El Clan

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Omargonzalez
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EL CLAN

Siempre una flama

 

Toda historia comienza por decir la verdad, pero no toda historia la contiene; ya sea relativa, absoluta, material, subjetiva, nunca lo es. Son fragmentos de ella, de una lejana posibilidad de pertenecer al mundo de la realidad y lo tangible, residuos deformados de nuestras percepciones, de nuestra propia intención y ambición para traslucirse, inquietar su contenido en palabras y párrafos.

Mi verdad, será para ustedes, fisgones y curiosos lectores de narraciones ficticias, la más grotesca y aberrante, no obstante, la más sublime y hermosa; puesto que siempre querrán imaginar y sentir su posición activa en todo relato, encontrar en simulados escenarios de elevada ilusión: metáforas, reflexiones, acerca del sentido práctico de las cosas que nos rodean. Si bien, hoy en día, se da por entendido que el protagonista desea narrar sus banales; insignificantes y habituales experiencias; así como sus épicas hazañas, transcendentales sucesos magnificados; bizarras vivencias de surrealistas ensueños; encuentros con lo intolerable volcados en trágicos acontecimientos. No habrá más que una interna aspiración de expresar, a través de bellas letras, la intrínseca, personal y egoísta visión de sus propias sensaciones suprasensibles arrebatadas de reminiscencias, recuerdos, fantasías, de él mismo o de otros, transformándolas en hermosas frases y oraciones, obvio, censurando algunos párrafos innecesarios, editado para el hipócrita público actual. Finalmente impresas en superficiales escritos con la única encomienda de formar parte de las gigantes estanterías consumistas del mercado sensacionalista del arte.

Por las razones anteriormente descritas esta extraordinaria aventura, parte biográfica, parte argumento, y mayoritariamente, descripción de increíbles eventos; no pasará de ser leída por algunos cuantos: selectos, elegidos por la misma obra. Puesto que la verdad aquí vertida, mi evidencia, será inverosímil para las pobres mentes afectadas por su obcecada búsqueda de limitadas y simuladas realidades; no podrán comprender la magnitud de contar sobre una vida que inicia, pero que jamás termina. La insoportable abulia, el inclemente hastío de la existencia que nunca cesa es mi eterna condena. La inmortalidad, descrita para los mundanos como poderosa, divina y sagrada, como sus miles de dioses imaginarios puestos en el firmamento nocturno; su luz gloriosa representada en el disco solar y en todo su rededor, etéreo místico lleno de mentiras pero yacente en el fulgor de sus almas vacías y desconsoladas. Ese gran misterio, la eternidad, explorada, perseguida, deseada con ferviente anhelo por sus ávidos espíritus, mas abandonada y desistida por sus endebles cuerpos. 

Para mí, Ziusudra, Amsi, Elián de Assuán, de Alejandría, Fabius Cicero de Cartago, fray Antoine Chéreau, Señor Antonio Hernán, “big Tony” y finalmente “Ziggy”; con todos mis nombres, apellidos, apelativos, toponímicos y seudónimos, la perpetuidad es el único significado que describe mi sempiterna aflicción. No sé, ni me interesa, el parecer de mis hermanos, sus opiniones y estados anímicos, pero para mí, interiormente, en lo más íntimo de mis solitarios pensamientos, la permanencia constante de mi esencia, más que un insondable océano de lágrimas, es la tristeza y melancolía de este ser con espíritu atormentado por una promesa de muerte que jamás llegará.

Desde mi enigmático origen, mi alumbramiento en aquella ciudad sumeria, perdida para siempre, sepultada bajo las dunas del piélago del tiempo; hasta el día de hoy donde me encuentro escribiendo estas líneas, todavía derramo el llanto amargo y desgarrador, inextinguible. Desembocado por mis irritados ojos, cayendo al unisonó de mis lamentaciones y clamores que siempre serán escuchados sólo por mis oídos; sonidos encerrados en una perpetua agonía. He visto a todos mis seres próximos, los más queridos y deseados, crecer, envejecer y fenecer inevitablemente, mientras que la felicidad de pertenecer a la eternidad se apaga y aflige mi supervivencia terrena.

Si les relatara concienzudamente todo acaecimiento de mi largo sendero en este mundo, la incredulidad se apoderaría, con arraigadas conjeturas, interrogantes y dudas, del gozo pleno al disfrutar de esta monumental mención que se leerá en sus hojas. Será un relato más convertido en ficción, una redacción puesta a consideración por débiles intelectos, consternados, sumidos en la monotonía de sus inevitables lapsos biológicos. No espero la certidumbre de mi historia por parte del leedor, mucho menos su indiferencia o displicencia a mi versión; no deseo su comprensión o su perdón, ni resignación ni consuelo. Con cada asesinato que perpetro y con cada acto piadoso que ejecuto, encuentro yo mismo la redención de mis propias culpas, crímenes y transgresiones a la mundanidad.

Lo más parecido al ente que soy, es su concepto de omnisciencia; dios, ya que por mi sabiduría y decisión, asesino y absuelvo a voluntad, de ahí que no importa el juicio, crítica, o detracción de la veracidad de mis palabras vertidas en esta narración. Quizás sólo lo hago por compartir, por resumir mi espléndida y patética vida en algunos párrafos que relaten humildemente una acción más de un sujeto testigo de la historia y todos aquellos acontecimientos sagrados y triviales, que han acaecido sobre mí y me persiguen como funestas sombras en la ineludible trayectoria sarcástica del destino.

El destino fatal se marcó desde mi segundo nacimiento con la maldición de Leviatán, al beber por ingenuidad, mejor dicho: ansias de poder sobre otros, sangre de un animal marino desconocido, inclusive hoy no se ha encontrado vestigio de él; perseguido y finalmente pescado en el golfo pérsico. Y germinó un poder maligno en mis entrañas, que me hizo sediento de la sangre humana mientras perdure esta pérfida fuerza vital o mortífera enfermedad. Todavía mi mente clara, con vívidas imágenes, recuerdo al sacerdote pronunciar su oración y entonación de alabanza a Innana, la posterior diosa Ishtar de los babilónicos; mientras la sangre de la gigantesca serpiente acuática, imponente, de seis metros de longitud, cabeza de dragón; era derramada en una copa de oro para después ingerir tragos de su elixir que me proporcionaría una vida nueva. Una pequeña dosis de muerte, una panacea que salió de la caja de Pandora, que conlleva la eterna maldición de la existencia caminando sobre este infierno llamado Tierra.

Con un cuerpo de proporciones normales, no obstante de una estatura prominente, perteneciente a la raza primigenia de la civilización occidental, sin poder sucumbir, aunque lo deseé;  he visto nacer imperios, he sentido su gloria, lamentado su ocaso… Trabajado en las faenas más modestas, sumisas y obedientes, de campesino a granjero, hasta ser el dueño, amo y señor de palacios y mansiones. Fortunas, lujos, propiedades, títulos,  y un interminable desfile de modas en indumentaria, artísticas y de pensamiento, arcaicas, modernas, que ha transitado ante mí por todos estos siglos, centurias y milenios, en los más insólitos sitios donde he permanecido. Escondido, al margen de la sociedad, he pasado de una personalidad a otra, de  un hogar a otro, de una ciudad a otra; siempre buscado, cazado y desprovisto de lo más sagrado que todos los demás poseen: humanidad. 

Si acaso alguna vez han escuchado de crímenes misericordiosos, cuando se aniquila a un indeseable: asesino, delincuente, ladrón, abusador, perverso, sádico, hipócrita, traicionero, sádico, depravado, incluso a facinerosos, bandidos, delincuentes menores; el culpable, sin retractarme, soy yo. He tratado de contribuir, quitando la lacra, mácula de la imperfección moral y ética humana. No creo en la perfección, pero si en lo perfectivo. Tal vez soy igual que algunos homicidas que he liquidado, despojando de su vida de manera cruel y violenta, tal cual lo hicieron con sus víctimas anteriormente. No me considero héroe o juez de altos valores universales, únicamente cumplo con el más básico instinto de cualquier supervivencia animal: la alimentación.

Antes de exponer el último gran acontecimiento, mi desconcierto, penuria y confusión actual, iniciaré por describirme y describirnos; prosopográfica y etopéyica: soy el último, aunque existen otros hermanos del clan, de una estirpe en decadencia; nos han llamado de distintas formas, la más presente  y cercana “Vampiros”. Ésta última, pertenece más a las fábulas y mitos, no concuerda exactamente con nuestra realidad. Comemos y bebemos de manera habitual, cualquier comestible y bebida, excepto por la necesidad imperiosa y ansiosa de la sangre, exclusivamente humana; la tenemos y debemos consumir de manera profusa, a modo de ancestral ritual, en cada solsticio y equinoccio; hasta succionar del organismo del sacrificado, la última gota de profundo carmesí de su líquido vital transitando en sus internos torrentes. El astro rey, no es nuestro amigo, pero tampoco nuestro enemigo; podemos salir y afrontar al sol únicamente en días nublados, oposición en emergencias, ataviados, cubiertos totalmente; la exposición directa nos causa dolorosas quemaduras y una terrible alergia. Dormimos más de día que de noche, he de ahí los orígenes de las leyendas de nuestro linaje. No podemos morir ni sucumbir de maneras tradicionales o usuales para los individuos comunes, o como en las supersticiones se refiere, con estacas de madera clavadas en nuestro pecho, crucifijos, agua bendecida; excepto decapitados, separando el incesante corazón de la mente prodigiosa. Pensamos, reímos y lloramos, percibimos con los mismos sentidos, unos más agudizados, tanto como cualquier otro mortal los puede fortalecer con la semejante práctica humana de la observación y la meditación. Podemos amar y sentir, pero está prohibido, tal cual una primordial ley, mandato y precepto,  infectar a otros; puesto que esto es una enfermedad; biológica, orgánica, del alma o del espíritu, sobrenatural u ordinaria, antigua e inmemorial, pero sigue siendo enfermedad.

Ningún germen, hongo, protozoo microscópico, virus o bacteria, que propicie un doliente y agonizante padecimiento se compara con este contagio. Para todas las epidemias y pestes, si no existe la cura absoluta, la muerte lo es y lo será… para este tormento, suplicio y tortura, no hay alivio o remedio, sólo el tratamiento eterno de la ingesta de plasma y fluido arterial y hondo de las venas desgarradas. La sangre ayuda a la regeneración celular, inmunidad a cualquier plaga, conservación de la lucidez mental, no hay deterioro o detrimento de ninguna clase en el interior y exterior de nuestros cuerpos; no puedo decir a ciencia cierta qué es, pero sé lo que no es: nada convencional, conocido por el hombre, no es natural. No envejecemos, no fenecemos, mas tenemos que matar para lograr sobrevivir.

Por muy diferentes que se nos describa, que nos hayan inventado o ideado como personajes de ficción novelesca; somos iguales a ti. Sin bestiales y fieros colmillos encajados en los cuellos de nuestras víctimas; sin vestir capas negras, sombreros dandis, elegantes trajes sastre; sin poseer títulos nobiliarios; sin poder volar con alas nocturnas, o el poder de la trasformación o transfiguración; o la peor descripción: ser eternamente bellos y sensuales, carismáticos o lascivos, malvados por satánica naturaleza. Sin ahondar en las entelequias de las creativas mentes de escritores, poetas y narradores, dramaturgos y cineastas; somos como tú. A única y fundamental diferencia de estar colmado de inmortalidad, y ser despiadados monstruos por ciertas costumbres atávicas y anacrónicas de nuestros hábitos alimenticios. No te puedo ofrecer más que mi visión, que ha apreciado magníficos paisajes, místicas regiones remotas de ensueños asombrosos, preciosas experiencias inverosímiles, macabras prácticas de tenebrosa muerte, habilidades y destrezas únicas, sublimes lugares y parajes que ni la más osada imaginación de un ser humano se atrevido a concebir y poderla plasmar en su ínfimo ciclo de vida terrenal.

No puedo figurar a manera de un muerto viviente, un no-muerto, un cadáver caminante, un decrépito ser abandonado en un tétrico castillo; en esta lúgubre narración los ocultos motivos son otros. Tengo más energía y fuerza en el ánimo que cualquier humano promedio, aún mi corazón es fuerte y late vigorosamente. Lo que ensombrece mi coexistencia en este mundo es el pensar, el cavilar, la oscura desolación y evidente nostalgia que brotan azarosamente en mi cerebro y constriñen mi pecho, al percibir un indescifrable espacio negro, sin luz, en el vacío de mi existencia. Tal cual es nuestra desdicha de permanecer exiliados en las foscas tenebrosidades de la noche, así mismo siento la eternidad. Algo que antes me henchía de satisfacción, poder, alegría y dicha, ahora es repugnante y total aversión. En cuanto percibo el vértigo de encontrarme por siempre testigo del inexorable universo una emética sensación me invade y produce una incontrolable náusea que no puedo impedir. Para después convertirse en una apesadumbrada depresión, consternación y aflicción perpetua.

Desterrados y proscritos, viajamos mucho tiempo, vagando por naciones, del viejo al nuevo continente, hasta que en el inicio de este nuevo milenio, por fin encontramos un hogar. Es un país débil, donde reina la pobreza y la ignorancia entre los pobladores, bendecida por ilusas promesas de resurrección en la más inculta de las creencias, la religión, y su efecto más práctico para el estado “la corrupción”.  Todo un paraíso, esta tierra inhóspita para inmortales fue el lugar más seguro que jamás pudimos encontrar. Subyugados por un sistema tan perfecto, donde lo mediático tenía la primera y última palabra, la insuperable decisión de vida o muerte sobre sus súbditos era dictaminada por los que llevan las riendas del poder. Bajo el lema de una escandalosa guerra en contra del tráfico de estupefacientes, el gobierno y el crimen organizado, asesinaba, secuestraba y desaparecía a cientos de personas, indiscriminadamente, inocentes, culpables, sin poder ser reclamados por sus familiares y exclamar justicia sobre sus lápidas y sepulcros vacios.

Las autoridades policiales aquí son presa fácil del soborno, bajo un crimen no había investigación ni persecución posterior, aún sabiendo sobre los perpetradores, en muchos casos conocidos de los oficiales o los mismos representantes de la ley. Los homicidios aquí se silencian todo el tiempo con el signo del dinero, sellando con amenazas toda boca y todo grito que señale la ilegalidad. La televisión, la radio, los medios impresos, inclusive los modernos adelantos de información, todos mentían día y noche, drogaban a la población con el pujante consumismo, los distractores espectaculares y deportivos. Todo un edén, un delicioso banquete a disposición de superiores asesinos que podían vengar las iniquidades de otros.

Compramos todo un pueblo fantasma, lejano, en medio del desierto, llamado “El Rosario”. Todo inerte, vacío, estéril de vida, colmado de muerte y silencio. Kilómetros cuadrados con deterioradas casas humildes, comercios, establecimientos a punto de caer, dos portentosas y excelsas iglesias devastadas por el paso del tiempo; al finalizar la avenida principal del poblado, en los límites de la urbanidad, había una mansión señorial, parecía más una residencia veraniega. Enorme, de arquitectura colonial heredada de la madre España, encima de la barda de ladrillo rojo que rodeaba la titánica construcción, junto a los herrajes de la entrada principal, cincelado en una losa se podía leer: Hacienda Montero. Todo estaba derruido, consumado, en ruinas, aún así es una vista maravillosa, de sueño romántico; un exótico paraíso terrenal para seres míticos de ultratumba. Una utopía hecha realidad.

Pasó el tiempo, años para el resto, lapsos pequeños de brevedad en el espacio para mí. Compartiendo, todo lo que ofrece la ineludible perpetuidad, con mis hermanos del Clan; algunos de ellos, seres inmortales maléficos y diabólicos, bellos y sensuales, verdaderos vampiros de novelas y relatos de invención decimonónicos; otros como yo, más pasivos y reflexivos. El Clan se formó en el siglo XIX, buscando miembros verdaderos entre fraternidades literarias europeas del horror gótico, creadores de la poesía romanticista y parnasiana, nos llevó a la inevitable convergencia casual del encuentro fortuito. Indagando por siglos entre personas que buscaban conocimiento auténtico de existencias inmarcesibles, llegué a conocer y amar a estos cinco hermanos: Suzie, Christopher, Alberto, Etienne y Marco. Pese a esto nunca he logrado comprender su voracidad por la sangre, y sentirse únicos, que en lo personal, amigo o enemigo lector, a mí ya me había hastiado todo suceso y exceso dentro de mi impasible apatía y fastidio.

Hasta que llegó él…

En plena decadencia y ocaso de nuestra poderosa estirpe, perdidos y sumidos en la realidad moderna y pujante. A manera de niños con nuevos juguetes, mis hermanos pasaban horas ante el monitor esperando, a lo mejor, un cambio significativo en sus patéticas existencias; mientras que yo, observaba abstraído con nostalgia y añoranza de poder ser mortal, cada amanecer y anochecer del nuevo milenio permaneciendo imperturbable ante los acaecimientos del mundo, pues ya no me importaban. Aburrido y molesto nada me entretenía, ni siquiera los adelantos tecnológicos que tanta felicidad aportan a las vidas vacías y mediocres en las mentes mecánicas de los incultos.

Cavilé mucho sobre mi desaparición, amaba tanto a mis hermanos, pero ya no podía más con esta interminable y terrible congoja de la cual ya no tenía sentido seguir viviendo o estar muerto en la existencia. Tendría que morir de alguna manera. Ideé una forma sutil pero muy dolorosa y agonizante: dejadez, la misma depresión sería mi aliada. Dejé cartas de despedida a cada uno de mis fraternos, explicándoles las causas de mi temible decisión, después de todo, ¿quién puede desear la inconsciencia total al saber qué es únicamente lo que existe al sucumbir un cuerpo? No hay reinos de almas virtuosas y santas, mucho menos infiernos atestados de condenados infraganti en sus pecados. Todo lo demás es absurdo; una forma de condescender a un miedo natural; apegarse a ilusorias sensaciones de un más allá inexistente.

Me interné al desierto, hacia el sur, cruzando el portentoso, árido e infecundo paisaje interfecto, ocre oro y dorado. Lo recorrí todo, aunque totalmente ataviado de negro, tal cual lo hacen los enigmáticos tuaregs en el Sahara. Soporte inclemencias, el frío glaciar y calor de mil avernos, sol que si no me enterraba en la arena me arrasaría la piel devastándola a cenizas. Caminé durante las extraordinarias y majestuosas tormentas de arena. Hasta que encontré un buen sitio para sucumbir, cerca de una carretera desolada comenzaba la vegetación de la sierra madre occidental, una cabaña abandonada.

Casi en ruinas, ingresé arrastrando la puerta de madera resquebrajada. La calamidad y el verdadero infortunio apenas comenzaba, había un pequeño catre en el que me recosté; deposité al descanso mi trémulo cuerpo y mi boca sedienta de sangre; con la piel enrojecida y algunas ampollas en el rostro y en las manos, producto del incendiario astro rey. Había pasado algunas semanas, ya convertido en un despojo lloraba amargamente el recuerdo de mis hermanos del Clan; de pronto, un día en el tenue y magnificente ocaso llameante, naranja y rojizo, un automóvil se detuvo fuera de la choza, descendió, lo que creí sería mi última víctima, qué equivocado estaba.

Entró con pasos que delataban su nerviosismo y miedo. Encendió una vela que introdujo y colocó en el interior de los límpidos cristales de una lámpara de aceite, que había en algún lugar de la cabaña para alumbrar el obscuro interior. Yo sin fuerzas, lo esperé a que irrumpiera en la habitación donde me encontraba, forcejé para atraparlo, pero en mi febril estado no pude asirlo, me desmayé. Tiernamente me recogió del suelo y me depositó de nuevo en el lecho. Quizá, entre la divagación afiebrada y la palabrería, le relaté mi maldición e infeliz desdicha, ya que por compasión, temor o venganza, el sujeto se descubrió su brazo, lo cortó con una navaja haciendo una gran incisión, dio de beber a mi drenada lengua que aguardaba un sorbo de aliento, y de su profusa sangre que brotaba tal un manantial de vida succioné hasta recobrarme, mas no lo maté.

Su tragedia era la misma, desear morir y no tener el coraje suficiente para cometer un digno suicidio, merecedor de reyes y emperadores, privarse de lo más preciado que tienen los mortales e inmortales. Ahora con la luz endeble, parda y amarillenta, de la lámpara que nos ilumina frágilmente, en las temblorosas sombras que nos rodean estoy observándolo con agrado. Escribo estas últimas líneas antes de partir, puede que regresemos al Clan o al mundo más allá de este terruño. Puedo compartir mi angosto y ancho sendero ineludible de eternos acontecimientos con un semejante, ahora es cálido lo entrañable, lo veo y le digo:

–apúrate, ahora es tu turno, no te preocupes ni te aflijas, es ardiente lo que hay en mis entrañas-

-¿Qué es eso?- me respondió con desconfianza y turbación, sólo le dije -¡Siempre una flama!

Omar González

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Sanbes
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Poblador desde: 16/10/2013
Puntos: 1273

Relato bien escrito, pero, en mi opinión, con muchísima paja para lo que se cuenta. Se le da muchas vueltas a sus sentimientos y pensamientos, y cuando llega lo más interesante, su transformación al beber la sangre de un desconocido animal marino se pasa de puntillas por aquí. ¿Cómo era este animal? ¿Si jamás volvió nadie a verlo por qué hay otros "vampiros"?

Luego se nos hace un resumen de sus diferencias entre los vampiros novelescos, que a pesar de estar muy itulizado se hace ameno. Aunque también vuelven a asaltar dudas no resueltas cómo ¿Por qué está prohibido matar a otro de su especie y quien lo prohibe? Dudas que creo que deberían de tener respuestas cuando se trata de describir a un personaje alejado del vampiro convencional.

El final tampoco me ha convencido. Pasa muy rápido de desear su muerte a querer seguir viviendo. Y debería de saberse qué tiene de especial el hombre que le da su sangre para hacerle cambiar de opinión.

En definitiva, se nos cuenta mucho lo más común con otros relatos, y se pasa muy rapidamente por aquellas cosas que podrían hacer de este relato algo más original

Mi puntuación es de 2 estrellas. ★★☆☆☆

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Omargonzalez
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Poblador desde: 30/12/2013
Puntos: 12

Muchas gracias por su crítica es realmente de valoración justa y apropiada, de una persona objetiva e imparcial... Gracias, tomaré en cuenta sus opiniones...

Omar González

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sharkbook
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Poblador desde: 29/01/2013
Puntos: 584

   Nos encontramos ante un texto en el que lo que llama poderosamente la atención es el cómo está redactado, más que lo que cuenta en sí mismo. Usando un rico y delicado lenguaje, rayano en ocasiones en lo poético, nos narra su autor la angustia de un ser inmemorial y de sus penas y miserias al sentirse terriblemente abatido.

    Escrito con una corrección espléndida, tan solo he encontrado en todo el texto algunos errores con los signos de puntuación, "Pandora" y "Tierra" que yo hubiera puesto con mayúsculas y una "náusea" sin acentuar, además del uso equívoco de esos guiones de separación en lugar de los de diálogo en los párrafos del final. Por lo demás, estamos ante un relato excelentemente redactado, con un gusto exquisito y que demuestra evidentemente que el autor lleva tiempo en este mundillo.

   Entonces... ¿cuál es el problema? Pues la misma redacción. Para mí incluso, que soy amante de los detalles y la mal llamada "paja", creo excesivo el uso de ésta para contar lo que en el fondo nos está contando. Se explaya demasiado el autor en detallarnos esa angustia interior que siente el protagonista, pasando por alto otros datos y pormenores que hubieran enriquecido la narración.

   El mismo narrador y protagonista nos dice que nos contará "humildemente" sus desatinos. Creo que este texto es cualquier cosa menos humilde. Lo veo como una explosión de saber en el que el autor se ha impuesto embellecer el relato con tanto denuedo que llega a hacerlo oscuro y embrollador.

  Tampoco veo esos crímenes "misericordiosos", no veo que esa sea la palabra adecuada, al menos para las víctimas. más bien los veo como crímenes justos u honestos. Me hubiera gustado saber más sobre ese extraño animal que apareció de la nada y del que nada más se supo, uno de los pilares de la historia y al que se da poca importancia.

    Un buen ejercicio de redacción en el que él mismo se da muerte al hacerse tan repetitivo, enfático en algunas partes y, en ocasiones, superfluo. El intentar dotarlo de esa belleza lo ha hecho empobrecer como relato o historia en favor de mostrarnos un estilo sublime y envidiable.

 

    ★★★☆☆

3 estrellas para quienes no puedan verlas.

  

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Relato admitido a concurso.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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miguel alberto ...
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Poblador desde: 07/01/2014
Puntos: 1

p

Para mi es exelente, usar un tema que podria tener muy pocas alternativas y explotarlo de una manera tan bella es genial. El final no es insulso, sencillamente la historia debe continuar.

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Hay dos puntos que no me convencen del relato: el formal, sobre todo en la primera parte, donde el uso de los signos de puntuación me parece más que cuestionable, y el narrador.

Este no me lo he terminado de creer. Me resulta anacrónico. No cree en la religión pero guarda un recuerdo importante de los rituales con Inanna. No se interesa por la civilización en milenios (!) pero se monta una sociedad de escritores decimonónicos. Tampoco entiendo su motivación para contar lo que cuenta ni a qué da prioridad ni los términos en los que lo hace (por ejemplo, hablar de virus, bacterias, etc. si no se interesa por las novedades culturales). No me trago lo del hombre primigenio occidental, que suena a teoría eugenésica nacionalista del XIX. En definitiva, no palpo el punto de vista de alguien que se supone que ha nacido hace miles de años y ha vivido en medio mundo. Me parece que hay un problema de articulación entre el narrador y el escritor.

Al mismo tiempo, el relato tiene unas cuantas ideas a las que se les podría haber sacado mucho partido, como que el vampiro sea un tipo normal y no un monstruo lleno de poderes, o al mencionado monstruo marino, o incluso a la sociedad de escritores góticos. Creo que un cambio en la estructura, o incluso la división en varios relatos, redundaría en beneficio de las ideas que encierra.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Omargonzalez
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Poblador desde: 30/12/2013
Puntos: 12

Gracias por su crítica, estoy realmente emocionado al contar con tantos puntos que se me habían pasado... No trato de justificarme, pero la verdad, sí es un relato relato más largo, ni siquiera envíe parte del primer capítulo. 

Es gratificante poder leer cuestionamientos lógicos de los contempladores de mi escrito, mas les recuerdo que el personaje es una persona que tiene miles de años de existencia, y, obvio, no tiene el más mínimo interés de detallar o agradar con su relato, además es una historia fantástica que en sí no debe justificar ni explicar muchas de las acciones.

¡Aún así muchas gracias!

Omar González

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Coincido en que la voz del protagonista no me casa con lo que se supone que es, así como en todo lo dicho del Leviatán, igualmente, y mira que yo me inclino por lo reposado y descriptivo, la prosa demasiado adjetivada y rebuscada se me ha hecho cansina por momentos. Tres estrellas :

 XXX

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Invierno
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Poblador desde: 21/09/2010
Puntos: 903

El autor hace gala de un extenso y rico vocabulario. Envidiable, por momentos. Lo malo es que se excede y termina entorpeciendo el ritmo natural del relato, lo hace pesado y hasta aburrido. Un error fatal. Sorprendentemente, también hay abundancia de signos de puntuación mal colocados. Por ejemplo, estas comas sobran: "Mi verdad, será para ustedes" "El astro rey, no es nuestro amigo". Ah, y errores puntuales con las tildes. El fondo... no está mal, pero apenas brilla, eclipsado y ahogado por la forma. Dudo entre darle una o dos estrellas, pero finalmente me inclino por lo segundo.

★★☆☆☆

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Léolo
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Poblador desde: 09/05/2009
Puntos: 2054

Demasiados errores de puntuación y demasiado rococó en el lenguaje. Tanto, que la historia se ahoga irremediablemente.

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L. G. Morgan
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Poblador desde: 02/08/2010
Puntos: 2674

Lo siento, lo he acabado leyendo en diagonal debido al excesivamente excesivo exceso lingüístico Lengua Mira que yo soy de adjetivos y subordinadas como la que más, pero este texto es como la selva amazónica, con tanta planta no se puede ver nada.

Párrafos como este, literalmente plagados de calificativos, con innumerables incisos, lo hacen tan hermético que la historia apenas se deja ver:

"Mi verdad, será para ustedes, fisgones y curiosos lectores de narraciones ficticias, la más grotesca y aberrante, no obstante, la más sublime y hermosa; puesto que siempre querrán imaginar y sentir su posición activa en todo relato, encontrar en simulados escenarios de elevada ilusión: metáforas, reflexiones, acerca del sentido práctico de las cosas que nos rodean. Si bien, hoy en día, se da por entendido que el protagonista desea narrar sus banales; insignificantes y habituales experiencias; así como sus épicas hazañas, transcendentales sucesos magnificados; bizarras vivencias de surrealistas ensueños; encuentros con lo intolerable volcados en trágicos acontecimientos. No habrá más que una interna aspiración de expresar, a través de bellas letras, la intrínseca, personal y egoísta visión de sus propias sensaciones suprasensibles arrebatadas de reminiscencias, recuerdos, fantasías, de él mismo o de otros, transformándolas en hermosas frases y oraciones, obvio, censurando algunos párrafos innecesarios, editado para el hipócrita público actual. Finalmente impresas en superficiales escritos con la única encomienda de formar parte de las gigantes estanterías consumistas del mercado sensacionalista del arte".

1 estrella.

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Belagile
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Poblador desde: 09/12/2013
Puntos: 829

Me parecía interesante al principio, pero creo que en conjunto se alarga demasiado y hay momentos en los que el lector desconecta de la historia. También creo que hay demasiados párrafos que no aportan nada al monólogo y se podrían reducir. La historia en sí tampoco me dice nada...

Mi voto es de 1 estrella.

Giny Valrís
LoscuentosdeVaho

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Hedrigall
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Poblador desde: 14/01/2011
Puntos: 1132

Hay un verdadero alud de frases extensas y subordinadas unas a otras.  La gran mayoría de oraciones se interrumpen en su mitad por puntos y aparte como («...el protagonista desea narrar sus banales; insignificantes y habituales experiencias...»). Hay un exceso de adjetivos, incluso se hacen listados de sustantivos.

 Todo esto hace la lectura intolerable. Creo que no hay en todo el relato una oración simple (tipo sujeto-verbo-predicado). Se parece seguir la máxima (obsoleta y falsa, por otro lado) de que al conseguir complejidad en la escritura la calidad literaria simplemente aparece.

En cuanto a la estructura, la introducción dura siete párrafos, en los que la historia que se nos quiere explicar ni tan siquiera empieza. Finalmente,  la historia que encierra esta jungla de palabras se revela simple y sin alma. 

1 estrella

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Aldous Jander
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Poblador desde: 05/05/2011
Puntos: 2167

La adjetivada profusión de verbo me ha inducido, tentado, sugestionado, y aun exhortado a gravitar rápida e inexorablemente hacia el decúbito supino y renunciar a la lectura de esta concatenación de proposiciones subordinadas, de anidados ejemplos de comunicación enumerada, en definitiva: un texto rico en detalle mas no tanto en lo que se detalla. Vamos, que no sabía si leer o caerme de culo.

Ya me perdonarás el mal chiste, Omar. Te animo a seguir trabajando y te recomiendo que practiques con las herramientas del oficio escribiendo textos más simples, porque en este caso errores como los que ya han comentado los compañeros le han pesado mucho a tu historia.

Lamento no poder darle más de 1 estrella a este relato.

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Covitjes
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Poblador desde: 21/12/2013
Puntos: 47

Lo siento, pero no he sido capaz de pasar del segundo párrafo. Cometes un error habitual en los comienzos y que hemos cometido todos, que es el del "estilo enfático", intentando meter todos los "palabros" que sabes, pero esto no le da más estilo ni consistencia al relato, sino que, lejos de ayudarte a concretar, convierte el texto en una amalgama de palabras muy sonoras.

Un día que tenga más tiempo intento leerlo con calma, me da pena haberme perdido el contenido por esta razón.

Una pequeña anotación es que "bizarras", no significa extrañas, que creo que es lo que querías indicar, esta es una mala traducción del frances "bizarre", en castellano significa "valiente, generoso, lúcido o espléndido".

Como no me lo he acabado no lo voy a valorar, me parecería tener mucho morro. De todas formas, se ve el esfuerzo, así que adelante.

Covadonga González-Pola

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Covitjes dijo:

Una pequeña anotación es que "bizarras", no significa extrañas, que creo que es lo que querías indicar, esta es una mala traducción del frances "bizarre", en castellano significa "valiente, generoso, lúcido o espléndido".

Muy cierto. De todas formas, dado que el uso afrancesado cada vez se extiende más, me pregunto si al final la RAE no aceptará la acepción de "extraño".

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Pues no sé si más adelante, pero ya están incluyendo las emniendas a la nueva versión del diccionario y por ahora sigue con la misma definición. Es algo que me desconcierta, porque, en cambio, han incluido "palabras" como "toballa" y "crocodilo".

Covadonga González-Pola

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Demonios Mmmh Crocodilo la de aquel, que es así tanto en inglés como en francés y por sonoridad tampoco es taaan raro, pero "toballa"...

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Y murciégalo, pero lo más curioso es que, al parecer, la palabra original es murciégalo y no murciélago. Curioso este idioma nuestro.

Todas las semanas hago una sección de ortografía y aberraciones con unos amigos en un podcast de literatura y hablamos sobre este tipo de temas.

Si a alguno le interesa, le paso el enlace.

Covadonga González-Pola

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Coincido con el resto de comentarios. El uso dudoso de los signos de puntuación y la recargada prosa hacen del relato muy difícil de seguir y esto impide que me sumerja en el texto, matando la ilusión.

Sólo puedo otorgarle 1 estrella.

¡No disparen, soy gente!

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