Creo que algunos autores se guardan detalles de su vida para que no sean explotados comercialmente. Sobre todo los que escriben sobre temas que les afectaron en el pasado.
Recuerdo que Martín Casariego, autor de La jauría y la niebla, respondió en una entrevista que él no sufrió acoso escolar. Yo sospecho que sí lo sufrió, porque alguien que es capaz de mostrar una empatía tan descomunal con el acosado, de interiorizar sus sentimientos con tanta profundidad, ha tenido que pasar por ello; quizá no de un modo intenso, pero sí lo suficiente para dejarle una pequeña impronta.
Por supuesto, sólo es una cábala; sin embargo, imaginad si Casariego desvelase que le arrojaban excrementos en el instituto, por ejemplo. El editor se frotaría las manos y pondría en la cubierta eso tan sugestivo de «El último escritor maldito». ¿Cuántos «últimos escritores malditos» van ya?
Las fotos de las cubiertas pues... las considero superfluas. Yo sólo recuerdo a los autores que tienen un rasgo característico: el pelucón de Defoe, la barba de Melville, el pato de goma en el birrete de Pratchett...
Bueno, también hay autores que solo escriben en un registro y que giran una y otra vez en torno a las mismas ideas. Otros sois más polifacéticos, aunque a priori hubiéramos podido creer lo contrario.
Eso me pasó a mí con Zafón, al que adoraba, hasta que vi que lo único que hacía era recrear y redondear las mismas cuatro o cinco obsesiones una y otra vez. Lástima, fue bonito mientra duró
Pero por la misma razón hay lectores que siguen fieles a un autor. Hay quien prefiere tener identificado un estilo y recrearse en lo ya conocido.
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