Por Crom, que llueve

Imagen de Dragonadas y barbarismos

Uno de los puntos claves en el género fantástico, más incluso que en otros, es la inmersión. Si pretendemos que el lector participe del sentimiento de maravilla en primera persona, tenemos que transportarlo al mundo alternativo que hemos creado para él. El problema es que a veces da la impresión de que los personajes flotan en un escenario que carece de todo sabor, de todo color.

Por supuesto, esto puede deberse a muchas causas, algunas técnicas, propiamente ligadas a la escritura, pero también a algunas de escenario, de la misma tramoya. Dentro de estas últimas, que hay muchas, el tiempo, lo que es el clima, la meteorología, es una de las más frecuentes.

No es de extrañar: vivimos en sociedades eminentemente urbanitas, en aglomeraciones pensadas para paliar al máximo las injerencias del tiempo. Salvo excepciones, las pocas veces que nos vemos pillados a descubierto por las llamadas fuerzas de la naturaleza, llevamos buen calzado, ropa impermeable, paraguas, gorros, gafas de sol y muchas otras comodidades que, por lo general, no existen en nuestros mundos fantásticos. Por eso, no es de extrañar que lo de las “fuerzas de la naturaleza” nos parezca hasta una metáfora cursi.

Salvo excepciones, digo. Y a estas es a las que tenemos que aferrarnos si queremos dar verosimilitud y fuerza narrativa a nuestras historias. Por ejemplo, lo de resguardarse en un bosque está muy bien, pero tenemos que evitar ese extraño mecanismo que lo equipara a un salón seco, cómodo y son sillones orejeros: el follaje protege, sí, pero no seca la ropa ni lleva estufas incorporadas. Del mismo modo que pernoctar en el desierto, por bien montado que tengas el campamento, no es como quitarse la arena de la playa con una duchita y tumbarse en el sofá. El clima, en los mundos sin asfaltar, mediatiza todo. Por ejemplo, si caminas en dirección contraria al viento en una zona despejada (y hay muchas más de las que parece cuando no hay edificios) es como tener a un cabrito empujándote para frenarte. Pensemos que nuestros personajes, muchas veces, no eligen el día idílico para salir al campo.

Curiosamente, muchos autores solo nos acordamos del clima cuando queremos darle un carácter protagónico: de la gran seca a la gran remojada. Sin duda los tifones, los huracanes, los maremotos y los diluvios tienen mucho interés narrativo y están anclados profundamente en el imaginario colectivo (ese famoso dicho latino de que tras las grandes batallas, suelen caer grandes lluvias), pero no deberíamos dejar que eclipsaran a ese clima insidioso del día a día, que además no tiene por qué ser siempre negativo.

También conviene evitar los anacronismos (o anatopismos, si queréis): un bárbaro montaraz tendrá la piel más dura que cualquiera de nosotros, admitámoslo. De lo que se trata no es de dar un sentido trágico al vivir en una sociedad más asilvestrada, sino de que se note que es una sociedad más asilvestrada: sudar con los guerreros que aguardan la batalla, sentir el escalofrío de la brisa tras un naufragio, el calor pegajoso de la jungla, el alivio junto a un buen fuego porque nos hemos mojado antes, darle a eso de quitarse el polvo del camino un sentido más palpable que la mera convención...

Recuerdo un relato de la Dragonlance (no el título, por desgracia) que trataba, simplemente, de que a un elfo y a un enano les pillaba una tormenta de nieve y se helaban (casi literalmente) de frío. El argumento no podía ser más simplón, pero el autor se las arreglaba para transmitir la angustia frente a la leña seca. De todos los relatos que leí, llenos de monstruos y peleas y dragonadas a granel, este es el que recuerdo veinte años después, porque era palpable.

En definitiva, el clima, en las historias de fantasía, debería ser ese elemento que no se nombra pero que el autor tiene muy presente para que el lector lo perciba justo en la medida de los necesario. Si de verdad queremos transportar a nuestros lectores a otros mundos, un buen primer paso es no perder de vista que esos mundos no son como el nuestro. Sobre todo, si vas en taparrabos.

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