Creemos que hemos derrotado a los monstruos, que hemos acabado con ellos o los hemos recluido a los rincones despreciados por la civilización. Ya sólo somos capaces de imaginarlos ocultándose en un sótano oscuro o en la azotea de una casa ruinosa, en un paraje apartado, rebosante de naturaleza y olvidado por el hombre, o en un pasado remoto, cuando la humanidad era joven y estaba dominada por miedos y supersticiones. Pero nos equivocamos. Nos han dominado desde siempre: en un principio fueron figuras amorfas e inefables que se arrastraban por el fango, obligando a nuestros ancestros a refugiarse en cuevas; luego, dioses mitológicos, santos y demonios, criaturas góticas en lo alto del campanario… Y ahora, que a través de películas y novelas, de la ciencia y la tecnología, nos han convencido de que no existen, continúan sometiéndonos. Tan solo se han reciclado y, al frente de las nuevas estructuras de poder, permanecen al mando. Ellos son los depredadores y nosotros las presas.
No soy una persona importante, he trabajado toda mi vida en el servicio de mantenimiento de una empresa de impresoras. Tampoco soy muy espabilado, nunca he destacado en nada. Sin embargo, hace poco pasé por una experiencia que me permitió expandir mi perspectiva de la realidad.
Mi jefe de equipo me había mandado a un servicio en los Edificios Inteligentes: un bloque de oficinas que es sede de importantes empresas e instituciones públicas de Pamplona. Pasé el registro y subí en ascensor a la quinta planta, como me habían indicado. Al entrar en la amplia sala desde el pasillo, tuve una agradable sorpresa: Juanma, un buen amigo del instituto al que no veía desde hacía años, estaba sentado en uno de los cubículos de trabajo. Fui a saludarle alegremente, pero él miró mi mono de trabajo y mi caja de herramientas con autosuficiencia, y me respondió con frialdad. No podía creerlo, después de compartir nuestras primeras noches de fiesta, nuestros primeros tímidos escarceos con las chicas, ahora me trataba así; precisamente él, tan idealista y comprometido con entidades y fines sociales de joven, se había vuelto un elitista por haber conseguido un triste puesto de “ayudante ejecutivo” –que es como decir “secretario” con palabras importantes–.
Con cierta amargura, dejé que uno de sus compañeros me guiara con igual gesto apático hasta un cuartucho donde guardaban el material de oficina. En uno de los estantes reposaba la destructora de documentos que me habían enviado a reparar. No me costó sacar el fajo de papeles que se habían atascado; algún inútil los había metido sin soltar la grapa. Con la idea de escaquearme un rato del trabajo, me puse a echarles un vistazo.
Lo que leí me dejó helado, no tanto por lo que decía como por lo que sugería. Metí los documentos en mi caja de herramientas, para releerlos más tarde, y salí del cuartucho, tratando de disimular la impresión. Al pasar frente a la puerta de un despacho cerrado, adornada con la placa de “Gerencia”, la voz tranquila y aterciopelada, casi ronroneante, que hablaba por teléfono al otro lado, me produjo un escalofrío, sin saber por qué. Observé a Juanma que, con gesto aburrido, repasaba las noticas internacionales. “Masacre de la etnia rohingya en Birmania”, decía el titular: fotos de cuerpos calcinados en hileras interminables, un trabajador arrojando los despojos de un niño sobre una montaña de cadáveres, y Juanma reprimiendo un bostezo. Afortunadamente nadie me hizo caso, o habrían notado mis ojos desorbitados y la palidez de mi rostro.
**********
Nada más acabar mi turno, me fui a mi apartamento en el Casco Viejo de la ciudad. Después de cenar, me metí en la cama, pero no podía dormirme. Con la luz de la mesilla como única compañía, releí los papeles que me había llevado a escondidas. Me pregunté si serían reales o alguna especie de broma estúpida de un oficinista aburrido. Me daba la sensación de que contenían más de lo que parecía a simple vista, así que los repasé una y otra vez, compulsivamente, hasta aprendérmelos de memoria –como ya he dicho, no soy muy espabilado–:
“- …
- Muchas gracias, señor Barcos. Y ahora, haga el favor de proceder con sus cifras, señor Taberna.
- Muy bien. En cuanto al paro, siete mil cincuentainueve personas más se han quedado…
- Espere un momento. He dicho cifras, no personas. A partir de ahora, para nosotros todo serán números. Me da igual que estemos hablando de personas que de inversión, de ahorro energético o de prima de riesgo. Manejaremos cifras, y nuestro propósito será únicamente aumentar unas y reducir otras.
- De acuerdo, pero no entiendo el motivo de…
- Señor Taberna, he aceptado dirigir esta pequeña Joint Venture inspirada en el espíritu del Grupo Bilderberg porque coincido con sus objetivos generales. Sin embargo, creo que no solo mi trayectoria profesional avala holgadamente mis técnicas, sino que además en mi contrato se estipula expresamente que ustedes se ceñirán a mi metodología de trabajo.
- Sí, por supuesto, disculpe. No quería importunarle.
- No se preocupe, no lo ha hecho. Si cualquiera de ustedes lo desea, una vez finalizado este meeting puedo pasarles varias publicaciones enfocadas a alcanzar la eficiencia corporativa, en las cuales se basa mi terminología. Se trata de estudios diseñados por las más prestigiosas universidades y centros de desarrollo empresarial del mundo anglosajón. Pero ahora, si es tan amble, prosiga con sus cifras.
- Por supuesto. Como decía, el paro se ha incrementado en siete mil cincuentainueve… en un dieciséis coma noventaiuno por ciento y los salarios en convenio han decaído un uno coma tres. El PIB ha decrecido en un uno coma ocho por ciento y el IPC ha aumentado en un tres coma cinco. El dato más alarmante sería el de construcción de viviendas, que ha descendido un cincuentaisiete coma cinco por ciento, con mayor incidencia en las VPO.
- Muchas gracias, señor Taberna, es suficiente. Me parece que resulta obvio para cualquiera de los presentes que nos encontramos inmersos en una crisis económica de carácter mundial, más acusada en España y, sobre todo, en su sector inmobiliario, debido a la comúnmente denominada “explosión de la burbuja inmobiliaria”. Y no en una “desaceleración de la economía”, como pretendían hacernos creer –pausa medida para risas comedidas–.
>> Pero, señores, tenemos buenas noticias. Ante nuestros ojos se abre un escenario inmejorable para nuestra ambiciosa iniciativa. IBM, General Electric, Procter & Gamble… Todas ellas grandes multinacionales fundadas en tiempos de crisis.
>> Señores, crisis significa oportunidad para aquellos que sean lo suficientemente hábiles para saber aprovecharla. Y no es un tópico, la historia está llena de ejemplos, como acaban de ver –pausa medida para aplausos comedidos– Bien, y ahora, para finalizar este meeting, procedamos con el ejercicio de team building que habíamos comentado. Señor Salinas, si es tan amable de dibujar los símbolos cabalísticos…
- Esto… ejem… Disculpe que le interrumpa pero… No es que quiera poner ninguna pega a su metodología, pero…
- ¿Sí? Adelante, señor Baleztena. Por favor, siéntase libre de compartir con nosotros sus inquietudes.
- No es que sea sólo asunto mío. Algunos hemos comentado que quizá… El caso es que no acabamos de ver claro todo esto del… ¿Cómo ha dicho que se llamaba?
- Team building. Construcción de equipo, si lo prefiere. Se trata de técnicas diseñadas para motivar a equipos de trabajo en un contexto de desarrollo organizacional.
- Bien… supongo. Pero, ¿por qué este ejercicio en concreto? ¿No podría basarse en otro tipo de… temática?
- Porque Asmodeo es demasiado desconocido y Mefistófeles demasiado conocido. Disculpen señores, chiste privado. El ejercicio está diseñado para este proyecto en concreto, para sus personalidades triunfadoras y dominantes, acostumbradas al mando y la competencia en lugar de a la cooperación, para maximizar nuestro rendimiento laboral y lograr la óptima consecución de los objetivos que tenemos por delante. Una vez más, si lo desean, cuando acabe nuestro meeting puedo pasarles un report en el que se detallan los pormenores de la construcción del ejercicio en cuestión. Además, les saldrá más barato en términos económicos, de salud y de su valioso tiempo que una concentración mensual para hacer puenting, paintball o rafting –pausa medida para risas esta vez más dubitativas– Y ahora, señor Salinas, si es tan amable, proceda a dibujar los símbolos en la mesa. Muy bien. Señor Alfaro, ¿ha traído el cuchillo de plata?
- Sí, aquí lo tiene. He seguido al pie de la letra sus indicaciones.
- Perfecto, justo lo que necesitamos. No le habrá resultado fácil conseguirlo. Señor Aizpún, ¿el cosmético?
- He traído sombra de ojos y pintalabios, no sabía por cuál decidirme.
- Da lo mismo, sitúe ambos en su lugar. No, en el otro extremo, junto a aquella runa.
- Yo tengo que poner aquí las criadillas de toro, ¿no es cierto?
- Exactamente. Señora Eugui, ahora el cuerno de chivo… ahí, perfecto. Señor Taberna, su sudor en el centro. Señor Baleztena, el anillo de plata y la vara de abedul. Y el resto, cada cosa en su lugar y en el orden especificado en el memorando. Muy bien, perfecto.
- ¿Es eso…?
- Ajá.
- Buaj, ¿y cómo te las has apañado para conseguir sangre menstrual de una virgen?
- No quieras saberlo.
- Señor Sarrasín, señor Manterola, aténganse a las instrucciones, por favor, nada de frivolidades. Eso es. En esta ocasión le ha tocado al señor Manterola “bailar con la más fea”, pero no crean que el resto van a librarse. La dificultad de los encargos se incrementará en cada sesión, y a los que hoy les han tocado tareas fáciles puede que mañana no tengan tanta suerte; todo dependerá de cómo se desarrolle el proceso, de las necesidades y objetivos de cada ejercicio. Muy bien, ya está todo dispuesto. Ahora colóquense alrededor de las runas de invocación según lo indicado y procedamos con el ritual.
- (Coro de voces:) “Azazel, invocamus. Da robur et munimen. Servi vestri sumus. Pretium accipias sanguine ac sudore lacrimas hostes. Qui insurgunt in nobis deleret. Fac nostrum vexillum invaluissent. Consequemur nostri metas pro vestra gloria maior. Et quid vis rursus exigit. Anima nostra tibi corpora vestra sumus te. Fac nobis vestrum instrumentis in impium dictitans terra. Pro victoria quaeritur de modo consequat. Ut sint vobis in novo orbe ablegat. Da robur et munimen. Azazel, invocamus”.
- …”
Me desperté justo antes del amanecer, con el corazón en la boca. Las imágenes del Acta de Reunión se habían mezclado con mis sueños: yo atado y amordazado en mitad de un pentagrama, mientras un coro de ejecutivos demoníacos tendían sus ofrendas a mi alrededor. El filo de una daga plateada se situaba sobre mi garganta y, entonces, me daba cuenta de que ya no era una persona, sino un número.
Medio amodorrado, me pregunté por qué no recordaba haber apagado la luz de la mesilla antes de dormirme. Aunque no sabía qué significaba, la invocación en latín no se me iba de la cabeza; y eso que tampoco se me han dado nunca muy bien los idiomas. Bostezando, busqué con la mano el fajo de papeles. Algo duro y viscoso a un tiempo me hormigueó en la mano. Notando una arcada subiéndome por el estómago, me levanté para encender la luz, súbitamente despejado. Un río de cucarachas nauseabundas recorría mi habitación desde la puerta hasta la mesilla, donde devoraban los documentos. Varios centímetros de espesor de cucarachas que se amontonaban y aplastaban unas a otras, un ejército de horror con un propósito muy concreto. Apenas capaz de pensar, salí de mi cuarto mareado y pegándome a las paredes para mantenerme lo más alejado posible de ellas. Aquel sendero negro, espeso y brillante como el alquitrán, retozaba borboteando a través del salón hasta salir por una ventana que tampoco recordaba haber abierto.
No sé qué clase de curiosidad morbosa me incitó a asomarme por otra ventana para buscar el origen de aquella monstruosidad; pero aún hoy me arrepiento, debí haber salido corriendo en ese mismo instante. Ahora ya es tarde, y temo que la imagen me acompañe cada noche mientras viva.
En mitad de la estrecha calzada había un hombre apuesto y de mediana edad, engominado y con traje negro de corte impecable. El torrente de cucarachas, con su labor de consumición ya terminada, salía de mi apartamento en el segundo piso, precipitándose en una avalancha orgánica hasta la calle. El hombre, si es que se le puede llamar así, abrió los brazos como quien abraza a un viejo amigo, y los miles de millones de cucarachas treparon sobre él y se introdujeron en su cuerpo por su boca, sus oídos, ojos, nariz y cada orificio a la vista. Por un momento, fui capaz de distinguir a través de su piel los diminutos cuerpos quitinosos que bullían en su interior, como verrugas movedizas. Después, la reabsorción finalizó y no quedó ni rastro de ellas.
De pronto, su mirada subió hasta encontrarse con la mía. Estaba a oscuras, lo observaba tras las cortinas, y el sol no se había levantado lo suficiente como para que su luz se asomara sobre los hacinados edificios del Casco Viejo y se derramara por su estrecha red de callejuelas retorcidas. No debería haberme visto, pero aun así lo hizo. Y el efecto que producían sus ojos… El horror dio paso a la fascinación, lo miré como se ve a un líder, una figura de referencia en un mundo inseguro, algo que era más que yo, que me permitiría parecer importante, aparentar ser más de lo que era. Su mirada condensaba el efecto de todos los anuncios, campañas de marketing y publicidad que había visto; una sonrisa de placidez se pintó en mi rostro.
El primer rayo del amanecer iluminó su cara, otorgando a sus ojos un brillo rojizo que no había notado, haciendo resplandecer una dentadura más desarrollada de lo que debería, volviendo evidente su palidez extrema de cadáver. El efecto fue apenas suficiente para que arrancara mi vista de la suya un segundo. Cuando miré de nuevo, había desaparecido, seguramente escabulléndose por algún callejón.
Sin pensarlo dos veces, llené una mochila con algo de ropa y útiles de aseo, salí de casa al borde del desmayo, saqué del banco todo mi dinero, y cogí un taxi hacia el aeropuerto de Noain. Volé hasta Barajas y, de ahí, tomé el primer avión a un país de habla hispana que salió –como he dicho, nunca se me han dado muy bien los idiomas–.
Estoy seguro de que únicamente la luz del sol me salvó aquella mañana. Sospecho que aquel ejército de repulsivas sabandijas estuvo buscando los documentos por toda la ciudad, hasta encontrarlos momentos antes del alba; de haberlo hecho un poco antes, me habrían devorado a mí también, antes de volver con su monstruoso anfitrión. Seguramente, ese ser mantenía sus reuniones con el plantel de incautos empresarios por la noche; casi puedo imaginarme las persianas de su despacho bajadas al máximo, aquella tarde en que lo escuché hablando por teléfono. Pero ese no es el único peligro al que me enfrento. Taberna, Barcos, Baleztena, Aizpún… familias rancias de Navarra, apellidos con carga política o grandes empresas motoras de la economía a sus espaldas. Me imagino a uno de esos “gerentes” en cada región, país y continente, influyendo en asambleas y juntas directivas, por todo el largo y ancho mundo; dominando a los poderosos y, a través de ellos, a nosotros, el vulgo, las masas descerebradas: una conspiración a nivel global. Eficiencia corporativa, margen de beneficios y, sobre todo, la tan comentada crisis económica mundial; esas son sus armas ahora. Lo importante son los números, no las personas.
Y, sin embargo, al dotar de coherencia a mis miedos, no puedo evitar preguntarme si mi razonamiento es sensato, o sólo lo origina una paranoia provocada por aquella aberrante experiencia. Porque si de algo estoy seguro es de que no se trató de un sueño, no fueron los delirios esquizoides de una mente enferma. No, eso no… Por favor…
En estos momentos, mientras escribo estas líneas, me encuentro en un autobús, recorriendo la Carretera de la Muerte, rumbo al altiplano boliviano. Mi intención: perderme en el escondrijo más recóndito del planeta. No me preocupa de qué viviré, me da igual dónde duerma y lo que coma, con tal de que nunca me encuentren.
Pero no tengo muchas esperanzas, ¿acaso queda algún lugar del planeta a salvo de las grandes corporaciones, de las empresas multinacionales?
Mitología, religión, arte, ficción, ciencia, tecnología y ahora política, medios de comunicación y mundo empresarial. Antes podíamos defendernos, sabíamos que estaban ahí, que debíamos escondernos cuando salían de caza, por qué había que tenerle miedo a la oscuridad. Ahora somos sus títeres, nos han manipulado durante siglos, anulando nuestra voluntad, puliendo nuestra cornamenta, hasta reducirnos a ganado. Ellos son los depredadores, se alimentan de nuestras mentes, nuestra empatía, nuestras almas y nuestros cuerpos, dependiendo de lo que les resulte más conveniente. Nosotros, las presas.
Relato muy bien escrito. Lo he seguido bastante bien, a excepción, almenos en mi caso, de la parte de la reunión privada. Me gusta la pesadilla que tiene, en la que se encuentra de pronto atado y rodeado por esos jefes monstruosos que planena sacrificarlo; y creo que si esa parte hubiera seguido este rumbo, es decir, con el protagonista estando presente en los hechos y sin desaparecer de golpe, hubiera quedado mucho mejor en la historia.
La parte de las cucarachas comiéndose los papales y el ser en mitad de la calle me ha gustado mucho, al igual que el principio, que me ha parecido bastante original tener un protagonista que encuentra unos reveladores documentos al ir a hacer su trabajo.
Pero encuentro algo que ya no me gusta tanto, y es el tema del relato. Creo que no es nada nuevo poner a los altos mandamases del mundo (y no digo políticos, me refiero a los de las reuniones del club bilderberg, como bien se señala aquí, jeje) de monstruos que nos gobiernan y nos llevan por el camino que quieren llamándonos la masa sucia y todo eso. Y se hace tanto hincapié en eso en este relato que lo termino viendo más como una queja social que un relato sobre el vampirismo.
De haber tenido un punto de vista distinto, o al más original, le hubiera dado más puntuación, pues la escritura y algunos trozos me han gustado mucho, pero basándome en lo que he dicho, le doy finalmente 3 puntos. ***