Espiral de fantasía

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Pequeña reflexión sobre los pasos ascendentes que aportaron Tolkien, Howard y Moorcock al género de la fantasía

El género de fantasía es tan viejo como la propia literatura. La base de la ficción está, de hecho, en lo imaginado, y en cuanto se fuerza un poco el contexto o los personajes, caemos en la fantasía pura y dura. No obstante, la base moderna de lo que se considera actualmente el género de fantasía en sí se achaca, no sin razón, al británico J.R.R. Tolkien.

 

En su obra El hobbit -más aun que en El Señor de los Anillos, a mi parecer- establece unas diferencias extraordinarias con los textos precedentes. Por supuesto, su obra bebe de la mitología clásica, y no es nuevo el utilizar magia o seres fantásticos en los relatos, pero sí que lo es abordar la historia desde una cosmogonía general en la que el ser humano no es mero espectador de maravillas, sino un elemento más dentro de un conjunto más amplio. Voy a intentar explicarme.

 

En los cuentos de hadas tradicionales, o en la mitología clásica, o en los cuentos orientales, nos encontramos en numerosas ocasiones con seres mágicos o magia en sí, pero siempre desde una posición antropocéntrica: el hombre -narrador de la historia- contempla las maravillas pero, por naturaleza, no forma parte de ellas. La parte fantástica se nos presenta como escaparate, como elemento externo a los auténticos protagonistas -la humanidad-, y los dioses y los monstruos tienen papeles de secundarios (aunque sean de gran importancia).

 

En El hobbit, aunque a día de hoy pase desapercibido, el gran punto de inflexión nos lo encontramos en que los hombres brillan por su ausencia: el protagonista es un mediano, sus compañeros de viaje unos enanos, los antagonistas son trasgos y un dragón, y el único tipo “normal” que tiene un papel protagónico es un mago. Esto, como digo, en la actualidad puede parecer algo banal, pero no lo es en absoluto. Tolkien abrió la puerta con este planteamiento a la creación de mil mundos y a la indagación en sistemas sociales inhumanos -o no humanos-. La gran cantidad de seguidores de esta corriente pone de manifiesto la riqueza del concepto en sí. Es una cuestión de simpatía: a priori, ¿por qué iba a identificarse el lector con seres que no son humanos? Ahí está la genialidad.

 

De Tolkien saltamos a Howard en un pequeño desfase temporal (pues el bárbaro Conan es anterior al bueno de Bilbo), pues siempre me ha parecido que el bárbaro renovaba conceptos clásicos que encontramos en El Señor de los Anillos. Necesariamente, con Howard volvemos a la visión antropomórfica, y el ser humano no convive con monstruos, sino que se maravilla ante ellos. Pero ¿qué cambios nos trajo el cimerio?

 

Como su propio nombre indica -homenaje a Arthur Conan Doyle- el héroe de Howard surge como contraposición a las novelas policíacas, a los tipos que usan su ingenio para solventar sus problemas, y no porque el escritor no fuera capaz de seguir su estela -que perteneciera al círculo de Lovecraft es sintomático- sino porque, con carácter propio, quiso abrir otra vía. Así, el bárbaro, que no es un ignorante a pesar de ello, basa su poder en la voluntad y la fuerza física. Por este lado, nos recuerda en gran medida un Tarzán de novela de aventuras, de quien sin duda bebe. Cabe preguntarse entonces qué giro introdujo Howard con este personaje en el género de la fantasía si no fue que el protagonista fuera todo músculo.

 

Para mí no hay mucha duda: el carácter adulto de Conan. El género fantástico, heredero del de aventuras, tenía colgada la etiqueta de “juvenil”. En este marco hablar de un bárbaro asesino, ladrón y pendenciero que recorre los burdeles y las tabernas de todo el mundo no deja de ser chocante. De hecho, Tolkien no incorpora todavía este elemento a su obra: sus héroes son héroes, moralmente irreprochables y con objetivos caballerescos en sus aventuras. Desde luego, las posibilidades de este acercamiento “duro” a las historias de fantasía también ha supuesto un gran cambio para el género, tanto argumentalmente como en cuanto a público lector disponible. Muchas de las novelas que se publican ahora de “fantasía heroica” no lo son de “fantasía épica”, pues las andanzas de los vividores en taparrabos pierden ese brillo caballeresco para entrar en terrenos más resbaladizos, pero sin duda interesantes.

 

Y cuando el mercado ya estaba saturado de bárbaros musculosos, aparece mi tercer giro de la espiral: Moorcock. Este británico nos trae una vuelta de tuerca interesante: su protagonista, Elric, no conquista reinos, sino que malgasta su imperio; no está cachas, sino que se droga para sobrevivir; no le repugna la magia, sino que vive de ella. Es la antítesis de Conan... en algunos sentidos. Y también el lado siniestro de los magos de Tolkien... en parte. Y estos elementos terminan eclipsando a otras aportaciones del escritores, como el planteamiento dimensional del universo, la lucha entre la Ley y el Orden más allá de los planteamientos maniqueos, etc.

 

Las novelas de Elric de Melniboné conservan, precisamente, esa revisión adulta del género de fantasía que trajo Conan. De hecho -teniendo en cuenta los años pasados no es de extrañar- sube el listón algunos puntos: las vísceras y las escenas de cama del albino “sonrojarían” al bárbaro, al menos al de los años 30. Por otro lado, Moorcock explota de nuevo ese concepto de razas conviviendo, de magia como algo que puede protagonizar y no sólo decorar, que nos trajo Tolkien. La combinación, mezclada con la capacidad creativa del escritor, crea un subgénero prácticamente nuevo: la espada y brujería.

 

¿Tesis, antítesis y síntesis? Pensar en los hitos que han marcado estos tres autores me hace pensar en ese pensamiento en espiral del que hablan en Jitanjáfora, la novela de Sergio Parra: en realidad no estamos ante un cambio, sino orbitando hacia arriba en torno al mismo eje.

 

La fantasía es un género ilimitado, rico por definición, y sin duda intratable desde un punto de vista ensayístico. Las excepciones y los puntos de vista no son muy amigas de las simplificaciones como las de este artículo, que serán fácilmente rebatibles (¿por qué empezar la espiral en Tolkien? ¿Es que Lewis no aportó nada? ¿Dónde queda X?). Sin embargo, creo que es interesante echar la vista atrás de vez en cuando, no ya por no tropezar en viejos errores, que en todas las épocas los hubo, sino para darnos cuenta de sobre qué losas se cimenta nuestra literatura actual.

 

Quizás, así, nos sea más fácil darnos cuenta de por qué nos atrae un estilo más que otro, o, quién sabe, quizás encontrar una nueva losa con la que dar un vuelta de tuerca adicional al género. Porque, aunque salirse de órbita sea más bien complicado, no lo es tanto aportar un nuevo giro. Creo yo.

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solharis
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Pues fíjate que no había caído en la cuenta de lo novedoso que tuvo que ser en su día abandonar el antropocentrismo natural en El hobbit. Realmente Tolkien y Howard (no he leído a Moorcock) fueron mucho más innovadores de lo que algunos quieren reconocer. Brillante exposición.

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