Sobre la idoneidad de las cacerías nocturnas de vampiros

Imagen de Sociedad Carter para la prevención del vampirismo

Un artículo de la Sociedad Carter para la prevención del vampirismo de la mano del profesor Emmerett Johnson

Existe la idea preconcebida de que asaltar el cubil de un vampiro después del crepúsculo es un error táctico inexcusable que puede acarrear funestas consecuencias. Como tantas otras tonterías del llamado saber popular, carece de fundamento y solo se aparece acertada si no se reflexiona sin prejuicios sobre la cuestión. Si se consigue desterrar estos, no se tarda en exponer la debilidad del desarrollo lógico sobre el que se sustenta o, si se prefiere, la limitación de sus miras, tal y como quedará demostrado en este breve artículo.

Si bien este tipo de incursiones, hay que reconocerlo, no carecen de riesgo —como ocurre, por otra parte, con todas las relacionadas con la caza de criaturas de la noche—, es este periodo, cuando el sol ha ocultad su faz, el más adecuado para llevarlas a cabo. El motivo es sencillo: es entonces cuando el vampiro puede mostrar sus poderes. Si no lo hiciera, ¿cómo podría estar el cazador seguro al 100% de estar enfrentándose a una impía monstruosidad?

En efecto, hay que tener cuidado al respecto: hay gente que duerme durante el día e, incluso, que lo hace como un muerto. Además, no es posible fiarse de las apariencias y no solo por el aspecto repulsivo de algunos seres humanos perfectamente saludables, sino porque el vampiro, con sus poderes de mesmerismo, puede haber obnubilado los sentidos del cazador o sus informadores en un encuentro previo, conduciéndolos a un error de identificación. Por ello, no es posible determinar con total certeza si el objetivo es realmente un vampiro a menos que muestre sus poderes con la suficiente claridad: es importante poder descartar algunos bufidos y muecas tanto como las naturales muestras de mal humor cuando se despierta con brusquedad al objetivo.

Piensen en lo inconveniente que resultaría dar muerte a un ser humano por error en pleno sueño. Sería de lo más inapropiado, una indignidad, y, además, un delito que, sobre todo, resultaría muy contraproducente para los objetivos de nuestra sociedad: si ya resulta difícil convencer a las autoridades de la existencia de vampiros sin haber cometido un crimen, imaginen después de un asesinato de estas características.

Es por ello que resulta conveniente no solo realizar la incursión de noche, sino también portando fuentes de luz insuficientes, al menos hasta el momento clave, y delatando la presencia del grupo de un modo creíble. Por supuesto, esto acarrea sus riesgos y es posible que entre los asistentes del cazador se produzcan algunas lamentables pérdidas, pero es una estrategia que evita que el vampiro salga espantado y, además, lo estimula para mostrar su verdadero rostro.

En este sentido, es conveniente también hacerse acompañar de alguna amable joven de carácter nervioso y tendencia a desvanecerse o de algún simpático clérigo o erudito de los conocidos como «ratones de biblioteca», gentes que tengan buena disposición pero se muestren lejos de ser aguerridos. Sus chillidos podrán resultar de gran ayuda en el momento de la ejecución si el cazador es capaz de ignorarlos por completo y mantener la distancia emocional adecuada.

Por supuesto, estas indicaciones son solo de utilidad para enfrentarse a vampiros en sus propias criptas en el momento del despertar, por lo que hay que medir bien los tiempos de ejecución con ayuda de relojes de bolsillo bien calibrados para evitar verse encerrados en una ratonera. Frente a vampiros capaces de actuar durante el día, el método ha de ser revisado convenientemente para encontrar posibles puntos débiles.

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