Cuando Dios da la espalda

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Sanbes
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Cuando Dios da la espalda

 

No era la primera vez que Fredo navegaba, ni que viajaba en silencio y ocultándose de las miradas ajenas, pero nunca lo había hecho dentro de una pequeña barca de madera.

La noche era tan oscura, que la vista no alcanzaba a ver el mar, incluso le costaba visualizar la espalda del marinero que le había recogido en el puerto de Ibiza, y que hundía los remos en el agua sin producir el mínimo sonido. A pesar de la calma, de vez en cuando una ola golpeaba el borde de la barca con la suficiente fuerza para que la espuma le salpicara en el rostro y mojara la cubierta.

Llevaba una chaqueta marrón con el cuello levantado, tan llena de pliegues como las arrugas de su rostro. Metió las manos en los bolsillos, acarició la petaca de cristal y se obligó a sacarlas de nuevo para no pensar en ella, ni en su contenido, y ya no sabía si el esfuerzo por mantener sus pensamientos alejados de la botella le hacía sudar o tenía el rostro mojado por la brisa del húmedo paisaje.

Giró la cabeza hacia la inmensidad de las tinieblas, aquello era como tener los ojos cerrados en la soledad de su antigua celda. Y como entonces, la pareja que habitaba en sus recuerdos hizo su aparición. Iban cogidos de la mano, jóvenes y aun hermosos a pesar de los agujeros de bala en sus cabezas. De pronto se desplomaban muertos sobre la gran mesa divina. Y asomaba el Dios que siempre se había imaginado desde niño, acusándolo de asesino y cerrándole las puertas del cielo. Llevaba treinta años arrepintiéndose por haber aceptado matar a la exnovia de un narcotraficante y a su nueva pareja. Treinta interminables y angustiosos años dedicando su vida a conseguir el perdón de Dios…

Un ruido le hizo volver a este mundo. El marinero había soltado un remo y se encontraba de píe, con el brazo estirado y aguantando el equilibrio. Se agarró a un objeto del exterior que parecía una sombra, y que Fredo jamás hubiera visto de haber navegado solo. Salió dando un salto, cogió una cuerda y la ató a la sombra, que resultó ser un poste de madera. Encendió una antorcha y, como si de un truco de magia se tratase, apareció de la nada un puente con tablas de madera.

Fredo aceptó la mano que le ofrecía el hombre, preguntándose, mientras abandonaba la barca, en que momento de la noche habían dejado de estar a cielo descubierto para entrar en aquella cueva.

Recorrieron el puente, dejando las huellas de sus pasos en las tablas, y llegaron a una puerta de acero sin marcos incrustada en la roca de la cueva. El marinero sacó una llave y la giró hasta tres veces en la ranura para poder abrir.

Al otro lado había un salón repleto de velas, cuyas llamas se encendieron a la vez para dar la bienvenida a Fredo. Se pudo ver entonces un largo sofá con cojines de seda. Los muebles eran antiguos, pero tan relucientes y bien cuidados como si acabaran de construirlos. El suelo estaba cubierto por una alfombra persa, y en las paredes colgaban retratos de personajes de la aristocracia. No había ventanas, ni puertas, solo un largo pasillo que se perdía en la penumbra de la casa. En el ambiente flotaba un desconocido pero agradable olor, posiblemente era la mezcla de aromas que formaban los muebles y los objetos traídos de todos los rincones del mundo.

-Enseguida le recibirá. Por favor… -dijo el marinero, señalándole el sofá. Después cerró la puerta, dejándole solo, y se oyó como echaba la llave.

Fredo dio unos pasos, ahogados en la alfombra, y se sentó, hundiéndose en el sofá. Movió entonces un poco el trasero hacía el borde para mantenerse derecho.

-Matheson, Matheson… -susurraba sin dejar de mirar a su alrededor. Era el nombre que le había dado su compañero de prisión. El nombre de la persona que podía cambiarle la vida.

Se calló de golpe al descubrir que no estaba solo. Había un hombre alto apoyado en un mueble, con las manos en los bolsillos y sin apartar la mirada de su invitado. Tenía unos cuarenta años, llevaba un traje blanco y una corbata tan negra como sus ojos. Su pelo estaba peinado hacia atrás, y  era tan pálido, que el recorrido azulado de sus venas se dibujaba bajo la piel de su rostro.

Fredo intentó sostenerle la mirada. Lo hacía por inercia, en su mundo bajar la mirada significaba sumisión. Pero esos ojos le hurgaban el alma y le congelaban los huesos. Apartó rápidamente la vista en cuanto sintió ceder un muro en su cabeza, o una puerta abrirse, y alguien ajeno a su alma apoderarse de la información de su pasado, de sus sueños, de sus pensamientos y miedos, y de las instrucciones del manejo de su consciencia.

-¿Quién le ha dado mi nombre? –preguntó Matheson. Si su mirada congelaba los huesos, su voz era el martillo que los hacía añicos.

Fredo movió los labios pero no dijo nada.

-Anthony –dijo Matheson por él.

Fredo afirmó con la cabeza y entonces recordó que no se había presentado. Se puso de pie y dijo:

-Gracias por recibirme. Me llamo Alfredo y soy, bueno, fui compañero de prisión de Anthony.

 El hombre le indicó que volviera a sentarse mientras se apartaba del mueble. Sus ojos se vieron reflejados por la luz de las velas. Eran marrones. Unos ojos normales. Fredo se tranquilizó un poco.

-Los amigos de Anthony son mis amigos –dijo Matheson, sentándose en el sofá y doblando las piernas-. ¿Cómo le va?

-Bien. Lo tratan bien. Nunca le falta de nada.

-Intento ocuparme de eso. ¿Le contó que pasó muchos años a mi servicio?

-Si. Habla de usted con orgullo.

-El mismo orgullo con el que yo recuerdo a Anthony, sin duda. Era un chico entregado.

-Si, si.

-¿Y qué le contó sobre mí?

-Bueno, al principio no me hablaba de usted. Yo lo conocí cuando entré en prisión, hace treinta años. Ahora acabo de salir, convertido en un viejo, y Anthony sigue estando igual de joven como el primer día. Le pregunté por su secreto, bueno, en realidad todos lo hacíamos, hay incluso carceleros que le preguntan como diablos no envejece, y él nunca dice nada, nunca. Pero, en mi última semana, me habló de usted. Si, me dijo que usted conoce el secreto para alargar la vida.

Matheson se echó a reír entre dientes.

-No hay otro como él.

-No, no lo hay –repitió Fredo, animado por la risa del hombre.

-Puede que no haya envejecido por fuera, pero por dentro su cerebro debe de estar arrugado y atrofiado para decir esas cosas. ¿Usted le creyó?

Fredo se quedó callado. Comenzó a ruborizarse, a sentirse un idiota por haber creído en sus palabras. Pero eran treinta años. Treinta años en los que a ese tipo no le había salido ni una arruga. Treinta años escuchando diversas historias sobre pactos con satán, pócimas mágicas, vampiros, genética, experimentos… hasta que finalmente Anthony le contó su secreto. Y su secreto se llamaba Matheson.

-Creo en lo que ven mis ojos –respondió al fin.

El hombre aun sonreía.

-Debe tenerle mucho aprecio para que le haya dado  mi nombre.

-Ya sabe, en sitios como ese uno crea grandes lazos.

-Como lo fue el nuestro–dijo el hombre, sumergiéndose en sus pensamientos.

Hubo un largo silencio. A Fredo empezaron a sudarle las manos. Incómodo, metió la mano en el bolsillo donde guardaba la petaca, pero en su lugar sacó un paquete de tabaco y recortó un trozo.

-Ah, me dio esto, aquí es donde me apuntó su nombre y la persona por quien debía preguntar en la cervecería del puerto.

Matheson se inclinó a un lado para coger el recorte. Durante un segundo se encontraron dos brazos estirados sobre el sofá, pero solo se proyectó la sombra de uno de ellos.

Fredo cerró la mano con fuerza varias veces sobre su abdomen para generarse calor. Rozar los dedos de aquel hombre le había producido tanto frío como meter la mano en un congelador.

-¿Qué es exactamente lo que desea? –preguntó Matheson, dándole vueltas al trozo de cartón y sin apartar la vista de su propio nombre escrito a lápiz.

El invitado se aclaró la garganta y aprovechó esos segundos para ordenar las palabras.

-No quiero la juventud que posee nuestro amigo. Yo ya paso de los sesenta y él me dijo que usted no podría hacerme retroceder ni un solo día de mi vida. Tampoco quiero la inmortalidad. Se que mis ganas de vivir algún día desaparecerán, y desearé la muerte. Hace treinta años cometí el peor error de mi vida. Solo quiero tiempo para remediarlo hasta conseguir el perdón de cierta persona. Y Anthony me dijo que usted sabe como detener el tiempo.

Matheson se levantó.

-Cierta persona… -susurró, mientras paseaba por la sala.

Fredo creyó ver que, en algunos de los cuadros por donde el hombre pasaba, los retratos cambiaban de expresión.

-¿Le teme a la muerte? –Preguntó el hombre-. ¿Teme aquello que pueda estar esperándole?

-Yo temo… -Si pestañeaba veía a la pareja. A Dios cerrándole las puertas del cielo.

-Teme morir sin encontrar la paz consigo mismo.

Fredo se quedó callado.

-La ayuda que yo puedo ofrecerle, quizá no sea de su agrado –dijo Matheson.

-No quiero convertirme en un vampiro.

Matheson se detuvo.

-Anthony me lo confesó. Me dijo que se declaró culpable cuando la policía encontró los cadáveres con los que usted se había alimentado. Y su recompensa por el sacrificio fue alargarle la vida, dejándole beber su sangre, para que cuando saliera de la cárcel tuviera un futuro por vivir. Hasta que él dijera basta, tomando agua bendita para destruir su influencia y envejecer desde ese momento como una persona normal. Es esto lo que pido, señor, beber su sangre y alargar mi vida.

- Beber mi sangre… -repitió el hombre. Luego retomó el paso, cruzó junto a una zona sombría donde no alcanzaba la luz de las velas, y desapareció.

-Trabajaré para usted si me lo pide. En su día acabé con dos vidas inocentes. Puedo ahora entregarle la vida de asesinos, proxenetas, maltratadores, puedo limpiar este mundo de maldad hasta rehacer lo hecho, y así quizá consiga el perdón. Ayúdeme a liberarme de mi condena, por favor. Ayúdeme a ser libre, como ayudó a Anthony a serlo.  

-Ser libre… -dijo Matheson entre risas-. Pongamos las cartas sobre la mesa, don Alfredo. Anthony no es libre de nada. Vivía para servirme, y me sigue sirviendo entre los muros. ¿Anthony libre? Me temo que no. Si bebes mi sangre nunca serás libre. Serás mi perro. Mi fiel esclavo-. Su voz sonaba desde distintos puntos del salón.

-Eso no es...

-Los hombres como usted se convierten en mi esclavo, o en mi alimento.

-No pienso elegir.

-Es que no tiene elección, don Alfredo. Solo yo elijo a mis perros, y mis perros elijen mi alimento. ¿Lo entiende ahora? Anthony continúa sirviéndome incluso dentro de esos muros. Y jamás dejará de hacerlo.

El invitado se levantó. Le temblaban las piernas.

-¿Sabe qué he aprendido a lo largo de los años? –Preguntó el vampiro-. Mientras más miedo pasa un humano, mejor sabe su sangre.

Fredo se giró rápidamente al sentir el aliento en su nuca. Pero no había nadie.

-Por favor, déjeme en paz –dijo el invitado, cruzando el salón sin dejar de mirar a todas partes. Llegó a la puerta, pero no había pomo ni manivela de donde tirar para abrir. Se dio la vuelta. El vampiro seguía sin dejarse ver.

Las llamas de las velas comenzaron a temblar y las sombras se movieron por el salón. De vez en cuando, el rostro pálido del vampiro aparecía un instante en la oscuridad, con las pupilas convertidas en dos puntos rojos.

Fredo apoyó la espalda contra la pared para tener un franco menos del que preocuparse.

-¿Desea ser libre? –Dijo Matheson desde algún lugar-. Ni siquiera después de la muerte será libre. Su alma vagará por esta tierra hasta la noche en que yo desaparezca. Condenado, esclavizado, tan maldito como yo.

Aparecieron, atravesando las paredes y arrastrando los pies, almas en pena con ropa de distintas épocas. Las había con vestidos blancos y exuberantes de la edad media, ropajes de pordioseros y enfermos de peste, gente con tejanos y ropa de marca; marineros, prostitutas, príncipes…

 Los espíritus rodearon al invitado.

-Libéranos, libéranos… -susurraban arrastrando las palabras.

Fredo se encogió ante las manos de las almas, que proporcionaban frío al transformarse en humo cuando tocaban su cuerpo. Se deslizó por la pared hasta sentarse en el suelo, cubriéndose los ojos con las manos.

-No era así como debía ser. No era así…

-Es exactamente como lo planeamos –dijo el vampiro. Los espíritus habían desaparecido, y Matheson se encontraba en cuclillas delante de Fredo. Su iris tenía un brillo carmesí, y su aliento olía a putrefacción.

El invitado trataba por todos los medios de no mirarle a los ojos.

Los colmillos del vampiro, afilados, mortales, crecieron hasta llegarle a la barbilla. Las venas tomaron un color oscuro debido a la excitación, y se esparcieron por sus mejillas, como las ramas desnudas de un árbol.

Fredo abrió aterrorizado los ojos y lanzó un grito.

El vampiro lo agarró del cuello y lo levantó hasta ponerlo de puntillas. Sus largos dedos, de uñas como garras, le presionaron la barbilla para girarle la cabeza y dejar el cuello al descubierto. Satisfecho, echó la cabeza hacia atrás, mostrando una boca donde se estiraban finos hilos de saliva, y por donde asomaba una larga y apestosa lengua.

Descendían ya los colmillos cuando algo se estrelló contra su sien, mojándole el lado izquierdo del rostro.

Fredo volvió a tocar el suelo. Abrió la mano, que tenía un corte con sangre en la palma, y el morro roto de la petaca cayó sobre la alfombra, junto al resto de cristales.

El vampiro se tocó la mejilla. Al separar la mano vio como se desprendía una fina capa de piel y se quedaba pegada en sus dedos. Empezó a salir humo de la parte mojada de su cara.

Fredo se abrió la chaqueta. Llevaba una cruz formada por dos tubos colgando del cuello, y en los bolsillos interiores asomaban el morro de tres petacas más de cristal.

-Agua bendita. ¿Te gusta mi plan?

Brilló el odio en los ojos del vampiro. En apenas un segundo se había abalanzado hasta el invitado y tenía la cabeza entre sus manos. Su primera intención fue la de partirle el cuello. Pero el dolor de las quemaduras era tan insoportable que necesitaba sangre con urgencia para cerrar las heridas. Si lo mataba, su sangre se contaminaría. Y el dolor le haría actuar sin pensar, saliendo fuera y cazando al primer humano que encontrara, exponiéndose a ser descubierto.

Fredo cogió otra petaca e intentó partírsela en la cabeza, pero Matheson le agarró de la muñeca y le clavó los colmillos en el cuello. El dolor le cortó la respiración y le produjo calambres en los miembros de su cuerpo.

Debido a uno de estos calambres, la mano se cerró con fuerza y la petaca estalló, derramándose su contenido.

El vampiro sacó los colmillos y, con la boca desfigurada por el dolor, se miró la mano, en cuya piel se formaban burbujas que explotaban y dejaban la carne al descubierto.

Fredo, mareado, agarró el crucifijo y trató de imponer su fuerza.

Matheson clavó la vista en la cruz y escupió sobre ella.

-¡Tú Dios te ha dado la espalda!

El invitado le contestó partiendo la cruz, y los tubos se iluminaron con potencia durante un instante, cegando al vampiro y aprovechando este momento para estallarle las dos últimas petacas en la cabeza.

Matheson comenzó a arrancarse la ropa entre gritos y aullidos de dolor, e intentaba quitarse el líquido de la cara, arañando su rostro. Clavó las rodillas en el suelo. Uno de sus ojos, antes puro fuego, estalló y se convirtió en un líquido blanco deslizándose por su mejilla.

Los gritos del vampiro reventaron los tímpanos de Fredo y abrieron grietas en las paredes y el techo del salón, del cual comenzó a desprenderse un polvillo blanco.

Fredo se tambaleaba de un lado a otro, perdiendo sangre por las orejas.

El agua bendita deshizo la carne del rostro del vampiro, y se transformó en fuego al entrar en contacto con el cráneo. Matheson intentó apagarse las llamas con las manos, y en unos segundos se propagaron por todo su cuerpo. De haber conservado la garganta de una pieza, el espantoso grito se hubiera escuchado por toda la isla.

Fredo se alejó, dejándolo arder en compañía de todos los espíritus, que lo miraban consumirse en silencio. Se sentó en la punta más alejada del sofá, sacó el paquete de tabaco y encendió un cigarrillo. Sintió en su espalda el calor del fuego, que se propagaba por todo el salón. Los cuadros y algunos objetos se desprendieron a causa del temblor y cayeron al suelo.

Dio una calada con la mirada fija en la pared que debía de dar al mar. Esperaba que llegase la visión de la pareja. Pero ésta no se produjo. Por primera vez desde que cometió el asesinato no podía recordar sus caras, ni sus cuerpos. Se giró y vio a todos esos espíritus desaparecer en calma, libres al fin tras la muerte del vampiro. Y sintió esa paz de la que tantas veces le había hablado el sacerdote de la cárcel, y que significaba su anhelado perdón de Dios.

El polvo que caía del techo se convirtió en una lluvia de arenilla.

Y Fredo cerró los ojos mientras todo se derrumbaba a su alrededor, y por primera vez en treinta años la oscuridad del interior de sus parpados se transformó en una luz que cegó por completo a las tinieblas de su pasado.

 

 

 

 

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Patapalo
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Puntos: 208859

Relato admitido a concurso.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Puntos: 70

Ehhhh buf, no sé por donde empezar. La verdad me ha encantado. Esos giros argumentales, en que el vampiro parece bueno, luego es malo y tiende una trampa al protagonista y luego resulta que el el protagonista el que ha tendido la trampa... Ademas muy bien ambientado en la epoca actual, muchas veces solemos ponernos muy decimononicos.

El nombre del vampiro, ¿es un homenaje a Richard Matheson? me pareceria un bonito detalle.

Sin que sirva de precedente 5 estrellitas...y eso que las estoy reservando muy mucho

BombillaBombillaBombillaBombillaBombilla

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Sanbes
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Poblador desde: 16/10/2013
Puntos: 1273

Mr. Garlic dijo:

El nombre del vampiro, ¿es un homenaje a Richard Matheson? me pareceria un bonito detalle.

 

Muy buenas Mr. Garlic.

Primero, agradecerte tú comentario y tu voto.

Y segundo, en efecto, es un guiño a Richard Matheson, cuyo libro "La casa infernal" es uno de los primeros que me compré.

Guiño

 

 

 

 

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Puntos: 208859

Sanbes dijo:

Y segundo, en efecto, es un guiño a Richard Matheson, cuyo libro "La casa infernal" es uno de los primeros que me compré.

No lo he leído aún y le tengo unas ganas tremendas. Curiosamente, de mis primeros libros "comprados" de adolescente fueron Soy leyenda y El hombre menguante. Lo entrecomillo porque la pasta no era mía, claro. :-)

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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jane eyre
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Poblador desde: 02/03/2009
Puntos: 10051

Lo primero decir que faltan las tildes de todos lo sí afimativos del relato. Y en cuanto a la trama, pues que como al final me he quedado con la sensación de que algo se me escapa porque no entiendo porqué deja de ver a la pareja... imagino que por la compensaciónde un acto malo y uno bueno, pero no sé, como que no me ha hecho tilín ese equilibrio del universo a toda costa.

Por lo demás, es un relato correcto que mantiene los giros bien guardados.

Mi votación es de 3 estrellas.

 

 

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Bestia insana
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Poblador desde: 02/05/2013
Puntos: 1928

Una historia, digamos, curiosa, contada de un modo algo ingenuo, pero no sin gracia: uno se sonríe ante cosas como que, mientras termina de arder el vampiro (cuyo nombre, Matheson, encuentro que le va un poco grande), Fredo se siente a fumar un cigarrillo (por cierto que yo diría que, salvo necesidad extrema, fumar debería ya estar prohibido también en el espacio de la ficción). El protagonista está poco definido, de modo que, aunque tiene al parecer 60 años, lo he tomado todo el rato por un chaval. El primer párrafo igual sobra. En fin, 2 estrellas

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Hedrigall
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Poblador desde: 14/01/2011
Puntos: 1132

Un relato bien escrito, con ritmo muy lento pero siempre en avance.  Me ha gustado que la trama presentara dos giros, pues el primero era previsible. He echado en falta una explicación de los motivos de Fredo; intuyo que, en esa busca de expiación, cuando el compañero de celda le confesó la existencia de ese monstruo, pensó que su muerte (y la liberación de todas esas almas) compensaría el crimen cometido. Al terminar el relato me he quedado con la sensación de que una referencia a eso es necesaria. 

Se agradece el esfuerzo por crear imágenes y recrear detalles, pero muchos de ellos son plenamente accesorios, no sólo por no aportar a la trama sino por ofrecer poca ambientación. Esto es muy destacado en el primer tramo del relato. De igual modo, la lucha final presenta demasiados detalles concretos sobre el fuego, las heridas, los giros, los quiebros que hacen que una escena de acción se lea con un pelín de aburrimiento.

De todos modos ese ritmo lento pero constante me ha convencido y me parece un buen valor narrativo.

3 estrellas.

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sharkbook
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Poblador desde: 29/01/2013
Puntos: 584

   Relato muy bien escrito, con un uso correcto y cordial del lenguaje, para nada enrevesado. Algún acento he visto por ahí faltante (algún aún sin tilde), un hiriente "elijen" por "eligen" y poco más. Una buena historia, bien llevada y con ese toque mágico de girar el argumento para dejar al lector con la boca abierta.

     Juega el autor muy bien con la percepción del autor, no delimitando la posición de ninguno de los personajes, hasta el desenlace final en que se muestran las cartas. Tiene el toque justo de "gore", para darle un poco de salsa al relato, pero no se hace sangriento ni desagradable.

      Curiosa la elección del nombre de Matheson, pero como ya se ha comentado, no entraré en detalles. Choca agradablemente el leer ese nombre para un vampiro.

      La edad del personaje de Fredo me ha hecho pensar en Van Helsing, sin excesiva fuerza física, aunque la necesaria moral y de espíritu para acabar con el señor Matheson. Un personaje muy bien construido.

    En definitiva, un gran relato al que hay que penalizarle alguna incongruencia nimia (l asorprendente aparición del párroco de la prisión me ha chocado), y ese error que hace sangrar los ojos. Pero por lo demás,  no lo veo desacertado para formar parte de una Antología en honor al maestro Polidori.

 

★★★★☆

4 estrellas para los que no podáis verlas.

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Sechat
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Poblador desde: 28/01/2009
Puntos: 747

Me ha gustado la conversación entre Fredo y el vampiro patriarca, por así decirlo. Lo que no me han complacido tanto han sido la ausencia de tildes en las afirmaciones y en alguna que otra palabra, pregunta indirecta incluida. El uso de ese tipo de guiones en lugar de las de diálogo también me han dado al ojo. ¿Lo bueno? los giros narrativos, por eso al final le doy: 3 estrellas.

El título es el que más me gusta por el momento Arriba, me parece muy sugerente.

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Aldous Jander
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Poblador desde: 05/05/2011
Puntos: 2167

La trama tiene unos buenos giros, aunque el ritmo se hace algo lento, especialmente en la primera mitad. Me ha gustado el pequeño homenaje a Matheson y el modo en que termina el relato y la trama se retuerce, pero las faltas ortográficas me han parecido demasiadas. Hay que cuidar las comas y algún sujeto no precisado, pero con mucha más urgencia los acentos. A todos se nos cuela alguno, pero ese aún sin tilde, ese píe, ese sé sin tilde, los sí afirmativos, el cómo interrogativo indirecto... sumados a los otros errores, más ese elijen en vez de eligen y ese franco en vez de flanco, son demasiados y en algunos casos demasiado evidentes, vamos, que por ser un poco más graves saltan a la vista y pueden sacar de la historia.

El caso es que el relato en cuanto a trama y redacción tiene puntos positivos, y la historia es interesante hacia la segunda mitad y el final, por mucho que el conjunto carezca de originalidad. Tras mucho dudar, le doy a este relato 2 estrellas. Pensaba  darle solo una por no alcanzar un mínimo de corrección ortográfica, pero otros puntos positivos (principalmente el giro de la trama) le hacen remontar... un poco. Con todo, la cosa apunta maneras, así que es más una cuestión de práctica y oficio. ¡Hay que repasar más el texto!

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Carmilla
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Poblador desde: 15/11/2013
Puntos: 76

Me ha gustado bastante, es muy ameno y los giros de argumento están bien escondidos. Las descripciones me parecen acertadas, con pocas palabras las muestra de manera muy clara. También me ha gustado cómo nos ha engañado (no mentido) con lo de las petacas. He tenido que volver al principio porque juraría que se mencionaba que tenían licor o algo así. Pero no, así que muy bien escondida esa parte. Como nota negativa, esas tildes perdidas que ya te han señalado (sí, qué, cómo…) que afean un poco el conjunto, por lo que la nota final es:

★★★☆☆

(3 estrellas)

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Invierno
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Poblador desde: 21/09/2010
Puntos: 903

Hay un claro problema con las tildes y alguna que otra falta. Nada que no se pueda solucionar con práctica y repaso. Por lo demás, me parece bien escrito. Interesante esa ambientación, y bien descrita la acción, con muchos detalles (en cierto momento, igual demasiados), con un estilo bastante peliculero (en el mejor sentido). Un relato muy entretenido, la verdad. Se lleva tres estrellas por mi parte.

★★★☆☆

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Sanbes
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Poblador desde: 16/10/2013
Puntos: 1273

Gracias Invierno por la opinión.

La verdad es que ya me he puesto manos a la obra para solucionar mis problemas con la ortografía. Se agradece que me las hayais señalado.

También veo que más de uno me indica que he descrito demasiado, jeje. Lo repasaré y miraré de mejorarlo para que no se haga demasiado pesado.

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L. G. Morgan
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Poblador desde: 02/08/2010
Puntos: 2674

Muy buena historia. Un relato completo que me ha gustado mucho, con personajes bien dibujados. Yo no me esperaba el cambio de tornas al final y me ha parecido un cierre perfecto.

Como ya han comentado, problemas con las tildes y, de mi cuenta, un franco por flanco. Pese a ello, totalmente subsanable con un repasillo, 4 estrellas.

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Léolo
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Poblador desde: 09/05/2009
Puntos: 2054

Demasiadas faltas ortográficas y una evidente dejadez en la corrección del estilo lastran la que tal vez sea una de las historias más interesantes (aunque no por ello menos tópicas) de cuanto llevo leídas. Un relato que se disfruta y que merece un repaso por parte de su autor, ya que la sucesión de giros y la destreza narrativa del mismo son de los que dejan un agradable sabor de boca. 

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Un relato conciso, sencillo pero que funciona bien. Los puntos oscuros, a mi parecer, la falta de un buen pulido a la redacción (para solventar erratas y alguna frase que te ha salido terriblemente mal estructurada) y cierta descompensación entre la batalla final y el resto de la historia que creo que perjudica al ritmo.

Los puntos fuertes, lo bien que funciona en su sencillez aparente, lo bien sembrados que están los elementos para que todo converja al final y el ajuste de los giros narrativos. Esto de darle la vuelta al vampiro en el último momento debe de ser un sueño compartido por creadores varios (entre los que me incluyo).

Vaya, un relato de los de sota, caballo y rey, de los que conectan con el corazón del aficionado.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Relato correcto y bien escrito, aparte los fallos ya comentados. Tres estrellas:

 XXX

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Belagile
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Poblador desde: 09/12/2013
Puntos: 829

En mi opinión, el titulo sugiere un planteamiento mucho más interesante de lo que acaba siendo en realidad. Si pudiera le daría 4 estrellas al titulo y 2 al relato, pero como no se puede, entonces le doy 3 estrellas al conjunto. Creo que los párrafos están mal separados y hace que la historia vaya a trompicones. Pero no está mal.

Giny Valrís
LoscuentosdeVaho

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Dersu
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 343

Errores de ortografía aparte, poco que reprochar al texto dentro del planteamiento poco original en que se mueve. Resulta eficaz, entretenido, con ritmo, personajes bien definidos y los giros argumentales funcionan.

3 estrellas.

¡No disparen, soy gente!

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