LA GUARIDA DEL MONSTRUO

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NereaFB
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Diario de Miss Lorelei Bray, Dawson City, Yukon, 15 de junio de 1950

Sola, terriblemente sola, enferma y hambrienta, a merced de la suerte y el horror, mientras me congelo en esta oscura y húmeda celda, me dispongo a contar, con las pocas fuerzas que me quedan, mi historia. No sé si habrá una continuación de este momento en el que escribo, porque no sé cuánto tiempo me queda, pero al menos, dejaré escrito el calvario que he vivido en las últimas semanas de mi vida, con la esperanza de que alguien pueda poner fin a esta abominable y monstruosa criatura.

Primera parte: mi vida antes del horror

Mi nombre es Lorelei, tengo veinticinco años y nací en Marylebone, un barrio de Londres, Inglaterra, en 1925. Soy hija de Ruth Hester Frances Bray, mi amada madre, quien falleció hace siete años, sin haber cumplido los sesenta, a causa de una larga y dolorosa enfermedad. Hasta que mi madre calló enferma, mi vida había transcurrido en una casa grande y luminosa, con grandes ventanas, cortinas de gasa y alfombras multicolores. De los altos techos colgaban bellas y relucientes arañas de cristal y el salón principal, donde yo, mi padre y mamá nos reuníamos cada noche al rededor del hogar, era la joya de la casa. En él había un precioso y antiguo piano de cola, de color blanco, el cual si cierro los ojos y me concentro soy capaz de ver frente a mí. Fui a las mejores escuelas y tuve los mejores profesores. No éramos ricos, pero papá era profesor en la Universidad y tenía buenos contactos. No nos faltó nunca de nada y vivíamos muy bien, pero tampoco éramos unos vividores. Papá trabajaba duro y mamá, hasta su enfermedad, había sido escritora. En cualquier caso, no me extenderé más con los recuerdos de mi infancia pues ¿a caso tienen importancia? Tras la muerte de mamá, padre cayó en una profunda depresión e, incapaz de trabajar y de cuidar si quiera de sí mismo, me mandó a una Universidad privada, gastando los pocos ahorros que habían quedado tras los costosos tratamientos de mamá, en Suiza. El objetivo no era otro que apartarme de él. Quiero pensar que lo hizo para no contagiarme de su pesimismo y melancolía, y no porque no deseara tenerme junto a él. Me licencié en Filología inglesa y me especialicé en literatura decimonónica. Hace dos años regresé a Londres y fui a buscar a mi padre, de quien no había vuelto a tener noticias desde hacía cinco años a pesar de que yo le había escrito numerosas cartas, pero al llegar caserón familiar otra familia habitaba en él. El hecho de que padre hubiese cambiado de residencia sincomunicármelo, como si no quisiera que lo encontrase a mi regreso, me dolió tan profundamente que no quise continuar buscándolo. Cinco años de anhelo, soledad y espera eran demasiado tiempo. Y aquello terminó de arrancarme su vago recuerdo del corazón. Si mi pobre madre hubiese sabido lo sola que iba a dejarme...

Busqué un piso de alquiler, modesto pero limpio, en una zona decente, y me instalé allí con mis escasas pertenencias: una maleta con ropa y una docena de libros. Intenté olvidar mi vida pasada y concentrarme en el presente y, sobretodo, en mi futuro. Deseaba con todas mis fuerzas ser una escritora famosa, pero famosa de verdad, no como mamá -que había escrito cuentos infantiles para revistas locales y algunos folletines-. Lo de escribir era algo que nos venía en la sangre a las mujeres de mi familia. Aunque para ser honesta, debo decir que lo de sangre debe tomarse como un decir, no como algo literal. A mi querida abuela Bessie, la madre de mamá, también le encantaba escribir, afición que heredó de su madre (en realidad la madre de la abuela no era su madre biológica sino su tía, la hermana de su padre, quien la adoptó), "la bisa" Jane. Yo no conocí a "la bisa", pero la abuela Bessie, quien falleció en 1934, cuando yo tenía nueve años, me había hablado tanto de ella y del esposo de ésta, Percy, que era como si los conociese. Para la abuela Bessie, su tía y el esposo de ésta eran sus padres. Los quería mucho, más allá de la sangre. Ellos no pudieron tener hijos así que la criaron como tal y ella siempre estuvo con ellos hasta que éstos fallecieron. A Jane también le encanta escribir y fue una de las muchas aficiones que transmitió a mi abuela. Sin embargo, Jane no había desarrollado su amor por la literatura de forma individual, sino que había sido su esposo quien le había transmitido ese amor intenso y ardiente por los libros y las letras. ¡Y cómo no! Siendo hijo de quien era... Os preguntaréis quiénes fueron los padres de mi bisabuelo Percy y por qué me refiero a ellos de forma tan entusiasta. Percy Florence Shelley no era otro que el hijo de la gran escritora Mary Shelley y del poeta Percy Shelley. A estas alturas todo el mundo sabe quién es Mary Shelley, la autora de la obra madre de la Ciencia Ficción: Frankenstein. No pretendo elogiar mi estirpe familiar ni vanagloriarme del éxito de mis antepasados, no me malinterpretéis. Lo que pretendo es explicar el por qué de mi frase anterior, aquello de que las mujeres de mi familia siempre hemos estado ligadas a la literatura de una u otra forma. Comprenderéis pues que, siendo tataranieta de Mary Shelley (aunque no corra su sangre en mis venas, sino la de Jane Gibson) quisiera dedicarme a ser escritora de novela de terror. Digo quisiera porque ahora ya no tengo esperanzas de nada, ni siquiera de cumplir los veintiséis. Ahora os narraré cómo, desde aquel piso londinense he llegado hasta aquí, hasta la guarida del monstruo, y hasta este destino cruel y despiadado.

Hará unos meses recibí una carta de... ¡Oh! No puedo seguir ahora, la abominable criatura está bajando las escaleras y viene hacia mi celda. ¡Tengo tanto miedo! ¡Lo que pretende que haga es abominable! Quiera Dios que siga viva para reanudar mi relato.

Adiós, adiós.

Dawson City, Yukon, 17 de junio de 1950

Aquí estoy de nuevo. Ayer no pude escribir porque estuve con fiebre y dormí durante todo el día. Aunque desconozco cómo pude hacerlo pues esa cosa andaba por ahí afuera, vigilándome. Ahora se ha marchado así que voy a seguir con mi historia. 

Decía pues que hará unos meses, recibí una carta de una persona desconocida para mí. Ésta persona decía ser un familiar lejano de mi madre, al cual las circunstancias familiares lo habían distanciado de ella. Manifestaba su pesar por la muerte de mamá y su tristeza por no conocerme todavía en persona, aunque aseguraba tener cartas de mi madre donde le hablaba de mi. También decía sentirse muy solo, pues se trataba de un hombre soltero de avanzada edad y sin familia, cuyo único familiar, por lejano que fuera, era yo. En ese momento, mientras leía el manuscrito, sentía una enorme empatía hacia el desconocido que me escribía aquellas palabras cargadas de afecto y tristeza. Sabía bien lo que era la soledad y no tener a nadie de tu familia que te contenga en los momentos difíciles. Confieso que al principio me quedé sorprendida y contrariada. Aquello era lo último que esperaba. Volví a releer la carta hasta el punto exacto en el que había interrumpido mi lectura. Esta segunda lectura me hizo sentir un gran anhelo por conocerle pues mi melancolía brotó fluida y espesa por cada poro de mi piel. Continúe leyendo la carta y entonces, en las siguientes líneas, encontré una proposición que, aunque descabellada, me embriagaba de entusiasmo. ¡Viajar a Canadá! ¡A conocerlo! Y ya de paso, pasar allí mis vacaciones de verano. ¿Podéis si quiera imaginar el tamaño de mi ilusión, quizás sí, lo asumo, algo infantil, al leer aquella invitación? Un viaje, otro continente y, al final del viaje, mi destino: la familia. Sonaba a promesas de un futuro mejor, sin la incertidumbre de la soledad.

Cuando terminé de leer la carta la guardé en el cajón de la mesilla y me tomé un par de días para pensarlo bien y contestarle. Finalmente pasó lo inevitable: mi curiosidad y mi espíritu apegado y necesitado de alguien pudieron más que la prudencia y la sensatez que mi edad requería. Una semana después de haber recibido esa carta me encontraba a bordo de un barco, el Destinity -¿una coincidencia o una señal? Por supuesto yo era más de señales. Previamente había cogido un avión desde Londres hasta Dublín, y allí había viajado en tren hasta Galway, donde tomé otro tren hasta Errislannon, de cuyo puerto zarpaba el barco directo a Saint Lewis, en una isla situada en la costa este de Canadá. Allí pasé dos días, recuperándome de la travesía -la cual pasé vomitando la mitad del tiempo- que había durado 20 días. Finalmente cogí un avión hasta Dawson City, una ciudad situada al noroeste de Canadá, casi en la frontera con Alaska. Llegué allí sobre las nueve de la noche, así que no quise molestar a mi familiar y me quedé en un precioso y antiquísimo hotel, el Yukon Hotel, propiedad de Emma Wilson desde 1933. A la mañana siguiente, tras un suculento desayuno, llamé desde el teléfono del hotel al número que me había escrito mi familiar en su última carta, la cual recibí antes de partir a Dublín. En ella me daba la dirección, me enviaba los pasajes, y me explicaba cuál era el recorrido a seguir, incluidos los constantes transbordos. Además incluía una dirección.

Os habréis dado cuenta de que no he mencionado su nombre hasta ahora. Bueno, ello se debe a que no me lo dijo. Siempre firmaba como “Sir V.G.”. Al otro lado del teléfono sonó una voz masculina, grave y con un deje gangoso. Dijo ser Malcolm, el mayordomo del Señor. Acordamos que llegaría a la hora del almuerzo, donde ambos estarían esperándome. Faltaban dos horas para la cita. Me senté en el hall a ojear unas revistas para hacer tiempo. Sin embargo, no pude concentrarme en la lectura ya que de repente comencé a ponerme muy nerviosa y, por primera, vez dudé de si había hecho lo correcto. ¿Y si se trataba de un loco farsante o un asesino en serie? Aquello iba en serio, había llegado la hora de la verdad. Hasta entonces todo había sido una especie de juego, una aventura. Pero en ese momento fui consciente de que ni si quiera sabía el nombre de la persona cuya casa iba a ser el lugar donde me iba a hospedar las próximas semanas. Intenté calmarme y acusar mi falta de sensatez a mi estado de abandono y orfandad (a esas alturas ya dudaba de que mi padre siguiese vivo). Todavía estaba a tiempo pero, era demasiado tarde. No podía marcharme después de todo lo que había vivido en los últimos días. Seguramente estaba delirando a causa del miedo a lo desconocido. Cuandofaltaba media hora, pregunté al recepcionista como llegar a la dirección que ponía en la carta pero éste llamó a un taxi para que me llevase, lo cual agradecí. El coche me estaba esperando en la puerta cinco minutos después.

Bajé del taxi y además de lo estipulado, le di una propina por su amabilidad, ya que estuvo hablándome de los lugares más bonitos para ver en la ciudad. ¡Estaba entusiasmada! Ya no tenía miedo, sólo curiosidad y muchas ganas de conocer al dueño de aquella mansión que se alzó ante mí imponente y sombría. Parecía sacada de otra época. El taxi se marchó y caminé hacia la puerta observando cada detalle. Era una casa victoriana de dos plantas y una buhardilla. En el jardín había una puerta que salía desde un montículo adosado a la casa y que, supuse, llevaba al sótano. El tejado era de pizarra negra y la fachada de un color gris apagado, similar al color de la piedra. Las escaleras eran de madera, al igual que la balaustrada de apoyo, pero estaban muy descuidadas. La madera estaba hinchada y descolorida por la humedad. Desde la verja negra de hierro forjado había un camino de piedra que llevaba directo a la puerta –por el cual yo discurrí- y a ambos lados se extendía un jardín seco que desprendía un desagradable olor dulzón a putrefacción. La puerta era grande, muy grande. Mediría más de dos metros y medio. Observé que no era de madera, como esperaba, sino metálica y pintada en color negro. La cerradura, el pomo y la aldaba eran de color oro, y esta última tenía la forma de la cabeza de un león con la boca abierta de la que colgaba una gran anilla. Llamé a la puerta y, a causa del golpe entre ambos metales, el ruido fue estridente y ensordecedor. Poco después, el mayordomo me abrió la puerta y me invitó a pasar. Era un hombre muy mayor, alto y delgado, vestía de negro y llevaba guantes blancos. Sonrió mostrando sus dientes amarillos y me hizo pasar a la sala de estar mientras se ofrecía a llevarme el equipaje hasta el que iba a ser mi dormitorio. Parecía un hombre agradable. Los suelos eran de madera oscura, los techos exageradamente altos y las cortinas de terciopelo rojo. Los muebles estaban pasados de moda y la tapicería desprendía un desagradable olor a moho. Me acomodé en un banquito de madera, al lado de un piano de cola carcomido. En seguida bajó Malcolm y me ofreció un té. Mientras me lo servía le pregunté por el Señor y me dijo que lo disculpase, pero que se había levantado con jaqueca y que no podría acompañarme en el desayuno. Quizás por la noche ya se encontraría mejor para cenar juntos. Al principio me molestó aquel recibimiento y sentí una gran decepción. Sin embargo, enseguida me percaté de las ventajas de la situación. Malcolm me dijo que tenía toda la casa a mi disposición, salvo,obviamente, la alcoba del Señor. Ésta estaba situada en la primera planta, en el ala derecha, junto con la biblioteca, dos aseos y una sala de estar. A la izquierda estaban las habitaciones de invitados, otros dos aseos y un gimnasio. En planta baja, en la que nos hallábamos, estaba la sala de estar, el salón principal, el salón de baile, otra biblioteca más grande, la cocina, un aseo, la despensa, la habitación del servicio y una capilla. Desde la cocina, por una escalera, se accedía al sótano. Para acceder a la buhardilla había que utilizar una escalera que se encontraba en la biblioteca de la primera planta, situada en el ala derecha, al lado de la habitación del Señor. Malcolm me invitó a recorrerla a mis anchas salvo el ala derecha, pues aunque el Señor sólo ocupaba una habitación, tenía un oído muy agudo y cualquier ruido lo molestaba. Me entregó un manojo de llaves y me dejó a solas para hacer la comida. Al terminar el té me dispuse a hacer un tour por la mansión. Una vez acabé, me senté exhausta en una butaca polvorienta de la biblioteca de la planta baja. Iba a ponerme a leer un ejemplar de El vampiro, de Polidori, cuando Malcolm me llamó para comer. Después de comerme aquel banquete –estaba terriblemente hambrienta- regresé al que se había convertido en mi lugar favorito de toda la casa, a leer a Polidori mientras disfrutaba de un delicioso té árabe. Debía de quedarme dormida porque cuando abrí los ojos ya estaba oscuro. Miré el reloj del pasillo y vi que eran las nueve de la noche. Avergonzada, fui a la sala de estar –que hacía las veces de comedor- en busca de Malcolm. En cuanto me oyó salió de la cocina y me dijo que el Señor todavía se encontraba indispuesto pero que me mandaba saludos y deseaba que disfrutase de la cena y que mi alcoba fuese de mi agrado. Había estado en ella sólo unos minutos, para acomodar mis cosas, y me había gustado, aunque era demasiado oscura para mi gusto y le faltaba ventilación. Ya me encargaría de ella al día siguiente. Extrañamente no me disgustó que mi pariente se ausentara también en la cena, pues estaba cansada y no tenía ganas de hablar. Cené rápido y me retiré a mi dormitorio con una infusión relajante que me había preparado Malcolm, pensando en el nombre del médico del Señor y en apellido de éste, pues ambos me sonaban de algo. Durante la cena había preguntado qué tomaba éste para sus jaquecas y el mayordomo me tendió una receta firmada por el doctor: James Lind. Al lado había una fecha, la cual se había borrado. También me dijo que el nombre del Señor era Víctor Godwin. Mientras entraba en mi habitación recordé que había leído sobre un doctor llamado James Lind, de principios del XIX. ¡Qué coincidencia! Debía de tratarse de un pariente. En cuanto a Godwin, en verdad me sonaba que algún antepasado mío llevaba ese apellido. Haciendo memoria recordé quien: Godwin era elapellido de soltera de mi famosa antepasada, Mary Shelley. Su padre había sido el prestigioso escritor y político William Godwin. Más tranquila por haber confirmado el parentesco con ese misterioso hombre, me quedé dormida. En ese momento desconocía el horror que me aguardaba cuando despertase.

Parte dos: el horror

Cuando abrí los ojos, sólo encontré oscuridad. Hacía frío y humedad. El olor a putrefacción era insoportable y un cosquilleo en la espalda me sobresaltó: era una rata. Horrorizada llamé a Malcolm pero no obtuve respuesta. Sólo el eco de mi voz. Palpé el lugar donde me hallaba y, cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, descubrí que estaba en una celda. Prisionera. Entonces comencé a oír unos pasos lentos y pesados, que se arrastraban dramáticamente por lo que parecía ser un pasadizo. Aguardé a mi captor, convencida de que se trataba de aquel hombre, pero lo que vi estaba lejos de ser una persona: era un monstruo. Aquel ser medía casi tres metros y su rostro estaba desfigurado. Me sonrió y se presentó como el hermano de William Godwin, Víctor. Dijo que era gemelo de éste pero que había nacido deforme y que la familia lo había rechazado. Lo recluyeron en un sótano, como a una bestia. El doctor que lo asistía en los dolores que le provocaban sus deformidades, James Lind, se convirtió en su único amigo. Una noche, mientras le hacía sus curas, hablaron sobre la vida, su origen y los estudios del doctor sobre la inmortalidad. Aquellas ideas lo fascinaron y, Víctor se ofreció como conejillo de indias del doctor Lind. Finalmente, éste halló la fórmula a través de un hechizo diabólico que se encontraba en el famoso libro de los muertos egipcio, al cual había accedido gracias a un amigo suyo, arqueólogo. Decía ser inmortal y tener 220 años de edad. También dijo que su sobrina se había inspirado en él para crear su famosa obra Frankenstein. Sin embargo, para ella sólo era una leyenda, jamás habría imaginado que aquella historia era más real de lo que creía. Su familia, cansada de hacerse cargo de él pero sin el valor suficiente para matarlo, lo abandonó a su suerte en el Polo Norte. Consciente de que ante la falta de recursos y de civilización iba a morir, acabó pasando la frontera hasta Canadá, donde llegó a una casa alejada en la ciudad de Dawson City. Asesinó a la familia que allí residía, se los comió y se instaló allí. Desde entonces permanece en aquel lugar. Su mayordomo, Malcolm, era el mayordomo de la familia que allí vivía y al que, por medio del hechizo que le había convertido en inmortal gracias al doctor Lind, lo convirtió a él también en inmortal, con el deseo de no estar solo, pues la soledad había sido siempre su perdición. Su odio hacia su hermano, al que detestaba por no haber heredado su enfermedad, le hizo obsesionarse con vengarse, algún día, de él. Aunque fuera a través de sus descendientes. Y por eso estaba allí yo. Para pagar por todo el daño que su hermano y sus descendientes -consideraba la obra de Frankenstein una burla hacia su persona- le habían causado.

No puedo describir el horror que aquellas revelaciones me provocaron. Al principio creí que se trataba de un demente, pero me mostró fotografías íntimas de la familia, en las Navidades, cuando lo dejaban salir de su celda, con el resto de la familia. Y ahí estaba, al lado de William Godwin y de una recién nacida Mary Shelley. No podía creer lo que estaba pasándome. El terror y el pánico se apoderaron de mi y acabé desmayándome. Dese entonces han pasado semanas, quizá meses. He perdido la noción del tiempo y estoy enferma. La humedad y el frío han hecho mella en mi, ya de por sí, frágil salud. Sin embargo, todo empeoró hace unos días. Esa cosa, que suele venir a visitarme a diario para traerme comida –preparada por Malcolm- y saber cómo estoy –parece mostrarse sinceramente preocupado por mi-, me propuso algo que me dejó sin aliento. Su plan inicial era torturarme, descuartizarme y comerme, sin embargo, se ha enamorado de mí. ¡Oh Dios! ¡Cómo si ese ser pudiera amar! Insiste en que sea su esposa y en convertirme en inmortal. Dice que para ello debo morir, ya que el ritual consiste en resucitar a un muerto para toda la eternidad. Está dejando que la enfermedad que he contraído –quizá una pulmonía, a saber- acabe conmigo. Insiste en que es por mi bien, y que después estaré bien, y estaremos juntos para siempre. Por suerte no me creo nada de lo que dice. Puede ser que él sea quien dice ser –a veces aún dudo- pero desde luego, no lo veo capaz de hacer ese ritual tan complejo que realizó con él el doctor Lind. Estoy convencida de que se acerca el final, y de que no habrá un futuro ni mucho menos una eternidad para mí. No importa, en el fondo creo que es lo mejor que me podría pasar. Pero quien quiera que esté leyendo esto ahora mismo, por favor, acaba con la bestia. En cuanto termine este diario, voy a depositarlo en un plato –en los que me trae la comida esa cosa- y lo dejaré navegar por el agua de las alcantarillas, pues justo al lado de los barrotes de mi celda se inicia el discurso de las aguas de la red de alcantarillado. Espero que no se pierda en el camino y llegue a alguien con el valor suficiente para venir a este lugar y matar a ese monstruo. Desconozco cómo hacerlo pero, seguramente, en el libro de los muertos se halle la respuesta. Adiós amigo mío, adiós, quién quiera que seas.

Epílogo:

Nadie recató a la pobre Lorelei, quien ignorantemente creyó que Víctor no sería capaz de resucitarla. No sólo lo hizo, sino que ahora está condenada a una vida eterna junto a Víctor Godwin, quien la obligó a casarse con él. Quien escribe estas líneas es Malcolm, el mayordomo de ambos. Encontré el cuaderno en el suelo, a los pies de la cama de Lorelei, cuando exhalaba su último suspiro, probablemente tras escribir la última palabra de su diario. Si escribo esto es porque ahora soy yo quien se dispone a acabar con este martirio al que tanto ella como yo nos vemos sometidos, debido al egoísmo infinito de ese ser diabólico. Ansiamos descansar en paz y poner fin a esta vida incesante de dolor y desocnsuelo. Me dispongo a lanzar este diario por la verja de la casa, al camino de tierra, pues no se me permite salir de aquí. Ojalá que alguien lo encuentre y venga a poner fin a nuestro sufrimiento. Por si sirve de ayuda, hay un ejemplar del libro de los muertos bajo la cama del Señor.

 

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kawaku
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Nota aclaratoria: relato recibido ayer, pero publicado esta mañana (ver "dudas y sugerencias").

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Hedrigall
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No hay problema por tema de plazos, pero mi contador suma 3990 palabras en el relato.

 

TERCERA: Las obras deberán ajustarse al tema de la convocatoria, ser originales, no tener comprometidos sus derechos de explotación y contar con una extensión de entre 1000 y 3000 palabras.

 

Lo lamento, pero no puede admitirse a concurso.

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NereaFB
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Vaya, qué lástima. Lo que ocurre es que me enteré del concurso el día de antes (por desgracia), y tuve que hacerlo a prisa y corriendo. Lo terminé unos minutos antes de las 00:00 del día en que acababa el plazo, y por eso no tuve tiempo de revisar ni pulir (de ahí que haya alguna errata). En algunos concursos los límites son orientativos, por eso me tomé la licencia de exceder las 3000. Pero bueno, lo comprendo. Es una pena porque había estado investigando y, de hecho, salvo la protagonista (Lorelei), Víctor y el mayordomo, todos los personajes (los que menciono como antepasados de ella, son reales. Existieron todos, y en verdad son descendientes de Mary Shelley. También el doctor es real, pues Mary se inspiró en él. Y además cito a Polidori. Pero bueno, una pena.

Saludos

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NereaFB
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Poblador desde: 23/06/2018
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Gracias igualmente, Kawaku. Saludos

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LCS
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Puntos: 6785

Una pena la verdad. Pero no te preocupes que, aunque no entre en concurso, lo leeré y te lo comentaré cuando termine de leer los demás. Tiene buena pinta, la verdad. 

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Curro
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Poblador desde: 24/09/2015
Puntos: 1048

Me sumo a la iniciativa. A mí me pasó algo similar en una ocasión; me pasé en 1000 palabras porque recordé mal las bases y, aunque me di cuenta antes de enviarlo y me puse a cambiar el relato a última hora, evidentemente el fiasco resultante no fue seleccionado.

Así que mañana lo leo, ea.

 

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torpeyvago
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Poblador desde: 29/02/2016
Puntos: 1890

Hotel California... esto... Yukon

Esos DDT traviesos se han multiplicado y reproducido de forma incontrolada y pueblan el relato. Creo que las prisas pisaron las buenas maneras de las letras. Destaca un «calló» por «cayó». Pero hay muchas, demasiadas como para enumerarlas. Lo dicho, parece que las prisas no son buenas.

Lo mejor... pues supongo que la mención a personajes históricos. La trama en sí es interesante. El título, chulísimo de la muerte. Y la primera frase... ¿cómo decirlo? Estoy harto de leer consejos sobre la necesidad de comenzar un relato con una frase breve y contundente. ¡Pues toma contraejemplo!

Lo peor: pues varias cosas. Que la magnífica frase inicial contrasta con otros párrafos posteriores; da la impresión de haber empezado despacio y con buena letra y luego haber acabado como se pudo. Párrafos larguísimos, claramente divisibles. Excesivo detalle de la propia historia hasta el punto de no interesar y descripciones intrascendentes en algunos momentos, innecesariamente farragosas —¡y soy yo, homo farragosis prototípico, el que dice tal cosa!—. Cuando comienza la parte escabrosa lo hace abruptamente, sin «razonar» muchos de los hechos: de repente, nos encontramos con magia negra, canibalismo, asesinatos porque sí... Y el final, muy, muy soso; es una lástima, porque la historia, al menos al principio, promete mucho y merece un buen desarrollo.

¡Ah!, y odio el adverbio «dramáticamente». Lo odio, lo odio y lo odio, «tojuro» angry

Eso sí, un rato entretenido de lectura que he de agradecer a la autora —¿he acertado?—.

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En un lugar de La Mancha de cuyo nombre me acuerdo perfectamente...

https://historiasmalditas.wordpress.com/

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Dr. Ziyo
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Poblador desde: 30/01/2016
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Es un relato entretenido donde se notan las prisas en los abundantes errores que aparecen. Creo que hay cosas que sobran y no aportan nada, o así lo veo yo, como toda la explicación de su travesía hasta llegar a su destino, o la descripción de la distribución de la casa, que en un relato de mayor límite de palabras tal vez no molestase, pero aquí le roba un espacio que creo vital.

Encuentro confuso el momento en donde se explica quién es el monstruo, lo del personaje del doctor Lind y todo eso, a pesar de haber leído el relato dos veces.

En cuanto al final, el mayordomo dice que ansía acabar con Víctor Godwin, pero no entiendo por qué esperar a que ella muera para decidirse a hacerlo. ¿No pudo hacerlo antes?

Creo que necesita un buen repaso para darle brillo, aunque lo que es la trama me parece interesante.

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