas de una antigua ciudad. Está pasado el desierto de Kelbo, aún mucho más lejos. En esa ciudad, que jamás ha sido explorada desde el fin de la Primera Edad, hay un orbe de gran poder, que tiene la facultad de mostrar la verdad. Si lo encuentras, podrás demostrar que Fleck y Zelius son los verdaderos culpables del asesinato de tu padre.

 

-Entonces partiré hacia esa ciudad -dijo el joven príncipe-. Estoy preparado.

 

-No va a ser tan sencillo como crees -repuso Astral-. El camino estará lleno de peligros. Debes andar con sumo cuidado.

 

-Tendré cuidado, no temas.

 OcioZero · Condiciones de uso