Dheziel se agita nervioso en su inmundo cubículo. Algo inusual le ha puesto en alerta. Abre los reptilianos párpados y desenrosca su cuerpo con rapidez. Percibe una señal con claridad. Parece que hay una posible víctima, algún “aspirante” a poseso. Esa posibilidad es algo que le excita muchísimo. Poseer a alguien es una tarea muy difícil, mucho, algo para lo que deben darse una serie de condiciones que, por desgracia para los demonios, ocurre en muy escasas ocasiones. Por eso, se obliga a prestar más atención, intentando captar mejor las sensaciones que le llegan.
Sí, ahí está; sin duda. La señal es nítida, potente, apetitosa. Muy apetitosa. Hay una persona susceptible de ser poseída y es alguien importante, mucho... un auténtico VIP. No sabe aún quién podrá ser, pero le llega de manera clara la impresión de que es de sexo masculino: un hombre.
La hendidura que semeja una boca en el rostro de Dheziel se curva en algo que debería ser una sonrisa, pero que en su caso, se convierte en un movimiento carnoso ondulante y repulsivo.
Dheziel sabe que debe actuar rápido. Debe ponerse en marcha enseguida y llegar hasta él antes de que lo haga cualquier otro de los miles de demonios que pululan por allí, deseosos de poseer a alguien. Si llega el primero y lo consigue, será un triunfo de proporciones colosales para él y podrá ofrecerle el alma de ese débil mortal a su poderoso amo, el Señor de la Oscuridad. Nada le produce más satisfacción y gozo que ser útil a su señor. Es la meta de su existencia.
Se dispone a atravesar la densa, pero permeable barrera que separa su mundo, el inframundo, del nuestro. Un proceso doloroso y agotador, aunque necesario para llegar hasta su víctima. Nadie dijo que poseer humanos fuera algo fácil.
El viaje, si bien no demasiado largo, resulta penoso y arranca gritos de dolor a Dheziel, que lo soporta gracias a la fuerza que le da imaginar su recompensa cuando haya realizado el trabajo que le espera al llegar al otro lado.
El accidentado tour del demonio concluye. Una vez aquí, lo primordial es recuperar fuerzas. Después de conseguido esto, ya puede dar comienzo el proceso de posesión, algo que para estos seres de oscuridad es tan divertido como para un adolescente jugar a su videojuego favorito.
Veamos cómo logra hacerlo; veamos cómo se apodera una de estas criaturas maléficas del alma de un ser humano.
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1ª Fase: Acercamiento.
El demonio –Dheziel en este caso– llega a nuestro mundo siguiendo el rastro de la señal percibida en el suyo, como un sabueso que va tras el olor dejado por una pieza de caza. No le cuesta demasiado esfuerzo dar con la persona que la emite, pero cuando descubre quién es, se retuerce por la sorpresa y por la emoción. ¡Qué gran regalo sería para su señor si él consiguiera su propósito! No es normal tener una presa de esta relevancia al alcance de la mano. De hecho, algo así ha ocurrido en escasísimas ocasiones. Por lo general suelen ser jovencitos que han tonteado con la Ouija o incautos que se pasan de listos y piensan que pueden engañar al Diablo. Pero ya se sabe lo que dice el refrán, eso de que sabe más el Diablo por viejo, etc, etc... De modo que este caso puede catalogarse de excepcional; una rareza. La recompensa podría ser enorme, pero Dheziel debe aproximarse a su víctima con cautela, pues aunque le consta que es un hombre muy religioso que ha perdido la fe en un momento de gran sufrimiento, podría recuperarla de nuevo de forma inesperada y hacerle mucho daño, impidiendo por completo la posesión.
El siervo del Señor de la Oscuridad se dedica a rondar a su víctima, acechante, expectante, dejando sentir su influencia de manera tan sutil como sibilina. Observa y prepara el camino con sumo cuidado para poder acceder a ella. Es como un buitre que ha olfateado un cadáver y está ávido por llegar hasta él para probar su carne.
La presa elegida comienza a experimentar sensaciones extrañas y percibe que algo no va bien, aunque es incapaz de precisar el qué. Escucha débiles ruidos a su alrededor de procedencia desconocida, tiene sueños agitados e intranquilos, ve sombras escurridizas..., todo muy impreciso e indefinido –todo provocado a propósito por el demonio–, y no acierta a encontrarle explicación. Esa sensación de desconcierto en su futura víctima produce una gran diversión en todos los seres del inframundo sin excepción. Dheziel disfruta muchísimo de cuanto ve y hace. Juega de la misma cruel manera que un gato con un ratón antes de devorarlo.
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El hombre llevaba una temporada en la cual dormía poco y mal, y cuando lo hacía, solía tener pesadillas. No terminaba de entender qué le ocurría. Pensaba que tal vez era debido a un exceso de trabajo. Ya era mayor, aunque no era ese el motivo. Tal vez se debía a esa creciente sensación de que se sentía más viejo de lo que era en realidad. No tenía el mismo vigor de antes, acusaba el cansancio con mayor intensidad y se preguntaba si sería esa la razón de todas las extrañas sensaciones y percepciones de los últimos días. A veces, estando solo, le parecía escuchar pequeños ruiditos, como pasos sigilosos o como algo que se desliza con suavidad por el suelo. También le parecía escuchar susurros y en ocasiones le daba la impresión de ver sombras furtivas que desaparecían con rapidez, pero eran cosas tan imprecisas y tan fugaces que no podía estar seguro de su realidad y lo atribuyó todo al tormentoso estado emocional en el que se encontraba en ese momento.
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2ª Fase: Toma de contacto.
El demonio, tras “revolotear” alrededor del humano elegido, se atreve en esta fase a realizar los primeros contactos directos con el alma del futuro poseso. Dheziel sabe que debe andar con pies de plomo ya que ésta es una acción peligrosa –la más delicada de todo el proceso–, pues el alma es nuestra Chispa Divina y como tal, su luz podría provocarle gran dolor si intentara acceder a ella sin las debidas precauciones.
La estrategia de todo demonio durante esta fase se basa en ir “carcomiendo” a su presa. Intenta encontrar debilidades, vicios y/o miedos para arrastrarla a comportarse de manera inapropiada, con el objetivo de corromper su alma y reducir el brillo de esa “chispa”. Se vale para ello de algunas artimañas que ya ha desarrollado en la primera fase, aunque ahora las lleva más lejos. Así, desliza sutiles susurros al oído con pensamientos maliciosos, los cuales no son percibidos de manera consciente sino de manera subliminal. Pergeña las más diversas tentaciones; bucea en sus miedos para volverlos contra ella o incluso se infiltra a nivel aún más profundo en sus sueños para hacerle ver imágenes perturbadoras, unas veces violentas, otras veces obscenas o de claro matiz sexual. Imágenes pecaminosas desde el punto de vista de esa persona y que están destinadas a causar zozobra e inquietud en su ánimo.
Lo bueno para el “asediado” es que, al encontrarse en ese estado de fragilidad mental y espiritual, es como si lanzara una bengala al cielo, cuyo resplandor atrae la atención de un importante aliado que todos tenemos desde el momento del nacimiento: el ángel de la guarda.
Así es. Aunque pueda parecer un concepto obsoleto o incluso ridículo para algunos, cada uno de nosotros tiene asignado su propio ángel de la guarda, que permanece con nosotros desde el nacimiento, como ya se ha dicho, hasta el mismo instante de la muerte. Esos momentos de debilidad, cuando la fe se ve disminuida o incluso desaparece, acercan a dicho ángel a nuesro lado. Él nos dará fuerzas –aunque no lo sepamos– y nos servirá como escudo protector, mostrándose como uno de los más importantes escollos para los planes de posesión del demonio. Muchos de estos seres de oscuridad fracasan en sus intentos de poseer a alguien debido a la acción defensiva de estos ángeles, aunque hay ocasiones en las cuales ni siquiera ellos pueden impedirlo, pues el rival es demasiado poderoso. Como en el caso de nuestro protagonista.
A favor del futuro poseedor juega el que, al haber perdido su víctima la fe en una entidad superior de carácter benigno –llámese Dios–, surge en ella la idea de que tampoco tiene sentido creer en la existencia de seres inferiores de signo contrario. Por lo tanto, toda creencia en figuras malignas desaparece, al igual que cualquier mecanismo de defensa, ya que, si no existen siervos del mal, no tiene sentido intentar defenderse de ellos. Este hecho es sin duda algo que el demonio acechante sabe aprovechar a la hora de establecer esos primeros contactos. Podría decirse que no es más que un oportunista esperando el momento adecuado. Una hiena en el mundo de lo espiritual.
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Es cerca de la medianoche y el hombre se halla en su habitación, a punto de acostarse. Viste un sencillo pijama de color azul celeste y lleva unas gruesas gafas de pasta que enmarcan unos ojos anegados en la pena y la duda, dos sensaciones que arrastra estos días con demasiada frecuencia para su gusto.
Se arrodilla ante su cama, cierra despacio los ojos y junta las manos. Se dispone a rezar, como ha hecho cada noche desde hace tanto tiempo que ya no puede ni recordar. Es un hombre religioso, siempre lo ha sido, pero ahora el acto de rezar se debe más a una costumbre, a un automatismo, que al hecho de que posea alguna creencia en algo superior. Porque a este hombre, que antaño tuvo tanta fe que podría haber movido millones de montañas, se le ha formado ahora un agujero enorme en el alma por el cual se ha escurrido toda esa fe, como si de un sumidero se tratara.
Hace menos de dos meses recibió una noticia que le sacudió de manera terrible. Sus dos hermanas, uno de sus cuñados, y cuatro de sus sobrinos fueron hallados muertos tras un derrumbe debido a una explosión de gas. La fatalidad hizo que estuvieran todos ellos reunidos en casa de una de sus hermanas celebrando su cumpleaños, al cual él no pudo asistir por compromisos de trabajo.
Este dolorosísimo accidente le causó una gran consternación, fue como un tsunami emocional que lo zarandeó como a un pelele y le sumió en un estado de profunda tristeza y abatimiento que le hizo plantearse un montón de dudas que hasta ahora nunca había tenido. Dudas acerca de su lugar en la vida y en el mundo. Dudas acerca de su fe. Dudas acerca de Dios.
Estas dudas fueron como una semilla plantada en su corazón que en poco tiempo germinó y acabó echando fuertes raíces. Su fe, hasta ahora inquebrantable, había sido torpedeada bajo la línea de flotación y se fue a pique en cuestión de días. Toda una vida de religiosidad, de fe y de creencias fue borrada de un plumazo por aquel luctuoso suceso familiar. Aunque se decía a sí mismo que debía ser fuerte, no se veía capaz de serlo. Por ese motivo ahora se encontraba perdido, con una sensación de vacío que no tenía ni idea de cómo iba a poder erradicar.
Pero no es eso lo único que preocupa a este hombre, también siente un cúmulo de sensaciones inusuales en su organismo: apatía, disminución del apetito, decaimiento, sopor... y un profundo malestar que no sabe explicarse. Le asusta pensarlo, pero a veces le asaltan pensamientos extraños, terribles, tan desconcertantes que le cuesta creer que sean propios. En otras ocasiones siente como si hubiera desconectado de la realidad por unos instantes y su mente se hallara en otra parte. También se sorprende por el contenido de sus sueños, muchas veces de matiz obsceno y violento. Por momentos pasa por su cabeza la idea de que aquello pueda ser tal vez obra del Maligno o de alguno de sus súbditos, pero entonces se recuerda a sí mismo que ha dejado de creer en su Dios Todopoderoso y por lo tanto, no tiene ningún sentido creer en su acérrimo enemigo, de modo que rechaza tales pensamientos. Sin más, lo adjudica todo a un agudo proceso de depresión causado por su dolorosa pérdida.
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3ª Fase: Invasión total o Posesión.
Cumplidas las dos primeras fases con éxito, toca rematar la faena. Dheziel ha ido dando pequeños “bocaditos” en el pastel que supone el ánima de su víctima y ahora está ya en condiciones de pegar el gran bocado y acabarse el resto. Con gran agitación, debido a la importancia de lo que va a acometer, logra introducirse de manera definitiva en su víctima, adueñándose de su debilitada alma y tomando posesión de su cuerpo. El proceso ha llegado a su fin. Ahora él es el que manda, y no piensa irse de allí a no ser que el mismísimo Dios le haga salir con sus propias manos. Su satisfacción es enorme y no cabe en sí de gozo. El Señor de la Oscuridad se sentirá muy orgulloso de él cuando le ofrezca tan preciado tesoro y Dheziel se sentirá el más dichoso de los demonios. Al fin y al cabo, servir a su amo es la meta de su existencia.
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El hombre comprende demasiado tarde que todo lo que le estaba ocurriendo no eran imaginaciones suyas, ni algo provocado por su turbulento estado mental. Por fin asimila que lo que le ocurre es efecto del Maligno o de alguna de sus criaturas. Experimenta un frío glacial en el alma al percibir dentro de él la presencia de un ente oscuro y desconocido que destila maldad. Es consciente de que ahora no es más que una marioneta en manos de un perverso titiritero. Siente de pronto cómo su ánima es arrinconada, arrojada sin contemplaciones a un rincón tenebroso y lleno de oscuridad en el cual no puede hacer otra cosa que esperar a ser rescatada y llevada de nuevo a la luz. Un gran sentimiento de culpa le invade por haber dudado de Dios y haber permitido a uno de sus enemigos llegar hasta él. El hombre ha recobrado la fe, aunque el precio a pagar ha sido demasiado alto.
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La hermana Constanza porta en sus manos la bandeja con el desayuno que cada día le lleva al santo padre a sus aposentos. Siempre toma lo mismo: un vaso grande de zumo de naranja y un par de tostadas con mermelada de albaricoque, su favorita. Apenas son las siete y cuarto de la mañana, pero ella sabe bien que él estará despierto mucho antes. Todos los que le rodean están al tanto de que lleva un tiempo en el que duerme con dificultad y por lo general, se despierta sobre las seis en punto de la mañana. También es evidente que el sumo pontífice se comporta de manera algo extraña estos últimos días. La monja piensa que haber perdido a casi toda su familia de manera tan trágica es algo que ha golpeado sin duda de forma muy cruel su corazón y su mente, afectando a su comportamiento, aunque ella está convencida de que, con la ayuda de Dios, es cuestión de tiempo que todo vuelva a la normalidad.
Llega ante la puerta de la habitación del papa y llama con una ráfaga de débiles golpecitos, esperando la respuesta desde el interior. Tras unos momentos de espera sin recibir contestación, lo cual le extraña, la anciana monja se decide a entrar, rogando porque no le haya ocurrido nada malo. Abre la puerta mientras se siente algo estúpida por haber tenido esa clase de pensamientos, cuando lo más probable es que el santo padre haya encontrado por fin ese descanso que tanta falta le hace y esté durmiendo cómo un bendito.
Cuando abre la puerta y sus ojos recogen la imagen que le muestra aquella habitación, la bandeja se tambalea en sus manos y parte del zumo de naranja se desborda. Un grito nace en su pecho, pero se siente incapaz de liberarlo debido al impacto que le produce la escena que tiene ante ella.
Su santidad se halla delante de su cama, de cara a la puerta. Está desnudo por completo y levita a una altura aproximada de un metro sobre el suelo en posición vertical. Permanece boca abajo, con los ojos cerrados y los brazos en cruz, como si fuera el Cristo de un enorme crucifijo humano al que alguien le ha dado la vuelta. Esta es una de las cosas que más perturba a la hermana Constanza, que tiembla de arriba a abajo dejando caer la bandeja del desayuno al suelo, aunque ella apenas es consciente de este hecho.
Pero hay otro hecho aún más perturbador y que consigue arrancarle por fin ese grito atascado en su pecho: el papa ha abierto de repente los ojos y al hacerlo ya no son como antes. Ahora son dos feroces focos ambarinos.
La hermana Constanza sale corriendo de allí despavorida mientras sus gritos aterrorizados resuenan por todo el Vaticano.
Leer este comentario después del relato, por favor, no antes.
Quiero hacer una pequeña aclaración sobre el relato. Cuando ya lo tenía terminado y casi a punto de publicarlo, se me ocurrió buscar en internet si la palabra "papa" y otras maneras de llamar a un papa se escribían en mayúsculas, cómo yo creía. Mi sorpresa fue mayúscula cuando descubrí que no es así y que todas ellas deben escribirse en minúscula. O eso por lo menos es lo que he leído en varios enlaces como el que os dejo aquí. Si alguien tiene noticias de que esto no sea así, agradecería mucho que lo comentase.
http://www.mdzol.com/nota/480209-por-que-papa-se-escribe-con-minuscula/