Land Unter / Turn the Tide

Imagen de Luc Hamill

Jueguecito de ovejas en una isla, y el temporal empeora. ¡Y no hay suficientes flotadores!

Si el Galloping Pigs para mí era el de los cerdos, Land Unter es el de las ovejitas, aunque en su primera edición también fuese de cochinitos. Hacedme caso, es más graciosa la versión de los rebaños. Beeeeee!

 

En este juego de cartas nos encontramos con unas ovejitas que viven en una isla donde sólo hay un faro (qué sé yo...) y, cosas del cambio climático, llega una subida de marea que las puede dejar más remojadas que al Titanic. Nuestro cometido es salvarlas, cómo no, no podía ser intentar llevarlas al horno (con lo bueno que está el corderito en Navidad...). Para el noble cometido de rescatarlas tenemos flotadores, aunque en realidad están como último recurso.

 

Bueno, al trapo. Tenemos tres tipos de cartas: las de nivel de agua (numeradas de 1 a 12, estando duplicado cada nivel), las de tiempo (de 1 a 60, y no hay repes) y las de salvavidas (sólo muestran un salvavidas, qué más queréis), y en todas ellas, aunque el juego viene de tierras germanas, no hay ni una sola inscripción, al menos de fábrica (si las marcáis ya es cosa vuestra, tramposos), por lo que no se necesita saber idiomas para jugar. Danke, deutsche freunde!

 

La cosa empieza repartiéndose una docena de cartas de tiempo a cada jugador. Los números que decía que llevan indicados son los segundos con los que pujar en cada ronda. Sí, como habéis visto es un juego de subastas, y pierde el que se quede más cerca de ganar, así hay más “gracia”. También las cartas traen dibujados unos flotadores chiquitajos (a veces por la mitad) que tras sumarlos (siendo mitad + mitad = uno entero, claro) se te dará esa cantidad al comienzo (redondeando por bajo, ji, ji) y los tendrás frente a ti por si te llega el agua al cuello. En contra de lo que se puede pensar, quién tenga más flotadores lo tendrá más chungo, porque con las cartas recibidas tendrá más necesidad de ellos.

 

Llegados a este punto quiero compartir con el lector una anécdota. No me conviene decirla, por si alguna vez juego con vosotros o me veis por una convención, pero somos valientes, ¿no? Ahí va. Pasó que en la primera partida sólo yo me había leído las instrucciones, como suele ser habitual, y por tanto sólo yo conocía el baile de que a más flotadores, peor irá la cosa. Si supierais lo que me reí por dentro cuando veía a los colegas gozosos y felices gritando “¡yo recibo ocho flotadores!” “¿Ah, sí? ¡Pues yo doce!”... ¿Y por qué mis labios permanecían sellados? Porque no se puede ser honesto. Cuando juguéis más me entenderéis (espero que Dios no se lea este artículo).

 

Retomamos la situación. Una vez repartidas las cartas de tiempo y salvavidas, las excedentes (qué bien me expreso) se retiran y no se usarán en la partida, salvo que queráis hacer trampas (insisto en este tema porque siempre hay alguien que lo intenta).

 

Del mazo de nivel de agua, ése que tiene sus ovejitas más graciosas..., se irán robando cartas de dos en dos y colocándolas boca arriba en el centro de la mesa. Es entonces cuando hay que echarle redaños y pujar secretamente para obtener la carta con el nivel de agüita más bajo. Cuando todo el mundo se ha decidido (en las partidas que he jugado, la media de espera es de 2 ó 3 segundos) se descubren las cartas. El jugador con la carta de tiempo más alta se lleva la carta con menor nivel de agua (a veces son unos charcos) y la “gracia” que comentaba es que el que tenga la segunda carta más alta se lleva la otra de nivel de agua, que mostrará más cantidad de líquidos (rozando la calificación de Niágara). Ahora toca mirar quién se está calando más según los niveles adquiridos en las rondas anteriores, y ese individuo tiene que perder un salvavidas. Por ejemplo, si yo me llevo un nivel 8 pero tú no te llevas nada y de antes tenías el 11, pues en esta sigues teniendo el 11 y... espero que sepas nadar.

 

A esas alturas del juego es cuando la gente se da cuenta de por qué las cartas de tiempo que ni tienen muchos ni pocos segundos son las que suelen mostrar un flotador, pues con ellas a la hora de pujar ni vas sobrao ni corto, sino que estás ahí para comértelas todas. Mientras no consigas bajar tu nivel de agua, o que otro supere ese nivel, en cada ronda te tocará perder un salvavidas. Ver a jugadores rezando, o adoptando otra actitud de acuerdo a sus creencias, para cortar una mala racha es algo usual en este juego, pues quien se quede sin salvavidas y necesite uno se habrá ido al fondo marino hasta que acabe la ronda. Vamos, que no juega.

 

Cuando se agoten las doce cartas de tiempo termina la ronda y toca sumar los salvavidas no usados. Hay un punto extra para el que haya acabado con el nivel de agua más bajo, y todo el que se ahogara renace de las profundidades con un hermoso garfio en su mano izquierda y un -1 en su marcador.

 

Y ahora es cuando llega LA GUINDA del pastel: para la siguiente ronda cada jugador pasa sus cartas de tiempo y flotadores al jugador de la izquierda. Ea, ya no hay excusas estilo “me tocaron cartas pésimas” o “qué mal embarajas”, pues para cuando finalice la partida todo el mundo habrá jugado con las cartas de todo el mundo. Qué poético. Aunque es verdad que no todo queda tan justo, pues depende de la habilidad de cada cual para sacarle más jugo a la ronda, y del momento en que te toque: en la primera ronda a mí me tocaron las mejores cartas, pero como no sabíamos jugar... Para la última ronda todo el mundo estaba “empapado” del juego, y ahí es cuando yo tenía las peores cartitas... Disculpadme, pero nunca asimilé aquella injusticia histórica.

 

En resumen, Land Unter es un juego bastante entretenido de la casa Amigo, responsable de otros títulos como Toma 6! o Bohnanza (que ya les dedicaré sus artículos si no me echan de OcioJoven), y diseñado por Stefan Dorra, ese máquina que diera a luz el Intrigue, el Apache (que aún no he estrenado), el Buccaneer (que me gustaría probar) y, sobre todo, el otro gran juego de cartas tipo subasta: el Razzia. Pero a diferencia de este último, nuestro producto de las ovejitas quizás sea demasiado empalagoso como para jugarlo más de dos veces en una tarde, lo que no quita que sea ideal para echar ese ratito en la piscina. Si se dispone de media hora y de 2 ó 4 amigotes, ya no hay excusa para no probarlo.

 

Y lo último que añadiré es que el de las ovejitas fue el primer juego con mecánica de subasta que añadí a mi ludoteca y, como todo lo que os traigo, además de divertido es baratito.

 

¡Hey, está subiendo la marea!

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