Espantapájaros (I)

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Nu
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Ese día el espantapájaros vio algo nuevo. Llevaba años esperando que algo cambiara, que al menos una de las flores que crecía a su alrededor fuera distinta, que un día un rayo de sol cambiara de dirección y no hiciera la misma sombra, que un día la lluvia dejara de caer sobre él, que un día tuviera una sorpresa. Y la encontró. Ese día, nadie sabe por qué, hubo algo nuevo. El espantapájaros sintió algo. Sintió un ligero roce en su espalda, pero claro, él no se podía mover. Al principio se desesperó un poco, pero luego pensó que se lo había imaginado. Sin embargo, volvió a sentir de nuevo ese roce, esta vez más largo, más bonito. Y la vio. Era otro espantapájaros, pero sabía que era una chica. No sabía por qué, pero intuía que lo era a pesar de ser exactamente igual que él.

La miró. Parecía triste. Veía en sus ojos, a pesar de no ser reales, la tristeza. O lo que él pensaba que era tristeza. La saludó. No había visto jamás a nadie así. Bueno en realidad no había visto a nadie…

Comenzó a hablar con ella. Se dio cuenta de que era una chica muy reservada, que había que sacarle las palabras a base de preguntas, que no podía comenzar una conversación porque se perdía, que su timidez impedía que ella le abriera sus sueños e ilusiones. Sin embargo, el espantapájaros siguió intentándolo día tras día.

Pero hubo un día en que se cansó. El espantapájaros decidió dejar de intentarlo y volver a centrarse en el paisaje que veía. Descubrió pequeñas flores nuevas que habían estado creciendo en los momentos en los que él perdía su tiempo hablando con ella. Y volvió a memorizar cada pétalo de cada flor que copaba el suelo. Volvió a recrearse en contar todas las piedras del camino que conducía a la casa,  a centrarse en las sombras que el sol dibujaba a sus pies. Volvió a sentir las gotas de lluvia que mojaban su cara de vez en cuando. Todo volvía a ser como antes de que llegara ella. Había sido un pequeño paréntesis en su vida, pero se había dado cuenta de que no había merecido desperdiciar tiempo en ella. Aunque por otro lado, tiempo es lo que le sobraba a nuestro pequeño espantapájaros.

Pasaron los días, las semanas y los meses. Él ya se había olvidado de ella. No era más que un soplo en sus recuerdos. Estaba ahí y lo sabía. Alguna vez cruzaba una palabra con ella, pero nada más. Ella seguía ahí, sin apartarse, sin irse por donde había llegado. Ella que había podido andar y seguir con su camino se había quedado allí, viendo pasar el tiempo con él. No lo entendía, pero ya le daba igual. Se lo había preguntado miles de veces y nunca obtuvo una respuesta clara y convincente, únicamente le miraba a los ojos y después desviaba su mirada hacia el horizonte, sin soltar una palabra más hasta el día siguiente.

 

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