Catástrofe en Haiti

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Giliath Luin
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...yo he leído poco en libros sobre la Historia de Haití. Pero recomendaría también el ya comentado por Solharis, Colapso, de Jared Diamond. Fuera de ese, yo leí A continent of islands, de Mark Kurlansky, e Historia de las Antillas Francesas de Paul Butel. Recomendado cualquiera de ellos.

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...Solharis, en mi opinión, la Historia de Haití es perfectamente matizable. No podemos hablar de un conflicto similar porque contra los franceses, los haitianos luchaban por su libertad y su admisión, incluso, dentro de la humanidad misma (a los negros ni siquera se les consideraba personas, recordar las palabras del buen Montesquieu). Mientras que en la guerra contra los dominicanos, se luchaba por el control de los recursos de la isla, que los segundos tenían en demasía, bien cierto.

...ambas eran guerras, sí, pero los móviles de estas no tienen comparación. En los 30 años de dominio haitiano de la Española, los negros no encadenaron a los blancos ni los mandaron a morir a las plantaciones de caña azucarera.

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...y en Santo Domingo los blancos no eran mayoría, sino los mulatos. Cosa contraria en Haití, donde los mulatos representaban menos del 10% de la población.

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http://admin.milenio.com/node/362075

 

Revisé apuntes, recortes de periódicos y fotos de los días que pasé en Haití a finales de 2004 para recibir el año nuevo de 2005. Por lo regular, a mi regreso de ciertos viajes de trabajo me es difícil compartir con mi familia y amigos los recuerdos que traje de los sitios donde anduve. Cuando mi madre me pregunta por alguna foto que hice de Ecuador, ¿cómo enseñarle las fotos que tomé en la morgue de Quito, donde estaban los cadáveres de cinco mexicanos asesinados por las bombas del ejército de Colombia?

Ahora, mientras recordaba mi viaje a Haití, mirando fotos de tanques de la ONU, coches calcinados y de niños desnutridos tirados en las callejuelas de Puerto Príncipe hace seis años, encontré una fotografía con cualidades verdaderamente turísticas, quizá la única de un viaje que nombré en un texto publicado en M Semanal, “Viaje a la puta esperanza”.

Por entonces, el año 2004 que dejamos atrás en Haití fue catastrófico para este país catastrófico. Una rebelión liderada por un grupo llamado a sí mismo “Ejército Caníbal”; un huracán que arrasó con decenas de aldeas y la pobreza reconocida como la más dramática de América Latina, eran sólo signos desesperanzadores: todos nos hemos derrumbado alguna vez, pero hay quienes viven derrumbados. Con las naciones pasa igual.

América Latina tiene ciudades llenas de lujo como Curitiba (Brasil) o San Pedro Garza García (México), barrios glamorosos como Miraflores (Perú) o Recoleto (Argentina) y zonas luminosas como Carabobo (Venzuela) y El Poblado (Colombia). Pero en Haití no hay nada de eso. El único sitio con cierto aire majestuoso es el Palacio Nacional, una construcción de aspecto imprudente en medio de la miseria frente a sus narices: en una de las calles alrededor del Palacio había por lo menos siete casas de aspecto ruinoso, a punto de caerse, caídas quizá desde antes del terremoto reciente, el cual destruyó, entre miles de construcciones modestas, también ese Palacio Nacional altanero, al lado del cual me tomé esa foto.

En las noches de aquellos días la opulencia era aún más contrastante en Puerto Príncipe. La ciudad se sumía en una penumbra casi total, como estar en un lugar del mundo en el cual no se había inventado aún la electricidad. Oíamos el ruido de metralletas disparadas hasta vaciarse por completo y las calles eran alumbradas con hogueras de basura en las esquinas. Pero en el Palacio Nacional, absurdamente, hasta los arbustos y las palmeras del jardín tenían juegos de luces que se encendían y apagaban al ritmo de una tonadilla que me pareció estúpidamente navideña. La fachada principal era como la de la Casa Blanca cuando tiene una noche de gala. Un neón de casi 20 metros de largo estaba colocado en una de las esquinas del jardín palaciego, diciendo en creole, inglés y francés: “Feliz año nuevo, les desea la presidencia de Haití”.

Mi guía, Shitoo, un hombre de más de 40 años que había aprendido español en Panamá, se volvió gran amigo durante la docena de días que recogí historias de seres humanos que quizá hoy ya no estén vivos. Historias también de los ladrones y déspotas que han gobernado su país desde hace mucho tiempo y que son retratados por Grahamn Greene en su novela Los comediantes.

Hay muchas hermandades sin nombre. La que me une con Haití es una de ésas.

diego.osorno@gmail.com y www.twitter.com/diegoeosorno

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