Javier

Varios mensajes habían escuchado ya Solano y su esposa en el teléfono, pero no se atrevían a contestar; estaban conscientes de lo que era: su hijo Javier había lastimado severamente a la novia. No era una situación nueva y cada compromiso finalizado con ese tipo de incidente les confirmaba lo que no querían aceptar.
Pero al parecer el caso de Fátima fue más acentuado. El propio Javier la llevó esa tarde para el centro médico y después llamó a los padres de la muchacha. Estos, desde el hospital, no cesaban en el intento de comunicarse con Solano y Gretha.
Ellos mismos no sabían en esos momentos donde estaba su hijo. Ambos caminaban en círculos por toda la sala de la casa y recorrían la vida de Javier en sus mentes. Especialmente a partir del día que resbaló cuando daba sus primeros pasos; se golpeó muy fuerte la rodilla y salió un hilillo de sangre que de inmediato cortó su llanto de dolor; él amasó con las manitas el viscoso líquido antes de llevárselo a la boca y mostrar un goce tremendo.
Cuando tenía cuatro años ocurrió el accidente; todos gritaban de espanto mientras intentaban salirse de los dos ómnibus que habían colisionado. Gretha se arrastraba a la puerta apretando muy fuerte a su hijo envuelto en sangre. Javier, por el contrario, disfrutaba del momento e intentaba abarcar con sus manos la mayor cantidad de sangre para humedecerse los labios.
Después, ya con diez años, Javier descubrió con claridad el tremendo placer que sentía al probar su sangre, provocando esto múltiples acciones de auto agresión; que lograron ser controladas con la compra constante de mascotas, este disfrutaba matándolas y bebiendo la sangre.
Varios psicólogos habían coincidido en el padecimiento del muchacho, conocido como síndrome de Renfield. Pero ambos padres no lo aceptaban e intentaban integrarlo cada vez más a la vida social; y la alegría fue tremenda cuando llegó la primera novia, a los catorce años.
Una tarde el grito de la muchachita los hizo correr hasta el portal, Javier le había dado un tremendo mordisco en el labio mientras se besaban, y por supuesto que allí terminó el primer noviazgo.
Pero como buen mozo al fin, continuaron apareciendo enamoradas a medida que el joven crecía.
Algunas lo abandonaban desilusionadas por su actividad sexual, sin ni siquiera imaginar el esfuerzo de Javier por no lastimarlas. Otras, más complacidas en ese aspecto, no podían soportar la «sádica» manera del joven, que necesitaba de al menos un arañazo para lograr una verdadera excitación erótica.
Una solución puntual de Solano y Gretha, recomendada por especialistas, fue buscar un pueblo pequeño de campo, quizás allí podrían desviar la atención de Javier con otro tipo de actividades.
Pero la voz se corrió entre las jóvenes, ¡un muchacho de la ciudad! Y alguna se decidió a iniciar una relación con él. Como lo hizo Fátima, incluso sin la aprobación de sus padres.
Ellos, ahora en el hospital, rezaban por la recuperación de su hija que no había podido detener a Javier mientras tenían sexo, y entonces las mordeduras y arremetidas físicas de este alcanzaron un grado superlativo, al extremo de poner en peligro la vida de la joven.
Solano y Gretha llegaron al hospital preocupados por la muchacha, y al mismo tiempo por su hijo; ¿dónde podría estar? Allí también estaban dos agentes policiales que de inmediato los atacaron con preguntas.
—En realidad no sabemos oficial, y nos asusta —decía Gretha.
—¿Por qué ese espanto señora?
La pregunta no pudo ser contestada, dos médicos inquirieron por los familiares de Fátima. Y se retiraron con la pareja, dejándolos a todos en una tremenda tensión; ni los policías, ni los padres de Javier se atrevían a hablar.
El silencio fue roto por unos gritos que se escucharon en todo el piso. La joven había muerto.
Gretha se desmayó y Solano se lanzó a su lado en un intento de reavivarla; uno de los policías hizo señas a dos enfermeros mientras el otro se comunicaba con la central para notificar la búsqueda de un asesino.
Javier, por supuesto ausente de todo esto, recorría la ciudad en busca de más sangre, ya había cercenado varias veces su cuerpo, pero los deseos crecían. Cruzando un parque divisó una pareja que caminaba besándose a la sombra de los árboles.
El golpe en la cabeza del muchacho fue tremendo, y casi al instante se abalanzó sobre ella. La joven no atinó a nada, un hombre envuelto en sangre la aporreaba y la violaba y ella era incapaz de gritar para pedir ayuda. De la cortadura en el rostro se «alimentaba» mientras penetraba sin extenuación a la muchacha, que lo dejaba hacer sumida en el pánico. Después la mató; y también al novio.
A Solano y Gretha la policía les ordenó que fueran para su casa, por si Javier iba para allá. En tal caso estaban obligados a comunicarse con un número de teléfono específico y lo principal; retenerlo allí.
—¡No pudimos evitarlo Solano! ¿Y ahora?
—No tenemos que compararlo con los personajes de esos libros —le respondió el marido señalando hacia un estante que colgaba al lado de la ventana—, pero los dos sabemos lo que está pasando.
Cuatro mujeres y un hombre había matado ya Javier, un arranque esquizofrénico lo había dominado, y el control ya no estaba en sus manos. Sangre necesitaba él, y la buscaba sin parar.
De la misma manera se organizó un repliegue policial por todo el pueblo, además se comunicó por la radio la necesidad de que las muchachas jóvenes no salieran a la calle, ni siquiera acompañadas.
El desespero de Javier crecía, la sangre que cubría su cuerpo ya estaba seca y no sentía el mismo sabor ni deleite. Entonces recordó a Fátima, el hospital… ¡Claro, el hospital! Allí podía encontrar sangre… Y allí también lo esperaban.
La furia de la gente por aniquilarlo no cesaba; y trasladarlo durante todo el proceso fue bien difícil.
Como también lo fue el juicio.
—¡Cinco muertos en una noche su señoría! Pienso que todo está muy claro —palabras casi constantes de la fiscal que llevaba el caso.
—¿Y los problemas mentales? ¿No se tendrán en cuenta? —refutaba la defensa.
Uno de los psicólogos que había tratado a Javier en alguna oportunidad solicitó permiso para mostrar varias imágenes sobre el vampirismo, conocido en el mundo desde los inicios de la Edad Media, o quizás antes.
—Mi intención no es para nada justificar lo que ha hecho Javier, pero sí quiero demostrar que está enfermo —comentó e hizo una pausa para mirar al jurado—. La decisión queda en sus manos.
Cuadros, retratos y crónicas periodísticas de famosos personajes de la historia se pasaban por toda la sala; algunos conocieron a Elizabeth Bathory, la llamada «Condesa Sangrienta» dentro de la aristocracia húngara del siglo quince; otro húngaro fue tema de comentario, Bela Kiss, en cuya casa fueron descubiertos veinticuatro cadáveres conservados en alcohol a mediados de la segunda década del siglo veinte. El brasileño Marcello Acosta de Andrade, la mexicana Magdalena Solís, y otros.
—Creo que todo esto deja bien claro que Javier no es el primer caso de vampirismo —así concluyó el doctor.
Más de una semana se esperó por la sentencia del jurado. La mañana en la que se conocería la sentencia los pasquines de perdón se imponían a los de condena frente al edificio del tribunal. Y la tensión se desbordaba en la sala.
Pidieron a todos ponerse de pie para la entrada del juez, que se asombró al no ver al reo, e inquirió enseguida por él.
—Dos guardias ya fueron enviados a la celda —le aclaró el secretario.
—Pues que vayan otros —orientó el magistrado.
El silbido se escuchó bien alto. Los primeros soldados estaban picados y mordidos bruscamente, muertos.
El reo se había escapado.