Homenaje a John Christopher

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Los caminos que emprendemos en la vida los tomamos movidos por muchos factores, pero sin duda una gran parte de culpa de mi afición por la lectura -y la escritura- la tiene este autor británico.

Y en realidad, ni siquiera se llama John Christopher, sino Samuel Youd, porque, como muchos escritores, vive inmerso en un baile de máscaras. Nacido en Lancashire en 1922, este escritor ha publicado también bajo los nombres de Stanley Winchester, Hilary Ford, William Godfrey, Peter Graaf, Peter Nichols y Anthony Rye (por si alguno os resulta más conocido). A un ritmo sostenido de una novela al año -en ocasiones superior-, no es de extrañar que tenga en su haber más de medio centenar, la última de las cuales publicó en 2003.

 

Sus historias, que tienen un sabor inconfundible a Wells y Wyndham, fueron muy populares durante los 50 y los 60, aunque luego perdieran vigencia. Las series juveniles de ciencia ficción que comenzara en 1966, no obstante, todavía siguen leyéndose, incluso en nuestro país. Su saga más emblemática es “La trilogía de los trípodes”, que llegó a tener una adaptación televisiva en los años 80 -la cual me encantaría ver-, y por lo visto también otra para cine hace más bien poco. No es de extrañar que a través de esta saga, y de su otra trilogía, “La espada de los espíritus”, fuera cómo le conociera y cómo me convirtiera en fan de sus libros. Finalmente, sería con “Un mundo vacío”, escrita en 1977, con la que me rendiría a sus pies. Sigue siendo mi libro preferido y el autor al que más le debo.

 

Como no es posible transmitir con palabras -al menos no lo es para mí- qué siento cuando tomo ese libro en mis manos, qué magia despierta en mí su olor y su tacto, su cubierta, voy a intentar explicar qué supone John Christopher -para mí siempre será este su nombre- y por qué John Christopher. Y fallaré estrepitosamente en el intento.

 

Cuando era pequeño, estaba fascinado con un grifo de la cocina que no conectaba con ninguna parte. Mis padres decían que no teníamos que abrirlo -estaba terminantemente prohibido- porque se podría inundar la cocina. En realidad, el grifo en cuestión estaba condenado, pues había sido previsto para una lavadora que, obviamente, no estaba allí, pero en nuestra mente infantil era una puerta abierta a la catastrofe. No os penséis que resultaba algo aterrador, sino más bien lo contrario: algo fascinante. Con mi hermana imaginábamos cómo saldríamos navegando en el armario escobero, o cómo usaríamos el péndulo del carrillón como remo improvisado, mientras nos deslizábamos en una lengua de agua desde el quinto piso hasta un mundo anegado. Supongo que todos los niños, quizás todos los seres humanos, tenemos una atracción mórbida por los asuntos catastróficos. Quizás como elemento que permite la aventura o la superación, quizás por algún motivo más oscuro. Es un tema tan viejo como la Odisea.

 

El caso es que un día encontré ese sabor de catástrofe en las páginas de un libro. Se trataba del “Más allá de las Montañas Blancas”, el libro que abre la trilogía de los trípodes, una historia que bien hubiera podido ser la continuación de “La guerra de los mundos” si Wells no la hubiera dejado bien cerrada. Ciudades abandonadas, titánicos ingenios misteriosos que deambulan por el mundo ignorando al ganado humano, locos que no son tales, o que tal vez simplemente conocen algún secreto...

 

Aquella novela tenía el punto exacto de catástrofe -que no es un género que me apasione en sí, no creáis-. Y así, la trilogía completa me enganchó sin remedio, hasta convertirse en mis libros preferidos, ésos que puedes leer una y otra vez sin temor a aburrirte. Y la de “La Espada de los Espíritus” cubrió también mis espectativas, seguramente por los claros paralelismos que tenía con la anterior: de nuevo estábamos en un mundo devastado en el que la tecnología y la superstición se mezclaban con un gran misterio de telón de fondo, aunque en esta ocasión la trama era más complicada y el escenario en sí menos clásico.

 

Finalmente fue “Un mundo vacío” la que me subyugó por completo. Esta novela juvenil, que apenas pasa de las 100 páginas y que se lee en una hora muerta, contiene todo lo que hubiera podido desear leer. Los personajes están bien definidos, el ritmo es implacable, la historia muestra todos los cabos que tiene que mostrar y ata los que corresponde, cuenta simplemente lo que quiere contar, ni más -lo que me desesperaba en la época- ni menos, el escenario es original pero al mismo tiempo toca el imaginario popular hasta tal punto que es imposible no involucrarse en la historia... Desde mi punto de vista, es una obra maestra. No sé si esto tiene algo que ver con el arte literario o no, pero como libro, como producto de la escritura, no muestra ninguna fisura.

 

Sí, soy consciente de que la época en la que lo leí -que implica un bagaje literario que nada tiene que ver con el que disfruto ahora- marcó en gran medida la impresión que me dejó. Sé que es un libro juvenil, y que quizás no ahonda en el espíritu humano como otras grandes obras universales -o quizás sí lo hace pero de un modo más asequible-. Soy consciente de que es improbable que le diga lo mismo que a mí a otro lector, especialmente de mi edad. Pero aún así, mi único deseo real como autor es llegar a escribir un día un libro como éste.

 

Tengo la sospecha de que el propio John Christopher sintió algo parecido en su momento -o quizás simplemente me gusta imaginarlo-. Es la explicación que le veo a esa especie de continuación de “La guerra de los mundos” que no es más que un homenaje a la obra de Wells y, junto a ella, a toda la literatura. Porque escribir es una pasión que va de eso, de contarse las historias que uno hubiera querido leer, y descubrir que un señor octogenario ha soñado -y tal vez sueña- como tú mismo haces. Y que, además, es capaz de hacerte soñar a ti más allá de las fronteras de la lengua y del tiempo.

 

Quizás algún día, pues el mundo también tiene su lado romanesco, pueda expresarle mi agradecimiento y mi admiración en persona. De momento, aquí está este torpe homenaje por si alguno se encuentra con uno de sus libros.

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