Generación perdida
Veinte centímetros me penetran profundamente. Al principio duele. Mucho. Luego llega el placer. Su frío tacto eriza mi piel. La respiración se entrecorta y apenas puedo gritar. El final llega más rápido de lo que pensaba. Acero, molibdeno, vanadio y sangre. Mi primera vez, también la última.
EL CUERPO DE CRISTO
No me gustó. Raspaba su cara, y el aliento le olía rancio. Dijo que era terrible lo que yo hacía por las noches, que debería sentirme afortunada. Luego me llevó a la sacristía y algo se rompió muy rápidamente. Creo que era yo.