Hambre de Dios
¿Tendría, doce, trece años? Da igual, entramos en su choza, matamos a sus padres y la tomamos para nosotros.
Llegó mi turno y me puse encima. Su mirada rota se enfrentó a la mía.
Mi miedo, su terror. Su inocencia, mi alma.
Todo es devorado por igual.
Cosecha
Los milicianos sembraron su semilla, a la fuerza, en las mujeres del territorio enemigo. Meses después, la corriente del río limítrofe les devolvía racimos flotantes de bebés arrancados del tallo umbilical.