LA ROSA SILVESTRE
SEUDONIMO: ALCESTES
Mi padre nació en las tinieblas y en ellas estuvo siempre hasta que murió realmente, un día en que el monte ardió.
Él salía a menudo al monte en busca de su único alimento, la sangre. “La sangre es la fuente de la vida”, me decía a menudo. No necesitaba ni agua ni oxígeno ni cualquier otro alimento.
“La verdad, me contaba, soy incapaz de comer alimentos, aunque me vea forzado a hacer las comidas y masticar, para engañar a los demás y sobre todo para engañarme a mí mismo. Soportaba la luz al igual que el Conde Drácula, ella me eleva a la dimensión de la “vida”, aunque bien es cierto que procuro no salir de casa durante el día y ésta siempre la tengo en penumbra. Como desde pequeña habitas conmigo en ella, nunca echaste de menos los amaneceres rojizos del mar, como si en sus olas, metidas en un inmenso globo, se zambulleran todas las gotas de sangre con las que querría alimentar mi inmortalidad ó simplemente sentir el sol sobre tu cama acariciándote con esa tibieza que a mí se me negó. Eran cosas que amaba tu madre. Y yo la amaba a ella sobre todas las cosas, con toda mi alma, si la tuviera. Sin embargo, no pude evitar su muerte. Tu vida con ella hubiese sido diferente, no se si he hecho lo correcto contigo, no es fácil permanecer eternamente, matando y en soledad sobre esa tenue línea que separa la vida y la muerte”.
Estábamos habituados el uno al otro y de alguna manera éramos felices, hasta que recibí aquel telegrama del padre de mi madre, mi abuelo, del que desconocía hasta su existencia, en el que requería mi presencia en su casa.
- No seas tonta. No vayas. – replicó papá- No quiso conocerte cuando naciste y ahora te llama.
- Se encontrará mayor, papá.
- Ese no se encuentra mayor nunca. Nada bueno debes esperar de él. Eres mayor de edad y no puedo evitar que vayas si puedes. Si encuentro algún método para evitarlo, lo evitaré. Si vas me darás un gran disgusto.
- ¡Venga papá! No te pongas así. Tengo derecho al menos a conocer un retrato de mamá.
- Lo dicho. No debes de ir.
A las veinticuatro horas, recibí otro telegrama y al tercero, decidí ir a conocer al abuelo y mentir a mi padre diciéndole que iba a un curso sobre rabia y vampirismo que impartían en otra ciudad.
La casa del abuelo Jacinto, según me explicaba en los telegramas, era una casona construida con piedra de la cantera que los años han revestido de hiedra y musgo dándole un aspecto casi terrorífico en medio de hectáreas y hectáreas de bosque los campos.
En la Estación de tren a dónde me tenía que dirigir me estarían esperando dos personas esperándome.
- Soy Silvestre y estas es mi esposa Rosa. Ambos cuidamos de la casa del Sr. Jacinto. Supongo que usted es la señorita Esmeralda.
- Supone bien. Encantada de conocerles.
- Era mucho más bonita su madre, la señorita Margarita.
No me sentó nada bien la apreciación.
- Qué bucólicos son por estos parajes, todo el mundo tiene nombre de flor.
- No se crea que todo es tan bucólico, señorita Esmeralda, las rosas tienen espinas, y en la naturaleza silvestre brotan malas hierbas, se crían ratas, alacranes y víboras.
- ¡Esto es una agradable conversación para empezar mi visita! También se encuentras las Rosas Silvestres que son preciosas y numerosas flores igualmente bellas.
- ¿Sabe usted para qué sirve una Rosa Silvestre? Es sencillo señorita, para ahuyentar a los vampiros. Sus espinas son las más punzantes, con ellas el rosal se protege de pájaros y animales, la naturaleza es sabia.
- Interesante. ¡Y mi padre que quería que me lo perdiera!
El rostro se les desencajó. Se quedaron más pálidos que Nosferatu.
- Espero que en esta casa no le cite con frecuencia. Todos odiamos a ese miserable. – Expresó Rosa -.
Iba a contestar cuando extrañas bolsas colgadas en el techo de la gruta me llamaron la atención.
- Pero….¿que es eso? ¿para que sirve?
- Son murciélagos señorita. Se tendrá que acostumbrar a ellos. – Sonrió por primera vez Rosa -.
- Pertenecen a la familia de los Rinolófidos. Cola corta que colocan sobre el lomo cuando reposan. Su nariz tiene unos hermosos lóbulos carnosos que imitan una herradura. Siempre están colgados. Todas las especies de esta familia viven en cavernas o grutas, por eso su abuelo hizo que el comedor de la casa imitara una caverna, para así poder gozar de su presencia.
- Reconozco que no sería tan original tener jaulas con pajaritos.
- No se ría, señorita, aquí convertimos en murciélago a toda persona que se pierde y se allega a la casa para comida y cobijo, el señor que es poderoso, los convierte en murciélagos y así les da lo que le piden.
- No me gustan demasiado los cuentos de terror, Sr. Silvestre.
- Bien, no le contaré más, señorita.
“Papá, por qué no me contaste lo excéntrica que es esta familia” pensé.
Rosa y Silvestre, debían de llamarse así para protegerse de los vampiros, me condujeron a una sala alejada del comedor.
- Siéntese cómoda. Pronto conocerá a su abuelo y su abuela.
- Nadie me habló nunca de mi abuela.
- Nadie le tenía por qué hablar de su abuela. Su abuela habla muy poco y apenas sale de su cuarto desde que murió la bella Margarita. Por cierto, me han llegado rumores de que estudia usted…
- Medicina.
- Usted no necesitará jamás de un médico ni nada similar. ¡Que manera de perder el tiempo!
- ¿Qué dice usted, Rosa?
- Ellos se lo explicarán mejor. Sus abuelos con algunos familiares la estarán esperando para cenar.
“¿Serán todos igual que estos dos señores?”.
Rosa salió de la sala dejándome en otro mundo dónde no comprendía nada. Busqué un espejo para recomponer mi pelo y no encontré ninguno.
Sólo me faltaba pensé, riéndome de mi propio miedo que estos familiares míos tengan largos colmillos afilados, lleven una capa, y se transformen en lobos. Mira que si es cierto lo que me ha contado ese Sr. Silvestre de los murciélagos…
En aquel momento aulló un lobo y Rosa apareció en la puerta invitándome a que pasara al comedor. No creo que si me chuparan la sangre me fuera a quedar más pálida de lo que estaba.
- Querida nieta, desde tu nacimiento esperé este momento. Esta es tu abuela.
- Vivirás todo lo que mi hija no ha podido vivir, Magnolia. – Dijo mientras se acercó a besarme -.
- Soy Esmeralda, abuela.
- En esta casa serás Magnolia. Has de tener como todos en esta casa, nombre de flor. Antiguamente, esta casa era la casa de las flores, tiempos felices aquellos. Se lo dije a tu padre cuando naciste, porque tu naciste en esta casa, junto a nosotros, pero como es un insensato te puso el nombre que le dio la gana.
- Escucha abuela…
- No vayas a contestar a tu abuela, te llamará como ella quiera. Siéntate. Rosa, Silvestre, comenzar a servir la cena. Todos estos comensales de la mesa son fieles y leales amigos de juventud.
Todos hicieron un gesto a modo de saludo y entonces fue cuando me dí cuenta de que todos tenía en su cuello un pequeño tatuaje: Una rosa silvestre.
- ¿No hablan?
- Solo cuando tienen cosas importantes que decir.
- ¡Ah!
Parecía que estaba cenando con zombies. Intenté pensar en otra cosa.
- ¿Los murciélagos se quedan colgados? Si bajan a mordernos podemos coger la rabia.
- La rabia, la rabia, no digas tonterías, inocente criatura, come y calla que ellos sólo duermen.
- Los murciélagos no dejan de ser de la familia de los vampiros. Antiguamente a los enfermos de rabia los confundían con vampiros. La rabia en una persona recuerda a los vampiros, son agresivos, tienen un insomnio persistente, vagan sin ninguna dirección, odian las corrientes de aire y el agua, los espejos, y sobre todo tienen un apetito sexual insaciable.
- Se nota que te educó el obsceno de tu padre.
- ¿No creéis que faltaba yo en esta cena?.
- ¡Alfredo!
- ¡Papá!
- ¡Lo supe cuando oí aullar a un lobo! – dijo Rosa-.
- Esmeralda, hija, no te pongas colorada como un vampiro. A mi no me ibas a engañar. Buenas noches a todos, en especial a usted Dª Verónica.
- ¡Asesino! Tu eres el culpable de la muerte de mi hija Margarita. Pensé que nunca jamás te atreverías a volver a mirarme a la cara.
- No se confunda señora, ustedes son sus asesinos. Esmeralda, hija, tienes derecho a saber la verdad por mi propia boca.
- No te confundas, Alfredo, la he llamado para que sepa la verdad, suponiendo, como es cierto, que jamás te atreviste a contarle nada.
- ¿De qué están hablando? ¿Papá? ¿Abuelo? ¡Empiecen, ya, uno de los dos! ¡Me quieren volver loca!.
- Mi hija, Margarita, era una muchacha bellísima a la que pretendía todos los jóvenes que la conocían. Un día llegó a esta casa, este haragán, tu padre, cansado de vagar por el mundo, no se sabía ni adónde iba ni de dónde venía y tu abuela Verónica que se apiadaba de todo el mundo, le permitió que se quedara aquí para ayudar en la cuadra y en la porqueriza a Rosa y Silvestre.
- Entonces, tu madre y yo nos enamoramos…
- ¡Mientes como un bellaco! La hipnotizaste, la hechizaste con tus embrujos. Margarita jamás se hubiera enamorado de ti.
- Tu abuelo miente, Esmeralda, nos enamoramos y ella me pidió vivir juntos hasta la eternidad, cuando naciste tú.
- Me estáis dando miedo, padre. ¿No será que mi madre murió de rabia porque la mordió algún perro o alguna alimaña? Incluso la pudo morder uno de estos bichos que cuelgan por todos los sitios.
- No Esmeralda. A tu madre la mataron ellos, clavándole una estaca en el corazón.
- No Esmeralda, entonces no teníamos vampiros en esta, nuestra casa, la casa de las flores. Mi hija, era un muerto viviente, estaba ya bien muerta cuando le clavamos la estaca y bendecimos su tumba. Entonces un lobo nos mordió a nosotros, y a todos los amigos que se acercaron a su entierro. Era tu propio padre, convertido en ese animal. Fue entonces cuando sobre la cicatriz nos tatuamos la Rosa Silvestre, el símbolo de los vampiros contra los propios vampiros.
- No me puedo creer nada de esto, los vampiros no existen, son seres de ficción, la leyenda dice que nacieron con Lilith, la primera mujer de Adán, porque se alimentaba de la sangre de los niños no circundados. Pero no hay nada de cierto en eso, sólo es una fábula. ¿qué tipo de monstruos sois vosotros?.
- Esmeralda, no te pongas nerviosa. Es cierto que soy un vampiro, nací encapuchado, la placenta de mi madre envolvió mi cabeza y mi primer alimento fue parte de la misma. Eso me convirtió en vampiro, condenado a errar sin dirección por el mundo. No mato a nadie, al menos que me excite, me excite mucho, muchísimo…
Todos en la mesa se pusieron pálidos. Rosa y Silvestre agacharon sus cabezas con humildad, como si se prepararan para por fin morir. Los colmillos afilados y relucientes de todos los comensales salieron a la luz. Sin embargo, la fiera más salvaje, el lobo de singular tamaño y belleza era mi padre. Lo último que ví antes de caer desmayada fue a un enorme lobo con la pezuña estrujada por un anillo de desposados que conocía muy bien. Estaba claro que mi padre era un vampiro nato.
Desperté en el coche. Conducía mi padre sus ropas perfectas, su rostro afeitado y sonrosado su alegría rebosante.
- Hace un atardecer precioso. Te llamé para ir al campo, me dijiste que si y nada más subir al coche caíste dormida como si te hubieras desmayado. Creo que llegaste dormida a él. ¿Has pasado un mal sueño? ¿Tuviste alguna pesadilla? Estás sudorosa.
- Y los abuelos ¿dónde están?
- ¿Qué abuelos?
- Pues, el abuelo Jacinto y la abuela Verónica.
- Esmeralda hija sabes que murieron hace muchos años.
Me quedé tranquila, a pesar de que me encontraba rara. Hay pesadillas que parecen realidad. Sin embargo, al abrir el bolso para coger un clínex encontré, el último telegrama del abuelo. Entonces me eche la mano al cuello y al acercarme a la nuca allí estaba, marcado mi destino eterno de asesina en soledad, dentro de la tenue línea que separa la vida y la muerte. Era la cicatriz de dos grandes colmillos. Creo que mi padre no había sido consciente de lo que había hecho y cuando se enteró no pudo soportarlo. Estoy segura que el mismo prendió fuego al bosque en el que ardió algún tiempo más tarde. Sobre mi cicatriz, yo también me tatué la Rosa Silvestre.
Relato admitido a concurso. Podéis ir leyéndolo y votándolo.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.