Astérix el Galo
Hablamos del primer cómic de la serie mítica de R. Goscinny y A. Uderzo
Mi intención a lo largo de este año es ir completando la colección de Astérix para mis chicos, una ocasión para releerla en orden cronológico y, de paso, dedicarle algunos artículos. Aunque es una obra tan conocida que no descubriré, seguramente, nada nuevo a nadie, siempre surgen algunas curiosidades con una panorámica completa.
De momento, hablemos de Astérix el Galo, el primer álbum de la misma y el que daría nombre a la serie completa y que data de 1959 nada menos. Lo primero que llama la atención es que los dibujos de Albert Uderzo no corresponden a la imagen que después quedaría como emblemática de la serie, hasta tal punto que se dibujaría una nueva cubierta para sustituir a la original años más tarde. En este álbum vemos que los personajes son más angulosos, más duros, aunque sin duda ya de una gran calidad. El cambio posterior es más estético que de evolución técnica del autor, pero sin duda es remarcable en algunos casos, como el del propio Obélix, mucho menos esférico que posteriormente.
Por el contrario, muchos de los elementos básicos de su imaginario están ya ahí: la caza de jabalíes (un mito sobre la alimentación gala muy extendido en Francia, pero que no tiene demasiada base histórica), Panorámix y sus hoces de oro para recolectar muérdago de la copa de los árboles, aunque sorprendentemente se apoya en un bastón (una idea del druida también cuestionable), los menhires de Obélix, que responden a una confusión entre las culturas prehistóricas de la Edad de Hierro y los celtas, las sufridas patrullas romanas de los cuatro campamentos que rodean la aldea irreductible, las apariciones de Julio César, líder supremo del mundo que no consigue impresionar a los aldeanos, etc. Incluso el banquete final, donde sí, hay protestas por la actuación del bardo.
En cuanto a los personajes, tenemos ya a varios de los que serán habituales: Asurancetúrix, el cual todavía no se muestra como tan mal músico, Abraracúrcix, el cercano jefe de la aldea, que se contrapone con su accesibilidad y familiaridad a la jerarquía romana y Esautomátix, el herrero, que trabaja con la mano y todavía no tiene su aspecto definitivo (y que apenas hace un cameo). La tónica general, como en el caso de los romanos o sus campamentos, son los juegos de palabras que, a veces, no tienen una traducción fácil al español o se ha obviado, como en el caso de Asunrancetúrix (seguro a todo riesgo) o Abraracúrcix (una expresión que quiere decir “con violencia” o “sin mesura”, en referencia a plegar el brazo para dar un golpe).
Por el contrario, la poción mágica no es tan infalible como en entregas posteriores, donde un solo galo puede acabar con legiones enteras (sobre todo si es Obélix, que ya en el primer número sabemos que cayó en la marmita cuando era pequeño) y la inteligencia de Astérix, que también es elogiada en este número, se sacrifica por momentos para los efectos cómicos. En general, ninguno de los personajes parece especialmente listo, pero sí se aprecia cierta astucia socarrona en los galos, que da algunos momentos francamente memorables.
En cuanto a la trama, se podría decir que es la básica de la colección, lo que hace que la función de presentación de Astérix el Galo sea impecable: la historia va solo de que los romanos infiltran a uno de sus legionarios para descubrir el secreto de la poción mágica que impide derrotarlos y secuestran al druida para arrancárselo.
Con un tono ligero y divertido, se trata de un cómic que habla mucho de cómo los franceses se ven a sí mismos y que ha terminado por hacer que los franceses se vean también de una cierta forma. Hay una suerte de broma poética en todo ello, porque los galos fueron “desenterrados” en el siglo XIX para afianzar el concepto de la nación francesa y René Goscinny ha terminado por conseguir que sean el arquetipo de la misma precisamente riéndose de ello.
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