VIA MUERTA de Briego

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Wissy
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            VIA MUERTA

            BRIEGO

 

Apenas había salido el sol por el horizonte cuando emprendió el camino sola. Aurora salía de su casa sin nada más que su cansado cuerpo y una toalla en la mano. No miró atrás cuando cerró la puerta de su maravillosa vida, ni derramó una lágrima por todas aquellas cosas que dejaba dentro. Sus recuerdos se los llevaba con ella y eran lo único valioso que le quedaba. Las sirenas aullaban a lo lejos. En la casa reinaba un silencio de muerte.

 

 

Una anciana gemía acurrucada en la escalera de entrada. Ella había avisado a la policía. Su trabajo en aquella casa consistía en lavar y fregar, en planchar y en recoger los juguetes de los niños. Era lunes y le aguardaba una dura jornada de trabajo tras un largo fin de semana festivo.

            Al llegar, a las nueve como todas las mañanas, le extrañó no escuchar los habituales ladridos de Castor. Todos los días salía a saludarla moviendo su peluda cola, contento porque ella siempre le guardaba los mejores huesos del cocido que preparaba los domingos para su marido. La mujer agitaba la bolsa de plástico que portaba y el ruido conseguía hacer salir de su escondite al labrador, ansioso por devorar el suculento manjar que Roberta le regalaba con cariño. Pero esa mañana el animal no dio señales de vida.

            Entró  y su preocupación aumentó. En el aire faltaba algo. Su respiración se agitó. Olía a baúl viejo, a aroma de tumba cerrada durante años. Se asustó. El olor le recordó al ataúd de su padre cuando lo abrieron para introducir el cuerpo de su madre fallecida años después. Cuando se lo mostraron, solo atisbó a ver restos de huesos desmigados. Un aire viciado surgió de la madera podrida. Y en aquel momento se acordó de las momias egipcias y de cadáveres consumidos por el tiempo. En aquella casa volvió a sentir lo mismo: el aire viciado y el olor a seco, a vacío.

            Su miedo seguía aumentando. No se oía ni el tictac del reloj del salón. Avanzó por el descansillo y un grito atronó la estancia produciendo ecos en las habitaciones solitarias.

            Descubrió el primer cadáver en la cocina. El hijo pequeño de la familia yacía tumbado sobre la mesa. Arrugado y seco. No había sangre, no había heridas en su cuerpo, parecía un anciano enano. Tenía las cuencas de los ojos vacías. El cuerpo dormía embutido en una paz extraña, no había sufrido en su muerte. Casi sonreía aunque los labios estuvieran agrietados y blanquecinos como si aquel cadáver llevara tiempo muerto.

            Roberta huyó hacía el salón y allí tropezó con el resto de la familia. Todos muertos en las mismas condiciones que el niño. Como pasas arrugadas, dormían la muerte en el sofá, viendo sin ojos el informativo matinal, porque el televisor continuaba encendido, ignorando que sus televidentes yacían muertos hacía horas.

            Llamó a la policía y salió a respirar el aire terso de la madrugada. Agradeció la brisa fresca, casi heladora, de la mañana fría de invierno. Contempló mecerse a las hojas de los sauces del jardín y se acurrucó, débil y anciana, en la escalera de entrada de la casa, a la espera de la llegada de las ambulancias…

           

            Aurora se encontraba lejos cuando escuchó el sonido lejano de las sirenas de la policía. Se acordó de Roberta, la anciana que cuidaba a los niños y limpiaba la casa mientras ella salía a visitar a los enfermos cada día. Seres moribundos que le daban el pan; la querían, la trataban con cariño y ella, despacio, los iba consumiendo sin dolor. Nos los hería, no les hacía daño, solo aspiraba su aroma, respiraba su frágil vida y así se iban consumiendo sin apenas sentir que morían. En el fondo, su trabajo debería ser gratificado y agradecido por los hombres y mujeres que temían a la muerte.

            Pero nunca había sido así. Siempre la habían acusado de bruja o de asesina, dependiendo de la época en qué se hallase; porque ella era antigua, ancestral. Ya en los tiempos de Tutankamon viajaba por los desiertos ayudando a los moribundos en sus últimos momentos a cruzar el umbral de la muerte.

            Continuó caminando mientras recordaba todos los momentos en los que los humanos la habían tratado como a una vulgar delincuente. Incluso una vez terminó sus días en la hoguera, quemada por bruja. Y se divirtió entre las llamas. Ellos creyeron que gemía de dolor pero nunca supieron que lo que escuchaban eran las carcajadas de la joven alma que todavía invernaba en el interior de su cuerpo maldito, retozando con el fuego amigo.

            Ahora, en esta época moderna, repleta de vicios, de estrés y de consumismo barato, había conocido a un hombre amable. Le había dado pena acabar con su vida y la de los dos hijos de su anterior esposa, pero aquella noche habían discutido muy fuerte y su enojo le produjo hambre. Sintió bruscamente ascender desde sus entrañas esas ansias de alimentarse, de oler la esencia de su esposo y de dejar penetrar en su cuerpo el vigor y la energía de aquel que le daba cobijo y amor; porque la amaba con ardor. Era la primera vez que sentía ternura y pasión desde que surgiera de la noche, en una bruma oscura de fuego,  de las profundidades de la tierra. Sentimientos ambiguos, que no tenían razón de ser en su existencia inmortal. Si no consumía almas, desaparecería en la noche tal y como llegó, convertida en humo. Cuando conoció a aquel buen hombre buscó un trabajo que le permitiera alimentarse sin depender de los seres vivos a los que amaba; se encargaría de cuidar ancianos enfermos, a un paso de la muerte, y los ayudaría, como hiciera en otras épocas, a cruzar esa línea divisoria entre la vida y el más allá. Ellos no sufrían y ella vivía.

            Néstor había dejado una profunda huella en su interior. La cuidó cuando enfermó y se sintió débil. Él ignoraba las causas de su enfermedad, igual que los médicos del pueblo. Tantos días sin alimentarse de la esencia de cuerpos vivos la dejaron postrada en la cama, débil y a punto de desaparecer. Tuvo que aventurarse a salir en la noche y aprender de nuevo a cazar animales. Escondida entre las basuras los olía y absorbía su energía. Pronto dejaron de corretear por el barrio gatos y perros vagabundos sin que nadie los echara de menos; ella escondía sus cadáveres entre los desperdicios de los contenedores. Gracias a aquellos pequeños seres regresó de la enfermedad con fuerzas renovadas y programó unas divertidas vacaciones aquel verano para que todos olvidaran su rara enfermedad. Fue cuando Aurora volvió a encontrarse débil y ansiosa. Deseaba alimentarse de nuevo y no la colmaban los ancianos, ellos casi estaban ya muertos cuando ella los absorbía.

            Aquella discusión desencadenó su antigua hambre de muerte. Y decidió que debía cambiar de rumbo, salir de aquella familia que la dejaba sin fuerzas. El amor que le profesaban la debilitaba, por eso caía enferma tan a menudo. Su labor en la tierra debía continuar.

            Se acercó a su marido para besarlo y sellar la paz con ese beso apasionado que él nunca rechazaba. Pero no lo besó. Aspiró profundamente y captó la esencia del hombre, que cayó sin vida, seco, en el acto. Lo dejó sentado en el sofá, ya estaba frío en el mismo instante en que murió. Y se preocupó de no dejar huellas de su crimen. Aspiró también a los niños. A Irene la dejó junto a su padre y a Ernesto en la cocina. Permaneció sentada en un rincón observando los cuerpos sin vida de aquellos seres, que la llenaron de amor, hasta que observó que amanecía. Olvidó apagar el televisor y salió a la fría mañana de invierno. Tampoco se percató de que, en su afán de alimento, en su aspiración ansiosa por introducir la esencia de aquellos seres, vació las cuencas de sus ojos, un manjar al que había renunciado hacía tiempo. Y se sintió fuerte, más fuerte que en otras ocasiones, porque esta vez se había llevado algo más de aquellos seres, se había alimentado de amor. Y emprendió su camino hacia otro lugar.

            Continuaba caminando triste y sola. No sabía hacia dónde dirigir sus pasos. La Tierra había cambiado. Todo le resultaba extraño. Era difícil ocultarse como una sombra en un mundo de luces artificiales. Debía tener un nombre, una identidad que la diferenciara de los otros. En otras épocas resultaba más sencillo camuflarse entre los seres humanos. Decidió adentrarse en un bosque de pinos que tenía a su lado. El bosque la ocultaría durante un tiempo mientras los hombres la buscaban. En el interior de los árboles se alimentaría de pequeños animalitos y, después de un tiempo volvería a dedicarse a cuidar enfermos moribundos.

            El bosque olía a musgo, a tierra húmeda y a frío. Aurora caminó por la hojarasca sintiendo en sus pies el blando suelo. Agradeció regresar al bosque, su antiguo refugio y disfrutó del olor del barro y de la lluvia. Su caminar pausado no la debilitaba. El alimento de aquella madrugada le serviría para unos cuantos días. Mientras, buscaría una cueva donde refugiarse.

            Ya anochecía cuando descubrió las vías del tren. Decidió seguirlas. Parecían abandonadas. La hierba crecía entre sus hierros olvidados. El hombre era extraño. Construía cosas inútiles para luego abandonarlas sin más. Ella no lo entendía, pero siempre había sido así, desde el principio de la humanidad. Se entristecía al pensar en ellos y en sus débiles construcciones de hierro y piedra. Siempre caían destruidas cuando la sabia madre Tierra despertaba y se estiraba aburrida. Un bostezo suyo hacía huir a los hombres de sus casas y de sus fábricas. Y Aurora reía cuando la que le otorgó la vida gritaba en sueños y su alarido hacía vibrar y temblar los suelos, dejando a los hombres malheridos y enloquecidos de terror.

            Mientras  su mente divagaba ente nubes de pensamientos, seguía avanzando por la vía abandonada. Durante el camino no se encontró con nada ni nadie, ni siquiera un zorrillo o un ratón de campo. La noche y el día se confundían en su memoria. Todo estaba en silencio. Ni el sonido de los pájaros rompía aquella extraña paz. El aire helado removía las hojas de los árboles y caían gotas de rocío sobre el cabello de Aurora.

            Decidió detenerse un momento. La vía parecía infinita, un camino hacia la nada. Debería pensar en un lugar adónde ir. Si seguía el caminando volvería a sentirse débil y aquel extraño bosque abandonado no le ofrecía sus alimentos, la rechazaba. El silencio que escuchaba la intranquilizaba. El lugar no ofrecía caminos ni animalillos, no dejaba lugar a la elección, solo continuar siguiendo aquella vía muerta. Era un bosque vacío, tan vacío y muerto como los cuerpos que había dejado atrás en su anterior vida.

            Se sentó entre los hierros de la vía y abrió la toalla que portaba en la mano, casi olvidada. Dentro, arrugado y mustio, contempló el corazón de Castor. Lo había guardado para el camino. El animal no sufrió cuando ella se acercó, le acarició las orejas y comenzó a captarlo con suavidad. Los perros le daban fuerza, eran nobles y leales. Su amor sin condiciones se transmitía con la esencia de sus venas. Toda la vida de Castor pasó a ser propiedad de Aurora.

            El corazón del animal le salvaría la vida. Caminaba imbuida en sus pensamientos y en sus recuerdos, sin alimentarse durante no sabía cuántos días y su  cuerpo comenzaba a debilitarse. Necesitaba vida y el bosque todavía no se la había ofrecido.

            Aspiró el aroma del corazón, que se secó y se convirtió en una pasa rojiza. Su energía ya no era tan profunda como cuando estaba vivo, latiendo caliente en el cuerpo de su dueño, pero su esencia continuaba allí, aguardando a ser devorada en oleadas de aspiraciones para introducirse en los espacios vacíos del cuerpo de Aurora.

            Dejó los restos orgánicos inútiles junto a la toalla entre unas zarzas y continuó su camino errante. A los lejos divisó una pequeña oquedad en la roca de la montaña. Una cueva, pensó. Y aceleró sus pasos. El bosque no era tan cruel, le ofrecía un refugio donde esconderse. Y dentro de aquella oscuridad encontraría murciélagos y otros sencillos seres nocturnos que le regalarían sus almas sin resistencia.

            Al llegar observó el agujero. No era natural, no era una cueva ni un refugio. No había vida en su interior. Era un túnel excavado por el hombre. Y allí terminaba la vía. Moría en la oscuridad de la noche. ¿Sería su final? ¿Regresaría a la negrura que la trajo a este mundo?

            Se sentó aguardando su segura muerta. No sentía pena ni tristeza por dejar un mundo de soledad. Los sentimientos vividos con Néstor ya eran pasto del olvido. Aurora no tenía corazón. Su interior solo eran entresijos oscuros que se llenaban de vida cuando aspiraba las esencias de seres vivos. La sangre y sus fluidos rellenaban sus huecos vacíos y le daban la energía necesaria para continuar con vida. Momentos efímeros en los que Aurora parecía humana.

            Las horas pasaban. A ella el tiempo no la aturdía ni la estresaba. El sol salía y se escondía siguiendo su ciclo, dejando paso a la luna. El aire soplaba lento, el frío arreciaba y el cabello de Aurora comenzó a llenarse de canas. Comenzaron a verse a través de su piel blanquecina los túneles huecos que componían su cuerpo. Ella continuaba con los ojos cerrados, esperando. El final de su vida se convertiría en su ansiada libertad. Volaría, convertida en humo, y su alma regresaría a los profundos abismos de los que había surgido…

 

           

           

            Un grupo de niños correteaba por el bosque. Jugaban al “pilla-pilla”. Llevaban mochilas y hacia unas horas que se separaron del grupo del colegio. Se aburrían recogiendo hojas para un herbario, ansiaban aventuras. Y el bosque oscuro y silencioso les producía curiosidad y miedo. Sin que la profesora del campus de verano se percatara, se alejaron y se escondieron entre la maraña de zarzas que cubría el musgo del suelo.  Pasaron horas dando vueltas por el bosque. Correteaban, gritaban, se perseguían y reían. No recogían hojas, no escuchaban el silencio insólito del bosque. Ni un pajarillo piaba en la tarde. Nada, solo silencio.

            _ ¡Mirad! Una vía muerta. ¡Vamos! Se ve un túnel_ gritó, de repente, uno de ellos.

            Descubrieron la vía del tren,  casi oculta por la maleza, y se acercaron a la entrada del túnel. Estaba oscuro y sintieron miedo. Se agarraron y estuvieron a punto de dar media vuelta y regresar al sendero junto a sus compañeros. Pero no lo hicieron. Cada uno pensó que si no avanzaba hacia el interior del negro túnel, los demás se pasarían el resto de sus vidas de niños riéndose de su cobardía.  Avanzaron aunque el corazón de todos bombeaba sangre a toda máquina para paliar el terror que se iba apoderando de sus cuerpos sin razón.

            Uno preguntó:

            _ ¿Alguien tiene una linterna?

            Nadie respiró. Ninguno llevaba linterna. La excursión no requería material especial. Solo habían salido a recoger hojas para hacer un herbario, sin alejarse del sendero, y llevarlo a casa como recuerdo del campus de verano.

            Del túnel surgía un aire helado que les removió los flequillos. Se abrazaron más. Se juntaron convirtiéndose casi en un solo ser, un monstruo de infinitos brazos  y cabezas. Y avanzaron hacia el interior de la oscuridad sin ver más allá de sus zapatillas.

            El miedo se había instalado en sus respiraciones. El vaho surgía de sus narices enrojecidas. Un extraño frío se había adueñado del lugar.

            Los niños no retrocedieron. Ninguno de ellos quería ser el hazmerreír del colegio. La valentía seguía siendo lo más valioso en el grupo. No se podía ser cobarde. Si había que tirar piedras, se tiraban. Si había que robar la merienda en el supermercado, se robaba. Si había que cazar gatos, se cazaban. Y un túnel oscuro no era tan terrorífico para salir huyendo como un “gallina”.

            Avanzaron juntos, unidos en una cadena de amistad. Andaban al unísono, no se separaban ni un milímetro. El calor de sus cuerpos atenazados por el miedo se transmitía de uno a otro dándoles la sensación de unión. Y eso les daba la suficiente fuerza para no huir. Si en aquellos momentos algo hubiera crujido o el sonido de un pájaro hubiera roto aquel silencio, aquellos niños habrían huido aterrados y habrían salvado sus vidas. Pero nada se movía en el atardecer del bosque. Los animales hacia horas que se habían escondido en sus madrigueras; olfateaban la muerte. El ser humano no era muy inteligente. Se había rodeado de lujos y comodidades y había perdido hacía siglos el instinto de supervivencia natural de todo ser vivo. Hacía décadas que el hombre no necesitaba sobrevivir en los bosques y había perdido ese olfato.

            Los niños se adentraron en el túnel siguiendo la vía muerta del tren. Sentían miedo, pero la curiosidad ganaba el pulso al terror. Y la unión, vivir juntos la aventura, los hacía más fuertes. Uno solo nunca se hubiera atrevido a entrar en el túnel, el grupo sí.

            De repente, el más torpe, porque siempre en todo grupo hay un patoso, tropezó con un raíl y cayó al suelo, arrastrando a todos en su caída. Se magullaron las rodillas. Hicieron ruido, demasiado ruido en aquel silencio de muerte. Uno de ellos le dio una colleja en la cabeza al torpe y todos rieron en la oscuridad.

            Aurora, que yacía tumbada, casi translúcida, despertó al escuchar el griterío que retumbaba en el túnel vacío y olió el perfume de la vida. Se levantó y, lentamente, sin apenas fuerzas para moverse, avanzó, arrastrándose en la oscuridad, por la vía muerta, hacia los niños, hacia el aroma de la esencia de sus cuerpos. Desde lejos comenzó a aspirar ávida el hedor de los cuerpos sudorosos de los pequeños y sonrió…

 

 

 

 

 

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Aldous Jander
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Poblador desde: 05/05/2011
Puntos: 2167

Este es un relato que sí, cumple unos mínimos de corrección y estilo, aunque son eso, mínimos: no significa que no le viniese bien un repaso. Sin entrar a cada detalle hay comas que faltan, sobran o no están en el mejor sitio; un pequeño problema con los guiones de diálogo, algún acento (como en "hacía unas horas") y algún dedazo (en "su segura muerte").

En cuanto al estilo, hay una tendencia a arcaizar (como en "sintiendo en sus pies el blando suelo") que no tiene nada de malo de por sí (puede gustar o no), pero que tal vez no encaja con el tono, el vocabulario y el estilo del resto del texto, y esto ya sí que puede convertirse en algo negativo. 

Sobre la estructura, creo que la extensión del relato juega en su contra. Un buen relato breve es aquel en que todo conduce a su final, y en este sentí que era mucho más relevante la información del nudo que la del desenlace.

Así que por ser un texto correcto en forma hasta el punto de poder ser corregido y publicado, y por adecuarse correctamente al tema (y con algún detalle que diferencia al suyo del monstruo clásico, lo que es muy de agradecer), le doy a este relato una puntuación de 2 estrellas.

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Relato admitido a concurso.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Mr. Garlic
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Poblador desde: 14/11/2013
Puntos: 70

Este relato me ha gustado bastante por dos razones. La primera es que tratandose de unr elato sobre vampirismo no es el vampiro clásico. Eso me gusta es un toque innovador. Me gusta tambien la atmosfera que crea al principio, aunque debo de reconocer que al final se me ha hecho un pelín pesado. Demasiada descripción de detalles sin demasiado interes, el paseo por el bosque se podria haber resumido más y creo que habria ganado con ello. Por otro lado el final...algo insulso, me esperaba algo un poco más sorprendente...

Como no ha parecido un relato malo pero tampoco me ha entusiasmado le doy el aprobado: BombillaBombillaBombilla X X  3 estrellitas

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Sanbes
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Poblador desde: 16/10/2013
Puntos: 1273

Es un relato muy original, al menos en cuanto a la vampira (si puede llamarse así a la chupa esencias). Pero se hace muy largo, y en ocasiones cuesta leer algunas frases, incluso se repite varias veces la misma información, como que los chicos del bosque eran una unión.
En definitiva, creo que quedaría mejor si se sacara las tijeras de podar.

Eso si, Aurora da miedo, y espero que no venga a vengarse por esta humilde, e igual equivocada, opinión.

Animo al autor/a a seguir escribiendo.

Por su originalidad le doy 2 estrellas.

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jane eyre
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Poblador desde: 02/03/2009
Puntos: 10051

Hay frases que están mal y consiguen sacarme de la historia como "En el aire faltaba algo" seguida de una enumeración de lo que encontró en el aire, o "solo atisbó a ver", "que yacía tumbada" usando dos palabras distintas para decir lo mismo. Por lo demás es un relato correcto, pero se me ha hecho muy largo. Tiene demasiada extensión para lo que cuenta y hay párrafos totalemente prescindibles porque solo redundan en una idea que ya antes se ha contado.

Mi puntuación es de 2 estrellas.

 

 

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sharkbook
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Poblador desde: 29/01/2013
Puntos: 584

   Un relato bien escrito, sin formalismos ni rebuscamientos que lo endulcen, fortalezcan o ensalcen. No se puede negar que, por lo menos, es cómodo en su lectura, aunque se haga pesado en alguna de sus partes. Nos narra trazos de la historia de una vampira de esencia vital, lo cual es un tanto original, aunque ya se ha visto y leido bastante sobre el tema.

    En ciertos aspectos, me ha recordado un tanto a "El Perfume" de P. Süskind, pero claro, totalmente diferente. Algunos acentos faltantes y comas mal puestas o ausentes, palabras repetidas muy cerca o en un mismo párrafo y giros extraños en la forma de narrar, empobrecen el texto. El uso de guiones bajos para iniciar diálogos me ha descolocado, aunque imagino que será por no saber usar el editor.

    El final abrupto y rápido, a mi  humilde parecer,  me indica que el relato queda incompleto, dejando demasiado a la inventiva e imaginación del lector, lo cual en ocasiones es bueno, pero que ahora no comprendo. Un buen inicio para hacer algo más grande, pero que se queda algo escaso para esta convocatoria. Es de agradecer la revisión que se nota se ha hecho.

 

★★☆☆☆

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Carmilla
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Poblador desde: 15/11/2013
Puntos: 76

Relato correcto aunque con algunas cosas mejorables. Aparte de lo ya mencionado anteriormente sobre formato, guiones de diálogo y alguna repetición de palabras, creo que le sobra extensión, hay muchas ideas sobre las que se redunda innecesariamente. En cambio, el final, me parece demasiado precipitado. Aun así creo que se sustenta en una idea interesante, con algunos cambios el relato puede mejorar mucho.

Mi puntuación es:

★★☆☆☆

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Invierno
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Poblador desde: 21/09/2010
Puntos: 903

Lamento decir que este relato no me ha convencido demasiado. Comienza bien; me ha gustado la escena que plantea, esa tristeza, ese vacío, pero luego creo que falla el desarrollo. El principal problema que le veo a la narración es el ritmo: muy lento en algunas partes, de forma innecesaria, y en ocasiones hasta redundante. Se da la misma información varias veces, se usan cien palabras cuando a lo mejor solo se necesitan diez.

El final es algo sosillo, y no está a la altura del monstruo que nos muestra, que sí me ha parecido interesante.

Sobre erratas y demás, poquita cosa: "Nos lo haría", "muerta", un qué acentuado cuando no debería estarlo, que yo recuerde, y puede que alguna coma suelta. El estilo me ha parecido bueno, de los que puede llegar a ser muy bueno con práctica y trabajo.

Le doy dos estrellas.

 

★★☆☆☆

 

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Hedrigall
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Poblador desde: 14/01/2011
Puntos: 1132

Es un relato que se me ha hecho largo, muy divagador. No me ha convencido la psicología de Aurora, en especial el motivo de su renuncia a seguir viviendo; como si hiciera falta un poco más de desarrollo en las motivaciones del personaje. El tono lírico, de frases largas y adjetivadas, está bien conseguido y encaja con la historia. No así, a mi parecer, tres o cuatro fragmentos en que se intercalan frases cortísimas, telegráficas. Su final, aunque largo, me ha convencido, a pesar de adivinarse desde la aparición de los niños en la vía.

2 estrellas

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Léolo
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Poblador desde: 09/05/2009
Puntos: 2054

El relato tiene cierto potencial, pero se ahoga en un avance lento y demasiado ensimismado en sí mismo. Tiene aspectos buenos, como la querencia por las atmósferas antes que por la acción, pero ese halo no está del todo trabajado, se construye a base de repeticiones y vueltas sobre las mismas sensaciones, no avanza. No obstante, hay suficiente madera detrás como para esperar grandes cosas de su autor.

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Sechat
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Poblador desde: 28/01/2009
Puntos: 747

Si bien en sí el personaje del vampiro se escapa a lo tradicional y confiere al texto de cierta originialidad por ello, coincido en lo que señalan otros compañeros: se ahonda demasiado en algunos pasajes que al final no dejan de ser intrascendentes. Por otro lado, me ha costado durante la lectura, por cómo se ha organizado el texto, la transición entre lo que le sucede a Aurora y lo que le acontece a Roberta, aunque sí veo una intención por parte del autor de enmendarlo espaciando más los párrafos. Sin embargo, en algunos casos he releído varias veces sin llegar a estar convencida de quién se estaba hablando en ese instante. 

Creo que se podría pulir y acortar en algunos puntos.

2 estrellas.

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ROSA ORTIZ
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 13

me parecio interesante  pero el final fue algo  que no me impacto mucho  como el principio pero estuvo bien  

BombillaBombillaBombilla tres estrellas

 

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L. G. Morgan
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Poblador desde: 02/08/2010
Puntos: 2674

Pues a mí me ha gustado mucho, y además he visto pocas faltas, alguna tilde y alguna errata, no más.

Me ha parecido que construye muy bien un mito diferente, esa Aurora que es más como una fuerza de la naturaleza, la misma muerte, quizá, indiferente al sufrimiento no por maldad sino por ser puramente natural, producto de la madre tierra. Es cierto que es largo, pero solo así puede lograr la sensación de continuidad, de Historia, que precisa el personaje. Y el final, plenamente coherente, yo siempre me he planteado eso mismo que expone: el hombre moderno, con todos sus avances, resultaría un competidor desaventajado en un entorno natural primitivo.

4 estrellas.

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Coincido en los fallos, también esta frase induce a error "al ataud de su padre cuando lo abrieron para introducir el cuerpo de su madre fallecida años después" parece que los hubiesen metido juntos en el mismo féretro (!), mejor "al ataud de su padre cuando abrieron la sepultura para introducir el de su madre fallecida años después". El final también se he me ha hecho largo. Tres estrellas justitas:

 XXX

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Belagile
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Poblador desde: 09/12/2013
Puntos: 829

Se me ha hecho muy lento el relato, además de algunas faltas y errores ya comentados. Creo que la idea es buena, aunque no me entusiasme demasiado por eso de que la lentitud de la historia hace que el lector se disperse...

Le doy 2 estrellas.

Giny Valrís
LoscuentosdeVaho

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

El relato tiene ideas muy potentes y sobre todo un vampiro con una estética y un modo de funcionar que podría dar mucho de sí. En el lado negativo, creo que la estructura es demasiado laberíntica: avanzamos y retrocedemos en las descripciones, lo que lastra el avance en la lectura, y la coda, con esa aterradora imagen de la vía muerta, no está proporcionada con toda la presentación de lo ocurrido en la casa y aun antes en la vida de la protagonista.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Dersu
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 343

Atrevida la versión del vampiro y la forma de narrar la historia, huyendo de la acción, pero se me ha terminado haciendo pesado el relato porque da demasiadas vueltas sobre las mismas ideas y hay bastantes frases construidas de manera extraña que lastran la lectura. Tampoco me convence el final alargado que rompe el tono introspectivo.

2 estrellas.

¡No disparen, soy gente!

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