Borja abre los ojos a una claridad molesta, con pereza, mira el reloj; son las cinco de la tarde. Su cabeza le duele como si cien enanos la golpearan desde dentro con martillos puntiagudos; tiene una de las peores resacas de su vida. Intenta recordar la noche de ayer, como lo intenta casi todos los domingos, pero esta vez tiene suerte; el recuerdo es excepcionalmente claro. Recuerda que sale de fiesta y, cansado de los mismos lugares de siempre, decide vivir una aventura. Vestido de negro de los pies a la cabeza, con unos vaqueros ceñidos y la camisa de los funerales, Borja, va a un bar gótico. Recuerda como se encamina hacia allí con miedo y aprensión. No frecuenta esos lugares. Él es un chico bien que va sitios de gente bien, no a bares de mamarrachos, drogadictos, ni invertidos. Piensa que los góticos son gente rara y peligrosa, inadaptados, gente de barrio bajo, sin clase ni dinero. Pero aun así representa la aventura, el fin de la monotonía y Borja, como todos, necesita hacer alguna locura de vez en cuando.
Llega al bar y entra, se queda asombrado del tipo de gente que hay ahí; tipos altos, delgados y pálidos, vestidos de negro de la cabeza a los pies. Las mujeres en cambio son la sensualidad pura: faldas muy cortas o pantalones muy ajustados, corsés, medias de fantasía y piercing juguetones en las labios y lengua. Abrumado por tanta novedad, por el ruido rítmico y ancestral de la música, se acerca a la barra; pide un chupito que engulle de un trago y una copa de bourbon. Intenta bailar, integrarse en el ambiente, al segundo whisky, no se sabe cómo, pero está hablando con una belleza salida de un cuento de Poe. Una preciosidad maquillada de blanco y unos colmillos de vampiresa asomando entre unos labios carnosos.
Todo esto recuerda Borja. Recuerda aún más, como van a hostal, como juguetona y desvergonzada, recorre cada centímetro de su piel, sin tan siquiera quitarse los colmillos ni aun para jugar con las partes más intimas y recónditas de su cuerpo. Esa mujer es la lujuria y el misterio, gestos tranquilos y medidos pero decididos y directos a las zonas de placer. Borja recuerda destellos de una noche de sexo salvaje y prohibido en medio de una bruma de licor. Y al acabar ella se va. Nada le dice ni le pide, ni teléfono, ni e-mail. No hay adioses, ni un ¿te volverse a ver? o un ¡llámame mañana!. Sencillamente desaparece, misteriosa, solitaria, tan sólo deja tras de sí un nombre que Borja intuye falso; Tatiana. Y luego, en su soledad pasmosa, el júbilo del sexo celebrado con otra copa, u otras dos, o quizá cinco, los recuerdos se hacen borrosos, luchando en su cabeza con un dolor cada vez más pronunciado.
Por fin, con los sentidos embotados y el estomago revuelto se levanta de la cama. Va al baño, donde ve su rostro en el espejo, un rostro pálido y ojeroso. Se encuentra mal, sí, pero no solo por la bebida, algo en su cabeza le atormenta. En el fondo de su ser su conciencia de niño bien se revela contra lo que hizo anoche. Se acostó con una completa desconocida, con alguien de quién no sabía nada. Ese no era él, ese no era Borja. Él era un hombre educado y con clase, alguien que no se acuesta con desconocidas en la primera cita. “La tía de ayer era una guarra, una de esas que, casi sin mediar palabra, se lleva al primero que pesca a la cama y se larga sin decir nada. A saber a cuántos y a quiénes se habría tirado”. Borja empieza a sentirse mal, los remordimientos y el miedo le asaltan. Se encuentra mal, quizá no sea sólo el alcohol, quizá esa tía le haya pegado algo raro, ladillas o algo peor. “¿Qué clase de mujer es esa que ni tan siquiera te da su nombre? ¿Qué degenerada sale a la calle disfrazada de vampiresa y no se quita los colmillos ni para hacer el amor? ¿Quién aguanta semejante incomodidad sólo por morbo?” Un miedo atávico e irracional asalta a Borja, “¿Y fuese una vampiresa de verdad? ¿Qué otra explicación hay?” Borja se pone nervioso, empieza temblar y un ligero sudor frío le invade. Algo oculto en su mente sabe que ha hecho mal y le tortura con el miedo. Borja sacude la cabeza. “No, no puede ser, eres un hombre adulto. Los vampiros no existen y lo sabes, deja de pensar tonterías, siempre que bebes piensas tonterías”
Borja intenta olvidar, intenta que su día transcurra con normalidad. Pasa el resto de la tarde viendo la tele, intentado alejar pensamientos oscuros de su mente y luchando contra el malestar y la jaqueca que le aprisionan. Cuando empiezan las noticias se da cuenta de que son casi las nueve de la noche. Se ha levantado a las cinco y el día se le ha ido volado, ni tan siquiera ha comido, no le entra nada en el estomago. Entonces una nueva chispa de oscuridad aflora en su mente; se ha levantada tarde, muy tarde y no ha sentido hambre. Sabe que los vampiros se levantan tarde y que no se alimentan si no es de sangre. Movido por un impulso estúpido corre a mirarse en el espejo. Sus colmillos son normales, pero su rostro sigue pálido y ojeroso. Casi sin querer, obedeciendo a sus impulsos más que a la razón, acaba consultando foros y blogs sobre vampiros, hombres lobos y otros seres oscuros. Descubre asustado que cuando se hace el amor con un vampiro el humano se transforma también en vampiro. Se asusta más aún y empieza sudar. Sabe que usó condón y que por tanto nada puede pasarle “¿O sí? ¿Es totalmente fiable? ¿Podría un condón protegerte de un vampiro? Si es un virus lo que causa el vampirismo tiene que ser un virus terrible, tan terrible que a lo mejor una fina capa de plástico no es capaz de contenerlo” Sigue leyendo, asustado, historias de hombres enterrados con ladrillos en la boca, mirando hacia abajo, con hierros atravesándoles el pecho. Sabe que toda leyenda tiene su viso de verdad y empieza a asustarse de veras. ¿Y si se ha infectado? En medio de un terrible nerviosismo decide irse a la cama, es tarde, la madrugada ha avanzado bastante. Mañana será otro día y su cerebro, libre de resacas, se habrá desecho de pensamientos y temores estúpidos.
Ya en la cama sueña, sueña que despierta convertido en vampiro, nota como al pasar la lengua por sus dientes los colmillos son largos y afilados, tan afilados que se hace un corte en la lengua. Empieza a sangrar y a beber ansioso su propia sangre. En medio de ese sueño busca asustado un espejo, pero éste no devuelve su reflejo. Suda, corre en su cama y se agita histérico. A pesar de no ver su reflejo en el espejo sabe que ha cambiado, que no es el mismo, que es un ser salvaje y sanguinario, un depredador sediento de sangre. Rojo, todo en su sueño se vuelve rojo, ríos de sangre le rodean, sangre que cae deslizándose por la paredes, sangre que brota de los grifos, que sale a borbotones de los desagües y el retrete. Ese humor carmesí, ese olor dulzón, esa pestilencia de coagulo viscoso le invade penetrando por su nariz. Grita, grita y se despierta asustado, envuelto en sudor y con el corazón saliéndose del pecho. ¡Un sueño!, ¡sólo ha sido un mal sueño!, Borja intenta aplacar su nerviosismo y dormir de nuevo.
Amanece para Borja, otra vez a las cinco de la tarde y con mal cuerpo. Sigue sin encontrarse bien del todo. La noche ha sido agitada; una noche de pesadillas y horrores, una noche de visiones espantosas. Pero no solo está agitado por los productos delirantes de su mente, tampoco se encuentra bien físicamente; tiene frío y está algo mareado. Su cabeza aún tiene un dolor sordo que se resiste a desaparecer. Se dirige hacia el baño, con miedo, con un miedo que, acurrucado en un rincón de su mente, dirige sus pensamientos. Se mira de soslayo al espejo.; su rostro aún se refleja, Borja suspira aliviado aunque no le gusta lo que ve. Sigue pálido y sus ojeras crecen. Tiene mal aspecto, el aspecto de un hombre enfermo. Tiene frío y se encuentra débil. Decide que debe comer algo. Ante el vacío que llena su nevera se viste y baja al bar de enfrente. Pide un bocadillo de morcilla y se lo come con el ansia de una persona que lleva más de treinta horas sin apenas probar bocado. Disfruta embelesado del sabor de esa masa, caliente y especiada, que se forma en su boca. Al acabar de comer un sobresalto invade su mente. “¡Morcilla! He comido morcilla ¡Maldita sea! ¡Sangre!, frita, sí, pero sangre. ¿Qué me ha llevado a pedir morcilla, ¿Por qué no unos calamares?” El miedo, casi ya el pánico, vuelve a invadir su mente. La situación comienza a desbordarle, se está obsesionando con algo que no tiene sentido, pero aun así no puede evitarlo. No es dueño de sus pensamientos y el miedo a convertirse en vampiro se ha anclado en su mente. Puede que sea un miedo sin sentido, irracional, pero los miedos no siempre obedecen a la razón, y la mente de Borja está sucumbiendo al pánico. Su inconsciente ha tomado el control y la razón de Borja es incapaz de hacerle frente. De nuevo en su casa intenta tranquilizarse. No se siente a salvo, tiene miedo de sí mismo, de lo que habita en su interior. Tiene miedo de transformarse en un monstruo, de sufrir las consecuencias de unos actos poco recomendables. El miedo y el remordimiento se alían contra él. Necesita distraer su mente, sus miedos, dejar que la sensatez recupere de nuevo el control. Intenta distraer sus pensamientos, y para ello, lo mejor que se le ocurre es empezar a ver pornografía. Un instinto primario como el sexo debe poder de vencer a otro tan primario como el miedo. Funciona, rápidamente se excita, tanto que casi sin querer empieza a tocarse, cuando se da cuenta lleva ya un buen rato. Es una tras de otra. En ese momento el miedo contraataca; un centelleo de memoria aparece en su cabeza, ayer leyó en un foro que los vampiros son muy promiscuos. La angustia vuelve a su ser. Debería estar contento por su potencia, no preocupado por ella. Pero aun así se asusta, se viste apresuradamente y comienza a andar nervioso por la casa. Mil ideas inconexas pasan por su mente. Ideas absurdas sobre vampiros, sobre enfermedades que se transmiten sin saber como, ideas de culpa por fornicar con desconocidas, por juntarse con gente extraña. Impulsivamente coge una botella del mueble bar y echa un trago de whisky que le quema la garganta. Cree encontrarse algo mejor y toma otro trago, una copa siempre viene bien para templar los nervios. Quien dice una copa, dice media botella. Esa noche Borja vuelve a acostarse borracho.
Borja amanece, tiene mal cuerpo, le duele la cabeza y está cada día más pálido y ojeroso, el whisky de ayer le ha hecho poco bien. Tiene hambre; descongela en el microondas un filete, y lo hace a la plancha.. Disfruta de la carne, carne tierna que se deshace en su boca, se deleita con el jugo que suelta la ternera, moja el pan en ese liquido sanguinolento de la carne poco hecha y lo saborea como un manjar. Cae en la cuenta, ha vuelto a probar la sangre, está vez sangre liquida. Y la ha disfrutado. No es grave, no debería ser grave, a mucha gente le gusta la carne poco hecha. Pero no a él. Siempre le ha parecido una guardería, algo asqueroso más propio de lobos que de hombres. Asqueado, se lava los dientes, con energía, intentado exorcizar el asco y el miedo. Intentado limpiar algo más que su dentadura, casi intentando conjurar algo sucio, algo maligno. Al escupir la pasta ve sangre en su esputo. Se mira preocupado al espejo, las encías que rodean sus colmillos están sangrando. Mira fijamente sus caninos, no cabe duda, son ligeramente más largos que ayer; están creciendo y él se está convirtiendo en un vampiro. Su aspecto no deja lugar a dudas, sus dientes son más largos, su piel más pálida, está ojeroso e incluso el blanco de sus ojos tiene un marcado color rojizo, con venas que lo surcan en todas direcciones. Además esta su exigua dieta de los últimos días; la morcilla, el filete sanguinolento... A Borja ya no le cabe duda, se está transformando en vampiro; no es fácil asumirlo, nota como se marea, como la tensión sube, como su sangre golpetea sus sienes; le cuesta respirar, está al borde del ataque de ansiedad. Su cabeza es un torbellinos de pensamientos desordenados, una cacofonía de miedos y temores. Un sudor frío recorre su cuerpo tembloroso. El pánico se apodera de él, se encuentra mal, sabe que la muerte le acecha, que tiene que morir para ser un no muerto. Tiene miedo a morir. En un impulso salvaje vuelve a coger la botella y bebe, bebe como un animal. Se imagina convertido en vampiro, se imagina sin poder volver a ver la luz del sol, sin ver a su familia, se imagina matando a los suyos, haciéndoles daño, se imagina vivir una eterna soledad, ser un ser maldito, rehuido por todos, odiado. El terror y la desesperación alcanzan un punto que Borja ya no soporta, ya no teme la muerte; teme la resurrección.
Solamente queda una salida.
* * *
Es sábado por la mañana, Luisa está sentada en la cocina de su humilde apartamento. Sobre la mesa tiene abierto el periódico y en mano sostiene una taza de café. Está contenta de no haber tenido que madrugar, cada vez le resulta más insípida su vida diaria y ese insulso trabajo de administrativa. Distraída lee el periódico; una noticia llama su atención:
“Supuesto vampiro encontrado muerto”
“Ayer se encontró el cadáver de un joven llamado Borja. J. L. El finado fue encontrado en su casa con la pata de una silla clavada en el pecho. Según una nota de suicidio pensaba que se estaba transformando en vampiro y decidió poner fin a su vida para evitarlo. Al parecer el joven rompió una pata a una de las sillas del comedor, tras llenar su boca de dientes de ajos, se dejo caer sobre la punta astillada de la improvisada estaca haciendo que ésta se le clavara en el corazón. Fuentes medicas señalan que el joven presentaba, no sólo grandes cantidades de alcohol en sangre, sino restos evidentes de haber estado bebiendo de forma compulsiva en los últimos días. El aspecto del joven era blanquecino y demacrado, al parecer debido una inadecuada alimentación y el abuso del alcohol. Lo más sorprendente del caso es que al parecer sus colmillos si presentaban una longitud ligeramente superior a la media. El equipo medico cree que puede ser fruto de una fuerte autosugestión, al parecer el paciente era fácilmente impresionable y estaba diagnosticado como hipocondríaco”
Luisa se rió y cerró el periódico.
—La gente está mal de la cabeza, —pensó.— En fin. lo mejor es disfrutar un poco de la vida, a la porra malas noticias y a la porra esa mierda de trabajo. ¡Hoy es sábado y toca divertirse!. ¡Preparaos chicos, una noche más Tatiana sale de caza!
Buenas.
En general me parece original la perspectiva que tiene este relato de exponer el vampirismo.
Sin embargo creo que hay muchas frases mal estructuradas, comas que son puntos y puntos que no están, así como palabras y expresiones que se repiten constantemente y ahogan al propio texto.
Es sí es una historia simple, sencilla, bien estructurada y con un final algo cómico pero que podría haber estado más logrado.
No me ha entusiasmado mucho, pero animo al escritor a seguir por ese camino, puliéndolo un poco creo que saldría un buen relato.
Le doy 1 estrella.
Giny Valrís
LoscuentosdeVaho