Los hechos en el caso de Mister Hollow

Imagen de Coleccionista de dientes

Una pequeña joya que acuchilla los límites cinematográficos

Los hechos en el caso de Mister Hollow (The Facts in the Case of Mister Hollow en el original) es un cortometraje preciosista que nos lleva a principios de siglo XIX con una fotografía color sepia y una tonadilla inquietante que parece sonreír como el que sabe algo más que tú. Sus acierto estéticos son numerosos, y harán las delicias de los aficionados a ese terror lovecraftiano de primera etapa: gánsters, caserones decrépitos, cuervos y cultistas se dan cita para deleite estético del espectador. Sin embargo, el propio concepto los sobrepasa.

Toda la película es no ya un plano fijo, sino, en apariencia, una única instantánea: la fotografía color sepia de la que hablábamos al principio. La cámara, algo tramposa, evidentemente, va buscando detalles y perspectivas para revelar la historia que ese momento fijo, en realidad, encierra. Digo tramposa porque entramos en una tridimensionalidad que, evidentemente, no existe, pero en parte ahí está la gracia: no se trata de pasar la lupa, sino de hacer que el espectador rompa la barrera física para contemplar lo que hay tras el telón.

Hay que señalar que no es solo un artificio estético: es el meollo de la historia. De un plumazo, Los hechos en el caso de Mister Hollow se carga la linealidad narrativa y plantea la historia desde otro prisma: toda la información está ahí, desde el principio, aunque no la hayamos visto por las limitaciones de nuestra propia vista. Eso hace que el concepto de investigación adquiera dimensiones muy interesantes.

En definitiva, este cortometraje es una obra maestra. Mantiene la tensión, encandila con la puesta en escena y, además de innovar, lo hace integrando la innovación para ponerla al servicio de la historia. El resultado es redondo.

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